Poemas del antiguo Egipto

Dechado de virtudes...

La única, la amada...

Tres deseos

La fuerza del amor

Para tu amada cuando

regresa del campo

Canto para acompañar

al ramo de la novia

Cantos a la huerta

Cantos a la orilla del agua

A la noche

Cantos de amor de las diosas

 


Dechado de virtudes, la de la tez radiante,

 

 

                   y ojos bellos y claros

 


Sus labios se abren suavemente

 


y es discreta en el hablar

 


Tiene el cuello alto y grácil,

 

 

el pecho deslumbrante.

 


y el pelo auténtico lapislázuli;

 


los brazos, cuyos dedos semejan pétalos de loto,

 


tiene más bellos que la misma diosa del amor.

 


La cintura estrecha y fuerte de caderas,

 


con unos muslos que rivalizan de belleza;

 


de noble porte, cuando toca el suelo,

 


con un simple ademán robó mi corazón.

 


Todos los hombres se vuelven para contemplarlaç

 


cuando abandona su morada,

 


pensamos que no hay otra igual.

 

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La única, la amada, la sin par,

la más bella del mundo,

mírala, parece el lucero del año nuevo,

en el umbral de una bella anualidad.

 

Aquella cuya gracia brilla, cuya piel resplandece,

tiene ojos de claro mirar,

y labios de dulce hablar.

Palabra superflua alguna, jamás le oirás pronunciar.

Ella, la del cuello largo, la del pecho luminoso,

posee una cabellera de lapislázuli hermoso.

Sus brazos sobrepasan el resplandor del oro,

cada uno de sus dedos es como un cáliz de loto.

 

La de la cintura lánguida y las caderas finas,

cuyas piernas preservan la belleza,

cuyos andares están llenos de nobleza,

cuando pone los pies sobre la tierra,

con sus besos me arrebata el corazón.

 

Hace que todos los hombres

se vuelvan a contemplarla.

Y a aquel a quien saluda, hace sentir feliz.

Pues entre los muchachos el primero se cree así.

Cuando de su morada sale,

uno cree ver a Aquella que es única.

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Tres deseos

I

 ¡Ah!, ojalá puedas apresurarte hacia tu amiga,

como el mensajero del rey,

cuyo amo espera con impaciencia el mensaje

que está deseando escuchar.

 

Para él, cuadras enteras se enjaezan.

Para él, caballos siempre hay en la posta.

Siempre lista estará la carroza.

Que nada su marcha detenga.

 

Cuando alcanza la morada de su amor,

a la alegría entrega su corazón.

 II

 ¡Ah!, ojalá puedas tú a mí venir,

como un caballo del rey,

entre todos elegido;

la gloria de la yeguada.

 

Recibe el mejor forraje,

su amo le conoce el paso

y cuando oye el látigo,

no hay quien le detenga.

 

El mejor conductor de carros

no lo puede adelantar.

El corazón del amante sabe

que no está lejos su amiga.

 

III

 

¡Ah!, ojalá puedas apresurarte hacia tu amante,

como una gacela macho que huye en el desierto.

Sus pies están heridos y sus miembros cansados,

el temor habita en su pecho.

 

Los cazadores la persiguen, los perros la rodean,

el polvo que levanta la esconde.

Un reposo le parece una traba

y elige como camino el río.

 

¡Ah!, ojalá puedas alcanzar mi refugio,

antes que tiempo haya de besar cuatro veces tu mano.

Buscas el amor de tu amada,

pues la Dorada te la ha destinado, ¡oh amigo mío!

 

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La fuerza del amor

 I

¿Te vas porque los alimentos te vienen a la mente?

¿Eres hombre a quien conduce el vientre?

¿Te levantas a causa de tus vestidos?

¡Seré la dueña de un pedazo de lino!

 

¿Te vas porque tienes hambre?

¿Te alejas porque tienes sed?

¡Toma mi pecho!

Su contenido te será sobreabundante.

