Tomás Rodríguez Rubí

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La venta del jaco

El torero

 Es la feria de Mairena, 
y ya se eleva el confuso 
hirvienle, sordo rumor 
de aquel portentoso mundo 
que se revuelve en la vega 
girando siempre en tumulto. 
Es bello ver desde un cerro 
tan animado concurso 
que bulle, canta, alborota, 
Y delira cual ninguno 
Haciendo trueques y ventas, 
promesas, y engaños muchos, 
sin que haya en unos cautela 
ni en los otros disimulo. 
Y en tan colosal estruendo 
r el amante arrullo 
del galán que en la ciudad 
tal vez asediaba a un muro... 
Y acaso el aire del campo 
le alcanza lo que él no pudo.  
Y todo aquesto a la vez, 
y todo en breves minutos, 
y alegres, desordenados 
desde el primero hasta el último, 
divierte de tal manera 
al que contempla en conjunto 
ya en la altura los ganados, 
ya en la llanura los frutos, 
y en ruidosa bacanal 
girando do quiera el vulgo 
que piensa que está en Oriente 
y en algún mercado turco. 
Y vense también allí 
los por demás siempre chuscos , 
hijos sin par de Triana,  
en el decir tan agudos 
y en embaucar tan mañosos 
como en la color oscuros. 
Helos allí infatigables 
nunca faltos de recursos, 
charlando como ellos solos 
entre ganados sin número , 
elevando hasta las nubes 
ya la casta de los unos, 
ya la bondad de los otros. . . 
y en medio de todo, astutos 
aprovechar la ocasión 
y hacer pasar sin escrúpulo , 
como si fuera un Babieca, 
a algún macilento rucio. 
Zu mersé mire eza piesa. . . 
¡este ez un bicho mu fiero! 
¿Y esta cola? ¿Y la cabesa? 
Vamo... zi no tiene un pero. 
¿Puez y lo zojos?... ¡no ez ná!... 
Zon senteyas... ¡no hay mas ver. 
Mi busté; con eza mirá 
está isiendo zu poer. 
¿Y los piños?.... ¡Jezucristo!, 
zon más blancos que el marfín.. 
Y en jamáz aquí za visto 
Un jaco con tanta clin. 
¿Lo quié usté ve camina? 
Lo mezmo zale que un taco... 
¡Jé!... ¡Canina!... ven acá... 
Encarámate en el jaco ; 
y yévalo recogío 
hasia el camino e zan Roque. 
¡Corto!... Canina, hijo mío... 
Y cudiao no le zesboque. 
¿Lo ve usté?¡Juy... qué pujansa! 
Es lo mejó que teñemos... 
Ni el mesmo viento lo alcansa.., 
¡Zi zon muncho aqueyos remos! 
Ahora e mano cambió. . . 
vea luslé... ¡qué gayardía! 
¡Alabao zea el Zeñó, 
Que tales fortunas cria! 
¡Canina!... ¡para, al avío; 
Arrepare usté qué piel... 
Vamo, zi quié usté ir zervío 
no hay mas que quearze con él.  
¿Que cuánto?... bien vale... azi 
Dios ze olvie e mis pecaos , 
lo mesmo que un maeveí... 
zobre tresientos ducaos. 
¡Qué ha e ze mucho!... ¿no vusté 
que eze potro ez una fiera? 
¡Por zan Juan! — osté no ve 
Que ez e la casta e Valera! 
Y que ze bebe los vientos , 
Y que los sielos escala... 
Vaya... vengan los dosientos 
y pague osté la alcabala. 
¡Ze acabó; no hay mas habla... 
Zi oslé ez el amo, on Jozé... 
¡Luseriyo!... ¡paza ayá!... 
¡Qué bicho ze yeva osté! ... 
¡Qué animal!... ¡vaya unas manos!... 
Que las jan pintao párese... 
¡Jay!... antez e zapartanos 
Éjeme usté que lo beze! 
¡Lusero, mantente tiezo! 
Anda vete, pobrecico, 
Y toma mi último bezo... 
¡Várgame Dios, que jocico! 
