El hospicio La primavera ha venido Juan de Mairena (fragmentos) |
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Campos de Castilla (1907-1917) Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido _ya conocéis mi torpe aliño indumentario_ más recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario. Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una. ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada. Converso con el hombre que siempre va conmigo _quien habla solo espera hablar a Dios un día_ mi soliloquio es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía. Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar. PULSA AQUÍ PARA LEER EL CONCEPTO O CRÍTICA DE POESÍA EN DIFERENTES AUTORES |
EL HOSPICIO
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¿Eres tú,
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¡Soria fría, Soria pura, cabeza de Extremadura, con su castillo guerrero arruinado sobre el Duero; con sus murallas roídas y su casa denegridas! ¡Muerta ciudad de señores soldados o cazadores; de portales con escudos de cien linajes hidalgos. y de famélicos galgos, de galgos flacos y agudos, que pululan por las sórdidas callejas , y a la media noche ululan, cuando graznan las cornejas! ¡Soria fría! La campana de la Audiencia da la una. Soria, ciudad castellana, ¡tan bella! bajo la luna.
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¡Colinas plateadas, |
He
vuelto a ver los álamos dorados,
¡Álamos del amor que ayer
tuvisteis |
¡Oh,
sí! conmigo vais, campos de Soria, |
Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido. ¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero! Un musgo amarillento le mancha la corteza blanquecina al tronco carcomido y polvoriento. No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado de pardos ruiseñores. Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas. Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta; antes que rojo en el hogar, mañana, ardas en alguna mísera caseta, al borde de un camino; antes que te descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas; antes que el río hasta la mar te empuje por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera. PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS SOBRE ÁRBOLES/FRUTOS
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CAMINOS |
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Soñé que tú me llevabas |
Allá,
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Un criminal
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Al poeta Juan Ramón Jiménez I Siendo mozo Alvargonzález, dueño de mediana hacienda, que en otras tierras se dice bienestar y aquí, opulencia, en la feria de Berlanga prendóse de una doncella, y la tomó por mujer al año de conocerla. Muy ricas las bodas fueron y quien las vio las recuerda; sonadas las tornabodas que hizo Alvar en su aldea; hubo gaitas, tamboriles, flauta, bandurria y vihuela, fuegos a la valenciana y danza a la aragonesa. II Feliz vivió Alvargonzález en el amor de su tierra. Naciéronle tres varones, que en el campo son riqueza, y, ya crecidos, los puso, uno a cultivar la huerta, otro a cuidar los merinos, y dio el menor a la Iglesia. III Mucha sangre de Caín tiene la gente labriega, y en el hogar campesino armó la envidia pelea. Casáronse los mayores; tuvo Alvargonzález nueras, que le trajeron cizaña, antes que nietos le dieran. La codicia de los campos ve tras la muerte la herencia; no goza de lo que tiene por ansia de lo que espera. El menor, que a los latines prefería las doncellas hermosas y no gustaba de vestir por la cabeza, colgó la sotana un día y partió a lejanas tierras. La madre lloró, y el padre diole bendición y herencia. IV Alvargonzález ya tiene la adusta frente arrugada, por la barba le platea la sombra azul de la cara. Una mañana de otoño salió solo de su casa; no llevaba sus lebreles, agudos canes de caza; iba triste y pensativo por la alameda dorada; anduvo largo camino y llegó a una fuente clara. Echóse en la tierra; puso sobre una piedra la manta, y a la vera de la fuente durmió al arrullo del agua.