+++++++++

II

 El amor que por ti tengo se derrama por mi cuerpo,

como la sal se funde en el agua,

como la manzana se impregna de grasa aromática,

como el licor se mezcla al vino.

 

¡Ah!, ojalá puedas tú apresurarte,

para ver a tu amada,

como un caballo en el campo de batalla,

como un toro que corre hacia su forraje.

 

El cielo regala su amor,

como una llama prende la paja,

como una vela atrae al halcón.

 III

La armonía de mi lugar de reposo es turbadora.

La boca de mi amada es el botón de una flor.

Sus senos son manzanas de amor,

sus brazos tan bien torneados.

 

Su frente es una trampa de madera de sauce,

y yo soy el pato salvaje.

Mi vista toma por cebo su pelo

en la trampa dispuesta a caer.

++++++++++

 IV

 ¡No debo ser dócil a tu amor!

¡Amado mío, obedece a tu embriaguez!

Yo no renunciaré a ella, aun cuando los golpes me ahuyenten

-porque paso todo el día en la marisma-

hacia la tierra de Siria, a porrazos,

hacia la tierra de Nubia, a bastonazos,

a los confines del desierto, golpeado,

a las orillas de os mares, azotado.

 

No obedeceré a quienes dicen

que me aparte de tu deseo!

++++++++++

 V

 En la barca desciendo el curso del río al son de los remos,

mi haz de cañas al brazo.

Deseo ir a Menfis, para decirle a Ptah, dios de la verdad:

“¡Dame a mi amada esta noche!”

 

El río es vino.

Ptah es su caña, el Poder su follaje.

Sus mensajeros son sus botones.

El Dios del loto es su flor.

 

La Dorada es dichosa:

ante su belleza la tierra se ilumina.

Menfis es una copa llena de fruta,

puesta ante Aquel cuyo rostro es hermoso.

VI

 Iré a acostarme a mi morada,

y fingiré que estoy enfermo.

Entonces mis vecinos vendrán, para ver lo que me pasa.

Y, con ellos, vendrá mi amada.

Hará la medicina inútil,

pues ella conoce mi mal.

 VII

 En la casa de campo de mi amada,

la puerta se abre en medio de la fachada,

está abierta a dos batientes, el cerrojo ha saltado;

mi amada está encolerizada.

 

¡Ah!, quisiera ser el portero,

que ella se hubiese irritado conmigo

pues, entonces, oiría su voz, cuando ella gritara airada,

como niño a quien asustara.

+++++++++++++++

 VIII

 He descendido la corriente por el Canal del Príncipe,

y he entrado en el Canal de Ra

teniendo en el corazón el deseo de ver levantar las tiendas,

en lo alto, a la entrada de la laguna.

 

Y mientras me apresuraba en ello,

mi corazón se acordó del Dios Sol,

y pensó que podría ver a mi amado,

que quiere ir a la Casa del Señor.

 

Estaba en pie a tu lado, en la entrada de la laguna;

te llevaste mi corazón hacia la ciudad del pilar de Ra,

y me deslizaba contigo bajo los árboles,

que rodean la casa del Señor.

 

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Para tu amada cuando regresa del campo

 I

Amor mío, oh tú a quien amo,

tu amor es mi deseo.

Todo está listo para ti,

y te digo: “Esto es lo que hay hecho”.

 

Vine a cazar pájaros:

en una de mis manos tenía la trampa,

y en la otra la red,

con el bumerang.

 

Todos los pájaros de Punt toman tierra

en el país de Egipto, perfumados de mirra.

El que llegó primero

se llenó mi cebo.

 

Su perfume viene de Punt,

sus garras están llenas de esencias balsámicas;

por amor hacia ti, lo dejaremos volar,

y así estaremos a solas.

 

He obrado de modo que oyeras el lamento

de mi bello perfumado de mirra,

mientras esperabas, allí, cerca de mí,

y yo preparaba mi trampa.

