Juan Ruiz de Alarcón

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En un mar sangriento de  cruel venganza...

Patacoja

Un aguacero cayó,,,

En Madrid estuve yo

Elogio descriptivo a las fiestas ...

 
 
 
En un mar sangriento de cruel venganza, 
de rabia, de ira y de coraje lleno, 
corrí tormenta, de esperanza ajeno 
de llegar en mi estado a ver bonanza; 
y un súbito accidente, una mudanza 
el pecho libra del mortal veneno, 
y el que en mi agravio a mi furor condeno, 
en el perdón produce mi esperanza. 
No la privanza me movió futura, 
que Fortuna en sus obras desiguales 
no hace de los méritos memoria; 
más debo a mi piedad esta ventura, 
y por lo menos en hazañas tales 
de la gentil acción queda la gloria. 

 

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PATACOJA

¡Oh Musa! Dime quien es
la infamia de cuanto vive,
quien contra todos escribe
escribiendo con los pies?
Y aquel que ofende, ¿cuál es
a todo viviente , en suma,
con infame lengua y pluma,
a quien nunca el agua moja?
Patacoja

¿Quién en el infierno ha estado
adonde halló lo que ha escrito?
¿Quién con cara de proscrito
de demonio ha profesado?
¿Quién es tan desvergonzado
que el rey del oscuro centro
aún no lo sufrió allá adentro
por librarse de congoja?
Patacoja

¿Quién era pícaro ayer
y agora se ha puesto don
y quien por sólo bufón
la cruz llegó a merecer?
¿Quién estuvo para ser
en Alcalá sagitario
por ladrón y por falsario
agora nobleza arroja?
Patacoja

¿Quién el que de bujarrón
profesó en Sicilia y Roma?
¿Quién de barbaje en Sodoma
pudiera ganar ración?
¿Quién es este gran varón
el señor de Juan Abad
en quien toda suciedad
como en su centro, se moja?

Patacoja

 

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«Un aguacero cayó

en un lugar, que privó

a cuantos mojó de seso;

y un sabio que por ventura

se escapó del aguacero,

viendo que al lugar entero

era común la locura,

mojóse y enloqueció,

diciendo: “En esto ¿qué pierdo?

¿Aquí donde nadie es cuerdo

para qué he de serlo yo?”»

(El examen de maridos)

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En Madrid estuve yo

en corro de tal tixera,

que la pegaba cualquiera

al padre que la engendró.

Y si alguno se partía

del corro, los que quedaban

mucho peor dél hablaban,

que él de otros hablado había.

Yo, que conocí sus modas,

a sus lenguas tuve miedo,

¿y qué hago? Estoime quedo,

hasta que se fueron todos.

Pero no me valió el arte,

que ausentándose de allí,

sólo a murmurar de mi

hicieron corro aparte.

Si el maldiciente mirara

este solo inconveníente,

¿hallaráse un maldiciente

por un ojo de la cara?

(Las paredes oyen).

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 Elogio descriptivo a las fiestas que la Majestad del Rey Felipe IV hizo por su persona en Madrid a 21 de agosto de 1623 años, a la celebración de los conciertos entre el Serenísimo Carlos Estuardo, Príncipe de Inglaterra,  y la Serenísima María de Austria, Infanta de Castilla . Al Duque adelantado, etc. Quien yerra obedeciendo, no desmerece errando. En esta confianza se atreve este papel a las manos de Vuestra Excelencia, y en ésa no teme a las demás. Guarde nuestro Señor a Vuestra Excelencia. El licenciado don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza.

Mientras la admiración avara atiende

a tanta majestad, a tanta pompa,

el vuelo, ¡oh, fama!, con la voz suspende,

porque, informada bien, silencios rompa.

No encarecida la verdad aprende,

que no mendiga aumentos de tu trompa;

ministrará mi numerosa Clío

lengua a tu aliento y ley a tu albedrío  

     Era del año la estación ardiente;

daba a Febo el León último hospicio,

del alto cielo al húmedo Occidente

su carro amenazaba el precipicio;

la turba inferior, y la eminente

nobleza, o por su sangre, o su ejercicio,

de la Corte de España concurría,

y, de su circo, anfiteatro hacía.          