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EL SUEÑO I Y Alvargonzález veía, como Jacob, una escala que iba de la tierra al cielo, y oyó una voz que le hablaba. Mas las hadas hilanderas, entre las vedijas blancas y vellones de oro, han puesto un mechón de negra lana. II Tres niños están jugando a la puerta de su casa; entre los mayores brinca un cuervo de negras alas. La mujer vigila, cose y, a ratos, sonríe y canta. —Hijos, ¿qué hacéis? —les pregunta. Ellos se miran y callan. —Subid al monte, hijos míos, y antes que la noche caiga, con un brazado de estepas hacedme una buena llama. III Sobre el lar de Alvargonzález está la leña apilada; el mayor quiere encenderla, pero no brota la llama. —Padre, la hoguera no prende, está la estepa mojada. Su hermano viene a ayudarle y arroja astillas y ramas sobre los troncos de roble; pero el rescoldo se apaga. Acude el menor, y enciende, bajo la negra campana de la cocina, una hoguera que alumbra toda la casa. que alumbra toda la casa. IV Alvargonzález levanta en brazos al más pequeño y en sus rodillas lo sienta; —Tus manos hacen el fuego; aunque el último naciste tú eres en mi amor primero. Los dos mayores se alejan por los rincones del sueño. Entre los dos fugitivos reluce un hacha de hierro. |
AQUELLA TARDE... I Sobre los campos desnudos, la luna llena manchada de un arrebol purpurino, enorme globo, asomaba. Los hijos de Alvargonzález silenciosos caminaban, y han visto al padre dormido junto de la fuente clara. II Tiene el padre entre las cejas un ceño que le aborrasca el rostro, un tachón sombrío como la huella de un hacha. Soñando está con sus hijos, que sus hijos lo apuñalan; y cuando despierta mira que es cierto lo que soñaba. III A la vera de la fuente quedó Alvargonzález muerto. Tiene cuatro puñaladas entre el costado y el pecho, por donde la sangre brota, más un hachazo en el cuello. Cuenta la hazaña del campo el agua clara corriendo, mientras los dos asesinos huyen hacia los hayedos. Hasta la Laguna Negra, bajo las fuentes del Duero, llevan el muerto, dejando detrás un rastro sangriento, y en la laguna sin fondo, que guarda bien los secretos, con una piedra amarrada a los pies, tumba le dieron. IV Se encontró junto a la fuente la manta de Alvargonzález, y, camino del hayedo, se vio un reguero de sangre. Nadie de la aldea ha osado a la laguna acercarse, y el sondarla inútil fuera, que es la laguna insondable. Un buhonero, que cruzaba aquellas tierras errante, fue en Dauria acusado, preso y muerto en garrote infame. V Pasados algunos meses, la madre murió de pena. Los que muerta la encontraron dicen que las manos yertas sobre su rostro tenía, oculto el rostro con ellas. VI Los hijos de Alvargonzález ya tienen majada y huerta, campos de trigo y centeno y prados de fina hierba; en el olmo viejo, hendido por el rayo, la colmena, dos yuntas para el arado, un mastín y mil ovejas. |
OTROS DÍAS I Ya están las zarzas floridas y los ciruelos blanquean; ya las abejas doradas liban para sus colmenas, y en los nidos, que coronan las torres de las iglesias, asoman los garabatos ganchudos de las cigüeñas. Ya los olmos del camino y chopos de las riberas de los arroyos, que buscan al padre Duero, verdean. El cielo está azul, los montes sin nieve son de violeta. La tierra de Alvargonzález se colmará de riqueza; muerto está quien la ha labrado, mas no le cubre la tierra. II La hermosa tierra de España adusta, fina y guerrera Castilla, de largos ríos, tiene un puñado de sierras entre Soria y Burgos como reductos de fortaleza, como yelmos crestonados, y Urbión es una cimera. III Los hijos de Alvargonzález, por una empinada senda, para tomar el camino de Salduero a Covaleda, cabalgan en pardas mulas, bajo el pinar de