Ay, qué podré decirte, dulce amada, joven virgen feliz que no conoces en un cielo cerrado, suaves roces, el peso del amor, noche entregada. Desde este corazón, isla olvidada _oye del mar sus clamorosas voces_ me elevaré hasta ti que desconoces la flecha que en lo oscuro está clavada. Los cuerpos se revuelven tan certeros, guiados del amor, como esos astros que, arriba, solo ven tus ojos puros. Orbita de pasión y verdaderos, resplandecientes e infalibles rastros. Celestes nuestros cuerpos aunque oscuros. |
Cuando en la noche a tu pasión me entrego, dime: ¿quién es el cielo y quién la estrella? Cuando tan alto amor el mundo sella, ¿es ciega la pasión o yo me ciego? Ahora tú me conduces, pero, luego, yo seré quien te conduzca a aquella noche estrellada, iluminada y bella, en donde a la pasión vence el sosiego. En donde la pasión encadenada y la serenidad del sabio vuelo -feliz estrella de la noche amada, íntima confusión, cielo del cielo- crean esta inmortal noche estrellada e inmóvil resplandece nuestro anhelo. PULSA AQUI PARA ACCEDER A POEMAS DE AMOR SEXUAL
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Oh, delgado contorno de la vida. El fluir de la sangre en él acaba. Oh, columna de luz y ansia de lava. Volcán para mi mano estremecida. Límite de la tarde preferida, bajo un torso de niebla enajenada. No hay tránsito a la noche enamorada, pájaro sometido y sin salida. Oh, ese cerrado cielo en que se unen el poderoso mar y el labio suave de la tierra: horizonte atormentado. Cómo acecha la muerte ese volumen hermoso, tan levísimo e ingrave. Oh, la flecha de Dios en tu costado.
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¡Torso de eternidad! ¡Cómo ha llovido siglos y siglos sobre tu mirada! Siglos, mar, viento, luz, noche estrellada, Dama de Elche, árbol del olvido. El remoto cincel estremecido ¿qué ángel de cal lo manejó? No hay nada más piedra duramente delicada ni tan sereno rostro poseído. Venus de la otra orilla del mar griego, ¿eran así las damas españolas, con esos ojos de fenicio fuego, abismados delante de las olas suaves, mirar azul, luz de sosiego? Damas de piedra, ibéricas y solas.
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Así, arrojado misteriosamente en esta vida, el hombre está angustiado, quiere saber qué mano le ha arrojado, sí, pide luz para su pobre frente. ¿En dónde está esa luz que el hombre siente remota, en dónde? Oh Dios, yo te he mirado: Sombras tan sólo. Estaba desterrado. Oh mundo oscuro, negro Dios poniente. Te he mirado: A lo lejos, vi hondos fuegos, vi que mi entraña estaba a muerte herida y tuve sed de Ti, mal del infierno. Y contemplé tus crueles astros ciegos. Mas sólo cuando, al fin, miré la vida logré asomarme a tu rencor eterno.
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