Miriam Cairo

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Culonas

¿Quién ha visto una realidad?

El sexo de los débiles

Fragmento amoroso de una mujer casada

La palabra es más fuerte que el acero...

                                                                                                                                                                                                                                                                           

Escépticas
     Mis culonas espantan cuervos y tormentas. Se han comido sus propios ojos. Han tragado la última lluvia. Han perdido la noción de amigo y enemigo. La resignación les ata las manos y les sella la boca. No hay sed que sacie sus aguas. No hay astro que ciña su aurora. Lo dicho les pesa y las sofoca. Antes de arrojarse a la última caída no olvidan destruir los falsos presagios de sus tréboles de cuatro hojas.
 

Teóloga
      Según las investigaciones antropófagas de mi teóloga sucia, fea y culona, el alma ocupa un lugar físico debajo de la cintura, más precisamente en el túnel que separa las dos piernas. A falta de otros nombres, esta zona se llama con vergüenza, con descaro, con frambuesas. El alma o caracola marina sin mar, puede alcanzar cinco veces el tamaño de un silencio. Dicha concavidad mítica siempre está a merced de un pájaro alargado, esculpido con gran economía de detalles y de orificio sediento.
      Los prelados adversarios dicen que todo lo apuntado por la teóloga es pura invención, pero ellos no admiten que ese es el otro nombre de la fe.
 

Peregrina
      Mis vírgenes culonas no prometen milagros. Por medio de señas me abandonan a mi suerte. Se desploman en los asientos reclinables del cielo y canturrean melodías barrocas mientras juegan con sus pezones. Su religión es perezosa y poco pontificia. Me hacen peregrinar hasta sus templos cargada de crímenes de camellos y collares de plomo. Dicen que cualquier camino puede llevarme a la ansiada perdición porque el mundo es redondo y feo como el culo de una manzana seca ¿te das cuenta?

Cocinera
      Ella, con el pelo ensortijado y una camisa anudada en la cintura, golpea con fruición la masa contra el mármol. Asume, en esas sacudidas, los movimientos de la actriz porno que, desde el televisor, la ayudó a encenderse.

Generosa
      La desesperada no usa prendas íntimas. No sólo doy fe por haberle visto, en un descuido, la profunda línea que divide en dos el mundo de sus nalgas, sino porque cierta tarde, mientras esperábamos ser atendidas por la lenta empleada de la perfumería, yo arrojé mi monedero contra sus sandalias. Al agacharme para recogerlo, casi apoyo la cara en sus piernas. Ella fingió no sentirme. Se movió levemente para abrirse un poco más y permitir que yo me demorara, cuánto quisiera, en la observación abismada de esa noche sumida en el curso de un río deseable y perfumado.

Mimbre
      (Aquí se consume la mujer hecha con varas de mimbre.)

Buscadora
      Ella busca la tempestad, el maremoto, el desierto, el mangrullo, el timón, el cementerio, debajo del zapato.
      Busca falibles, culonas, sumergidas en el fulgor lunar, putas, debajo de los brazos.
      Ella busca a los que se aman, a los que no saben que se aman, a los que no se quieren amar, bajo el ala del sombrero.
      Ella busca el sauce al que trepaban los sueños.
      Ella busca el sauce y busca los sueños, debajo del zapato, debajo del silencio, debajo del poema.

Desnuda
      Si mi culona desnuda no tuviera algo más que ron, algo más que dedos, algo más que almohadas, podría perder su dulzura, podría malgastar su elegancia y quedar pegada al dolor bajo las sábanas.
      Su encanto y suavidad no la hacen menos activa ni menos peligrosa. La terrible pureza de sus sentimientos impuros le resulta una misión esférica, nacarada.

Fatigada
      Ella es una de esas culonas que ha sufrido cierta torpeza sexual. Tiene amigas que usan escotes exagerados y dicen que las han tratado con mezquindad. Están hartas del ficus que no prospera. Sus maridos han perdido para ellas todo atractivo erótico. Han olvidado las edades de sus hijos. El PAP es lo único que les asegura un profundo contacto sexual. Rompen el taco de sus zapatos más queridos en el consultorio del terapeuta. Están perdidas. Tan perdidas como un gigante en un campeonato de billar. Ninguna de sus amigas sabe cuál ha sido el camino que las ha llevado a semejante insuficiencia, pero mi culona no piensa facilitarles la respuesta.