Vinuesa. Van en busca de ganado con que volver a su aldea, y por tierra de pinares larga jornada comienzan. Van Duero arriba, dejando atrás los arcos de piedra del puente y el caserío de la ociosa y opulenta villa de indianos. El río. al fondo del valle, suena, y de las cabalgaduras los cascos baten las piedras. A la otra orilla del Duero canta una voz lastimera: «La tierra de Alvargonzález se colmará de riqueza, y el que la tierra ha labrado no duerme bajo la tierra.» IV Llegados son a un paraje en donde el pinar se espesa, y el mayor, que abre la marcha, su parda mula espolea, diciendo: —Démonos prisa; porque son más de dos leguas de pinar y hay que apurarlas antes que la noche venga. Dos hijos del campo, hechos a quebradas y asperezas, porque recuerdan un día la tarde en el monte tiemblan. Allá en lo espeso del bosque otra vez la copla suena: «La tierra de Alvargonzález se colmará de riqueza, y el que la tierra ha labrado no duerme bajo la tierra». V Desde Salduero el camino va al hilo de la ribera; va al hilo de la ribera; a ambas márgenes del río el pinar crece y se eleva, y las rocas se aborrascan, al par que el valle se estrecha. Los fuertes pinos del bosque con sus copas gigantescas y sus desnudas raíces amarradas a las piedras; los de troncos plateados cuyas frondas azulean, pinos jóvenes; los viejos, cubiertos de blanca lepra, musgos y líquenes canos que el grueso tronco rodean, colman el valle y se pierden rebasando ambas laderas Juan, el mayor, dice: —Hermano, si Blas Antonio apacienta cerca de Urbión su vacada, largo camino nos queda. —Cuando hacia Urbión alarguemos se puede acortar de vuelta, tomando por el atajo, hacia la Laguna Negra y bajando por el puerto de Santa Inés a Vinuesa. —Mala tierra y peor camino. Te juro que no quisiera verlos otra vez. Cerremos los tratos en Covaleda; hagamos noche y, al alba, volvámonos a la aldea por este valle, que, a veces, quien piensa atajar rodea. Cerca del río cabalgan los hermanos, y contemplan cómo el bosque centenario, al par que avanzan, aumenta, y la roqueda del monte el horizonte les cierra. El agua, que va saltando, parece que canta o cuenta: «La tierra de Alvargonzález se colmará de riqueza, y el que la tierra ha labrado no duerme bajo la tierra». |
CASTIGO I Aunque la codicia tiene redil que encierre la oveja, trojes que guarden el trigo, bolsas para la moneda, y garras, no tiene manos que sepan labrar la tierra. Así, a un año de abundancia siguió un año de pobreza. II En los sembrados crecieron las amapolas sangrientas; pudrió el tizón las espigas de trigales y de avenas; hielos tardíos mataron en flor la fruta en la huerta, y una mala hechicería hizo enfermar las ovejas. A los dos Alvargonzález maldijo Dios en sus tierras, y al año pobre siguieron largos años de miseria. III Es una noche de invierno. Cae la nieve en remolinos. Los Alvargonzález velan un fuego casi extinguido. El pensamiento amarrado tienen a un recuerdo mismo, y en las ascuas mortecinas del hogar los ojos fijos. No tienen leña ni sueño. Larga es la noche y el frío arrecia. Un candil humea en el muro ennegrecido. El aire agita la llama, que pone un fulgor rojizo sobre las dos pensativas testas de los asesinos. El mayor de Alvargonzález, lanzando un ronco suspiro, rompe el silencio, exclamando: —Hermano, ¡qué mal hicimos! El viento la puerta bate hace temblar el postigo, y suena en la chimenea con hueco y largo bramido. Después, el silencio vuelve, y a intervalos el pabilo del candil chisporrotea en el aire aterecido. El segundo dijo: —Hermano, ¡demos lo viejo al olvido! |