Zeñó on Jozé, no pueo má... 
¡Llévelo usté, por Jezú!... 
que no lo guelva á mira... 
¡gástelo usté con zalú! 
 Canina... arrímate acá. 
Ya lo vés, pazo el potriyo; 
juerza el mójalo zerá; 
con que vamo al ventorriyo. 
Guen golpe, ¿es verdá, ahorré? 
Y en zeguro lo hemos dao... 
¡Várgame Dios, lo que pue 
con los jacoz el zalvao; 
Y el guen hombre no alvertío... 
Zi ez esto una maraviya! 
Que el peyejo está cosió 
maz acá e la paletilla. 
Ni que la clin, ni la cola, 
ni loz piños, zon verdá... 
¡Canina! con mi parola 
tó ze lo jize traga. 
¡Jezucristo!... ¡vaya un topo!... 
No ze yeva mala ardiya.. ; 
¡Ja,ja! Dios jaga que el jopo 
ze le tanga hasta Zeviya;  
y pues que tantos ducaos 
al fin nos valió el potriyo , 
¡chavó!... con nuestros pecaos 
vámonos al ventorriyo. 
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EL TORERO

 E

spaña el Torero es una planta indígena, un tipo esencialmente nacional. Y decimos nacional, no porque todos los españoles expongan el bulto o sean diestros , sino porque es el país donde desde la más remota antigüedad se conoce el toreo , y donde únicamente germina y se desarrolla la raza de los chulos y banderilleros. Hay quien asegura que los romanos introdujeron los espectáculos de tauromáquia en España poco después de la conquista ; pero a lo más podrán ser una derivación de las fiestas de los hijos de Rómulo, en cuyos circos se admitían todas las fieras útiles para la lucha con los hombres condenados a perecer sobre la sangrienta arena del anfiteatro. No era ciertamente el gallardo toro la fiera destinada entonces para ejercer el oficio de verdugo, que tan bien desempeñaban los leones , tigres , osos y panteras ; y por esta razón, y por el silencio que guardan los historiadores contemporáneos , es de suponer que no fueron los romanos los primeros adalides del toreo. Con más fundamento puede creérsele originario de los árabes andaluces y de los galantes caballeros de la edad media , porque es sabido que éstos y aquellos corrían toros y cañas , donde como en los torneos ostentaban su destreza y bravura delante de la belleza y de lo más lucido de la corte. Y aquí sí que los toreros de la edad presente pueden , si no lo han por enojo , envanecerse con su arte por lo remoto de su origen , y decir a los que por su susceptibilidad consideran esta profesión como deshonrosa , que por espacio de muchos siglos fue ejercida por lo más entonao y lusio de la nobleza española.
      Nada menos que el ilustre D. Rodrigo Díaz de Vivar, el famoso Cid Campeador, está a la cabeza de los toreros más crúos y de mas empuje que se han conocido, por haber sido el primero que mató de una lanzada un toro en la plaza de Valencia. Desde el siglo undécimo empezó a generalizarse esta diversión y a hacerse casi exclusiva en los grandes acontecimientos: en las plazas de las capitales donde estaba la corte,  en los campamentos se alanceaban toros con el mayor entusiasmo por la gente de sangre azul , y hasta los Monarcas descendieron muchas veces del trono para habérselas en la arena con los coronados vichos del Jarama y Guadalquivir. Grande fue la simpatía que tales espectáculos encontraron en el pueblo español , y muchos los vítores y aplausos que recogieron los ilustres toreros de todas las épocas, a pesar de que hasta mediados del siglo XVII no se le pusieron al arte de torear los andadores. Antes no se conocían la vara de detener , ni los rehiletes , ni el estoque, ni las vistosas suertes que después se han  inventado; y como para lidiar toros no se necesitaba más que un buen caballo, una lanza con su puya de a tercia , y valor hasta la temeridad , de aquí las repugnantes cuanto sangrientas escenas que se representaban en el cerco, en el que eran muy frecuentes las cogidas , o bien se atravesaba a lanzazos por donde primero se podía al probe animalito, o se le desjarretaba de alguna furibunda cuchillada. Podemos decir que hasta la época citada estuvo el arte en mantillas, y desde aquí en adelante le vemos crecer y desarrollarse portentosamente, sustituyendo a la ignorancia y barbarie, la inteligencia y el verdadero valor.
