Pureza Canelo

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Juego a dos

Iba llegando la transparencia

¿Recuerdas aquellos días de mar?

Mira si es verdad mi hombro

Juego a dos

Como gota que resbalara
y no acabando la línea
de su cabeza
prende contra la luz
también hermosa, y abrasas.
Ya tengo doble la muerte
sin conseguir rehacerme
de tu perfil que avanza.
Un nudo de miel concentras
está cayendo
de la sien a mis labios
y de ahí al juego de tus manos.
Detenida estoy. Enamorada
con aire libertad en bosque.
El error es no mirarte de frente
apresar el ave
que se mece en la rama y suspiro
y se espanta.

Acaba con el juego, amor mío
que la niña se duele de comba
paciente su cadencia avaricias
no estrellando tu cuerpo
a favor de la reina.
Juego a dos es duelo
haciendo parteluz
hoguera en el bosque
y la rama te pide
benevolencia.
Entonces yo soy
quien el relevo toma
y nos vamos de una vez
de esta leña a más incendio.
Juego a dos porque
se siente la muerte.

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Iba llegando la transparencia

Iba llegando la transparencia
sobre hombros desnudos
lo mismo que en todos los lugares
a paso de amanecida
nuestros labios.
Recuerda
han sido tantos días
que de la conjunción zarpamos
en nuestras vidas al amanecer
y embarcó el cielo en su mar
yendo y viniendo
como tú a mi playa.

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¿Recuerdas aquellos días de mar
que olita a olaza
unía los cuerpos
bata oscura con rosas en mi pecho
hasta cualquier hora de luna
porque si no estabas
era mi ser o las gaviotas
el jardín humano del perfume
en todos los instantes oleaje?
Recuerdas lo que traía el mar
invitado a nuestro asombro
por lo creado en vivo
dentro de una casa
y donde se tomaba la luz era la luz
colaborando a extensión del amanecer
desde lo más breve enamorando?

(De Pasión inédita)

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Mira si es verdad mi hombro

La soledad es, como siempre,
quien más me hace recordar tu nombre.
Pero cuidado, también el mediodía, y el gazpacho,
y la zapatilla mal atada en el segundo botón,
y las gotas de agua bajo la ducha,
y la fiebre que no invento en la siesta
y las ganas de no dormir para leer
y el beso que te doy a las siete de la tarde,
y el volcán en Italia que no vuelve a sonar,
y las cabras que pasan ahora por mi casa
como novios buenos y otra vez la lucha de ángeles,
y la noche otra vez,
y la mañana idéntica por su triunfo,
y el salto del langosto ahora mismo,
y la hierba mal regada bajo mi bañador,
y el higo trasnochado en la nevera,
y el perro lamiéndome los pies cuando salgo del río
y yo le huelo más que él a mí,
y el amor, y tu nombre,
y el vestido que me pongo,
y mi cuerpo interior como yo misma,
y el recuento de tu voz,
y otra vez el río,
y la cerveza y el panchito que te dejo,
y el verde tristón de este verano que es rojo,
y éste y único para tu nombre,
para decir que tengo tu frasco de ahora mismo,
y tu sentido, y tu olfato,
y el garabato que sale de tu lengua.
Yo soy todo lo que tú eres en este julio del demonio,
frita como los pájaros al mediodía
y cansada como un perro a las cuatro de la tarde.
Escribirte esta carta es escribirla,
y así lo hago;
letras que me salen de esta forma aparatosa y santa
y sólo para tu armario donde me guardas el surco.
El balcón se ha abierto para mí, estoy en mi casa.
Me entra la luz, lo que dura la tarde,
lo que quiero atar de corazón y simiente
si no vacío mi rincón y la sal.

Un periódico se ha hecho amigo del aire
y viaja, y viene, sin descanso.
¿Dónde está la cigüeña de que me hablaban?
¿Quién comunica el calor al rostro?
Ceras al lado del altar,
bellotas en la encina para la tarde,
viaja todo, no baja el avión,
mi blusa abierta como una ventana,
rezo por el olvido, por el olvido no rezo,
una nube en vez de ese trozo azul,
mi vestido, mi recuerdo,
esta compasión para seguir mi calle.
Qué bien, ya el carro que regresa por Moraleja,
el ovillo de los hilos está guardando porque rodó;
la vocación de cubrir, de adorar lo que se escapa,
Moraleja abierta, dormida en su sal poco astuta,
porque ella no se ve, no monta tanto,
el tiempo está en una hora más que su alianza.

Así va julio.
Nombre de hombre cerca de mi ternura tuya,

no me estoy equivocando.
Cabecea la campana a las ocho,
oración para cuatro, para mí y somos cinco;
la caja rodando,
mi balcón abierto, mi blusa, mi ventana;
cuando me toque ir a dormir lo haré
abriéndome de nuevo nuestro rostro que comparto;
los lazos, yo no tengo lazos,
y bebo el agua desde mi puente,
arriba un quiosco nuevo, legiones de cerezas perdidas,
mi lágrima que no se pierde.
Rezo por el olvido,
por el olvido no rezo,
la higuera es de verdad, verde, hojas desde abajo
para dorar las fuentes,
abuelo de su casa a la mía
y se recogen los besos
en cualquier mirada.
Tu nombre, me he olvidado de tu nombre,
te sigo escribiendo, perdona el lapsus,
sigo en tu baúl, amor escondido aquí
y en la otra tierra donde tú vives.

Y tu nombre
no lo digo.

(De Lugar común)

 

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