EL VIAJERO I Es una noche de invierno. Azota el viento las ramas de los álamos. La nieve ha puesto la tierra blanca. Bajo la nevada, un hombre por el camino cabalga; va cubierto hasta los ojos, embozado en negra capa. embozado en negra capa. Entrado en la aldea, busca de Alvargonzález la casa, y ante su puerta llegado, sin echar pie a tierra, llama. II Los dos hermanos oyeron una aldabada a la puerta, y de una cabalgadura los cascos sobre las piedras. Ambos los ojos alzaron llenos de espanto y sorpresa. —¿Quién es? Responda —gritaron. —Miguel —respondieron fuera. Era la voz del viajero que partió a lejanas tierras. III Abierto el portón, entróse a caballo el caballero y echó pie a tierra. Venía todo de nieve cubierto. En brazos de sus hermanos lloró algún rato en silencio. Después dio el caballo al uno, al otro, capa y sombrero, y en la estancia campesina buscó el arrimo del fuego. IV El menor de los hermanos, que niño y aventurero fue más allá de los mares y hoy torna indiano opulento, vestía con negro traje de peludo terciopelo, ajustado a la cintura por ancho cinto de cuero. Gruesa cadena formaba un bucle de oro en su pecho. Era un hombre alto y robusto, con ojos grandes y negros llenos de melancolía; la tez de color moreno, y sobre la frente comba enmarañados cabellos; el hijo que saca porte señor de padre labriego, a quien fortuna le debe amor, poder y dinero. De los tres Alvargonzález era Miguel el más bello; porque al mayor afeaba el muy poblado entrecejo bajo la frente mezquina, y al segundo, los inquietos ojos que mirar no saben ojos que mirar no saben de frente, torvos y fieros. V Los tres hermanos contemplan el triste hogar en silencio; y con la noche cerrada arrecia el frío y el viento. —Hermanos, ¿no tenéis leña? —dice Miguel. —No tenemos —responde el mayor. Un hombre, milagrosamente, ha abierto la gruesa puerta cerrada con doble barra de hierro. El hombre que ha entrado tiene el rostro del padre muerto. Un halo de luz dorada orla sus blancos cabellos. Lleva un haz de leña al hombro y empuña un hacha de hierro. |
EL INDIANO I De aquellos campos malditos, Miguel a sus dos hermanos compró una parte, que mucho caudal de América trajo, y aun en tierra mala, el oro luce mejor que enterrado, y más en mano de pobres que oculto en orza de barro. Diose a trabajar la tierra con fe y tesón el indiano, y a laborar los mayores sus pegujales tornaron. Ya con macizas espigas, preñadas de rubios granos, a los campos de Miguel tornó el fecundo verano; y ya de aldea en aldea se cuenta como un milagro, que los asesinos tienen la maldición en sus campos. Ya el pueblo canta una copla que narra el crimen pasado: «A la orilla de la fuente lo asesinaron. ¡qué mala muerte le dieron los hijos malos! En la laguna sin fondo al padre muerto arrojaron. No duerme bajo la tierra el que la tierra ha labrado». II Miguel, con sus dos lebreles y armado de su escopeta, hacia el azul de los montes, en una tarde serena, caminaba entre los verdes chopos de la carretera, y oyó una voz que cantaba: «No tiene tumba en la tierra. Entre los pinos del valle del Revinuesa, al padre muerto llevaron hasta la Laguna Negra». |
LA CASA I La casa de Alvargonzález era una casona vieja, con cuatro estrechas ventanas, separada de la aldea cien pasos y entre dos olmos que, gigantes centinelas, sombra le dan en verano, y en el otoño hojas secas. Es casa de labradores, gente aunque rica plebeya, donde el hogar humeante con sus escaños de piedra se ve sin entrar, si tiene abierta al campo la puerta. Al arrimo del rescoldo del hogar borbollonean dos pucherillos de barro, que a dos familias sustentan. A diestra mano, la cuadra y el corral; a la siniestra, huerto y abejar, y, al fondo, una gastada escalera, que va a las habitaciones partidas en dos viviendas. Los Alvargonzález moran con sus mujeres en ellas. A ambas parejas que hubieron, sin que