Arcipreste de Talavera

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Ejemplo 1
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Ejemplo 7
Ejemplo 8

  [Ejemplo 1]

Contarte he un ejemplo que conteció en Barcelona: una reina era muy honesta con infingimiento de vanagloria, que pensaba haber más firmeza que otra, diciendo que cuál era la vil mujer que a hombre su cuerpo libraba por todo el haber que fuese al mundo. Tanto lo dijo públicamente de cada un día, que un caballero votó al vero palo si supiese morir en la demanda de probarla por vía de recuesta o demanda si por dones libraría su cuerpo.

Y un día el caballero dijo: «Señora, ¡oh qué hermosa sortija tiene vuestra merced con tan hermoso diamante! Pero, señora, ¿quién uno vos presentase que valiese más que diez, vuestra merced amar podría a tal hombre?». La reina respondió: «No le amaría aunque me diese uno que valiese más que ciento». Replicó el caballero y dijo: «Señora, si vos diese un rubí un gentil hombre que hiciese luz como un antorcha, ¿amarlo ibais, señora?».

Respondió: «Ni aunque reluciese como cuatro antorchas». Tornó el caballero y dijo: «Señora, quien vos diese una ciudad tamaña como Roma cuando estaba en su éser, principado y señorío de todo el mundo, ¿amarle ibais, señora?». Respondió: «Ni aunque me diese un reino de Castilla». Desde que vio el caballero que no podía entrar por dádivas, tentola de señorío y dijo: «Señora, quien vos hiciese del mundo emperadora y que todos los hombres y mujeres vos besasen las manos por señora, señora ¿amarle ibais?». Entonces la reina suspiró muy fuertemente y dijo: «¡Ay, amigo! tanto podría el hombre dar que...!». Y no dijo más. Entonces el caballero comenzose de sonreír, y dijo entre sí: «Si yo tuviese ahora qué dar, la mala mujer en las manos la tenía». Y la reina pensó en sí, y vio que había mal dicho, y conoció entonces que a dádivas no hay acero que resista, cuanto más persona que es de carne y naturalmente trae consigo la desordenada codicia.

[Ejemplo 2]

Vi más en la dicha ciudad de Tortosa, por ojo, dos cosas muy fuertes de creer, pero, ¡por Dios, yo las vi! Una mujer cortó sus vergüenzas a un hombre enamorado suyo, al cual llamaban Juan Orenga, guarnecedor de espadas, natural de Tortosa, porque supo que se era con otra echado.

Tomole un día retozando su vergüenza en la mano y cortóselo con una navaja, y dijo: «¡Traidor, ni a ti ni a mí ni a otra jamás nunca servirá!». Tiró y cortolo, y dio a huir luego ella, y quedó el cuitado desangrándose. Y yo fui hablar con él a su cama y me lo contó todo cómo le engañara, y la manera fue esta: ella se había quejado a su marido que no se podía defender de aquel mancebo, y el marido suyo era marinero y patrón de una barca de llevar trigo y lanas, y no se atrevía a hacer él lo que la mujer suya hizo, por cuanto tenía muchos parientes el otro enamorado en la ciudad; pero dijo: «Mujer, yo cargaré mi barca para Barcelona, y mientras yo en el viaje, haz tú lo que conviene». Y así se hizo, que partió el marido con su barca. Fue luego la mujer a decir al enamorado, lunes por la mañana, estando él poniendo su tienda y sus espadas colgando en su botica, y díjole: «Orenga, hoy en el alba partió mi marido; vente cuando quieras».

El otro amoló oír. Y ella fuese a su casa y tomó una navaja y púsola entre los almadraques bien escondida. Y adobó el cerrojo de la escalera y de la puerta de la calle para cuando huyese y lo pudiese bien cerrar. Y el otro vino con su espada y broquel y entró. Y ella díjole: «Sube acá». Y él subió a la cámara, y díjole: «Pon la espada y el broquel, que bien sé que no has de estar armado». Y él fiose de ella e hízolo así. Y comenzó con ella a retozar, y queríala echar en la cama; y ella nunca consintió, sino que quería estar a la cama arrimada donde tenía la navaja. Y él, medio cansado, hubo de hacer lo que ella quería; pero estaba tan frío que no podía usar con ella. Y ella, desde que vio esto, tomóselo en la mano riendo y jugando, y, cuando vio que era hora, volvió la otra mano hacia los almadraques y sacó la navaja y tiró y cortóselo todo con la navaja, y aun en el muslo un poco, y dio a huir la escalera abajo y cerró tras sí; y el otro quedó desangrándose, y así se le llevaron de allí.

