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Luis Cernuda

¿Dónde huir?

Estaba tendido

Te quiero

Monarquías de un beso

Como los erizos

Contigo

Un español habla de su tierra

Quisiera saber por qué esta muerte

A Larra, con unas violetas

Niño tras un cristal

Asísteme en tu honor, oh tu, soneto...

Tres misterios gozosos

Los marineros son las alas del amor

El mar es un olvido

Noche de luna

´´   ¿Dónde huir? Tibio vacío,

ingrávida somnolencia

retiene aquí mi presencia,

toda moroso albedrío,

en este salón tan frío

reino del tiempo tirano.

¿De qué nos sirvió el verano,

oh ruiseñor en la nieve,

si sólo un mundo tan breve

ciñe al soñador en vano?   

(Primeras poesías; 1924-1927)

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.

ESTABA TENDIDO

Estaba tendido y tenía entre mis brazos un cuerpo como la seda. Lo besé en los labios, porque el río pasaba por debajo. Entonces se burló de mi amor.

Sus espaldas parecían dos alas plegadas. Lo besé en las espaldas, porque el agua sonaba debajo de nosotros. Entonces lloró al sentir la quemadura de mis labios.

Era un cuerpo maravilloso que se desvaneció entre mis brazos. Besé su huella; mis lágrimas la borraron. Como el agua continuaba fluyendo, dejé caer en ella un puñal, un ala y una sombra.

De mi mismo cuerpo recorté otra sombra, que sólo me sigue a la mañana: Del puñal y el ala, nada sé.

(LOS PLACERES PROHIBIDOS, 1931)

 

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.

TE QUIERO

Te quiero.

Te lo he dicho con el viento,

jugueteando como animalillo en la arena

o iracundo como órgano tempestuoso;

te lo he dicho con el sol,

que dora desnudos cuerpos juveniles

y sonríe en todas las cosas inocentes,

te lo he dicho con las nubes,

frentes melancólicas que sostienen el cielo,

tristezas fugitivas;

te lo he dicho con las plantas,

leves criaturas transparentes

que se cubren de rubor repentino;

te lo he dicho con el agua,

vida luminosa que vela un fondo de sombra;

te lo he dicho con el miedo,

te lo he dicho con la alegría,

con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta:

más allá de la vida,

quiero decírtelo con la muerte;

más allá del amor,

quiero decírtelo con el olvido.

(Los placeres prohibidos, 1931)

 

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Monarquías de un beso

Derriban gigantes de los bosques para hacer un durmiente,
derriban los instintos como flores,
deseos como estrellas,
Para hacer sólo un hombre con su estigma de hombre.
Que derriben también imperios de una noche,
monarquías de un beso,
no significa nada;
que derriben los ojos, que derriben las manos como estatuas
vacías,
acaso dice menos.
Mas este amor cerrado por ver sólo su forma,
su forma entre las brumas escarlata,
quiere imponer la vida, como otoño ascendiendo tantas hojas
hacia el último cielo,
donde estrellas
sus labios dan a otras estrellas,
donde mis ojos, estos ojos,
se despiertan en otros.

 

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 Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron  el amor. El resultado fue, ya lo sabéis, como en los erizos.

¿Qué queda de las alegrías y penas del amor cuando éste  desaparece? Nada, o peor que nada; queda el recuerdo de un olvido. Y menos mal cuando no lo punza la sombra de aquellas espinas; de aquellas espinas, ya sabéis.

Las siguientes páginas son el recuerdo de un olvido.

( Donde habite el olvido, 1932)

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Contigo

  ¿Mi tierra?

Mi tierra eres tú.

¿Mi gente?

Mi gente eres tú.

El destierro y la muerte

para mi están adonde

no estés tú.

¿Y mi vida?

Dime, mi vida,

¿qué es, si no eres tú?

 

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 Un español habla de su tierra

Las playas, parameras

Al rubio sol durmiendo,

Los oteros, las vegas

En paz, a solas, lejos;

Los castillos, ermitas,

Cortijos y conventos,

La vida con la historia,

Tan dulces al recuerdo,

Ellos, los vencedores

Caínes sempiternos,

De todo me arrancaron.

Me dejan el destierro.

Una mano divina

Tu tierra alzó en mi cuerpo

Y allí la voz dispuso

Que hablase tu silencio.

Contigo solo estaba,

En ti sola creyendo;

Pensar tu nombre ahora

Envenena mis sueños.

Amargos son los días

De la vida, viviendo

Sólo una larga espera

A fuerza de recuerdos.

Un día, tú ya libre

De la mentira de ellos,

Me buscarás. Entonces

¿Qué ha de decir un muerto?