     Los tafetanes, rasos, terciopelos,

telas, tabís, damascos y brocados

edificios mentían, si eran velos

en consonancia hermosa variados.

Daban ventaja a su esplendor los cielos,

cuanta soberbia a su color los prados,

y la inquietud del pueblo y el ruido

sobraban a la vista y al oído;      

     cuando el aplauso roba cortesano

de diosas dos la adoración humana:

esta Juno del Jove castellano,

del anglo Endimión esta Diana.

Coro de ninfas las emula en vano,

si su hermosura puede soberana,

ausentes estas dos deidades bellas,

                        acreditar de soles sus estrellas.                               

     Grave se mueve el uno y otro plaustro      

de cielo, con razón presuntuoso,

hasta la línea en que su breve claustro,

lo que negó envidiado, da envidioso;

rosada y blanca ostenta, opuesto al austro,

dos bellas albas un Oriente hermoso,

porque a Filipo y Carlos precursoras,

                                       pues son dos soles, nazcan dos auroras.                                 

     Jerarquía gentil de semidiosas,

obsequio ilustre de sus Majestades,

cuando de propios rayos luminosas,

reflejos gozan de sus dos deidades;

vivos claveles, animadas rosas,

componen de vistosas variedades

bellezas que las alas solicitan

                                             dar al amor, que a la esperanza quitan.                                 

     Candores brilla, si entre auroras puede,

del cielo de Austria el esplendor tercero,

que, si no las compite, no les cede;

si ellas auroras son, él es lucero;

pimpollo tierno, a quien la edad concede

maduro fruto en su verdor primero;

Antistes en Toledo vigilante,

Príncipe en Roma, y, en Castilla, Infante

   Rosas Gales vertiendo y azucenas,

si la sed de su amor en la tardanza

del merecido premio sufre pena,

glorias bebe en la vista su esperanza;

duro en medio metal finge cadenas,

por quien Tántalo preso el bien no alcanza;

y, cuando en fiestas uno y otro polo

se alegra de su gloria, pena él solo   

 

Al espléndido trono fija atento,

ávida vista, el pueblo circunstante,

cuando se ve ilustrar el firmamento

de nueva luz, de sol más radiante .

¡El Rey!, turbada mano, flaco aliento,

antes que rudo escriba, antes que cante

poco canoro Majestad tan suma,

¡Oh!, pídele perdón, ¡Oh, voz y pluma. 

No tanto entre topacios y jacintos

se oculta al hijo hermoso de Latona,

cuando los rayos de su luz distintos

esparcen oro a la elevada zona;

alba que de confusos laberintos,

de estrellas fugitivas, se corona;

cuántas postró Filipomajestades,

eclipsó luces, humanó deidades

Ocupa el real trono, eminente

solio, del de Arctus  a la mano diestra.

Si su genio, si el signo su ascendente

predice efectos y verdades muestra,

del quinto Carlos Fénix renascente,

cuanto en el nombre en la marcial palestra,

que al sol hesperio en luces emulara,

a no vencerle a rayos su tiara

Águila, a su esplendor no se deslumbra;

salamandra, a su fuego no se abrasa  

aquel que digno a su favor encumbra

mérito, propio ya, ya de su Casa

polo constante a la región que alumbra,

al orbe que gobierna, firme basa ;

por cuyo sabio y religioso celo

es Anglia España, y es España cielo

   Del alto trono el trono mismo alcanza

el árcticoAlmirante  que merece

quien del huésped inglés  ha la privanza;

con propias partes y adquiridas crece;

su verde ornato explica la esperanza

del bien futuro que a su patria ofrece,

siendo al principio de esta unión tercero,

siendo, al deseo de este fin, primero

Tudesca hueste herrado fresno esgrime   

en la plebeya turba resistente,

que al escarmiento de sus golpes gime,

sin que al gemido de ellos escarmiente;

mas, tanto su furor al fin la oprime,

que, atropellada en fuga diligente,

imita por las puertas el gentío

rápido curso de inundante río

 Movibles selvas, fuentes racionales,

en orden bañan el espacio enjuto,

formando con sus húmedos raudales

caracteres que borre el marcial bruto.

