Raquel Lanseros

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Señor Amor, dueño del cielo y de la tierra...

A propósito de Eros

Solamente si alguna vez amaste...

Entonces me besaste

Beatriz Orieta, maestra nacional

 

 

Señor Amor, dueño del cielo y de la tierra

tú que puedes batirnos a tu antojo

sobre el eje inicial de nuestro impulso.

Tú que te enseñoreas sobre todo lo vivo

entretejiendo un atlas de destinos cruzados.

Tú que puedes auparte a tu albedrío

y clavar tu aguijón sobre cualquier entraña.

¿Por qué vuelves a mí? ¿Qué vil capricho?

¿Por qué me arrojas de nuevo tu jauría?

He aquí, amo mío, lo poco que me queda:

mi sosiego de vidrio

la enmienda frágil de una paz absorta

mi mosaico de heridas mal curadas

demasiado recientes para ser cicatrices.

Imploro tu piedad desde mi grieta,

donde se han detenido la memoria y el ánimo.

Piénsalo bien: te costaría muy poco

concederme una bula de misericordia.

Deja a los que me quieren, esta pasión debiera

maldecirme tan sólo a mí, es lo justo.

Ya he visto antes cómo mi avidez arde

en tu hipnótica pira de dios omnipotente.

Descuida, soy sumisa

tu adiestramiento previo ha prosperado:

quien lo ha perdido todo varias veces

reconoce el honor de una derrota.

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A PROPÓSITO DE EROS

De todas las terrenas servidumbres

que aprisionan mi afán en esta cárcel

me confieso deudora de la carne

y de todos sus íntimos vaivenes

que me hacen más feliz

y menos libre.

A veces, sin embargo,

la esclavitud se muestra soberana

y me siento señora del destino.

Porque sé amar, porque probé la fruta

y no maldije nunca su sabor agridulce,

porque puedo ofrecer mi corazón intacto

si el camino se digna requerirlo,

porque resisto en pie, con humilde firmeza,

el rigor de este fuego que enloquece.

En este fragor mudo en el que todos somos

rufianes, vagabundos, desposeídos y presos

no existen vencedores ni vencidos

y mañana no arrienda la ganancia de ayer.

Que no entre en la batalla quien sucumba

ante el rencor pequeño de las humillaciones.

Sabed, son necesarias descomunales dosis

de grandeza de espíritu y coraje

en las lides calladas de la pasión humana.

La recompensa, en cambio, es sustanciosa.

Ser súbdito tan sólo de la naturaleza,

no temer a la muerte ni al olvido,

no aceptarle a la vida una limosna,

no conformarse con menos que todo.

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Solamente si alguna vez amaste

con uñas y con dientes

sin red

sin salvavidas

aciertes a entender el vértigo insondable

que se extiende a los pies del desengaño.

Ella creyó encontrar la fuente del principio

cuando lo conoció, en medio de la tierra,

sin más escudo que su piel de hombre

bruñida por el sol igual que el oro viejo.

Lo amó sin precipicios ni preguntas

tiernamente, en silencio

con esa gratitud voluptuosa

que provoca la lluvia en primavera.

Todo era tan sencillo.

Los versos inflamados de poetas infinitos

parecían seguirla a todas partes

como si el corazón se hubiera convertido

en un fiel animal domesticado.

Porque no existe nada que perdure

una noche aprendió, como tantos lo hicieran

antes y después de ella,

que el amor es un río con cataratas propias

y remansos ajenos

que siempre desemboca en el océano.

Míralo de este modo: la vida te ha enseñado

siguiendo su costumbre de incansable maestra

cómo el alma dibuja

serenas cicatrices sobre viejas heridas.

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ENTONCES ME BESASTE

E-mailImprimirPDFPor celebrar el cuerpo, tan hecho de presente

por estirar sus márgenes y unirlos

al círculo infinito de la savia

nos buscamos a tientas los contornos

para fundir la piel deshabitada

con el rumor sagrado de la vida.

Tú me miras colmado de cuanto forja el goce,

volcándome la sangre hacia el origen

y las ganas tomadas hasta el fondo.

No existe conjunción más verdadera

ni mayor claridad en la sustancia

de que estamos creados.

Esta fusión bendita hecha de entrañas,

la arteria permanente de la estirpe.

Sólo quien ha besado sabe que es inmortal.

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BEATRIZ ORIETA Maestra nacional (1919-1945)

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Los niños corren y saltan a la comba.

Beatriz Orieta pasea junto a Dante

sorteando los pupitres

en medio del camino de la vida...

Tiene litros de frío mojándole la espalda.

Apenas pueden nada contra él

los míseros tizones del brasero oxidado.

Entran al aula los gritos infantiles,

huelen a tos y a hambre.

Algunas veces,

Beatriz Orieta casi no contiene

las ganas de llorar

y mira las caritas sucias afanándose

en recordar las tildes de las palabras llanas.

Prosigue Dante todo el día musitando

en el oído de Beatriz Orieta

...amor que mueve el sol y las estrellas.

Ella siente de veras

que otro mundo la mira

al lado de este mundo gris y parco.

Contra el lejano sol

del lejano crepúsculo

dos amantes se miran a los ojos.

Beatriz Orieta está

apoyada en su hombro.

Los álamos susurran las palabras de Dante.

Los amantes son túneles de luz

a través de la niebla.

Los besos, amapolas

de un cuadro de Van Gogh.

Pasa el invierno lento como pasa un poema.

Pasan el frío andrajoso, la fiebre y el esputo

y toman posesión del blanco cuerpo

igual que las hormigas invadiendo

esas migas de pan abandonadas.

Sesenta años después, entre las ruinas verdes

leo un descanse en paz envejecido

sobre la tumba de Beatriz Orieta.

El silencio es de mármol.

El silencio

es la respuesta de todas las preguntas.

Unos metros más lejos, hace sólo dos años

yace también el hombre

que, apoyado en el hombro de Beatriz Orieta,

dibujó un corazón sobre un tiempo de hiel.

¿Qué más puedo decir?

Que la vida separa a los amantes

ya lo dijo Prévert.

Pero a veces la muerte

vuelve a acercar los labios

de los que un día se amaron.

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