lograrse pudieran, dos hijos, sobrado espacio les da la casa paterna. En una estancia que tiene luz al huerto, hay una mesa con gruesa tabla de roble, dos sillones de vaqueta, colgado en el muro, un negro ábaco de enormes cuentas, y unas espuelas mohosas sobre un arcón de madera. Era una estancia olvidada donde hoy Miguel se aposenta. Y era allí donde los padres veían en primavera el huerto en flor, y en el cielo el huerto en flor, y en el cielo de mayo, azul, la cigüeña —cuando las rosas se abren y los zarzales blanquean— que enseñaba a sus hijuelos a usar de las alas lentas. Y en las noches del verano, cuando la calor desvela, desde la ventana al dulce ruiseñor cantar oyeran. Fue allí donde Alvargonzález, del orgullo de su huerta y del amor a los suyos, sacó sueños de grandeza. Cuando en brazos de la madre vio la figura risueña del primer hijo, bruñida de rubio sol la cabeza, del niño que levantaba las codiciosas, pequeñas manos a las rojas guindas y a las moradas ciruelas, o aquella tarde de otoño, dorada, plácida y buena, él pensó que ser podría feliz el hombre en la tierra. Hoy canta el pueblo una copla que va de aldea en aldea: «¡Oh casa de Alvargonzález, qué malos días te esperan; casa de los asesinos, que nadie llame a tu puerta!» II Es una tarde de otoño. En la alameda dorada no quedan ya ruiseñores; enmudeció la cigarra. Las últimas golondrinas, que no emprendieron la marcha, morirán, y las cigüeñas de sus nidos de retamas, en torres y campanarios, huyeron. Sobre la casa de Alvargonzález, los olmos sus hojas que el viento arranca van dejando. Todavía las tres redondas acacias, en el atrio de la iglesia, conservan verdes sus ramas, y las castañas de Indias a intervalos se desgajan cubiertas de sus erizos; tiene el rosal rosas grana otra vez, y en las praderas brilla la alegre otoñada. En laderas y en alcores, en ribazos y en cañadas, el verde nuevo y la hierba, el verde nuevo y la hierba, aún del estío quemada, alternan; los serrijones pelados, las lomas calvas, se coronan de plomizas nubes apelotonadas; y bajo el pinar gigante, entre las marchitas zarzas y amarillentos helechos, corren las crecidas aguas a engrosar el padre río por canchales y barrancas. Abunda en la tierra un gris de plomo y azul de plata, con manchas de roja herrumbre, todo envuelto en luz violada. ¡Oh tierras de Alvargonzález, en el corazón de España, tierras pobres, tierras tristes, tan tristes que tienen alma! Páramo que cruza el lobo aullando a la luna clara de bosque a bosque, baldíos llenos de peñas rodadas, donde roída de buitres brilla una osamenta blanca; pobres campos solitarios sin caminos ni posadas, ¡oh pobres campos malditos, pobres campos de mi patria! |
LA TIERRA I Una mañana de otoño, cuando la tierra se labra, Juan y el indiano aparejan las dos yuntas de la casa. Martín se quedó en el huerto arrancando hierbas malas. II Una mañana de otoño, cuando los campos se aran, sobre un otero, que tiene el cielo de la mañana por fondo, la parda yunta de Juan lentamente avanza. Cardos, lampazos y abrojos, avena loca y cizaña, llenan la tierra maldita, tenaz a pico y a escarda. Del corvo arado de roble la hundida reja trabaja con vano esfuerzo; parece, que al par que hiende la entraña del campo y hace camino se cierra otra vez la zanja. «Cuando el asesino labre será su labor pesada; antes que un surco en la tierra, tendrá una arruga en su cara». III Martín, que estaba en la huerta cavando, sobre su azada quedó apoyado un momento; frío sudor le bañaba el rostro. Por el Oriente, la luna llena, manchada de un arrebol purpurino, lucía tras de la tapia del huerto. Martín tenía la sangre de horror helada. La azada que hundió en la tierra teñida de sangre estaba. IV En la tierra en que ha nacido supo afincar el indiano; por mujer a una doncella rica y hermosa ha tomado. La hacienda de Alvargonzález ya es suya, que sus hermanos todo le vendieron: casa, huerto, colmenar y campo. |