Fundadoras
      Afortunadamente, hay culonas que desgranan el espacio y hablan con el corazón en la mano. Identifican el movimiento, pero con quietud fundan una región ajena a las típicas identificaciones.

Abandonada de piernas abiertas
      En cuanto a la abandonada de piernas abiertas, digamos que padece de recuerdos cóncavos y deseos convexos. Su conciencia es rala y poco concreta. Usa enaguas de encaje viejo y a la hora de dormir se enrosca sobre sí misma como un gato o como un poeta.

Virtuosa
      Ella elimina la tensión excesiva de la garganta hasta que deja de ser esforzada y dura. Cuida la posición de la lengua y la extensión de las mejillas. Deja fluir naturalmente el avance o retraimiento de los labios.
      Llega a ser perfecta la abertura de sus mandíbulas. Perfectas la tensión del velo palatino y la distensión de la faringe superior. También pone sumo cuidado en la posición de la cabeza. Todos los órganos armonizan con la sabia emisión del soplo reforzando aquí, cediendo allá. De modo que la dicha va siendo construida como una vibración. Va siendo devorada como una fina tajada de sandía.
      Puede que haya otro modo de cantar una canción.

Delicada
      Tengo una culona especial que se separa los cabellos con prudencia, como si fueran filos, para evitar que los sueños se rasguen antes de echarlos a volar.

Falible
      En mitad de una avenida la falible no encuentra un trabajo. No encuentra un gato abandonado. No encuentra un corazón, pero en todas partes siente el vaivén de su vestido. Siente el pequeño movimiento de sus senos. En mitad de la avenida no encuentra sus mejores pasatiempos ni dónde guardar el mayor secreto. Se ha exigido no participar en pobres ilusiones. En mitad de un vaivén la falible ha perdido su avenida pero sigue con los zapatos puestos. Sigue con la sonrisa expuesta. Da al policía de tránsito el nombre de su cantante preferido. En mitad de la avenida que no encuentra, la falible quisiera tener una muselina inmensa o una alfombra de brocato. No se saca el vestido. Tropieza a causa de los tacos altos. Se lleva la mano al escote y se aprieta los viejos dolores. Va a dejar de escribir poemas porque sólo le gustan las mujeres gordas y los hombres viejos. En mitad de la falta de avenida ve un perro con la lengua colgando. También le gustan las lenguas de los perros y las mujeres que muestran el ombligo. No va a escribir poemas porque está muy ocupada sintiendo el vaivén y tropezando en el asfalto. Porque está a merced de un escozor adictivo.

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                                                                           ¿QUIÉN HA VISTO UNA REALIDAD?

                                                                                                                            
     Necesitamos doradas, inmensas copulaciones.
                                                                                                                                                                                          Jim Morrison

