Rosana Acquaroni

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En esa noche Pablo...

Me he quedado pensando...

Como una balsa ardiendo...

Cuando todo se mece sobre el párpado abierto de la noche...

En esa noche Pablo
besó aquel cuerpo muerto muchas veces,
acarició sus muslos,
    los labios deshojados,
la ternura del sexo impracticable.
El vientre entumecido,
la gangrena incipiente apenas florecida,
el algodón del llanto,
la breve remembranza
de algún lunar dormido para siempre.
Sarcomadekaposi
precipita los cuencos enfermizos.
Tramos decrepitud,
rescoldos del amor,
    limaduras de frío.
Lámpara que entenebrece,
hurgando para siempre
en el desván de las heridas.
Las sienes astilladas
los párpados hinchados que enloquecen
después de la ceguera.
La sutura violácea que entraña el corazón a la deriva
_pequeñas incisiones_
La oscura luxación acaecida
                al final del dolor.

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Me he quedado pensando
        que de pronto una despedida
puede ser un comienzo.
Y he abierto mis manos
y he pensado besarte cuando ya estés dormido
inaugurar el campanario de los besos
dibujar un pañuelo
        en la seda del aire
apalabrar la senda
        de tus ojos cerrados
quebrantar ese sueño
    que ahora habitas
            en mitad de la noche
y decirte a los labios
adiós amor
hoy quiero despedirme
zozobrar para siempre en esta isla
reparar el amor.

(De Cartografía sin mundo)

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Como una balsa ardiendo
en el centro del agua,
una bañera terca rebosa lentamente
en mitad de la noche.
La tibieza del agua desatada,
liba la flor de las mareas
acarrea cigüeñas
y tortura con zarzas y gacelas
ríos de oscuridad.
Así el agua ha llagado la humedad de mi vientre
y deposita almendros sobre mis pies descalzos.
Ya sólo espero el relato del agua,
la lenta
supuración
del llanto.             

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                                                                                                                                  Es horrible ser dos inútilmente.
                                                                                                                               Antonio Gamoneda


Cuando todo se mece sobre el párpado abierto de la noche
y se oyen las pisadas
de los últimos porteadores de sueños que se alejan,
cuando la luz ya es término arterial
que la memoria traza desde dentro
y oímos germinar sin acritud
el talar de la sangre
        bajo el peso de un labio,
ella se enciende sola.
Mi lámpara rebelde
arde como áspera piel de las sirenas,
disemina palabras
que son naipes sin luz
sobre la hierba.
Las bautiza
las hunde en las diademas
de la noche.
Es horrible ser dos inútilmente
y por eso la dejo
gozar de mi tristeza,
nadar contracorriente
en la crecida
de otra voz que no alumbra la ceguera
y se enciende
        tal vez
más allá de nosotros.
              
(De  Lámparas de arena)

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