      El toreo de a pie principia a hacer notables adelantos: se ordenan los peones en cuadrillas, se usa del arpón, se rejonea y parchea , después se meten pares , y finalmente se mata cara a cara con el estoque y muleta, suerte inventada por el famoso torero Curro Romero el Rondeño, que fue el primero que la ejecutó.
      Dejemos, pues , a los ilustrísimos toreros de la antigüedad , que por más que hayan sido los primeros , no pasan de ser unos picadores de mala ley , montados en caballos de batalla y lanza en ristre , dando con ventajas y sin regla mucho castigo a las reses , y vengamos a la época en que el torero es ya torero , que no es ilustrisímo, sino del pueblo , y que no torea solamente por lucimiento y afición sino por interés y por oficio.
      Como la tarea que se nos ha encomendado se reduce únicamente a tratar del torero, no molestaremos más a nuestros lectores con la relación histórica de los espectáculos de toros , y nos ocuparemos de un tipo tan especial, considerándolo
primeramente bajo de un punto de vista general, y después, y con separación, bajo el de las principales especies en que suele dividirse.
      La educación artística del torero en general principia en el campo entre las numerosas vacadas que se apacentan en todas las provincias de este privilegiado país, y en los mataderos de todas las ciudades. Los primeros por su vida salvaje o campesina, por el frecuente trato con los vichos , adquieren una constitución robusta, bien trabada y gigantesca, se identifican con aquellos cuanto es dable a  una criatura con un bruto, y se les ve luchar y acostumbrarse a derribar y a tomar por delante dando algunos puyazos en las tientas a los becerrillos. Los segundos, o lo que es lo mismo, los alumnos de los mataderos, se ensayan con
las vacas más revoltosas, ya enlazándolas con la guindaleta en los corrales, como lo hemos visto en algunos de aquellos en Andalucía , ya trasteándoles cuando una vez enmaromadas viajan por el patio, o ya parodiando los recortes y galleos antes
de citar la res a la columna para recibir el puntazo. Los primeros por las razones que hemos expuesto son más a propósito para picadores: dirigen tal cual el caballo, tienen el bulto a prueba de encontronazos; y finalmente, más poer pa manejá el palo que los segundos, que por la ligereza que adquieren y por las suertes que pueden practicarse en un matadero, suelen ser más útiles
para la clase de peones. Generalmente hablando, este es el bautismo tauromáquico que recibe el diestro antes de dejarse crecer la coleta o trencilla para sujetar la airosa moña: estos los principios, únicamente de práctica, con que algunos se presentan en las plazas de segundo y aun de primer orden , de las que es muy frecuente verlos salir para el campo santo , cuando no están dotados de facultades naturales para comprender la teoría del arte sobre el terreno. Repetimos que hablamos en un sentido general, y que no incluimos entre esta gente a aquellos que han recibido una educación teórico-práctica más completa en la única escuela de tauromaquia, fundada por el último Rey en la hermosa Sevilla, de la que han salido , aunque pocos, muy aventajados lidiadores, y que en fuerza de sus conocimientos han cambiado estos sangrientos espectáculos en funciones de
divertido entretenimiento.
      El torero siempre es andaluz: es cualidad indispensable cuya sola posesión asegura al neófito un puesto delante de la fiera , y ser reputado desde luego como apto y conveniente para el oficio. Con ser andaluz se adelanta la mitad del camino; porque la santa costumbre ha vinculado este ejercicio entre los garbosos hijos del Bétis, y por eso los valencianos, manchegos , murcianos o extremeños que se dedican al toreo , lo primero que hacen es olvidarse del país en que nacieron, adoptar, además del uniforme de plaza, el traje de calle más común en los andaluces, imponerse en la jerga técnica de los compaes, mezclarse en los calientes bromazos que corren de continuo, y a la vuelta de un año de trasteo, ya hay hombre; aunque haya salido de la ribera del Miño , la metamorfosis es completa, ya pertenece a la buena raza, y puede decir cuadrándose en regla, con el estache sobre el cliso erecho, embozado en la nube, apoyando la siniestra bao en la caerá, y sosteniendo con dos langutes de la diestra un prajandí de la vuelta de abajo: «aquí hay un jembro... toa mi casta es de Jerez!»