Mas ya en festivos cóncavos metales

(porque unión tan feliz con su tributo

ayude a celebrar cada elemento),

antes que cese el agua, suena el viento.

Pueblo de famas es el ordenado

escuadrón de rubíes numeroso,

de cuya mano o pecho es inspirado

uno y otro instrumento sonoroso;

diez veces quince son los que en ornado

bruto el término atruenan espacioso;

y aún no tanto clarín y tanta trompa

es voz bastante a la futura pompa

 Clara familia infante el grave paso

circundante repite, honora atenta,

del que, si presto volara Pegaso,

ahora tardo Majestad ostenta.

El rubio que el Oriente, el que el ocaso

cándido pecho rinde, le acrecienta;

rayos sí, mas no fuego al ardimiento;

sosiego, no opresión al movimiento

Terliz purpúreo, que, de Arabia el oro,

dosel del solio imperial guarnece;

si del rico jaez niega el tesoro,

satisface la injuria en el que ofrece;

en medio el nombre regio, a quien el moro

adusto, el escita helado, se estremece;

el oro cifra, y cándidos retrata

los rayos de sus sienes rica plata.

 Siguen sus huellas, en ornato iguales,

cincuenta y nueve agravios del primero,

cuyos retratos son las celestiales

alas del carro del mayor lucero;

en plata y nácar luce de reales

ministros pueblo, cuyo lisonjero

culto el alarde irracional venera

por sacro altar de la deidad que espera

 Portátil basa que, a sus pies rendida,

escala sirva al Rey para el estribo,

en los hombros se mueve sostenida

de cuatro copias de granate vivo.

Velo sutil de púrpura tejida,

cielo avariento, oculta el leño altivo,

porque nadie presuma, en los despojos,

donde su Alteza el pie, poner los ojos

Doce enfrenados montes, que de Ociro   

son y el tardo animal (mestizo parto)

hijas, conducen de Ladón al tiro,

que ha de atreverlas al planeta cuarto.

Metal de Ofir en múrice de Tiro

presta aljaba a las flechas, que del parto

honrosas han de ser al arco afrentas,

de la mano partiendo más violentas

      En torno lustra la cuadrada arena

el concertado alarde en lento paso,

y en orden de sus rayos la enajena

la puerta, que al Oriente les da ocaso;

suspensa está en la admiración la pena

de la ocultada pompa, que el Parnaso

en vano musas a alabarla ofrece;

alábela el callar, que no enmudece

      Madrid entonces a Madrid presenta;

cuatro sonantes bronces, y del fruto

del azahar sobre el color ostenta

cándidas venas de oriental tributo;

ricos jaeces veintidós sustenta,

número igual de beticano bruto,

por quien su timbre más presuntuoso

cambiar pudiera ya en caballo el oso

     Sus huellas borra y borra su memoria,

de cuatro voces de metal guiado,

el escuadrón, que la segunda gloria

da de Berganza al término cercado;

la plata ofrece letras a su historia

en piel bermeja que el león le ha dado,

siendo rubís, zafiros y esmeraldas

treinta envidias al sol en treinta espaldas

     Emula de la pompa lusitana,

después que al bronce el viento se estremece,

provincia de vasallos castellana

del más claro Mendoza resplandece;

blanco tesoro de espelunca indiana

la oscura tela esconde, no guarnece,

con cuarenta caballos en que admiro

la razón de ventaja a los de Epiro

Ya tiembla el turco, ya se turba el medo,

que el clarín hiere el elemento raro,

y del color de que se viste el miedo,

y el blanco amor del insaciable avaro,

el ejército marcha del Toledo;

claro en la paz, cuanto en la guerra claro;

su valor muestra en solos veinte frenos,

porque para vencer le bastan menos.