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 Quisiera saber por qué esta muerte
Quisiera saber por qué esta muerte
al verte, adolescente rumoroso,
mar dormido bajo los astros ciegos,
aún constelado por escamas de sirenas,
o seda que despliegan
cambiante de fuegos nocturnos
y acordes palpitantes,
rubio igual que la lluvia,
sombrío igual que la vida es a veces.

Aunque sin verme desfiles a mi lado,
huracán ignorante,
estrella que roza mi mano abandonada su eternidad,
sabes bien, recuerdo de siglos,
cómo el amor es lucha
donde se muerden dos cuerpos iguales.

Yo no te había visto;
miraba los animalillos gozando bajo el sol verdeante,
despreocupado de los árboles iracundos,
cuando sentí una herida que abrió la luz en mí;
el dolor enseñaba
cómo una forma opaca, copiando luz ajena,
parece luminosa.

Tan luminosa,
que mis horas perdidas, yo mismo,
quedamos redimidos de la sombra,
para no ser ya más
que memoria de luz;
de luz que vi cruzarme,
seda, agua o árbol, un momento.

 

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A Larra, con unas violetas

Aún se queja su alma vagamente,
el oscuro vacío de su vida.
Más no pueden pesar sobre esa sombra
algunas violetas,
y es grato así dejarlas,
frescas entre la niebla,
con la alegría de una menuda cosa pura
que rescatara aquel dolor antiguo.

Quien habla ya a los muertos,
mudo le hallan los que viven.
Y en este otro silencio, donde el miedo impera,
recoger esas flores una a una
breve consuelo ha sido entre los días
cuya huella sangrienta llevan las espaldas
por el odio cargadas con una piedra inútil.

Si la muerte apacigua
tu boca amarga de Dios insatisfecha,
acepta un don tan leve, sombra sentimental,
en esa paz que bajo tierra te esperaba,
brotando en hierba, viento y luz silvestres,
el fiel y último encanto de estar solo.

Curado de la vida, por una vez sonríe,
pálido rostro de pasión y de hastío.
Mira las calles viejas por donde fuiste errante,
el farol azulado que te guiara, carne yerta,
al regresar del baile o del sucio periódico,
y las fuentes de mármol entre palmas:
aguas y hojas, bálsamo del triste.

La tierra ha sido medida por los hombres,
con sus casas estrechas y matrimonios sórdidos,
su venenosa opinión pública y sus revoluciones
más crueles e injustas que las leyes,
como inmenso bostezo demoníaco;
no hay sitio en ella para el hombre solo,
hijo desnuda y deslumbrante del divino pensamiento.

Y nuestra gran madrastra, mírala hoy deshecha,
miserable y aún bella entre las tumbas grises
de los que como tú, nacidos en su estepa,
vieron mientras vivían morirse la esperanza,
y gritaron entonces, sumidos por tinieblas,
a hermanos irrisorios que jamás escucharon.

Escribir en España no es llorar, es morir,
porque muere la inspiración envuelta en humo,
cuando no va su llama libre en pos del aire.
Así, cuando el amor, el tierno monstruo rubio,
volvió contra ti mismo tantas ternuras vanas,
tu mano abrió de un tiro, roja y vasta, la muerte.

Libre y tranquilo quedaste en fin un día,
aunque tu voz sin ti abrió un dejo indeleble.
Es breve la palabra como el canto de un pájaro,
mas un claro jirón puede prenderse en ella
de embriaguez, pasión, belleza fugitivas,
y subir, ángel vigía que atestigua del hombre,
allá hasta la región celeste e impasible
.

(Las nubes)

 

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Niño tras un cristal

Al caer la tarde, absorto

tras el cristal, el niño mira

llover. La luz que se ha encendido

en un farol contrasta

la lluvia blanca con el aire oscuro.

 La habitación a solas

le envuelve tibiamente,

y el visillo, velando

sobre el cristal, como una nube,

le susurra lunar encantamiento.

 El colegio se aleja. Es ahora

la tregua, con el libro

de historias y de estampas

bajo la lámpara, la noche,

el sueño, las horas sin medida.

 Vive en el seno de su fuerza tierna,

todavía sin deseo, sin memoria,

el niño, y sin presagio

que afuera el tiempo aguarda

con la vida, al acecho.

 En su sombra ya se forma la perla.

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"Asísteme en tu honor, oh tú, soneto."                  
"Aquí estoy. ¿Qué me quieres?" "Escribirte."
"Ello propuesto así, debo decirte
que no me gusta tu primer cuarteto."
"No pido tu opinión, sí tu secreto."
"Mi secreto es a voces: advertirte
le cumple a estrofa nueva el asistirte.
Ya me basta de lejos tu respeto."
"Entonces ..." "Era entonces. Ahora cesa.
Rima y razón, color y olor tal rosa,
tuve un día con Góngora y Quevedo."
"Mas Mallarmé ..." "Retórica francesa.
En plagio nazco hoy, muero en remedo.
No me escribas, poeta, y calla en prosa."