[Ejemplo 3]

Un hombre muy sabio era en las partes de levante, en el reino de Escocia, en una ciudad por nombre Salustria. Este tenía una hermosa mujer y de gran linaje; y ensoberbecida de su hermosura -como, mal pecado, algunas hacen hoy día- cometió contra el marido adulterio, siendo de muchos amada y aun deseada, tanto que, el fuego hecho, hubo de salir humo. El buen hombre sintió su mal y, sabiamente usando, mejor que algunos que dan luego de la cabeza a la pared, dejó pasar un día, y diez, y veinte, y pensó cómo daría remedio al dicho mal. Pensó: «Si la mato, perdido soy; que tiene dos cosas por sí: parientes, que procederán contra mí; la justicia porque ninguno no debe tomarla por sí sin conocimiento de derecho y legítimos testigos, dignos de fe y buenas probanzas, con instrumentos y otras escrituras auténticas -e esto delante aquel que es por la justicia del Rey presidente o gobernador, corregidor o regidor- y ninguno por sí no debe tomar venganza ni punir a otro ninguno. Y según esto, pues yo de mí sin probanzas no lo puedo hacer. Ítem más, los parientes dirán que se lo levanté por matarla y quererme con otra de nuevo ayuntar; haberlos he por enemigos». Pues visto todo lo susodicho, y los males y daños que de ello se pudieran recrecer, no la quiso matar de su mano por no ser destruido; no quiso matarla por vía de justicia, que fuera difamado. Fue sabio y usó de arte según el mundo, aunque según Dios escogió lo peor. Por ende pensó de acabar de ella por otra vía que él sin culpa fuese al mundo -aunque a Dios no, según dije, por cuanto el que da causa al daño y por su razón se hace, tenido es al daño- mas quisiera él que pareciera ella ser de su propia muerte causa. Y por tanto tomó ponzoñas confeccionadas y mezclolas con del mejor y más odorífero vino que pudo haber, por cuanto a ella no le amargaba buen vino, y púsolo en una ampolla de vidrio, y dijo: «Si yo esta ampolla pongo donde ella la vea, aunque yo le mande "Cata que no gustes de esto", ella, como es mujer, lo que le yo vedare aquello más hará y no dejará de beber de ello por la vida, y así morirá». Dicho y hecho: el buen hombre sabio tomó la ampolla y púsola en una ventana donde ella la viese. Y luego dijo ella: «¿Qué ponéis ahí, marido?». Respondió él: «Mujer, aquesta ampolla, pero mándote y ruego que no gustes de lo que dentro tiene; que si lo gustares luego morirás, así como nuestro Señor dijo a Eva». Y esto le dijo en presencia de todos los de su casa porque fuesen testigos. Y luego hizo que se iba. Y aún no fue a la puerta, que ella luego tomó la ampolla, y dijo: «¡A osadas! ¡Quemada me vean si no veo qué es esto!». Y olió el ampolla y vio que era vino muy fino, y dijo: «¡Tómate allá, qué marido y qué solaz! ¿De esto dijo que no gustase yo? ¡Pascua mala me dé Dios si con esta mancilla quedo! ¡No plega a Dios que él solo lo beba; que las buenas cosas no son todas para boca de Rey!». Dio con ella a la boca y bebió un poco, y luego cayó muerta. Desde que el marido sintió las voces, dijo: «¡Dentro yace la matrona!». Luego entró corriendo el marido mesándose las barbas, diciendo a altas voces: «¡Ha, mezquino de mí!». Pero bajo decía: «¡Que tan tarde lo comencé!». En altas voces decía: «Cautivo, ¡qué será de mí!». En su corazón decía: «¡Si no muere esta traidora!». Iba a ella y tiraba de ella pensando que se levantaría; pero allí acabó sus días. Pues catad aquí cómo la mujer por no querer ser obediente, lo que le vedaron aquello hizo primero, y murió como otras por esta guisa mueren.