      Los toreros fuera de la lidia parecen iguales, de una misma familia, enteramente gemelos. Una hora de vida es vida; y como cada quisque suele tener la suya de ocho en ocho días muy cerca de la joganea procuran amenizarla con todos los goces terrenos que les sugiere su acalorada y brillante fantasía. Rumbosos y decidores por naturaleza , alegres y festivos por la naturaleza del arte, derraman su dinero y su sal con todo el garbo y desprendimiento español; gastan , triunfan y se ahítan de tal modo, que cuando suene la hora en que un toro de piernas los embroque sobre corto y les arrime el achazo con dos cuartas de madera de tinteros, pueden decirle á la oreja: «espachúrrame, hases bien... que ya estoy harto.»
      Este es el torero en general. Con este género de vida cruza el territorio desde el Guadalquivir hasta el Arga: así recorre todas las plazas del reino; y aunque en el calor de las orgías todos son echaos pa lante, todos tienen inteligencia, y cuenta cada cual alguna hombrá, lo que es en el cerco , esa partao é las tablas y con el vicho enjurisdición, entonces ya es otra cosa... y aquí principia el torero a dividirse en especies de más ó menos importancia , siendo únicamente las que nos darán ocupación las que mas suelen estar en evidencia.
     Así como todos los toros tienen cuatro pezuñas y cuatro orejas , como dice el vulgo, y sin embargo de esta aparente semejanza están debidamente clasificados por los inteligentes , asimismo los toreros a pesar de que todos son hombres y
gastan chorrera y monteriya y capote y otras zarandajas, deben entrar á clasificación, porque todo en los tiempos que corren se clasifica, aunque no se purifica. Como hay algunos toreros que solo tienen pies , otros que carecen de ellos, pero que poseen bastante cabeza, muchos que ni pies ni cabeza y pocos que reúnen a la vez cabeza, corazón y pies, es decir, inteligencia , valor y ligereza, forzoso será dividirlos en cuatro clases , especies o secciones, para mayor claridad, y denominaremos a los de la primera, Toreros bravucones; los de la segunda de sentía; a los de la tercera abantos; y por último  los de la cuarta de buen trapío. Y cuenta toreros del alma, paisanos nuestros, que al aplicaros el nombre que vosotros le dais al ganao, no vayáis a creer que es por consejo de alguna mala alusión, por aquello de las cuatro orejas. Ná de eso,  no hay que amoscarse camarás: nosotros no nos metemos en la parte física del testuz, tan solo diremos, si decirse puede, que las prendas morales de los vichos están muy arrimás a las vuestras, y con la mejor intención y buen deseo entramos en este berengenal, del que vamos a ver si empezamos a salir con el ayuda de
                                                                    EL TORERO BRABUCÓN

      Este diestro suele ser bastante torpe; pero lo disimula todo lo posible: tiene una fortuna escandalosa que le hace quedar bien en todas ocasiones, y al dotarle la madre naturaleza de buena figura , donaire y arrogancia, le ha inspirado un si es no es de asco a la diadema cornumental, que el buen hombre se pirra cuando la ve viajar hacia él. Desde chiquito y cuando por primera vez se presentó en el corral, encontró un pairino que le dio algunas lecciones de trasteo, le inició en los misterios del arte , y concluyó asegurándole que en los apuros grandes o pequeños la parte mas importante del bulto eran los alares, y que sabiéndolos menear bien , no había que tener cudiao. Y esta conclusión de las lecciones del pairino se ha quedado tan profundamente grabada en el corazón del ahijado, que cuando su buena estrella le depara el  primer ajuste y se encuentra

sobre la arena y antes que la puerta del chiquero dé salida a un boyante de cinco años, está diciendo para sus adentros :—¡ay pinreles!.... ¿pa qué os quiero— y encomendándose con todas veras a María Zantisima e la Jangustias.— Exteriormente es un héroe: con la barrera por delante se quié come a la fiera: «Andresiyo!.... métele el trapo y yévalelo a los medios porque ese choto ma tomao una tirria que me voy a vé en el caso —y hace una movisión de cuerpo como quien dice «lo voy á estropea y es una lástima.»