 

Ir a los campos es delicioso

para quien es amado.

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V

 

¡Oh tú el más bello de los hombres! Mi deseo

es ocuparme de tus bienes, ser el alma de tu casa,

que tu brazo repose en mi brazo

y que te sirva mi amor.

 

Me digo a mí misma, en mi corazón,

con el deseo de una amante:

“Dámelo esta noche por esposo,

sin él, soy como un hombre en la tumba”.

 

¿Pues no eres tú la salud y la vida?

¿cómo se alegra de que estés vivo,

cuán dichoso es de que tengas buena salud,

mi corazón que te busca!

 VI

 La voz de la paloma se hace oír:

Dice: “La tierra se ilumina, ¿cuál es tu ruta?”

-¡Ah! ¡Déjame, pájaro!

¡Me lo reprochas!

 

Encontré a mi amado en su habitación.

Mi corazón se inundó de alegría.

Dijimos: “Nunca te abandonaré,

mi mano está en tu mano”.

 

Contigo, visito

los lugares más encantadores.

Ha hecho de mí la primera de las jóvenes

y no hiere mi corazón.

 VIII

 

Mi corazón se acordó de tu amor.

La mitad de mi cabeza está trenzada.

Pues, con prisa, he venido a buscarte,

y he descuidado mi peinado.

 

Pero cuando me dejes partir

yo peinaré mis cabellos

y estaré lista al instante.

 

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Canto del rey Autef

 Este es el testamento de este excelente soberano, de maravilloso destino:

 Las generaciones se desvanecen y desaparecen,

otras toman su lugar, desde los tiempos de los ancestros,

los dioses que vivieron en otro tiempo,

y reposan en sus pirámides.

 

Los nobles y los afortunados

en sus tumbas yacen amortajados.

Habían levantado casas, en lugares que ya no existen.

¿Qué ha sido de ellos?

 

He oído las palabras

de Imhotep y Hardedef

que se citan en proverbios

y que a todo sobreviven.

 

¿Qué fue de esos lugares que les pertenecieron?

Los muros se han derrumbado,

las plazas han desaparecido,

como si no hubiesen existido.

 

Nadie regresa de allí para decirnos su suerte,

para contar de qué carecen,

y apaciguar nuestro corazón, hasta que nosotros lleguemos

a ese lugar, al que fueron.

 

Que tu corazón, pues, se apacigüe.

El olvido es saludable.

Obedece al corazón,

tanto tiempo como vivas.

 

Ponte mirra en la frente,

cúbrete de fino lino,

perfúmate con verdaderas maravillas,

que parte son de la ofrenda divina.

 

Aumenta tu bienestar,

para tu corazón no marchitar.

Sigue tu deseo y tu dicha,

cumple tu destino en la tierra.

 

No llenes de apuro tu corazón,

hasta el día en que el lamento fúnebre te alcance,

quien tenga el corazón cansado su grito no oirá,

su grito a nadie la tumba evitará.

 

Haz, pues, del día una fiesta,

y no te canses de ella.

Mira, nadie se lleva consigo sus bienes,

mira, nadie regresa una vez que se fue

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Canto alegre para acompañar el ramo de la novia

 I

 Azulejos,

mi corazón te consagro.

Por ti lo que desea hago,

cuando entre tus brazos yago.

 

El deseo que tengo de hacerlo, es mi pintura de ojos.

Cuando ellos te ven, mi mirada es brillante.

Me arrimo a ti para conocer tu amor,

oh esposo que moras en mi corazón.

 

¡Qué hermosa es esta hora!

Que se eternice sin demora.

Desde que dormí contigo,

mi corazón se ha enaltecido.

 

Se lamente o sea feliz,

no te apartes más de mí.

 II

 Hay en él enredaderas,

que a una la exaltan.

 

Soy tu amada, la mejor.

Tuya soy, como la tierra

que sembré toda de flores

y plantas de mil especies, con los perfumes más dulces.