LOS ASESINOS I Juan y Martín, los mayores de Alvargonzález, un día pesada marcha emprendieron con el alba, Duero arriba. La estrella de la mañana en el alto azul ardía. Se iba tiñendo de rosa la espesa y blanca neblina de los valles y barrancos, y algunas nubes plomizas a Urbión, donde el Duero nace, como un turbante ponían. Se acercaban a la fuente. El agua clara corría, sonando cual si contara una vieja historia, dicha mil veces y que tuviera mil veces que repetirla. Agua que corre en el campo dice en su monotonía: Yo sé el crimen, ¿no es un crimen, cerca del agua, la vida? Al pasar los dos hermanos relataba el agua limpia: relataba el agua limpia: «A la vera de la fuente Alvargonzález dormía». II —Anoche, cuando volvía a casa— Juan a su hermano dijo—, a la luz de la luna era la huerta un milagro. Lejos, entre los rosales, divisé un hombre inclinado hacia la tierra; brillaba una hoz de plata en su mano Después irguióse y, volviendo el rostro, dio algunos pasos por el huerto, sin mirarme, y a poco lo vi encorvado otra vez sobre la tierra. Tenía el cabello blanco. La luz llena brillaba, y era la huerta un milagro. III Pasado habían el puerto de Santa Inés, ya mediada la tarde, una tarde triste de noviembre, fría y parda. Hacia la Laguna Negra silenciosos caminaban. IV Cuando la tarde caía, entre las vetustas hayas, y los pinos centenarios, un rojo sol se filtraba. Era un paraje de bosque y peñas aborrascadas; aquí bocas que bostezan o monstruos de tierras garras; allí una informe joroba, allá una grotesca panza, torvos hocicos de fieras y dentaduras melladas, rocas y rocas, y troncos y troncos, ramas y ramas. En el hondón del barranco la noche, el miedo y el agua. V Un lobo surgió, sus ojos lucían como dos ascuas. Era la noche, una noche húmeda, oscura y cerrada. Los dos hermanos quisieron volver. La selva ululaba. Cien ojos fieros ardían en la selva, a sus espaldas. en la selva, a sus espaldas. VI Llegaron los asesinos hasta la Laguna Negra, agua transparente y muda que enorme muro de piedra, donde los buitres anidan y el eco duerme, rodea; agua clara donde beben las águilas de la sierra, donde el jabalí del monte y el ciervo y el corzo abrevan; agua pura y silenciosa que copia cosas eternas; agua impasible que guarda en su seno las estrellas. ¡Padre!, gritaron; al fondo de la laguna serena cayeron, y el eco ¡padre! repitió de peña en peña.
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(Nuevas canciones (1917-1930) I Desde mi ventana , ¡campo de Baeza a la luna clara! ¡Montes de Cazorla, Aznaitín y Mágina! ¡De luna de piedra también los cachorros de Sierra Morena! II Sobre el olivar, se vio la lechuza volar y volar. Campo, campo, campo. Entre los olivos, los cortijos blancos. Y la encina negra a medio camino de Úbeda a Baeza. III Por un ventanal, entró la lechuza en la catedral. San Cristobalón la quiso espantar al ver que bebía el velón de aceite de Santa María. La Virgen habló: Déjala que beba, San Cristobalón.
IV Sobre el olivar se vio la lechuza volar y volar. A Santa María un ramito verde volando traía. ¡Campo de Baeza, soñaré contigo cuando no te vea! V Dondequiera vaya, José de Mairena lleva su guitarra. Su guitarra lleva, cuando va a caballo, a la bandolera. Y lleva el caballo con la rienda corta, la cerviz en alto.
VI ¡Pardos borriquillos de ramos cargados, entre los olivos!
VII ¡Tus sendas de cabras y sus madroñeras, Córdoba serrana!
VIII ¡La del Romancero, Córdoba la llana!... Guadalquivir hace vega, el campo relincha y brama.