      A mí, a veces me parece que no existo. Otra abismada nombra un estallido o una pasión, un afecto a la vez triste y alegre, la inestabilidad de una inquietud propia. Es muy de abismados andar por la vida sin existirse todo el tiempo. Uno más uno, la imaginación abarca el mundo entero. En sueños me existo siempre. No puedo pensar, "no, yo no me estrello", porque de hecho me estrello. Uno más uno, Juno derramó leche de su seno y se creó la vía láctea.
      Todo tiene un límite y yo dije basta. Una vez que se estrelló el auto en el sueño, no esperé a que se estrellara en la realidad. Hay una ley que vincula lo posible con lo imposible, lo imposible con lo posible. Uno más uno, dos. Las dimensiones del estallido son tan pequeñas, que empiezan a notarse efectos como el contagio. ¿Por qué esa alusión a un tormento? Onda corpúsculo. El mundo real no coincide con el mundo que vemos.
      Onda partícula. El tema es que él y yo, como seres reales, vivimos en la realidad, pero no sabemos qué realidad es. Todo tiene sus límites. Hasta la noche se dejaría asediar por el espectro de su sombra o por el duelo de sí misma. El contagio carece de límites. Arrastra todos los resultados. Uno más uno, el acto mismo de amar transforma lo que se está amando.
     Todo estriba en lo que se considera comprender. Cuando sueño, el sueño me sueña. Pero la realidad es muy diferente de lo que creemos. Un grupo de científicos logró transferir las propiedades de un fotón hacia otro fotón a una distancia de dos kilómetros. Uno más uno, la imaginación es más importante que el conocimiento.
      El oscilador armónico no distingue entre lo que ve y lo que recuerda. ¿Alguien ha visto alguna vez un sueño? ¿Ha visto acaso una realidad?
      Uno más uno aquí ha habido una masacre: las parejas legítimas no juegan a los fantasmas.
      En la brumosa ciudad ¿quién fantasea? No te detengas a hablar con nadie que no sea un fantasma. Nos marchamos. Huimos. Para que nadie nos encuentre, para que no nos den por desaparecidos, nada mejor que desaparecer quedándonos acá. Buen día, decimos y hasta mañana, también, pero qué lejos.
      En cualquier caso, lo cierto es que la película de tu sueño envuelve glorias de esperma coronando los pezones. Hablo de física. Los especialistas lo dicen: la teletransportación es posible. Uno más uno, tus guantes y mi abanico están en el suelo. El cerebro se ha construido en el mundo y ha reconstruido el mundo a su manera dentro de sí, por ello, el mundo está en nuestro espíritu, que a su vez está en el mundo. Uno más uno, Edgard Morin.
      Pero el debate del soñador en el mundo no ha concluido. El cadáver de la luna está en el coche del chofer. Bajan, los dos, por ríos de autopistas. Bajan desde el puente. Se estrellaron conmigo cuando me estrellé. Ahora la luna está muerta. Sabe que existimos. Que a veces, no. Sabe que no estamos en el meollo: estamos en el misterio. Inventemos otra luna. ¿Ésta ha muerto?
      A mí, a veces me parece que no existimos. Otros abismados nombran un estallido o una pasión, un afecto a la vez triste y alegre, la inestabilidad de una inquietud propia. Es muy de abismados andar por la vida si
n existirse todo el tiempo. Espero que te mejores. Uno más uno, necesitamos doradas, inmensas copulaciones.

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                                                                                              EL SEXO DE LOS DEBILES

La invitación
      Disculpe, pero quizás yo también sea una persona. Por eso lo invito a comer esta noche, en mi casa. No estoy hablando de sexo. No quiero alertar a sus órganos reproductores. Sólo lo invito a comer, a beber, a dormir. La procreación es cosa de los fecundos. Yo deseo ver su manera de estar de pie sobre una lámina fina de quietud. Prometo no respirar más de lo necesario.

La advertencia
      Alguien podría hablar de mí como un jinete con referencias de una carne rosada y viviente. Pero no se preocupe. Con usted no seré jinete. Aunque desde donde estoy es difícil quejarse. Tengo las llaves de la puerta de un mundo que no tiene puertas. Si usted viniera, deberá saber algunas cosas.
      Las mujeres que llenan las páginas de las grandes epopeyas saben vivir y morir con esa doble máscara furiosa. Pero yo tengo una mórbida preocupación por no caer en el lugar común de la proeza.

El caracol
      ¿Será importante lo que siente un caracol? Es una cuestión demasiado ardiente, sobre la cual, algunas personas pueden reencontrar alguno de sus problemas humanos, es decir, alguno de sus límites. Sobre todo, porque el caracol está a un paso de ser babosa. Ya ve. Nunca seré una mártir que se inmola por las grandes cosas.

El cuerpo
      Primero es necesario tener un cuerpo. Un cuerpo que a uno lo acompañe, lo cobije, lo exulte, lo tiemble. Un cuerpo que no evite las partes bajas.
      Usted no es quien me ha enseñado todo lo que sé, pero podrá enseñarme aquello que todavía no sé. Si es necesario le daré la mano guiñando sobre el abismo cómplice.

