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La desconfianza

El túmulo

A un valiente andaluz

Por su carrera el sol iba corriendo...


  La desconfianza

Las rosas que, ya marchitas,
de ti con desdén alejas,
la aurora me vio cortarlas,
y hermosas jóvenes eran.
Vivieron. Fue para siempre
su honor y antigua belleza.
¡Ay, todo cual sombra pasa,
y el ser a la nada lleva!
Vendrá el agosto abrasado
ahogando flores y, muertas
sus hijas, a otras regiones
volará la primavera.
En pos, el maduro otoño,
mostrando su faz risueña,
hará que el lánguido estío
bajo sus pámpanos muera.
Mas el aquilón bramando
se arrojará de las sierras,
y, lanzando estéril yelo,
cubrirá de horror la tierra.
Así, la lóbrega noche
sucede a la luz febea,
las risas a los lamentos,
y a los placeres las penas.
Es el universo entero
una inconstancia perpetua:
se muda todo; no hay nada
que firme y estable sea.
Y en medio a tantos ejemplos
que triste mudanza enseñan,
¡ay Filis!, ¿tu pecho solo
tendrá en amarme firmeza?

 

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  El túmulo

¿No ves, mi amor, entre el monte
y aquella sonora fuente,
un solitario sepulcro
sombreado de cipreses?
¿Y no ves que en torno vuelan,
desarmados y dolientes,
mil amorcitos, guiados
por el hijo de Citeres?
Pues en paz allí cerradas
descansan ya para siempre
las silenciosas cenizas
de dos que se amaron fieles.
Éramos niños nosotros
cuando Palemón y Asterie
llenaron estas comarcas
de sus cariños ardientes.
No hay olmo que, en su corteza,
pruebas de su amor no muestre;
Palemón, los unos dicen,
los otros claman Asterie.
Sus amorosas canciones
todo zagal las aprende;
no hay valle do no se canten,
ni monte do no resuenen.
Llegó su vejez, y hallolos
en paz, y amándose siempre;
y amáronse, y expiraron;
pero su amor permanece.
¿Te acuerdas, Filis, que un día,
simplecillos e inocentes,
los oímos requebrarse
detrás de aquellos laureles?
¡Cuántas caricias manaban
sus labios! ¡Cuántos placeres!
¡Cuánta eternidad de amores
juraba su pecho ardiente!
Al verlos, ¿te acuerdas, Filis,
oh, tan preciosas niñeces
volaron, que me dijiste,
deshojando unos claveles:
yo quiero amar; en creciendo,
serás Palemón, yo Asterie,
y juraremos, cual ellos,
amarnos hasta la muerte?
Mi Filis, mi bien, ¿qué esperas?
El tiempo de amar es éste;
los días rápidos huyen,
y la juventud no vuelve.
No tardes; ven al sepulcro
donde los pastores duermen
y, a su ejemplo, en él juremos
amarnos eternamente.

 

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A UN VALIENTE ANDALUZ

Narices y pescuezo me cortara 

con ligera presteza y buen talante 

si soldado mayor, más fuerte Andante

que yo, aunque pobre raso, se encontrara.

¿Cuándo la fuerte Roma se entregara

al español ejército triunfante

 si aquesta mi tizona machacante 

en aquel fiero asalto no se hallara?

Metido en su garita un buen soldado

aquesto tiritando refería;

mas al estar sus hechos él diciendo

  ve un ratón, y corriendo desbocado,

al arma, al arma, a voces repetía,

 que mil moros me vienen persiguiendo.

 

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Por su carrera el sol iba corriendo

cual acostumbra a hacer todos los días

y salido, mi Files, aún no habías  

para irte con tus soles encubriendo. 

Yo me estaba allá adentro consumiendo

al ver que tú de casa no salías  

 y por lo mismo el sol no oscurecías

antes bien le dejabas ir luciendo.

Mas al fin advertí ya venturoso

que ibas por la escalera ya bajando.

Saliste pues al fin con traje airoso, 

quédeme al sol atento yo mirando

 y noto ¡caso raro y prodigioso!  

que como antes seguía iluminando.

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