 

Cuán encantador el canal que hay en aquella parte,

y que tu mano cavó,

en él hallamos refresco, al soplar viento del norte:

un lugar de paseo sin par.

 

Tu mano sobre mi mano.

Mi corazón es feliz.

Mi corazón es dichoso.

Pues ahora juntos vamos.

 

Oír tu voz, para mí es vino dulce.

Y vivo de oírla.

Cada mirada que posas en mí

me da más que beber o comer.

 III

 Hay en él flores de adormidera.

Tomo tus guirnaldas.

Ebrio viniste,

y en tu habitación te tendiste.

 Acaricio tus pies.

Te despiertas cuando de mañana grito mi alegría.

Y deseas que estemos juntos, en mitad del campo.

Regocíjame con tu belleza.

¡Ven a mí!


 
 

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Cantos de la huerta

 I

 El granado habla:

A sus dientes se asemejan mis granos

y mis frutos sus senos parecen.

Soy el árbol más hermoso del huerto,

pues en toda estación permanezco.

 

La amada y su amigo

bajo mis ramas pasean,

ebrios de vino y de vino dulce,

perfumados de aceite y esencias balsámicas.

 

Salvo yo, todas perecen,

las plantas del campo.

Cada año vivo los doce meses,

y permanezco.

 

Si una flor se marchitase,

una nueva flor de mí brotase.

Así soy del jardín del primer árbol,

pero como segundo soy considerado.

 

Si una vez más actuaran así,

por ellos más no callaría.

Tampoco la escondería,

y se conocería su ardid.

 

Entonces la armada será descubierta,

adornar no podrá ya a su amigo,

con un bastrón de lotos blancos y azules

engalanado de capullos y flores.

 

Reconoce su falta estando ebrio

de cervezas de todas clases.

Te hace pasar el día como más es de tu agrado,

una choza de cañas es el lugar reservado.

 

Ea, razón tiene el granado,

que sea pues adulado.

Que ordene el día entero a su guisa,

pues él es quien nos cobija.

 II

 Las higueras abren la boca.

Su bosquecillo empieza a hablar.

 

Cuán hermoso es obedecer el mandato de mi dueña.

¿Hay mujer que se le parezca?

Si las sirvientas faltaran,

sería yo su sirvienta.

 

De Siria he sido traída,

a la amada, como cautiva

En su huerta,

me hizo plantar.

 

Ella no me da vino,

el día de embriaguez.

Ella no llena mi cuerpo

con la humedad del pellejo.

 

A uno descubre, actuando a su estilo,

la sola mirada de quien no ha bebido.

Tan cierto como que ahora estoy vivo, oh amada,

esto te será restituido.

 III

 El joven sicomoro que plantó con sus manos,

abre ahora la boca para hablar;

 

El murmullo de sus hojas

parece perfume de miel,

lleno de gracia, sus ramas breves,

se vuelven frescas y verdes.

 

Está cargado de frutos maduros,

Frutos más rojos que el jaspe;

su follaje parece turquesa,

y azulejo su corteza.

 

Invita a quienes no están debajo.

Su sombra refresca el aire.

 

Una misiva pone, a una joven, en la mano,

la hija del hortelano;

y la hace correr en pos de la amada:

“Ven a pasar un momento delicioso con tus compañeras de juego.

 

El campo es celebración.

A mi vera hallarás follaje, y también un pabellón.

 

Mis amos se regocijan

como niños cuando te ven.

Que el servicio te preceda,

y con lo necesario venga.

Uno se embriaga al hacia ti correr,

incluso antes de comenzar a beber.

 

Las criadas llegaron con sus quehaceres

y las más diversas cervezas y pan de mil variedades.

Muchas flores de hoy y de ayer,

Y fruta de toda clase, para mejor refrescarse.

 

¡Ah! pasa el día de forma encantadora,

y mañana, y luego pasado, y luego hasta tres,

sentada a mi sombra.