Los hombres sin luz
      Esta distorsión entre el hombre caracol y el hombre babosa, entre la mujer caracol y la mujer babosa, es la célula de una biología quejumbrosa. Con la falsa idea de un todo en uno, los hombres sin luz continúan allí donde todo se ha extinguido. Qué más da. Son los mandatos del mundo que no habito. Por eso lo invito a comer esta noche en mi casa. No estoy hablando de sexo. A menos que usted desee hablar de sexo. Los hombres sin luz creen que es lo mismo abrazar una almohada que sostener un lucero. Y continúan allí. Nunca saldrán de allí donde todo se ha extinguido. Esto es lo que he dado en llamar la estética mórbida.

La noche
      Se puede explicar una obra por su época o su proyecto. A mí me expulsa la época con su siniestro proyecto. He intentado no dejarme caer en la dulzura y los besos, pero el resto del mundo lo único que ofrece son bocas amargas como un pozo ciego. Venga. No hablaré de sexo, a menos que usted creyera que valdría la pena hacerlo. Seremos la noche y nos habremos perdido. Así hablo yo, cuando la noche vuelve y nada puede doler.

La inclinación
      Tengo una inclinación natural por pensar en lo que nadie piensa, creer en lo que nadie cree, esperar lo que nadie espera. Para el resto están los escritores que dicen lo que hay que decir de tan grandes maneras. Venga a mi casa a beber, a comer, a dormir. El sexo de las babosas no nos necesita. El aparato no nos necesita. La literatura no nos necesita. Las especies en extinción no nos necesitan. Si la mejor parte del alma es la más fuerte, las mujeres babosa y los hombres caracol morirán alados.

La enfermedad
      Yo sólo creo en la parte más débil del alma. Yo no necesito un hijo suyo.
      Usted no necesita una hija mía. No quiero anudar su vida con un hilo de oro.
      Sólo lo invito a pensar un horizonte tangible de besos quemantes. A sentir un pecho alegre que hereda sangre de una pleamar rumorosa. Todo lo que pasa, pasa despacio aunque muera de prisa. La voluptuosidad del caracol es análoga a la de la babosa. La cópula entre el hombre caracol y la mujer babosa es ejemplar e inocua. Pero la cópula de los débiles es una enfermedad destellante.

Los débiles
       La inmoralidad proviene de mezclar la moralidad de una cosa con la moralidad de otra cosa. La cópula de los débiles no debe medirse con la vara de las babosas. Por eso lo invito a comer, a beber y a dormir. Mi sexualidad cabalgante no puede mezclarse con el sexo de los buenos. Cada cual en su mundo.

Rápido vuelo
      Cuando usted venga y ponga sus alas en mis pies, prometo no lanzarlo en rápido vuelo. Al verlo atado a una roca y expuesto a la voracidad de los honrados, no me enamoraré de sus ligaduras. No preguntaré por la razón de su cadena ni la causa de su duelo. No veré su corazón famélico como una bestia cautiva y mal alimentada. Cada cual tiene derecho a prolongar su desdicha.

El riesgo generoso
      Cálmese. Por más que uno esté vivo todo cuanto se pueda, siempre llega la noche y se está menos vivo. En mi lecho, no romperé sus tetillas buscando el descargar del cuerpo. No guardaré una palabra entre los dos labios. Un suspiro entre los dos labios. Su dedo entre los labios. Sólo lo invito a ser un poco improbable. Desde donde estoy veo que el mundo es un esqueleto y el sexo de los débiles un generoso riesgo.

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                                       FRAGMENTO AMOROSO DE UNA MUJER CASADA

