Sara de Ibáñez

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Combate imposible

Tú, por mi pensamiento

Soliloquios de soldado

 

COMBATE IMPOSIBLE
Con astuta cabeza de zafiro, 
bloque de piedra fría y transparente,
inmóvil, la mandíbula sellada,
linda con la tiniebla el monstruo leve.
Mientras el polvo en que se duele el mundo
curva su flor, su lágrima troquela,
y entre los tersos cánticos del día
sordas espadas con su vuelo templa.
Ah, nunca, nunca, la terrible escama
su fuego amargo torcerá en la lucha,
ni se abrirá para tragar mi cuerpo
la boca acrisolada por la espuma.
Aquí jadeo hasta acabar la sangre
clavada en la canción mi lanza triste,
hasta que el fruto de su viejo vientre
lance al estrago la materna esfinge.
 

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        TU, POR MI PENSAMIENTO

 ¿Que se estiró la tierra

hasta el gemido?

¿Que fue el cielo sonando sus campanas azules

desde el pálido sueño a la sangre que sufre?

 ¿Que se ha cruzado un río,

llanto y llanto?

¿Que se han cruzado veinte galopes de cristales,

con sus veinte misterios llenos de claridades?

 ¿Que se alzó la montaña

poderosa?

¿Que alargó el alto hielo su selva inmaculada?

¿Que las rocas crecieron para tapar tu cara?

 ¿Que el viento se hizo espeso

como piedra,

como una inmensa rueda de vidrio turbulento

girando entre tus sienes y el rumor de mis besos?

 ¿Que el espacio se burla

de mis ojos?

¡Ah, no! Yo sé el camino para poder hallarte.

La muerte me ha mirado caminar por sus valles.

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SOLILOQUIOS DEL SOLDADO

 Quisiera abrir mis venas bajos los durazneros,

en aquel distraído verano de mi boca.

Quisiera abrir mis venas para buscar tus rastros,

lenta rueda comida por agrias amapolas.

 Yo te ignoraba fina colmena vigilante.

Río de mariposas naciendo en mi cintura.

Y apartaba las yemas, el temblor de los álamos,

y el viento que venía con máscara de uvas.

 Yo no quise borrarme cuando no te miraba

pero me sostenías, fresca mano de olivo.

Estrella navegante no pude ver tu borda

pero me atravesaste como a un mar distraído.

 Ahora te descubro, tan herido extranjero,

paraíso cortado, esfera de mi sangre.

Una hierba de hierro me atraviesa la cara...

Sólo ahora mis ojos desheredados se abren.

 Ahora que no puedo derruir tu frontera

debajo de mi frente, detrás de mis palabras.

Tocar mi vieja sombra poblada de azahares,

mi ciego corazón perdido en la manzana.

 Ahora estoy despierto. Nacen al fin mis ojos

pisados por el humo, agujereando arañas,

duros estratos de algas con muertos veladores

que sin cesar devoran sus raicillas heladas.

 Y te cruzo despierto, fiero túnel de ortigas,

remolino de espadas, vómito de la muerte.

Voy asido a las crines de un caballo espinoso

que vuela con ciudades quemadas en el vientre.

 Voy despierto, despierto y obediente a mis manos,

con un río de pólvora cuajado en el aliento,

ahora que estoy solo y enemigo del aire,

seco, desarraigado desnudo, combatiendo.

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