     Tuba sonante la atención incita

al escuadrón, ya racional, ya bruto,

del nombre lusitano, que acredita

de enamorado humor el tinto fruto;

fecunda de jazmín la planta imita

sobre el color de abril indio tributo;

y en sus caballos treinta y dos podía

matar la sed la avara hidropesía

Festivo, si marcial, suena inflamado

metal de cuatro alientos, que repite

el nombre de Tifeo respetado,

temido del esposo de Anfitrite;

el Almirante, término cifrado,

que cuantas glorias a la voz permite

la lisonja mayor, cuantas la pluma

mendaz amplía, verdadero suma.

      De éste, pues, héroe, visitó la arena   

copioso pueblo, que en la tela oscura

rayos borda del sol, furias enfrena,

ornadas treinta y dos de plata pura;

y diez el oro en dilatada vena

cubre desde la espalda a la herradura,

tanto, que es de ellos cada cual juzgado,

no dorado animal, oro animado.

Largo escuadrón, al resonar del viento,

de Italia muestra el español Atlante;

el oro en blanca tela es elemento

que puebla oscura fiera sibilante;

hijos del Betis la mitad de ciento

oprime triplicada turba infante,

poca opresión a su soberbia furia,

a su humilde obediencia mucha injuria.

De Córdoba al clarín tiembla la tierra,

que el son conoce de su heroico abuelo;

blanco tesoro de las Indias hierra

sobre el color que el mar presta a su velo;

dos veces doce a la fingida guerra

marchan caballos tales, que, si el suelo

saben con hierro penetrar sus huellas,

sus espaldas con oro las estrellas.

     Silencio imprime cuando acorde suena

último coro de metal dorado,

que la gloria de Sando da a la arena

pródigo alarde en orden dilatado;

de lirio azul y cándida azucena,

mayo es agosto, y la palestra es prado,

grande aparato al mundo, si pequeño

a publicar grandezas de su dueño.

 Cuanto su vista el ánimo suspende,

su aplauso más la suspensión dilata;

cuanto la admiración los labios prende,

tanto en más libres voces los desata;

Telus se oprime, cuando el sol se ofende

al peso y luz de perlas, oro y plata,

que a veinticuatro sillas prestan velos

que vientos cubren, que descubren cielos

En él dio fin la ostentación faustosa;

y, aunque el postrero a la estacada llega,

estancia ocupa a todos ventajosa,

pues del alfa del Rey es él omega.

Columnas a la fiesta suntuosa

de Alcides son sus pompas, con que niega

el paso a la esperanza, hasta que el mundo

al cuarto César deba el plus segundo.

     Aún no la planta se ocultó postrera,

aún no el encomio sucedió a la gloria,

cuando bicorne mugiente fiera

hurta el pasado fausto a la memoria.

De fugitiva discurrió ligera,

previniendo su instinto que a la historia

de tan dichosa unión no dé la mano

sólo una letra de licor humano

     Aquí la águila regia, aquí el segundo

de Austria león, de España aquí el Atlante,

para mostrarse en nuevo Oriente al mundo,

de su esplendor lo privan fulminante;

bien que la noche al centro más profundo,

y más alta región tan radiante,

lució de estrellas, que la idolatría

le dio holocausto en el altar del día.

     Pagó el postrero universal tributo

el toro al filo del metal templado,

cuando en nácar y plata, en vez del luto

que debe a sus exequias, adornado

tríyugo impulso de valiente bruto

del circo ausenta el bulto inanimado,

por quien no vino a ser menos festivo

su rapto muerto que su curso vivo

Solicitó el segundo con ligera

hendida planta en círculos el coso;

segundo a Europa engaño ser pudiera,

no menos que por manso, por hermoso.

En fieras ocho no se vio una fiera,

auspicio claro, indicio venturoso,

de que fue providencia soberana

tanta conforme contingencia humana.