IX Los olivos grises, los caminos blancos. El sol ha sorbido la color del campo y hasta tu recuerdo me lo va sacando este alma de polvo de los días malos.
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(La luna, la sombra y el bufón)
I |
tan oronda, tan redonda en esta noche serena de marzo, panal de luz que labran blancas abejas! PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS DEDICADOS A LA LUNA |
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¡Oh,
la saeta, el cantar
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I No es profesor de energía Francisco de Icaza, sino de melancolía. II De su raza vieja tiene la palabra corta, honda la sentencia. III Como el olivar, mucho fruto lleva poca sombra da IV En su claro verso se canta y medita sin grito ni ceño. V Y en perfecto rimo _así a la vera del agua el doble chopo del río_. VI Sus cantares llevan agua de remanso, que parece quieta. y que no lo está; más no tiene prisa por ir a la mar. VII Tienen sus canciones aromas y acíbar de viejos amores. Y del indio sol madurez de fruta de rico sabor VIII Francisco de Icaza, de la España vieja, y de Nueva España, que en áureo centén se graben tu lira y tu perfil de virrey. |
Canciones a Guiomar |
del brazo de un capitán. Cantad, niñas, en corro: ¡Viva Fermín Galán! ¡La primavera ha venido y don Alfonso se va! Muchos duques le acompañan hasta cerca de la mar. Las cigüeñas de las torres quisieran verlo embarcar. PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS SOBRE HECHOS Y PERSONAJES HISTÓRICOS Y AQUÍ PARA LEER POEMAS RELACIONADOS CON LAS ESTACIONES DEL AÑO |
Otra vez en la noche...Es el martillo de la fiebre en las sienes vendadas del niño. _Madre, ¡el pájaro amarillo! ¡Las mariposas negras y moradas! _Duerme, hijo mío_. Y la manta oprime la madre junto al lecho. _¡Oh, flor de fuego1 ¿quién ha de helarte, flor de sangre, dime? hay en la pobre alcoba olor de espliego; fuera, la oronda luna que blanquea cúpula y torre de la ciudad sombría. Invisible avión moscordonea. _¿Duermes, oh dulce flor del alma mía? El cristal del balcón repiquetea. _Oh, fría, fría, fría, fría! PULSA AQUÍ PARA LEER POEMAS DE PROTAGONISTA INFANTIL/ESCUELA |
A Federico García Lorca Se le vio caminando entre fusiles, por una calle larga, salir al campo frío, aún con estrellas, de la madrugada. mataron a Federico cuando la luz asomaba. El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara. Todos cerraron los ojos; rezaron: ¡ni Dios te salva! Muerto cayó Federico _sangre en el frente y plomo en las entrañas_ ...Que fue en Granada el crimen, sabed _¡pobre Granada!_, en su Granada.
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"¡Madrid, Madrid! ¡Que bien tu nombre suena!"
¡Madrid, Madrid! ¡Qué bien tu nombre suena, rompeolas de todas las Españas! La tierra se desgarra, el cielo truena, tú sonríes con plomo en las entrañas!