[Ejemplo 4]

Otra mujer eso mismo cometió otro tanto: ella hacía a su marido maldad; el marido dijo: «Espera, que yo te acabaré». Hizo hacer un arca con tres cerraduras y puso dentro una ballesta de acero armada, y cada que la abrían dábale el viratón por los pechos a aquel que la abría; y púsola en su palacio, y dijo: «Mujer, yo te ruego que tú no abras esta arca, si no, al punto que la abrieres luego morirás. Cata que así te lo mando y digo delante estos que presentes están, y séame Dios testigo, que si el contrario hicieres, que tú te arrepentirás; y no digo más». Y dicho esto en ese punto partió y se fue a su mercadería. Y luego, él partido, la mujer comenzó de pensar un día, otro día, una noche y diez noches, tanto que ya reventaba de pensamiento y basqueaba de corazón que no lo podía soportar. Y un día dijo: «¡Mal gozo vean de mí si alguna cosa secreta que no querría mi marido que yo viese o supiese no puso en esta arca; que cuantas cerraduras le puso y tanto me vedó que no la abriese! Pues no se me irá con esta: que aunque morir supiese de mala muerte, yo la abriré y veré qué cosa tiene dentro». Fue luego a decerrajar el arca, y al alzar del tapadero de ella, disparó la ballesta y diole por los pechos, y luego cayó muerta. Pues ved aquí en cómo la mujer morir o reventar o hacer lo contrario de lo que le es vedado.

[Ejemplo 5]

Una mujer tenía un hombre en su casa, y sobrevino su marido y húbole de esconder tras la cortina. Y cuando el marido entró dijo: «¿Qué haces, mujer?». Respondió: «Marido, siéntome enojada». Y asentose el marido en el banco delante la cama, y dijo: «Dame a cenar». Y el otro que estaba escondido, no podía ni osaba salir. E hizo la mujer que entraba tras la cortina a sacar los manteles, y dijo al hombre: «Cuando yo los pechos pusiere a mi marido delante, sal, amigo, y vete». Y así lo hizo. Dijo: «Marido, no sabes cómo se ha hinchado mi teta, y rabio con la mucha leche». Dijo: «Muestra, veamos». Sacó la teta y diole un rayo de leche por los ojos que lo cegó del todo, y en tanto el otro salió. Y dijo: «¡Oh hija de puta, cómo me escuece la leche!». Respondió el otro que se iba: «¿Qué debe hacer el cuerno?». Y el marido, como que sintió ruido al pasar y como no veía, dijo: «¿Quién pasó ahora por aquí? Pareciome que hombre sentí».

Dijo ella: «El gato, cuitada, es que me lleva la carne». Y dio a correr tras el otro que salía, haciendo ruido que iba tras el gato, y cerró bien su puerta y tornose, corrió y halló su marido, que ya bien veía, mas no el duelo que tenía. Pues así acostumbran las mujeres sus mentiras esforzar con arte.

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[Ejemplo 6]

Otro ejemplo te diré: otra mujer tenía un fraile tras la cama escondido; desde que vino su marido, no sabía cómo sacarle fuera. Fuese a su marido y díjole: «¿Dónde vos arrimastes, que venís lleno de pelos?». El marido volvió para que la mujer le alimpiase los pelos, y, vueltas las espaldas, salió el fraile que estaba escondido. Y dijo el marido: «Pareciome como que salió hombre por aquí». Dijo ella: «Amigo, ¿dónde venís, o estáis en vuestro seso? ¡Guay de mí! ¿Y quién suele entrar aquí? ¡Guay, turbado venís de alguna enamorada! ¡los gatos vos parecen hombres, señal de buena pascua!». Luego calló el marido y dijo: «¡Calla, loca, calla!, que por probarte lo decía». Y así hizo y hace la mujer su mentira verdad.

       [Ejemplo 7]

Otra, teniendo otro escondido, de noche, vino su marido y hubo de esconder el otro so la cama; y cuando el marido entró, hizo la candela caediza y apagose. Y dijo la mujer al marido: «Andad aquí conmigo, dadme aquí un alguaquida». Y mientra salió a darle un alguaquida el marido de la cámara, salió el otro de yuso la cama y fuese luego abajo y salió por el establo.

[Ejemplo 8]

Otra mujer tenía otro escondido tras la cortina -e no sabía cómo sacarlo en el mundo, y el marido no salía de la cámara- presumió un arte tal: fuese para la cocina y tomó una caldera nueva que ese día había comprado, y llevola al marido y dijo: «¡Oh cuitada, cómo fui hoy engañada! Compré esta caldera por sana y está horadada. Verás, marido». Y pusósela delante la cara e hizo del ojo al otro que saliese. Y mientras que miraba si era o no era horadada, salió el otro de la cámara. Y dijo el marido: «¡Anda, para loca, que sana está, sana!». Y luego dio la mujer una palmada en la caldera y dijo: «¡Bendito sea Dios, que yo pensé que estaba horadada!». Y así se fue el otro de casa.

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