 Segunda vez de mílite extranjero

huye ofendida la confusa plebe;

segunda vez de bosque lisonjero

nube inundante en las arenas llueve;

porque segunda vez al hemisferio

de trompas el ejército se atreve,

altivas tanto más cuanto a su asiento,

por precursor del Rey, se humilla el viento.

      Los que a la pluma truecan ya la espada

(injuria de la edad), uno Mejía,

otro Girón, ilustran la estacada

en gallardo animal de Andalucía.

Para correr Filipo en su embajada

por la licencia de Isabel envía,

que al sol para salir no ha sido ahora

la vez primera que la dio la aurora

Cuando la puerta que antes el Oriente

saluda de la luz que borda el día,

del español Titán se vio luciente,

que a pesar de la tarde amanecía;

en uno y otro aplauso de la gente,

vencida la atención de la alegría,

bien que en confusa voz, el regocijo

"¡Filipo!", repitió; "¡Filipo!", dijo.

De un bizarro alazán la espalda oprime,

que fogoso los vientos amenaza,

sin desmentir, si fatigado gime,

del céfiro andaluz la noble raza.

Apenas toca el pie, menos imprime,

su breve huella en la espaciosa plaza,

dándole, si lo ajusta o si le bate,

el freno ley, impulso el acicate.

 Carlos le sigue; de su bruto alado

la planta iguala mal el pensamiento,

pues, aunque de su imperio moderado,

deja sin plumas y sin alma el viento;

menos eran veloces los que al Pado

joven precipitó del alto asiento

que ellos bajaron, por volar, al suelo,

y éste penetra, por correr, el cielo.

 Rayo es del sol, si puede serlo alguno,

la oliva, a cuya ley la militante

señal obedeciendo de Neptuno,

a Palas otra vez hace triunfante.

Sigue Carpio, gentil cuanto ninguno,

la luz del sol hermana, y arrogante

blasona que a la luna de su espejo

pueda ser sombra, cuando no reflejo.

     Ébano y oro dividiendo hermosa

línea de plata en animados vientos

galas prestó a Madrid, que en la gloriosa

mentida oposición a los violentos

estrépitos de Marte, victoriosa,

de su motor siguió los movimientos;

siendo, pues, luz vecina al sol, mostraba

nube, que su esplendor reverberaba.

      Con relámpagos siete, ardiente rayo,

aumentó a la palestra luz suave

Eduardo el regio; y del festivo ensayo

se argumentaba en él lo horrendo y grave,

multiplicado en ocho abriles mayo;

y en alazanes ocho se vio una ave,

y, si en lo rubio el dios que nació en Delo,

en lo blanco y azul volaba el cielo.

     Mendozas dos un cuarto son planeta,

pues siendo Faetón uno, y otro Apolo,

con arrogancia agora más discreta,

el hijo unido al padre alumbra el polo;

cabello blanco en negra piel perfecta

dan consonancia en dos partos de Eolo,

que ligeros, conformes y lucidos

muestran que al carro van del sol uncidos

Toledo el quinto, quinto ya Mavorte,

aunque hoy su edad es freno de su ira,

dando a un rucio la rienda, si a la Corte

un instante se muestra, un siglo admira;

según le iguala su veloz consorte,

la blanca pluma o la emplumada vira

de dos es una y uno el movimiento,

y ambas espumas que arrebata el viento.

       El lusitano Mora, que dilata

Indias de Portugal hasta Castilla,

entre esmeralda, entre topacio y plata,

claro lucero de su hueste brilla;

tanto le imitan todos, que retrata

cualquiera de ellos a todos, en la silla

tan diestros todos, que común el lauro

hizo creíble un alazán centauro

Los aplausos prorrumpen alegría,

porque el Neptuno de Castilla viene,

que en los pies de un morcillo desafía

las alas del que dio nombre a Hipocrene.

El oro que llovió en su luz el día

lo oscuro esparce de la noche, y tiene

tal gala, uniendo extremos y colores,

que de sombras se viste y resplandores.

Blasones aclamó del Almirante

el mundo en una voz, no lisonjera;

llegó su nombre a la opresión de Atlante,

transcendiendo una esfera y otra esfera.