      Si es chulo nunca mete el capote sino para destroncar, y aunque el pobre toro se quede espatarrao, y maldiciendo la gracia, lo que es nuestro hombre sigue su viaje hasta que se ve al abrigo de los tableros donde recibe , con cierto aplomo y afectada indiferencia,  los aplausos de la multitud ignorante que cree que con cuartear al vicho ha ejecutado una gran cosa. Cuando le toca banderillear, lo más que logra meter es un rehilete, y ese de la manera más fácil y segura , a media guelta y saliendo por pies con la velocidad de una saeta , fingiendo mucho berrinche porque el toro está aplomao y no ze fué pared. Si es picador siempre busca a la fiera por el terreno más largo para dar tiempo a que algún compañero se le atraviese : con achaque del caballo o del estribo , o de la cincha , entra y sale en la cuadra, da todas las largas posibles, hasta que llega un alguacil y le dice
de parte del presidente.—Señor José , cite usted al foro. — «Digasté a su señoría que esto no é jaser pasteles» Y la multitud
que comprende la alusión, da grandes risotadas y muestras de aprobación al chiste, porque a los toros va mucha gente que le
gusta ver en ridiculo á la autoridad, y sobre todo si hay alguaciles de por medio.
      El alguacil se guarda bien de ir con semejante embajada al presidente , y por último el diestro va a cargar la suerte observando antes si está la barrera bien a mano, y echando una mirá a los peones que le rodean. «Cábayeros , ayá voy,
quitámelo presto porque si no va a yevá un castigo que.... ¡Juy!... berrendo!—»
Y el berrendo se cuela como de costumbre hasta la espinillera o mona, queda el pobre caballo exánime en la arena y el jinete montado en el jolivo llamando al toro con el
sombrero hasta que dice con la mayor frescura: «¡Qué..! si lo han corrió ya otra vez... y luego, estos jacos son de cartulina.» Los contratistas de caballos tienen muy pocas simpatías con este diestro. Pues no decimos nada si por ventura es espada o media espada o sobresaliente o cosa que lo valga. Es todo cuanto hay que ver y oír , cuando situado delante del palco de la presidencia echa el brindis con la montera en la mano y apura toda su elocuencia, sin dejar por esto de mirar de cuando en cuando hacia atrás por si es cosa que se le antoja al toro venir a interrumpirle o a privarle del uso de la palabra. Pero concluye el ofertorio, y tira la montera, y la pisotea y... ¡bravo!... bien!... dicen en el décimo tendido , y el jembro sale con su estoque y su muleta echando espuma por la boca y con los ojos encendidos en busca de la víctima que aguarda con resignación el golpe mortal en un extremo de la plaza. «¿Aónde está el vicho? Ea, que toquen a arrastrá.» Y sin embargo de que el vicho está deseando que lo arrastren , el matador le mira antes y a lo largo, de frente v de soslayo como quien dice «ya te conozco.» Échamelo pa cá. Güeno, á la suerte... pero al ir a cuadrarse se detiene otra vez y dice a  la cuadrilla: ¡Mu escompuesta tiene la cabeza si lo mesmo es dicarme que se cubre! . . Vaya . . . échamelo pa ayá  y no espartarse. Carga en fin la suerte; y si repara que en el palco de enfrente hay algún conde o marqués aficionado , con un expresivo guiño le da a entender estas palabras. ¡Por la de osté, Zeñorito! y conducido por su buena fortuna se larga con los ojos cerrados a la cabeza del toro , el que cansado de la vida y de tanta iniquidad como han hecho con él, se mete por el estoque arriba y él mismo se corta la herraura para no servir por más tiempo de juguete y diversión a tanto vago. Este torero es el que mueve más ruido entre los compañeros: es el más
disputador, y siempre su feliz ingenio le proporciona buenas salidas cuando le dan a entender que tal o cual cosa no la ejecutó con el lucimiento que debía. Raras veces deja de acompañar a los grandes y callalleros a las corridas particulares de novillos que suelen celebrar de cuando en cuando en algunas de sus quintas.
