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Luis de Góngora

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Mientras por competir con tu cabello...

De pura honestidad templo sagrado...

Ya besando sus manos cristalinas...

De la brevedad engañosa de la vida

De un caminante  enfermo que se enamoró donde fue hospedado

A don Cristobal de Mora

La dulce boca que a gustar convida...

Hermana Marica...

Ande yo caliente, ríase la gente...

Amarrado al duro banco...

Qué de envidiosos montes...

Decidme, dama graciosa...

A un caballero que estando con su dama no pudo cumplir sus deseos

A cierto señor que le envió la Dragontea

Contra Lope de Vega

A los apasionados por Lope de Vega

A don Francisco de Quevedo

De las ya  fiestas reales...

Muerto me lloró el Tormes en su orilla...

Mientras por competir con tu cabello,

oro bruñido, el Sol relumbra en vano,

mientras con menosprecio en medio el llano 

mira tu blanca frente el lirio bello;

mientras a cada labio, por cogello,

siguen más ojos que al clavel temprano,

y mientras triunfa con desdén lozano

del luciente cristal tu gentil cuello;

goza cuello, cabello, labio y frente,

antes que lo que fue en tu edad dorada

oro, lirio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o viola truncada

se vuelva, mas tú y ello juntamente

en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

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De pura honestidad templo sagrado,

cuyo bello cimiento y gentil muro

de blanco nácar y alabastro duro

fue por divina mano fabricado;

pequeña puerta de coral preciado,

claras lumbreras de mirar seguro,

que a la esmeralda fina el verde puro

habéis para viriles usurpado;

soberbio techo, cuyas cimbrias de oro

el claro Sol, en cuanto en torno gira,

ornan de luz, corona de belleza;

ídolo bello, a quien humilde adoro,

oye piadoso al que por ti suspira,

tus himnos canta, y tus virtudes reza.

 

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Ya besando sus manos cristalinas,

ya anudándome a un blanco y liso cuello,

ya esparciendo por él aquel cabello

que Amor sacó entre el oro de sus minas,

ya quebrando en aquellas perlas finas

palabras dulces mil sin merecello,

ya cogiendo de cada labio bello

purpúreas rosas sin temor de espinas,

estaba, oh claro sol envidioso,

cuando tu luz, hiriéndome los ojos,

mató mi gloria y acabó mi suerte.

Si el cielo ya no es menos poderoso,

porque no den los tuyos más enojos,

rayos, como a tu hijo, te den muerte.

 

 

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 La dulce boca que a gustar convida

La dulce boca que a gustar convida
Un humor entre perlas distilado,
Y a no invidiar aquel licor sagrado
Que a Júpiter ministra el garzón de Ida,

Amantes, no toquéis, si queréis vida;
Porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
Cual entre flor y flor sierpe escondida.

No os engañen las rosas que a la Aurora
Diréis que, aljofaradas y olorosas
Se le cayeron del purpúreo seno;

Manzanas son de Tántalo, y no rosas,
Que pronto huyen del que incitan hora
Y sólo del Amor queda el veneno.

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De la brevedad engañosa de la vida

Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,

que presurosa corre, que secreta
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada sol repetido es un cometa.

¿Confiésalo Cartago, y tú lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.

Mal te perdonarán a ti las horas;
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.

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De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado

Descaminado, enfermo, peregrino

en tenebrosa noche, con pie incierto

la confusión pisando del desierto,

voces en vano dio, pasos sin tino.

Repetido latir, si no vecino,

distincto oyó de can siempre despierto,

y en pastoral albergue mal cubierto

piedad halló, si no halló camino.

Salió el sol, y entre armiños escondida,

soñolienta beldad con dulce saña

salteó al no bien sano pasajero.

Pagará el hospedaje con la vida;

más le valiera errar en la montaña,

que morir de la suerte que yo muero.

 

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A don Cristobal de Mora

Árbol de cuyos ramos fortunados
las nobles moras son quinas reales,
teñidas en la sangre de leales
capitanes, no amantes desdichados;
en los campos del Tajo más dorados
y que más privilegian sus cristales,
a par de las sublimes palmas sales,
y más que los laureles levantados.
Gusano, de tus hojas me alimentes,
pajarilla, sosténganme tus ramas,
y ampáreme tu sombra, peregrino.
Hilaré tu memoria entre las gentes,
cantaré enmudeciendo ajenas famas,
y votaré a tu templo mi camino.