No tuvo más de vida que un instante

el bello tramontar de su carrera,

y en él, arrebatando corazones,

áncoras dio por timbre a sus leones

Del carro de la noche se desata

veloz caballo, vegetado monte,

roca en su oscura cumbre de oro y plata;

penetra Monterrey nuevo horizonte.

Plumosa selva en la inquietud retrata,

si, en la color, las ondas de Aqueronte,

y en la velocidad, puesto que negra,

ira de Jove fulminada en Flegra.

Cordobés rucio entiende el pensamiento

del que a su patria nombre dio lozano,

y, hurtando el pie su ligereza al viento,

borra envidioso estampas de la mano;

o ya el fértil de plumas elemento,

negro blasón del bárbaro africano,

talares le calzó, porque en su vuelo

presuma él de Mercurio y él de cielo

     Mi pluma llega de volar cansada,

tanta, siguiendo, tan veloz carrera,

para que, en propio espíritu fiada,

volar intente igual con la postrera;

postrera, que ha de ser paragonada,

siendo al círculo fin, con la primera.

Dadme, pues, un aliento, ¡Oh, musas nueve!,

si a tanta empresa vuestra voz se atreve

     Rápido rucio es rayo arrebatado

que expira llamas cuando vientos bebe;

alas le presta el peso, y, obligado,

pagan los pies lo que la espalda debe;

a laurear el pueblo aficionado

al Duque Sandoval las voces mueve;

pero, ¿qué la afición, si el hondo abismo

dejó la envidia para hacer lo mismo?

     Segunda vez Bucéfalo espumoso

del cristiano Alejandro a la carrera

fatiga el pie, por no dejar quejoso

un ángulo del circo en otra esfera;

segunda vez le sigue el numeroso

campo ecuestre, y le sigue la tercera,

que dio por más vecina al francés norte

 solsticio al sol de la española Corte.

De las escuadras diez que ya leales

siguieron a su Rey, las cinco en esto

obedientes también campos iguales

van a formar al sitio contrapuesto;

mas, cuando el sol de claros Sandovales

ocho rayos conduce al otro puesto,

tan juntos van, que, hiriendo las regiones,

rompe un aplauso en mil admiraciones.

 

La caña empuña el Rey, la adarga embraza,

la espuela aplica a otro león bermejo,

y el occidente de la hermosa plaza

de nuevo ilustra su oriental reflejo.

Juntando la piedad a la amenaza,

de Marte es vivo y Júpiter espejo,

uno que fresno belicoso esgrime,

otro que rayo fulminante oprime

No opuesto el Duque, no; (correspondiente

imitador; émulo no) se muestra

con la adarga y la caña en rucio ardiente

a la oriental región de la palestra;

ya se ven los dos campos frente a frente,

y la blanca señal, que mano diestra

de dos Mercurios ha de dar al viento,

uno y otro caudillo aguarda atento.

Tremola apenas el delgado lino,

cuando los dos hermosos escuadrones

la caña blanden, émula del pino,

por diversas del círculo regiones,

hasta que en tortuosos cursos vino

a verse junta de los dos Fitones

una y otra cabeza, cuya furia

del primero en el sol vengó la injuria.

Aquí de Ampudia el advertido Conde

(si bien no mendigó de la advertencia

tan natural acción) la caña esconde,

y al Rey da, en vez de adarga, la obediencia;

con no corresponder le corresponde,

funda en no competir la competencia,

teniendo en ella su lealtad por gloria,

que el vencimiento venza a la victoria.

Cuatro veces en giros diferentes

las ecuestres legiones se avecinan,

y los del Duque tantas obedientes

la inerme lanza con la frente inclinan;

cesa la escaramuza, y los valientes

ya divisos ejércitos caminan

al puesto en que la paz que goza España

ha de mentir el dardo con la caña.

  Su campo ostenta el de Austria, y el de Cea

su escuadra muestra; el mundo se suspende,

cuando tejida nieve lisonjea

el viento mismo que agitada hiende.