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Tres misterios gozosos
El cantar de los pájaros, al alba,
cuando el tiempo es más tibio,
alegres de vivir, ya se desliza
entre el sueño, y de gozo
contagia a quien despierta al nuevo día.
Alegre sonriendo a su juguete
pobre y roto, en la puerta
de la casa juega solo el niñito
consigo, y en dichosa
ignorancia, goza de hallarse vivo.

El poeta, sobre el papel soñando
su poema inconcluso,
hermoso le parece, goza y piensa
con razón y locura
que nada importa: existe su poema.

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Los marineros son las alas del amor,
son los espejos del amor,
el mar les acompaña,
y sus ojos son rubios lo mismo que el amor
rubio es también, igual que son sus ojos.
La alegría vivaz que vierten en las venas
rubia es también,
idéntica a la piel que asoman;
no les dejéis marchar porque sonríen
como la libertad sonríe,
luz cegadora erguida sobre el mar.
Si un marinero es mar,
rubio mar amoroso cuya presencia es cántico,
no quiero la ciudad hecha de sueños grises;
quiero sólo ir al mar donde me anegue,
barca sin norte,
cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia.

  

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El mar es un olvido,
una canción, un labio;
el mar es un amante,
fiel respuesta al deseo.
Es como un ruiseñor,
y sus aguas son plumas;
impulsos que levantan
a las frías estrellas.
Sus caricias son sueño,
entreabren la muerte,
son lunas accesibles,
son la vida más alta.
Sobre espaldas oscuras
las olas van gozando.

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Noche de luna
V
ida tras vida, fueron
olvidando los hombres
aquella diosa virgen
que misteriosamente, desde el cielo,
con amor apacible
asiste a sus vigilias
en el silencio dulce de las noches.
Ella ha sido quien viera los abuelos
remotos, cuando abordan
en sus pintados barcos,
y ágiles y desnudos se apoderan
con un trémulo imperio de esta tierra,
así como el amante
arrebata y penetra el cuerpo amado.
Sus trabajos vió luego, sus cohabitaciones,
y otros seres menudos,
inhábiles, gritando entre los brazos
de los dominadores, y sus mujeres lánguidas
sonreír débilmente a la raza naciente.
Miró sus largas guerras
con pueblos enemigos
y el azote sagrado
de luchas fratricidas;
contempló esclavitudes y triunfos,
prostituciones, crímenes,
prosperidad, traiciones,
el sordo griterío,
todo el horror humano que salva la hermosura,
y con ella la calma,
la paz donde brota la historia.
También miró el arado
con el siervo pasando
sobre el antiguo campo de batalla,
fertilizado por tanto cuerpo joven;
y en ese mismo suelo ha visto correr luego
al orgulloso dueño sobre caballos recios,
mientras la hierba, ortiga y cardo
brotaban por las vastas propiedades.
Cuánta sangre ha corrido
ante el destino intacto de la diosa.
Cuánto semen viril
vio surgir entre espasmos
de cuerpos hoy deshechos
en el polvo y el viento,
cuyos átomos yerran en leves nubes grises,
velando al embeleso de vasta descendencia
su tranquilo semblante compasivo.
Cuántas claras ruinas,
con jaramago apenas adornadas,
como fuertes castillos un día las ha visto;
piedras más elocuentes que los siglos,
antes holladas por el paso leve
de esbeltas cazadoras, un neblí sobre el puño,
oblicua la mirada soñolienta
entre un aburrimiento y un amor clandestino.
Sombras, sombras efímeras,
en tanto ella, adolescente
como en los prados de la edad de oro,
vierte, azulada urna,
su embeleso letal
sobre nuevos cuerpos oscuros
que la primavera enfebrece
con agudos perfumes vegetales.
Allá tras de las torres, su reflejo
delata la presencia del mar,
mientras los hombres solitarios duermen
inermes en su lecho y confiados.
Los enemigos yacen confundidos.
Algo inmenso reposa, aunque la muerte aceche.
y el mágico reflejo entre los árboles
permite al soñador abandonarse al canto,
al placer y al reposo,
a lo que siendo efímero se sueña como eterno.
Cuánta sombra ella ha visto surgir y ponerse,
cuánto estío y otoño madurar y caer,
cuántas aguas pasar de las nubes
a la tierra, de los ríos al mar;
cuántos hombres ha visto desear y morir
y renacer su anhelo eterno
en otros, otros y otros labios.
Mas una noche, al contemplar la antigua
morada de los hombres, sólo ha de ver allá
el reflejo de su dulce fulgor,
mudo y vacío entonces,
estéril tal su hermosura virginal;
sin que ningunos ojos humanos
hasta ella se alcen a través de las lágrimas,
definitivamente frente a frente
el silencio de un mundo que ha sido
y la pura belleza tranquila de la nada.

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