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 Hermana Marica,
mañana, que es fiesta,
no irás tú a la amiga
ni yo iré a la escuela.
Pondraste el corpiño
y la saya buena,
cabezón labrado,
toca y albanega;
y a mí me podrán
mi camisa nueva,
sayo de palmilla,
media de estameña;
y si hace bueno
trairé la montera
que me dio la Pascua
mi señora abuela,
Y el estadal rojo
con lo que le cuelga,
que trajo el vecino
cuando fue a la feria.
Iremos a misa,
veremos la iglesia,
daranos un cuarto
mi tía la ollera.
Compraremos dél
(que nadie lo sepa)
chochos y garbanzos
para la merienda;
y en la tardecica,
en nuestra plazuela,
jugaré yo al toro
y tú a las muñecas
con las dos hermanas,
Juana y Madalena,
y las dos primillas,
marica y la tuerta;
y si quiere madre
dar las castañetas,
podrás tanto dello
bailar en la puerta;
Y al son del adufe
cantará Andrehuela:
No me aprovecharon,
madre, las hierbas.
Y yo de papel
haré una librea
teñida con moras
porque bien parezca,
y una caperuza
con muchas almenas;
pondré por penacho
las dos plumas negras
del rabo del gallo,
que acullá en la huerta
anaranjeamos
las Carnestolendas;
Y en la caña larga
pondré una bandera
con dos borlas blancas
en sus tranzaderas;
y en mi caballito
pondré una cabeza
de guadamecí,
dos hilos por riendas;
y entraré en la calle
haciendo corvetas,
yo y otros del barrio,
que son más de treinta;
jugaremos cañas
junto a la plazuela,
porque Barbolilla
salga acá y nos vea;
Bárbola, la hija
de la panadera,
la que suele darme
tortas con manteca,
porque algunas veces
hacemos yo y ella
las bellaquerías
detrás de la puerta.

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Ande yo caliente,
y ríase la gente.


Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente.
y ríase la gente.

Coma en dorada vajilla
el príncipe mil cuidados
como píldoras dorados:
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.

Cuando cubra las montañas
de plata y nieve el enero
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del rey que rabió me cuente
y ríase la gente.

Busque muy enhorabuena
el mercader nuevos soles;
yo conchas y caracoles

entre al menuda arena
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente.

Pase a media noche el mar
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama;
que yo más quiero pasar
de Yespes a Madrigar
la regalada corriente,
y ríase la gente.


Pues Amor es tan cruel
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada,
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel,
la espada sea mi diente,
y ríase la gente.
 

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 Amarrado al duro banco
de una galera turquesca,
ambas manos en el remo
y ambos ojos en la tierra,
un forzado de Dragut
en la playa de Marbella
se quejaba al ronco son
del remo y de la cadena:
«¡Oh sagrado mar de España,
famosa playa serena,
teatro donde se han hecho
cien mil navales tragedias!,
»pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes besas
las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,
»tráeme nuevas de mi esposa,
y dime si han sido ciertas
las lágrimas y suspiros
que me dice por sus letras;
»porque si es verdad que llora
mi captiverio en tu arena,
bien puedes al mar del Sur
vencer en lucientes perlas.
»Dame ya, sagrado mar,
 a mis demandas respuesta,
que bien puedes, si es verdad
que las aguas tienen lengua,
»pero, pues no me respondes,
sin duda alguna que es muerta,
aunque no lo debe ser,
pues que vivo yo en su ausencia.
»¡Pues he vivido diez años
sin libertad y sin ella,
siempre al remo condenado
a nadie matarán penas»
En esto se descubrieron
de la Religión seis velas,
y el cómitre mandó usar
al forzado de su fuerza.

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¡Qué de envidiosos montes levantados,

de nieves impedidos,

me contienden tus dulces ojos bellos!

¡Qué de ríos de hielo tan atados,

del agua tan crecidos,

me defienden el ya volver a vellos!

¡Y qué, burlando de ellos,

el noble pensamiento

por verte viste plumas, peina el viento!

Ni a las tinieblas de la noche oscura

ni a los hielos perdona,

y a la mayor dificultad engaña;

no hay guardas hoy de llave tan segura

que nieguen tu persona,

que no desmienta con discreta maña;

ni emprenderá hazaña

tu esposo, cuando lidie,

que no la registre él, y yo no envidie.

Allá vueles, lisonja de mis penas,

que con igual licencia

penetras el abismo, el cielo escalas;

y mientras yo te aguardo en las cadenas

desta rabiosa ausencia,

al viento agravien tus ligeras alas.

Ya veo que te calas

donde bordada tela

un lecho abriga y mil dulzuras cela.

Tarde batiste la envidiosa pluma,

que en sabrosa fatiga

vieras (muerta la voz, suelto el cabello)

la blanca hija de la blanca espuma,

no sé si en brazos diga

de un fiero Marte o de un Adonis bello;

ya anudada a su cuello,

podrás verla dormida

y casi trasladada a nueva vida.

Desnuda el brazo, el pecho descubierta,

entre templada nieve

evaporar contempla un fuego helado,

y al esposo, en figura casi muerta,

que el silencio le bebe

del sueño con sudor solicitado.

Dormid, que el dios alado,

de vuestras almas dueño,

con el dedo en la boca os guarda el sueño.

Dormid, copia gentil de amantes nobles,

en los dichosos nudos

que a los lazos de amor os dio Himeneo;

mientras yo, desterrado, destos robles

y peñascos desnudos

la piedad con mis lágrimas granjeo.

Coronad el deseo

de gloria, en recordando;

sea el lecho de batalla campo blando.

Canción, di al pensamiento

que corra la cortina,

y vuelva al desdichado que camina.

