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Antonio Mira de Amescua

Lo que no es casarse a gusto

Hero y Leandro

El rico avariento

LO QUE NO ES CASARSE A GUSTO

 

 
Personas que hablan en ella:
 ENRIQUE  
El REY, don Froilo
El príncipe de BIMARANO
RAMIRO, viejo
NUÑO
GONZALO
ELVIRA     
Doña MAYOR, hermana de Álvar Ramírez
  CONSTANZA

 

Salen MÚSICOS cantando, ENRIQUE, ELVIRA y

acompañamiento

 

MÚSICA:
     "Mil años se gocen
   los recién casados,
   Enrique y Elvira.
   Gócense mil años.
   Tengan mucha harina      
   y muchos ganados.
   Mil años se gocen
   los recién casados."
     Goce grandezas profanas
   en alcázares dorados.    
   Aumente el alma cuidados
   siguiendo esperanzas vanas.
   Logre pompas soberanas
   debidas a su valor
   quien sin temer el rigor   
   de la más sangrienta fiera,
   de la envidia el golpe espera
   en la cumbre del favor.
   Que yo contento y seguro
   sin los daños que publico,    
   con más ciertas glorias rico
   descanso al alma procuro
   siendo incontrastable muro
   de mi suerte venturosa
   la que con extremo hermosa      
   acredita mi esperanza
   lejos de tener mudanza:
   yo tu esclavo y tú mi esposa. 

 

 

 

 

 

 

 

ENRIQUE:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ELVIRA:
     La felicidad, la suerte

 

   y dicha del merecer        

 

   ser vuestro, vengo a deber

 

   _es cierto_a la misma muerte;

 

   pues su rigor, si se advierte

 

   es quien me la pudo dar.

 

   Por la puerta del pesar   

 

   entro al placer y contento.

 

   La muerte fue el instrumento

 

   del bien que llego a gozar.

 

   Si Álvar Ramírez mi esposo

 

   había de ser, y el rigor      

 

   de vuestra mano, señor,

 

   le dio la muerte, es forzoso

 

   que del estado dichoso

 

   que gozo, a la muerte dé

 

   las gracias, pues ella fue      

 

   primer causa.  El repetir

 

   las penas solo es sentir

 

   las glorias que ya gocé.
ENRIQUE:
     No divirtáis la memoria

 

   con la gloria que pasó;       

 

   que soy vuestro esposo yo,

 

   y sois vos toda mi gloria.

 

   Y alguna pasada historia

 

   referir también pudiera

 

   si ofenderos no temiera;   

 

   que en agravio semejante

 

   tuviera poco de amante,

 

   mucho de necio tuviera.
ELVIRA:
     Si Álvar murió, vos vivís

 

   dueño ya de mis cuidados.     

 

   Desvelos son excusados.
ENRIQUE:
     Muy bien, señora, decís;

 

   mas si de amor advertís

 

   que aun los instantes condena

 

   el tiempo que se enajena   

 

   de lo que ama la memoria,     

 

   donde está cierta la gloria

 

   no ha de nombrarse la pena.

 

Suena dentro rumor de gente y sale el

PRÍNCIPE de Bimarano, solo

BIMARANO:
     Quedaos todos allá fuera.

 

   Guárdeos Dios.  Escucha, Enrique.      
ENRIQUE:
     ¿Señor, vuestra alteza?
BIMARANO:
                                Advierte

 

   que aunque los ecos publiquen

 

   el bien y gloria que logras,

 

   sólo yo, aunque lo previne,

 

   imitarlos no he podido;    

 

   pues en tus bodas felices,

 

   antes que la norabuena

 

   te vengo a dar nuevas tristes.
ENRIQUE:
     ¿Qué decís, señor?
BIMARANO:
                            Que el rey,

 

   mi hermano, en quien sólo es firme      

 

   no la clemencia, el rigor,

 

   pues siempre en su pecho vive,

 

   te manda prender.  Hoy tuve

 

   secreto aviso, y no quise

 

   fïar menos que de mí     

 

   esta diligencia.  Firme

 

   es mi amistad, y tus daños,

 

   antes que ellos se anticipen,

 

   previniéndolos te avisa.