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(JUAN DE MAIRENA, SENTENCIAS, DONAIRES, APUNTES Y RECUERDOS DE UN PROFESOR APÓCRIFO, 1934-1936)
HABLA JUAN DE MAIRENA A SUS ALUMNOS _ Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: "Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa": El alumno escribe lo que se le dicta. _Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético. El alumno, después de meditar, escribe: "Lo que pasa en la calle". Mairena: _ No está mal. * * * LA PEDAGOGÍA, SEGÚN JUAN DE MAIRENA EN 1940 _ Señor Gonzálvez. _ Presente _ Respóndame sin titubear. ¿Se puede comer judías con tomate? (El maestro mira atentamente su reloj) _ ¡Claro que sí! _¿Y tomate con judías? _ También _ ¿Y judíos con tomate? _ Eso ... no estaría bien. _ ¡Claro! Sería un caso de antropofagia. Pero siempre se podría comer tomate con judíos. ¿No es cierto? _ Eso... _ Reflexione un momento. _ Eso, no El chico no ha comprendido la pregunta. _Que me traigan una cabeza de burro para este niño * * * Al hombre público, muy especialmente al político, hay que exigirle que posea las virtudes públicas, todas las cuales se resumen en una: fidelidad a la propia máscara. Decía mi maestro Abel Martín _habla Mairena a sus discípulos de Sofística_ que un hombre público que queda mal en público es mucho peor que una mujer pública que no queda bien en privado. Bromas aparte _añadía_, reparad en que no hay lío político que no sea un trueque, una confusión de máscaras, un mal ensayo de comedia, en que nadie sabe su papel. Procurad, sin embargo, los que vais para políticos, que vuestra máscara sea, en lo posible, obra vuestra; hacéosla vosotros mismos, para evitar que os la pongan _que os la impongan_ vuestros enemigos o vuestros correligionarios; y no la hagáis tan rígida, tan imporosa e impermeable que os sofoque el rostro, porque, más tarde o más temprano, hay que dar la cara. * * * Cuando leemos en los periódicos noticias de esas grandes batallas en que mueren miles y miles de hombres, ¿cómo podemos dormir aquella noche? Dormimos, sin embargo, y nos despertamos pensando en otra cosa ¡Y es que tenemos tan poca imaginación! Porque si vemos un perro _no ya un hombre_ que muere a nuestro lado, somos capaces de llorarle; nuestra simpatía y nuestra piedad le acompañan. Pero también para nosotros, como para Galileo, naturaleza está escrita en lengua matemática, que es la lengua de nuestro pensamiento; y la tragedia pensada, puramente aritmética, no puede convencernos. ¿Necesitamos plañideras contra las guerras que se avecinan; madres desmelenadas, con sus niños en brazos gritando: "No más guerras"? Acaso tampoco serviría de mucho. Porque no faltaría una voz imperativa, que no sería la de Sócrates, para mandar callar a esas mujeres: "Silencio, porque van a hablar los cañones". * * * Ejercicios de sofística, por Juan de Mairena La serie de los números pares es justamente la mitad de la serie total de los números. La serie de los números impares es exactamente la otra mitad. La serie de los pares y la serie de los impares son ambas infinitas. La serie total de los números es también infinita. ¿Será, entonces, doblemente infinita que la serie de los pares y la serie de los impares? Sería absurdo pensarlo, porque el concepto de infinito no admite ni más ni menos. ¿Entonces, las partes _ las serie par e impar_ serán iguales al todo? _Átenme Vds. esa mosca por el rabo, y díganme en qué consiste lo sofístico de este razonamiento. Mairena gustaba de hacer razonar en prosa a sus alumnos para que no razonasen en verso. |
"No
hay regla sin excepción, se dice". ¿Es cierto? Yo no me atrevería a
asegurarlo. De todos modos, si esta afirmación contiene verdad, será una
verdad de hecho, que no satisface plenamente a la razón. "Pero toda
excepción _ se añade_ confirma la regla". Cierto que si toda excepción lo
es de una regla, donde hay excepción hay regla, y quien piensa la
excepción piensa también la regla. Esto ya es una verdad de razón, es
decir de Pero Grullo, mera tautología que nadie nos enseña. Hasta aquí el
sentido común. Y de aquí en adelante el trabajo ingenioso de la tontería
humana. 1º. Si toda excepción confirma la regla, una regla con excepciones sería más regla que una regla sin excepciones, a la cual faltaría la excepción que la confirmase. 2º. Tanto más regla será una regla cuanto más abunde en excepciones. 3º. La regla ideal sólo contendría excepciones. (Continuar por razonamientos encadenados, hasta alcanzar el vórtice de la estupidez) |
Para que la palabra entelequia signifique algo en castellano ha sido preciso que la empleen los que no saben griego ni han leído a Aristóteles. Así la ignorancia puede ser creadora, y lo sería mucho más sin la pedantería que, frecuentemente, le sale al paso. |