El hipogrifo regio, que desea

glorias al dueño, con volar pretende

que no impriman sus pies al leño vano

menos violencia que del Rey la mano.

     En medio de su curso impele al viento

el joven brazo la minante vira,

mayor de los cíclopas escarmiento

que las que a Febo ministró la ira.

El provocado campo, en movimiento

lustrando circular, tan diestro gira,

que en su alazán -errada la sentencia-

se juzgó instinto lo que fue obediencia 

Vuelve el caballo el Rey, y, acompañando

de los ojos la espalda, al mundo muestra

que es sol, que es luz esférica, y, cambiando

los oficios las manos, en la diestra

pone el gobierno de las riendas, cuando,

abreviado en la adarga la siniestra,

lo esconde tanto que a la perla imita

que aún la nativa inculta concha habita.

       Mas, ¿para qué, Señor, tan cuidado,

si para ostentación menor sobrara?

que a vuestra adarga rinde el dios armado,

por más diestro, el escudo y la tiara;

tanto que en vos el mérito agraviado

del poder, a poder lo renunciara,

porque se viera que es vuestra persona

                                única adulación a su Corona.                            

     Ya el Duque, pues, que en los pasados giros   

se ufanó de rendirse al encontraros,

por serviros os sigue, por seguiros

vuela, os quiere alcanzar por alcanzaros.

Si caña lleva, os juzga Amor, y tiros

contra sí mismo intenta ministraros

(si no puede ser más de lo que es vuestro),

porque ocioso no esté brazo tan diestro

 La lealtad puede tanto, tanto puede

el respeto en su sangre generosa,

que ni la ley de la ficción concede

al brazo una amenaza mentirosa.

Ya de vuestro alazán al curso cede,

y la que no os sirvió, poco dichosa

caña, hacia atrás del brazo humilde vuela;

tanto distó de que hacia vos la impela

¡Oh, Carlos!, perdonad, que, deslumbrado

al sol que aún os deslumbra a vos, no os veía,

cuando en otro alazán tan semejado

al luminar mayor de tanto día,

dais luz, que ni la vista ni el cuidado

a sutil diferencia os distinguía,

y juzga cuando os ve que en el reflejo

mira al mismo Filipo de un espejo.

El gallardo Guzmán, el fiel Acates   

del que es al Tibre más piadoso Eneas,

en lanza, adarga, riendas y acicates

vence del pensamiento las ideas;

cuatro veces por turno los combates

el Rey repite, y tantas semideas,

que, huyendo, al dios del campo enmudecieron,

huyendo al Rey de España, hablar supieron.

No callan, a los cielos atrevidas,

las que la mano disparó violenta

del Infante español; que en ser oídas,

y vistas no, su furia se argumenta.

Más pública temió el rústico Midas

de su justo suplicio aquí la afrenta,

cuanto inmóviles las otras murmuraban.

Y éstas, volando esferas, voces daban

Hasta que ya interpuestos los ancianos

terceros de la paz, los escuadrones

cesan de competir, y a ser ufanos

obsequios van al Rey; que las regiones

dos veces discurriendo con humanos

ojos de la palestra, aclamaciones

concitó tan gloriosas su alabanza,

que alcanzará cuanto la edad alcanza.

Mientras, seguido de su hueste hermosa,

glorias esparce a la arenosa esfera,

en pie le guarda su adorada esposa

que igualmente lo adora y lo venera;

con la acción misma la majestuosa

real copia honorándolele espera

Púsose al fin el sol, y, en sombras frías,

término fue una noche a muchos días.

 

PULSA EN CADA AUTOR PARA LEER SU  MORDAZ CRÍTICA A ESTE ELOGIO DESCRIPTIVO DE ALARCÓN:

LUIS DE GÓNGORA Y ARGOTE

FÉLIX  LOPE  DE VEGA Y CARPIO

LUIS VÉLEZ DE GUEVARA

FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS

JERÓNIMO DE SALAS BARBADILLO

ALONSO CASTILLO SOLÓRZANO

JUAN PÉREZ DDE MONTALBÁN

 

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