 

   No sé qué ofensas le obliguen    

 

   a mi hermano a esta prisión;

 

   mas nueva fortuna sigue.

 

   Huye, Enrique, de su enojo

 

   hasta que el tiempo te avise

 

   de medio más importante;      

 

   que en mí no hay fuerzas posibles

 

   para que amparo te ofrezca,

 

   pues su condición terrible

 

   sabes que aun de mí se ofende

 

   con ser yo su hermano.
ENRIQUE:
                                 Humilde     

 

   a vuestros pies, gran señor,

 

   como es razón, quien recibe

 

   tan gran merced, la agradece,

 

   aunque le sea sensible.

 

   La causa de mi prisión,      

 

   pues vuestra alteza me dice 

 

   que la ignora, el conocerla

 

   es en mí menos posible;

 

   porque como no la he dado

 

   yo, ni al rey mi señor hice  

 

   ofensa, que en algún tiempo

 

   me apartase de servirle,

 

   más que vos puedo dudar

 

   si bien mi suerte infelice

 

   de mayor daño me avisa  

 

   porque si de Álvar Ramírez

 

   la muerte me ha perdonado,

 

   y para que se confirme

 

   mi dicha en todo me ha hecho

 

   esposo de Elvira, timbre  

 

   y blasón de mis servicios,

 

   a tan grandes honras siguen

 

   males opuestos, y es bien

 

   que tema acechanzas viles,

 

   que hablando al rey contra mí     

 

   mi gran fortuna derriben.
BIMARANO:
     Nuño viene allí.  No aguardes;

 

   pues no podrás resistirle;

 

   que él trae la orden de prenderte.

 

   Este campo paso libre     

 

   te ofrece.  Vete.  ¿Qué esperas?
ELVIRA:
     Estos principios, ¿qué fines

 

   pueden prometer?  ¿Para esto

 

   el rey me casó?
ENRIQUE:
                          No eclipsen

 

   tus luces nubes de llanto,     

 

   porque sus efectos tristes,

 

   señora, podrán matarme

 

   sin poder yo resistirles.

 

   Príncipe, cuando la culpa

 

   dentro del pecho no escribe    

 

   delitos que le acobardan,

 

   ¿qué temores no resiste?

 

   Culpable yerro sería

 

   ausentarme o encubrirme.

 

   Vuelva la lealtad por mí     

 

   y ella mi defensa firme.

 

Salen NUÑO y soldados

NUñO:
                Discúlpeme el ser mandado,

 

   Enrique, vuestra prisión.
ENRIQUE:
     Nuño, la satisfacción

 

   es la que aquí os ha culpado;     

 

   que si orden del rey traéis

 

   y en prenderme le servís,

 

   en la disculpa advertís

 

   que alguna culpa tenéis;

 

   pues habiendo vos venido    

 

   cuando a prenderme llegáis

 

   por lo menos me mostráis

 

   que con gusto vuestro ha sido.
NUñO:
                Señor, ¿vos aquí?

 

Aparte a él

BIMARANO:
                                Si Amor

 

   me ha traído, ¿qué te admira   

 

   sabiendo que adoro a Elvira?
NUñO:
                Dadme licencia, señor.

 

   Yo, Enrique...
ENRIQUE:
                            Nuño, razones

 

   de nada sirven aquí.

 

   Ir preso me toca a mí   

 

   y a vos ponerme prisiones.
NUñO:
                Vamos, pues.
ENRIQUE:
                         Si mi lealtad

 

   vuestra alteza ha conocido,

 

   sólo que informe al rey pido

 

   y que ampare la verdad.   

 

Llevan a ENRIQUE preso

ELVIRA:
     ¡Esta ofensa está sufriendo!

 

   ¡Este agravio en su presencia!
BIMARANO:
     Cualquier defensa y violencia,

 

   Elvira, cuando estoy viendo

 

   la seguridad de Enrique,    

 

   los daños puede aumentar.