     Allí , y desde la barrera alienta con su voz a los inexperlos toreros, les marca las suertes más seguras, aplaude , vitorea y tira el calachés con el entusiasmo más superlativo, y no cesa de gritar detrás del parapeto... ¡Zeñor duque, no hay cudiao , ca aquí estoy yo!... También suele este torero en algunas ocasiones llevar levita , sombrero de copa alta , y pantalón con trabillas; pero raras veces guantes.
      Por lo demás es un hombre completo; procura hacer sus huesos todo lo viejos posible.Siente de corazón cualquiera desgracia de sus compañeros, a nadie tiene envidia , y es en fin el reverso de la medalla de

EL TORERO DE SENTÍO

      El Torero de sentíoo es el fiscal más severo que tiene el torero bravucón. Es un egoistón de marca, algo gordo y pesado: de suerte infeliz, buena cabeza, malos pies y entrañas atravesás. No puede llevar con paciencia la desmedida fortuna del bravucón, ni la agilidad con que salva sus torpezas, ni los aplausos del público cuando se dirigen a algún compañero, ni mucho menos las chiflas cuando se dirigen a él. Ya se ve , esto es muy natural , y por desgracia harto frecuente en lo miserable de la condición humana. Procura trastear y trastea con bastante inteligencia; pero como su inteligencia carece de solidez porque le falla una de las bases más esenciales, es decir, los pies; y como el toro no entiende de retóricas  y si es revoltoso en enfilando el bulto no lo deja, por eso la inteligencia muy a menudo da en la arena cada batacazo que canta el gallo de la Pasión, sin que le quede al pobre diestro el triste consuelo de haber excitado ninguna clase de interés en los espectadores.—¡Ya se ve!... repetimos, tampoco esto es extraño: el público está muy acostumbrado a ver fuera de la plaza rodar la inteligencia por esos suelos de Dios, y como esta escena es cuotidiana ya carece de novedad y  hé aquí la razón por qué en el cerco la presencia mudo o indiferente. Pero este argumento irgumonlo para el Torero de sentío , y por eso está a malas con sus semejantes, los toros, los caballos y hasta con los que tocan los timbales, que ignoramos a  qué  reino pertenecen: por eso su sangre no es ya sangre, que es acibar, alquitrán, veneno, y por lo mismo es el primero siempre a largar el trapo cuando puede echar con disimulo el vicho sobre el que está descuidado, y el último que mete el capote para sacar la fiera cuando ésta da alguna cogida. Este torero se inutiliza pronto o sucumbe antes entre las marcadas astas de los toros celosos y amigos de ceñirse. Su genio es irascible, su lengua picante y mordaz, está con frecuencia enfermo, las que más suelen atormentarle son las peritonitis, y nosotros le aconsejamos de buena fe que en vez de torear se dedique a vender fósforos  a hacer hilas para los pobres, oficios que si bien es verdad son poco socorridos, al menos son descansados, nada expuestos , y especialmente el último muy meritorio a los ojos de la divinidad por el beneficio que proporciona a  la humanidad doliente.