 

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Decidme, dama graciosa,
qué es cosa y cosa.

 Decid qué es aquello tieso
con dos limones al cabo,
barbado a guisa de nabo,
blando y duro como hueso;
de corajudo y travieso
lloraba leche sabrosa:
¿qué es cosa y cosa?
¿Qué es aquello que se lanza
por las riberas del Júcar?
Parece caña de azúcar,
aunque da botes de lanza;
hiere, sin tomar venganza
de la parte querellosa;
¿qué es cosa y cosa?
Aquel ojal que está hecho
junto de Fuenterrabía,
digáisme, señora mía:
¿cómo es ancho siendo estrecho?
Y ¿por qué, mirando al techo,
es su fruta más sabrosa?
¿qué es cosa y cosa?
¿Por qué vuela pico a viento,
y sin comer hace papo?
¿Por qué, cuanto más le atapo,
más se abre de contento?
Y, si es tintero de asiento,
¿cómo bulle y no reposa?
¿qué es cosa y cosa?

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A UN CABALLERO QUE ESTANDO CON UNA DAMA NO PUDO CUMPLIR SUS DESEOS

Con Marfisa en la estacada
entrastes tan mal guarnido
que su escudo, aunque hendido,
no lo rajó vuestra espada;
¿qué mucho, si levantada
no se vio en trance tan crudo,
ni vuestra vergüenza pudo
cuatro lágrimas llorar,
siquiera para dejar
de orín tomado el escudo?

 

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 A CIERTO SEÑOR QUE LE ENVIÓ LA «DRAGONTEA» DE LOPE DE VEGA

 Señor, aquel Dragón de inglés veneno,

criado entre las flores de la Vega

más fértil que el dorado Tajo riega,

vino a mis manos: púselo en mi seno.

   Para ruido de tan grande trueno

es relámpago chico: no me ciega.

Soberbias velas alza: mal navega.

Potro es gallardo, pero va sin freno.

La musa castellana bien la emplea

 en tiernos, dulces, músicos papeles,

como en pañales niña que gorjea.

¡Oh planeta gentil, del mundo Apeles,

rompe mis ocios, porque el mundo vea

que el Betis sabe usar de tus pinceles!

 * * *

 CONTRA LOPE DE VEGA

 Dicen que ha hecho Lopico

contra mí versos adversos;

mas si yo vuelvo mi pico,

con el pico de mis versos

  a este Lopico lo-pico.

* * *

 

A LOS APASIONADOS POR LOPE DE VEGA

 Patos de la aguachirle castellana,

que de su rudo origen fácil riega,

y tal vez dulce inunda nuestra Vega,

con razón Vega por lo siempre llana:

  pisad graznando la corriente cana

del antiguo idïoma y, turba lega,

las ondas acusad, cuantas os niega

ático estilo, erudición romana.

Los cisnes venerad cultos, no aquellos

 que escuchan su canoro fin los ríos;

aquellos sí, que de su docta espuma

vistió Aganipe. ¿Huís? ¿No queréis vellos,

palustres aves? Vuestra vulgar pluma

no borre, no, más charcos. ¡Zabullíos!

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A DON FRANCISCO DE QUEVEDO

 Anacreonte español, no hay quien os tope

que no diga con mucha cortesía

que ya que vuestros pies son de elegía,

que vuestras suavidades son de arrope.

  ¿No imitaréis al terenciano Lope,

que al de Belerofonte cada día

sobre zuecos de cómica poesía

se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos

  dicen que quieren traducir al griego,

no habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,

porque a luz saque ciertos versos flojos,

y entenderéis cualquier gregüesco luego.

 

AL MISMO [DON FRANCISCO DE  QUEVEDO

 Cierto poeta, en forma peregrina

cuanto devota, se metió a romero,

con quien pudiera bien todo barbero

lavar la más llagada disciplina.

   Era su benditísima esclavina,

en cuanto suya, de un hermoso cuero,

su báculo timón del más zorrero

bajel, que desde el Faro de Cecina

a Brindis, sin hacer agua, navega.

  Este sin landre claudicante Roque,

de una venera justamente vano,

que en oro engasta, sancta insignia aloque,

a San Trago camina, donde llega

   que tanto anda el cojo como el sano.

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De las ya fiestas reales

sastre, y no poeta seas,

si a octavas, como a libreas,

introduces oficiales.

De ajenas plumas te vales.

Corneja desmentirás

la que adelante y atrás,

gémina concha, tuviste.

Galápago siempre fuiste,

y galápago serás.

 

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Muerto me lloró el Tormes en su orilla,
en un parasismal sueño profundo,
en cuanto don Apolo el rubicundo
tres veces sus caballos desensilla.

Fue mi resurrección la maravilla
que de Lázaro fue la vuelta al mundo,
de suerte que ya soy otro segundo
Lazarillo de Tormes en Castilla.

Entré a servir a un ciego, que me envía,
sin alma vivo, y en un dulce fuego,
que ceniza hará la vida mía.

¡Oh qué dichoso que sería yo luego,
si a Lazarillo le imitase un día
en la venganza que tomó del ciego!

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