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Sara Castelar Lorca

Molly Bloom

Alter Ego

El pulso III

Viaje a la piedra

Mimario III

La memoria imperfecta VIII

La hora sumergida

                                                                                                                MOLLY BLOOM

"                                                                                                                         sí eso somos flores todo el cuerpo de mujer sí esa fue la única verdad que dijo en su vida"
                                                                                                                            "Ulises", James Joyce


¿Cuántos nombres acuden a la espera de este tren silencioso
y cuánta soledad arrastra su mundana estructura por los apeaderos?

Tú sigues indeleble en el mismo lugar
donde los ojos tuercen su armadura para tocarte mínima,
tan triste y sonrosada,
ya lejos del paisaje que oblicuamente azota como un eco terrible.

Porque siguen subiendo por tus manos ejércitos de hormigas
y yo intento agruparlas en las líneas
que construye el cemento de mi vista cansada.
Y apenas queda aire y quedas tú,
como la afirmación perpetua que oscila con la sangre,
la que vuelve la espalda a Mefistófeles
para exiliar el no a la ceniza ilustre, al templo de los idos.

Yo no puedo mirarte con los ojos de Eliot,
porque ya no son ellos,
se alzaron a otra oscuridad más cierta,
pero en cada estación me exculpo de mirarte
salvajemente humana,
tan corazón de hembra fluyendo por el miedo.

¿Por qué no me contestas, Molly?
Ahora que te observo sola, sin tu hijo
al lado de la mujer que duerme con la guerra colgándole en las uñas,
y tú, cuyo rostro es un quiebre en el paisaje
sin respirar siquiera te prolongas en el crujido oscuro de la tarde.

Sé que tu corazón desbordará el estrecho
y yo no alcanzaré a colocar los puntos que libres se evaporan
en la flema voraz de tu lenguaje, pero me quedaré contigo
hasta que me descubras y vuelvas a decirme:

"Sé que también tú vas a abandonarme"

 

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ALTER EGO

Ella habla un idioma sin apóstrofes,
se alimenta del negro, vive
a veces,
en el sonido angosto del cuchillo
al penetrar el duelo
o la ceniza.

Otras veces la rosa, la maraña
de insectos
y el goteo del sol sobre las formas:

siempre llueve a este lado de la melancolía.

Muere sin hacer ruido, cuidadosamente
como mueren los lirios
y los pájaros tristes,
con la noche,
conmigo
sobre mi lengua extraña:

molde del corazón,
yo misma.

 

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El Pulso III

Siento la levedad de lo visible
su material ternura
el terrible abandono de la edad
fraguándose en los ojos,
ese galope ciego de la historia
que avanza cuerpo adentro.

Yo tenía el dolor de las enredaderas
su eterna obstinación de pájaro,
el ocre incandescente del otoño
ardiéndome en los dedos.

La tristeza es una lentitud de puertas
donde el olvido duele
donde el silencio duele
donde el amor es carne de bisagras
doblando la memoria.

Bebo de la resignación
del útero desierto de una virgen,
bebo del transitable miedo
del que perdió la fe y se olvidó del nombre,
bebo de la maraña roja
del sexo que olvidara su condición efímera.

En la verdad se quiebra la razón
y debo la palabra
debo cada fonema ardido en la belleza,
tan simple y tan humano
tan incisivamente hermoso.
Mi boca es de mujer y nombra
arandelas de llanto,
la triste percusión del aire
muriendo en las cornisas.

Puedo escuchar la bestia en el callar del hombre
y seguir desde el pecho brotando en llamaradas,
un solo corazón para tanta ternura
y tan sólo una muerte
para esta soledad tan infinita.

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Viaje a la piedra

De mi lengua despiertan las aves de la noche
y el idioma del hambre,
estoy pensando en ti como se piensa en la avaricia,
penetrada de aliento.

Tú cruzas la respiración y los escombros
y juegas a mi nombre,
yo, viajo hacia la piedra.

Sucedo en el desorden
mientras las piernas gritan el lenguaje del vértigo
y la palabra cae,
extensa
como tu cuerpo en la memoria:
el yugular gemido,
la sangre con sus perros.

Viajo hacia la piedra, sí,
donde la voz gotea las manzanas obscenas
y bebo un corazón
y escupo pájaros:
putas golondrinas que regresan siempre.

(De “Verso a tierra”)

 

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Mimario III

 Ríos, como un fluir de bestias en los ojos,

como látigos tristes que azotan la garganta

o la madeja inútil del azar donde se hila

la enfermedad del tiempo,

yo nací tarde treinta y cuatro veces

y aún estoy en pie sobre tus años.

 

Tragado por la noche vuelves a la nuca del ahorcado,

al llanto necesario,

al cementerio rojo donde la soledad gotea

y el dolor es más mudo que todos los silencios.

Del sueño vuelven a brotar olivos,

vuelven a helarse las siluetas en los mentideros del sol

que mecen en la lengua la edad de la pobreza,

la pena es una voz finísima perforando los huesos,

un alarido roto bajo el cincel del miedo.

 

Toda razón habita debajo de los párpados,

se extiende,

tiembla,

reconoce los nombres y los rostros.

 

Tú vienes del amanecer del mundo en la tardanza,

de una sucesión de árboles en guerra

que desangran sus verbos en la vegetación del pecho,

sí, amor, eso hago en la noche cuando me arde el frío

y los dedos se extienden por encima del luto

y los pájaros buscan sus estatuas perpetuas,

 

sí, yo escribo aire,

aire solo.

 

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 La memoria imperfecta VIII

 

Pesa el gesto que inicia la desolada noche,

hay ríos que vuelven de los años

que aún no te sostienen

ni saben de tu cuerpo,

es el nombre lo que escuchas caer

en las palabras muertas que no se reconocen.

 

Volvamos a nacer del corazón que tiembla

y dejemos que el fruto se adelante.

 

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La hora sumergida

Suenan las barcas en la noche

y yo

no conozco el idioma en que sollozan,

no conozco la sangre de sus pasajeros tristes,

yo soy el animal que escucha

donde el silencio acude.

(De La hora sumergida,  2012)

 

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