                                                                          EL TORERO  ABANTO

      Este diestro no es diestro : es el sota-torero , el repartidor de un periódico de literatura. La misma importancia artística tiene aquel que este en la dirección, compilación y elaboración de los artículos de alta misión en una redacción. Pero es el torero feliz: es el que logra ver su cabello encanecido sin ningún contratiempo tauromáquico: es la crónica ambulante donde se encuentra la noticia de todos los acontecimientos de la plaza : es el que nunca pisa los medios sino cuando está el toro enganchado, y para cubrir con una espuerta de arena la sangre derramada por las víctimas: reparte banderillas por fuera con mucha precaución si la fiera está bastante lejos, y si está encima, lo hace con extraordinario arrojo por dentro de la barrera. A lo mas que suele ascender es a guarda del toril, y entonces tiene la honra de tomar de manos del alguacil la llave del chiquero, con la que cuanto antes y con la mejor intención dispara a un vicho de piernas detrás del apurado corchete que a todo escape se mama un sustazo y una chifla que no hay mas que pedir. Pero este torero debe ser para nosotros lo que para el público los toros abantos. Salen, dan cuatro viajes, se escupen de la suerte, los cargan de fuego o de perros, y en cinco minutos desaparecen de la escena. Quitemos también nosotros de enmedio y cuanto antes al torero abanto sin echarle perros ni foguearlo. Y hasta sin darle el cachete del ridículo o el de una sátira poco generosa , y ocupémonos de la cuarta y última clase, procurando abreviar todo lo posible para
no cansar más con esta batahola a nuestros amables y pacientísimos lectores.
                                                                                     EL TORERO DE TRAPÍO


      Este es el bello ideal de todos los diestros: el Minuto y Jordán de los peones y banderilleros ; el Hormigo y Charpa de los picadores; y de los espadas, el Miranda de los buenos tiempos, y el Montes de siempre.—Y ya que hemos nombrado a Montes , porque es forzoso hacerlo tratándose de buenos lidiadores , a Montes con el mayor placer dedicarémos esta parte de nuestro pobre artículo, porque en el Zeñor  Paquiro encontramos reunidas todas las buenas cualidades del gran diestro y todas las prendas que constituyen al más cumplido caballero.—Miradle siempre ejecutar las suertes más difíciles con limpieza , seguridad, y lucimiento, liarse con la fiera , arrancarle la divisa , y retirarse paso a paso con el vicho a la espalda, que más que toro bravo parece un manso cordero domesticado por él. Vedle sereno, con los pies sentados a la cabeza de la res pasarla y repasarla con pulso y conocimiento o bien desplegar su capote y mostrarse digno sucesor de Costillares Pepe (Hillo) Cándido y Romero.Si queréis encontrar á Montes, buscadlo en el peligro: notad esa avidez tan marcada en su noble semblante , ese afán por precaver y remediar todas las desgracias , ese instinto y oportunidad en la ejecución. ¿A cuántos no ha librado de la muerte su capote? Y sin embargo lo hemos visto muchas veces caminar solo a dar la muerte sin más apoyo que su inteligencia, sin más amparo que su
destreza y serenidad.—Francisco Montes es el Torero de buen trapío: es la gloria de Chiclana y de todo el mundo tauromáquico, aunque les pese oírlo a sus muchos detractores.—Pero ¿cuándo no los tuvo el verdadero mérito? No obstante, el lidiador que en su arte de torear a pie y a caballo, superior y más completo que el de Novelli, Pepe Hillo y otros, ha fijado reglas para asegurar la vida de sus compañeros y sucesores, y ha dejado consignados en él mismo los sentimientos francos y puros de un alma noble y desinteresada, merece seguramente un lugar muy distinguido en el aprecio y consideración de todos los hombres. Y a propósito
del arte de torear de Montes, no haría mal nuestro gobierno, ya que es algo aficionao a los embroques sobre corto, en echar la vísual a la parte tercera, capítulo único de dicho arte, que trata de la reforma de los espectáculos de toros, tanto porque es muy conveniente para la mejora de esta fiesta nacional, como porque sus productos se suelen aplicar en beneficio de establecimientos de beneficencia y pública utilidad.
      Vamos a concluir con una triste reflexión.—El toro no sabe leer ni escribir; por consiguiente a lo mejor da al traste con todas las reglas, y en un mete y saca iguala las diferentes clases de toreros. ¡Líbrelos Dios y muy especialmente al Zeñon Paquiro de semejantes trabajos !
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