Punto I. El sexo de una mujer casada es una pequeña empresa criminal que consiste en no hacerse rica de golpe, sino en colmar el cáliz una y otra vez mientras los cielos se derrumban y el esposo descansa.
Punto II. La sexualidad femenina, lúdica y original se ha transformado en una devoción tan cultivada como la literatura, por lo tanto, esto quiere decir que como toda forma artística, no alcanza a ser disfrutada por la mayoría. Prospera a modo de un rito intrauterino, como una protección contra la ansiedad urbana, incluso, como una conmemoración de los logros obtenidos.
Punto III. Por la boca hundida de una mujer casada fuga un aliento impúdico. Se encierra en el cuarto para sí misma y ni de eso está muy segura. Con arisco pudor indaga a solas en los untuosos colores del deseo, y llega a la memoria un eco de arenas humanas.
Punto IV. Caen los cielos en el hondo abismo del ombligo mientras la mujer casada desata los nudos del sueño. No es fácil rasgar la telilla que separa el día de la noche, pero nada es imposible para una mujer casada. A la velocidad del viento oculta la inquietud de sus manos antes de que los ángeles abran la boca y le pidan un beso.
Punto V. La mujer casada es altamente tibia, altamente remediativa, altamente girondeana: le importa un pito la delgadez del vecino o el abdomen prominente del amante: lo que realmente le interesa de un hombre, es que sepa volar. Que suba al colectivo como un pájaro. Que pague el boleto con su ala izquierda. Que suba por el ascensor con el pie izquierdo y que a la hora gruñir, píe. Y que a la hora de morir, se derrame.
Punto VI. Yendo, corriendo a veces, volviendo del infinito con una piedra ilegible sobre el hombro, una mujer casada no desatiende jamás los horarios de almuerzo y cena, aunque llegue al umbral de la casa consumida por otros fuegos.
Punto VII. La sexualidad de una mujer casada no es un fenómeno inédito, aunque se simplifica ignorantemente: todo lerdo y asmático.
Punto VIII. La soledad, sale muy favorecida cuando se examina la sexualidad de una mujer casada.
La soledad esplende su vaporosa mansedumbre de pared a pared, de espejo a espejo, mientras los labios exangües dicen que dice él, que ella dice, o que dice ella que él dice, que la sexualidad de una mujer casada huele a nacimiento de tulipanes.
Punto IX. Ella o la mitad de ella en su hondura, deslee las postales veraniegas. Ha generado un espacio silencioso para que el matrimonio trabaje sin molestar hasta diciembre. Enero tiene un destino de cordero pasmoso.
Punto X. Ciertas verdades atroces, en el contexto de la sexualidad de una mujer casada, resultan puro virtuosismo: el fin justifica los medios, por ejemplo.
Punto XI. A mitad del día toda mujer casada cuelga el hastío de la rama de un árbol interminable. Vacía los ojos para no mirarse y desagua la resina dulce de sus senos. Desde un punto de apoyo agrietado, toda mujer casada puede doblegar, con una sola mano, el dardo venenoso de la resignación que busca el centro azulino de su sexo.
Punto XII. Llega la hora en que la mujer casada apoya líquidamente el pie sobre la mesa de mimbre, en busca del esplendor y el aire, en el mínimo espacio en que se queda.
Punto XIII. El lenguaje de una mujer casada reina y vaga. El silencio de una mujer casada, reina y vaga. El sexo de una mujer casada reina y vaga. El corazón de una mujer casada reina y vaga. Enciende sus pezones como faros. Ellos son el sol aunque no amanezcan.
Punto XIV. La policía no interroga a una mujer casada, traficante de locura. Los bomberos no intervienen ante una mujer casada que va de extinción en extinción con sus incendios. Los sexólogos se abstienen ante una mujer casada con los temblores. Los espejos, en cambio, las reconocen y las reverencian.
Punto XV. Desde más infinito a menos infinito, la sexualidad de una mujer casada puede ser como páginas sueltas, o como un claro motivo de terror, o como un manuscrito genial que tiende a multiplicarse y reproducirse desde más infinito a menos infinito y viceversa

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La palabra es más fuerte que el acero, decías.

Más fuerte que la furia

y los vendavales.

La palabra se cuelga de los brazos

de la luna, decías,

y se contrae como un alumbramiento.

La palabra es más poderosa que una púa divina.

La palabra mancha,

la palabra muerde, decías.

La palabra cría cuervos que te devorarán los ojos.

Ella puede desprenderse de un eclipse

o nacer de un abismo.

Va a matarte, decías.

La palabra vuela más alto que el viento.

Soporta el peso de dios. Va a castigarte, decías.

Tiene un ejército de chacales.

La palabra rompe, decías.

Es un peligro y una oscuridad,

no vuelvas a escribir, decías.

El mundo cabe en una sola de sus manos,

se sostiene en uno solo de sus hilos.

No creas en la palabra, decías,

No te va a salvar del abandono.

La palabra es una bestia

horrible y resplandeciente,

decías,

y yo sostenía, bajo las sábanas

mi silencio,

demasiado solo.

 

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