Su amigo a su derecha.

 

Ella lo embriaga

y hace según él dice,

mientras donde se bebe cerveza, la embriaguez todo lo turba,

y ella atrás se queda con su amado.

 

Tiene lugar bajo mis sombras,

El paseo de la amada.

Soy discreto

Y, sin una sola palabra, no revelo lo que veo.”

 

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Cantos a la orilla del agua

I

 Mi Dios, mi esposo, te acompaño.

Es encantador ir hacia el río.

Me regocija lo que me pides,

descender al agua, para bañarme ante ti.

 

Te dejo ver mi belleza

con una túnica de lino real del más fino,

impregnada de esencias balsámicas,

mojada en aceite aromático.

 

Entro en el agua, para estar junto a ti

y, por amor a ti, salgo, llevando un pez rojo.

Es feliz entre mis dedos,

Lo pongo sobre mi pecho.

 

Oh tú, mi esposo, oh amado,

ven, y contempla.

 II

 El amor de la amada está en la otra orilla.

El río nos separa.

Quiero ir hacia ella,

pero hay un cocodrilo acostado en el banco de arena.

 

Bajo al agua,

y cruzo las olas.

En la onda, mi corazón está lleno de fuerza.

El agua es tan firme como el suelo, a mis pies.

 

Pues mi amor por ella me hace invulnerable

como si para mí ella hubiese cantado el encanto de las aguas.

 III

 Ahora veo que la amada ha venido.

Mi corazón es feliz, y mis brazos están abiertos para recibirla.

Mi corazón salta de alegría en mi pecho, como si esto no fuera a tener fin.

¡No permanezcas alejada, ven hacia mí, oh mi dueña!

 IV

 Cuando la tomo entre mis brazos

y sus brazos me enlazan,

Es como en el país de Punt,

Es como tener el cuerpo impregnado de aceite perfumado.

 V

 Cuando la beso

y sus labios están entreabiertos,

ebrio me siento,

sin haber bebido cerveza.

 VI

 ¡Ah! ¡Apresúrate a preparar la cama,

sirviente! te digo:

 

“Coge fino lino para cubrir su cuerpo,

para ella, no hagas la cama con ropa de gala,

guárdate de emplear un simple lienzo:

pondrás en su lecho paños perfumados”.

 VII

 ¡Ah!, ojalá fuese yo su sirvienta negra,

la que le lava los pies,

pues entonces podría ver la piel

de todo su cuerpo entero.

 VIII

 ¡Ah!, ojalá fuese yo quien lava sus vestidos

durante un mes entero.

Pues sería feliz con lavar el aceite

que impregna sus vestidos;

 

podría ocuparme de su ropa,

y ella me reprendería o me haría cumplidos.

 IX

 ¡Ah!, ojalá fuese yo el sello que lleva en el dedo

pues, entonces, ella cuidaría de mí,

como de algo que embellece su vida.

X

¡Ah!, quisiera ser un viejo vestido de la amada.

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A la noche

 

La bóveda celeste ha traído la noche,

la bóveda celeste ha parido la noche.

La noche pertenece a su madre.

A mí me pertenece el saludable reposo.

 

Oh, noche, dame la paz,

y te daré la paz.

Oh, noche, déjame reposar,

y te dejaré reposar.

 

Me he prevenido contra el destino

Y de mi sueño he sabido cuidar.

Para mí he hecho…

Este amuleto de mi lecho.

 

La noche se apartó.

Su bastón se quebró.

Su tina se agrietó.

Su agua mala fluyó.

 

La noche pertenece a su madre, a la Dorada.

A mí me pertenece el reposo de la vida.

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 Cantos de amor de las diosas

 

Isis dijo:

¡Ven a tu morada, amado mío,

ven a tu morada! No tienes enemigos.

Oh bello infante. Ven a tu morada, a fin de poder verme.

 

Yo soy tu esposa, la que te ama.

