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Ramón Lluis Bande

POEMAS

Inmóvil

Aquel día

RELATOS

"Eso es dislexia...

El poder de las fotografías...

Es tiempo de manifestaciones...

Inmóvil

Existió un tiempo en el que te busqué

intentando llenar el vacío de una vida sin ti

y aunque ya conocí aquella oscuridad,

la antigua disciplina y su caminar de la mano, despacio,

no entendia las voces, no entena las risas,

no entendía las promesas por cumplir de otros tiempos.

Inmóvil como piedra de río.

Un minuto después dejé de buscar

el reflejo en el roto cristal de tu recuerdo

y ese sabor de boca final, como de fracasar y

el aturdimiento del miedo a la soledad me lleva al sueño,

a un sueño.

Es tan cerrada la noche, solo con el pensamiento,

 sentado, crucificado, en la última mesa.

Inmóvil como piedra de río.

 

Canciones que no conozco,

personas que no recuerdo.

Recuerdo ... dentro mi pulmón

el humo de tu ausencia.

Inmóvil como piedra de río.

 

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Aquel día

Después, una noche, sonó el teléfono,

con la oscuridad, su timbre trajo la muerte.

Una condena al silencio que acercó a mi cabeza

la memoria de aquellos días.

Su timbre trajo la muerte.      

        El desgarro de la emoción,

la conversión a piedra,

las explosiones de llanto,

el hijo de Dios en la cruz,

la caricia del miedo.

Desde aquel día la muerte se quedó a vivir cerca de mi.

(desde aquel día, la muerte)

Algunas noches cierro los ojos

(desde aquel día, la muerte)

y siento cerca su presencia

(desde aquel día, la muerte)

pero el amor me salva.

(De Variaciones de la piedra)

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    «Esto es dislexia», dijo la voz. El papel, cubierto por la tinta, ponía árblo en vez de árbol. El mundo retumbó alrededor del chaval. «Eso es dislexia», la frase se repetía como una canción rayada, pero de una manera más molesta en la cabeza. La frase funcionó rápidamente como fotografía del pasa Terrible.

    La escuela estaba fría, no había calefacción, aunque los días de calor eran peores porque el sofoco acercaba a los niños el olor de las meadas y las cagadas que, cuando apretaban, tenían que depositar en un caldero sucio de color verde puesto en la  puerta. En el verano no había ni mariposas en la pequeña mancha verde que anticipaba el horror. Madre e hija ejercían de profesoras, ganándose el respeto, transformado en pánico con la ayuda de una gran regla de madera, con los números colorados, que colgaba del encerado, a la derecha de la bandera de España, el crucifijo y las fotos de Franco y José Antonio. Eran finales de los setenta.

    «Eso es dislexia», la frase como Polaroid de aquellos días. Una fotografía instantánea de calidad, porque los colores de la  realidad, la cara del terror, no perdiera ni uno sólo de sus matices.

     El chaval recuerda cuando un día, al sentarse después de recibir unos reglazos en la mano por no haber acertado todos los resultados de la tabla de multiplicar _aquella melodía estúpida_y todavía con las manos enrojecidas, sintió cómo su cuerpo se despegaba de la silla estirado de una de las rapadas patillas, cortadas por encima de las orejas. Silencio. La escuela virtió en un grito mudo, en caras de susto y las primeras risas maliciosas de los compañeros insensibles al dolor ajeno, cuando la cara del chaval cruzó de izquierda a derecha y después de derecha a izquierda ayudada por un fuerte impulso del exterior y el interior de la mano de una maestra, la hija.«No se  escribe con la mano izquierda.» Después de las palabras, otra vez el silencio, y la cara volvió a cruzar de derecha a izquierda. «Eso es dislexia.»

El chaval también se recordó de la hora de comer en casa. Allí todo era más amable, pero también, de vez en cuando, oía: «Ramón, no se come con la mano izquierda. Haz el favor de coger el cubierto con la derecha».

 

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    El poder de las fotografías es terrible, las fotografías de algunos eventos sociales son las peores. Cuando te ves _días después, pasada la resaca_, tienes un sentimiento contradictorio: por un lado, la apacible sensación que da reconocerte en un entorno escogido, a gusto; de otro, comprobar en lo que te vas convirtiendo: esa figura siempre odiada del adulto.

 

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    Es tiempo de manifestaciones, de intentar recuperar en cierta manera, y en el sentido más amplio de la palabra, la representación. Miles de actores saldrán a la calle, todos con el papel aprendido gritarán sus frases redactadas rápido por un mediocre dramaturgo que escribe para todos los públicos. Las frasess repetidas de todos los años, los mismos gestos, los mismos actores. Hace tiempo que no participo de este tipo de representaciones, cansado de que me asignaran siempre el mismo papel. Pero estos días recuerdo una de esas manifestaciones. A1 principio parecía como las otras, pero en un momento determinado la que ahora es mi mujer dejó caer una mano de la pancarta y fue a coger la mía. Hace varios años de esto, de  que el mundo cambió para mejor.

(De Habitaciones vacías)

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