No te separes de mí, bello adolescente.

¡Ven al instante a tu morada! No te veo,

mi corazón te suplica, mis ojos te desean.

Te busco a fin de contemplarte.

 

¡Ah, si pudiera verte! Bello señor.

¡Ah, si pudiera verte!

Es maravilloso verte, amado mío.

Es maravilloso verte.

 

¡Ah, mi señor, ahora estás cerca de mí!

Hoy te veo: tu perfume es el de Punt.

Las damas te desean la bienvenida.

Todos los dioses juntos se regocijan.

 

Regresas a tu mujer.

Su corazón late de amor por ti.

Te toma en sus brazos. No estás lejos de ella.

Es feliz al ver tu belleza.

 

Quien guste del campo,

se halla en el país de La Dorada.

Que le traigan agua, a quien le gusta beber.

¡Ah, a través de qué desiertos se apresura!

 

¡Ah, no se ha hartado de lágrimas!

Mi corazón no deja de llorar.

Está acostado y se vuelve un cadáver,

como si fuera a abandonar la tierra.

 

Se va y aflige a las dos viudas.

¡Háblame, Osiris, yo soy Isis!

Yo despertaba tu casa al son del arpa,

Te alegraba al son de la flauta.

 

Isis proclama:

Quiebro a quien las horas quiebra

y quien quiebra las horas me quiebra.

No debe subsistir, el dios que proyectó

separar al esposo de la esposa.

 

Isis proclama:

¡Solo toda la eternidad! Esposo mío, voy hacia ti.

Mis pies avanzan y caminan,

para que millones de millas no me separen de ti.

 

Todos los países, todas las provincias, todas las ciudades, todos los templos,

venid a mí y llorad, con las manos en la cabeza.

Yo soy Isis, la esposa del santo Unnenefer,

mi esposo que está lejos de mí.

 

Lamento de Isis. Ella proclama:

Esposo mío, estoy sentada en la casa

y ya no tengo compañero con quien hablar,

y ya no tengo al esposo que me fue dado.

Y ya no tengo al esposo que fue creado para mí,

y ya no tengo a mi señor, para en él apoyarme.

 

Osiris, ya no hay para mí rostro que pueda mirar,

aparte de tu rostro.

¿Por qué abandonas así a tu fiel,

sin responder, sin un signo de ternura?

 

Neftis proclama:

Vuelve a esta hora, mi señor, tú que partiste,

a fin de hacer lo que te place, bajo los árboles.

De mí alejaste a mi corazón millones de millas.

Contigo sólo, deseo hacer lo que me gusta.

 

Si vas al país de la eternidad, te acompaño.

Tengo miedo de que me mate mi esposo.

¿Hubo rey que en su tiempo así actuase?

He venido por amor a ti. Tú liberas mi cuerpo con tu amor.

 

Neftis proclama:

Mi señor, tú que has perecido en el agua,

por ti lloran los dioses,

de tu suerte se lamentan las diosas.

 

Doy mi alma por tu alma,

he confundido los pasos de tu enemigo,

a tu hijo Horus he liberado.

 

Neftis proclama:

¡Horus, ábreme, que vea a Osiris!

Acuérdate de lo que hice por ti.

Al hijo de Seth abandoné para salvarte.

Te serví como nodriza, en tanto que tuve leche.

 

Te salvé, en otra ocasión, en Chemnis.

Aniquilé los proyectos que Seth había urdido contra ti.

Concédeme una hora para que vea a Osiris,

por todo lo que he hecho por ti.

 

He abierto el relicario de oro.

Mi corazón, que se lamentaba con tristeza,

ha echado a la preocupación de mi cuerpo.

 

He abierto el relicario de oro.

Lo he buscado para gritarle.

Me ha respondido, y por su voz vivo.

 

He abierto el relicario de oro.

¡Ah, estáte abierto y no cerrado con llave!

¡Ah, responde, no te quedes mudo!

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