 

   Bien le pudiera librar;

 

   pero no es bien que yo aplique

 

   remedio que ha de culparle

 

   en tal ocasión.  Es llano,   

 

   aunque fuera por mi mano,

 

   que era delito librarle.
ELVIRA:
     Vuestra alteza...
BIMARANO:
                             Yo he venido...
ELVIRA:
     ... a holgarse de mi pesar.
BIMARANO:
     ... a servirte y a excusar.    
ELVIRA:
     Sólo penas le he debido.
BIMARANO:
     Sólo te debo la muerte,

 

   pues habiéndote casado,

 

   tu ingratitud me la ha dado.
ELVIRA:
     Dejadme llorar mi suerte.      

 

Vanse ELVIRA y BIMARANO.  Salen el REY, RAMIRO y criados

 

   Ya es culpable, Ramiro, la tardanza;

 

   que como tú en mi justa confïanza

 

   a tener vienes el lugar primero,

 

   de tu tardanza mal suceso infiero.
RAMIRO:
     El peso, gran señor, de los cuidados,  

 

   que a mis años cansados

 

   sepa ya vuestra alteza,

 

   alguna vez me rinde a su grandeza

 

   los embarazos del penoso día.

 

   Los negocios que están a cuenta mía 

 

   tantos vienen a ser que al día sobrando

 

   gran parte de la noche están gastando.

 

   Cánsome que soy viejo,

 

   y con las fuerzas fáltame el consejo.

 

   Sentaos, y descansad; que a tal fatiga   

 

   el bien común obliga.

 

Siéntase el REY y RAMIRO a su lado

 

   Por un reino lo hacéis.
RAMIRO:
                                 Por vos lo hago,

 

   por vos sólo; aunque a un reino satisfago.

 

   ¿Por mí sólo?
RAMIRO:
                      Por vos.

 

                             Lisonja ha sido;

 

   que otra vez no os he oído.  
RAMIRO:
     El rey es bien común; es bien de todos

 

   a quien le toca por diversos modos

 

   repartir la justicia,

 

   castigar la malicia,

 

   evitar de los males los aumentos     

 

   y mirar de su estado los fomentos.

 

   Es, en fin, quien da ser, honra y vida

 

   a cuanto su persona se ve unida;

 

   pues es de la divina omnipotencia

 

   de Dios, el rey, segunda providencia.    

 

   Y así, si el verlo todo, el gobernarlo

 

   os toca a vos y a mí el ejecutarlo.

 

   Digo bien, que el cuidado que he tenido,

 

   aunque del reino el interés ha sido,

 

   sólo es por vos, pues cumple mi desvelo    

 

   la obligación y cargo que os da el cielo.

 

   Cuando pensé que la lisonja hallaba

 

   en vos el hospedaje que admiraba,

 

   la obligación de rey me habéis mostrado

 

   y aun casi mi descuido habéis culpado.     
RAMIRO:
     Si yo viera, señor, que os daban gusto

 

   lisonjas y en lo justo

 

   no pensaba, que estabais advertido,

 

   oyendo las verdades distraído,

 

   creed que no os sirviera,      

 

   ni lo pudiera hacer aunque quisiera,

 

   que si el lisonjear mentir ha sido,

 

   y en la verdad un rey queda servido,

 

   cuando os lisonjeara,

 

   claro es que no os sirviera, os engañara.  

 

   Supuesto, pues, que a la verdad atento,

 

   sólo fundo mi intento

 

   en saberla de vos, y os he fïado

 

   mi obligación, mi cargo y mi cuidado,

 

   decid, pues, advertid, publicad daños  

 

   dándome, como siempre, desengaños.
RAMIRO:
     Muchas veces, señor, os he advertido

 

   que de vuestros vasallos sois temido;

 

   mas aunque os temen, riguroso os llaman

 

   y es cierto que no os aman.    

 

   Mostraos menos severo

 

   que amado podéis ser y justiciero.

 

   Mirad, Ramiro, el padre que es prudente

 

   al hijo hace obediente

 

   mucho más con castigo que favores,     

 

   y cuando los rigores

 

   se truecan con los hijos en regalos,

 

   pocas veces son buenos, muchas malos.

 

   Padre es también el rey de sus vasallos,

 

   y como a hijos debe gobernallos,    

 

   y el rey que es respetado y es temido

 

   amado viene a ser, no aborrecido,

 

   y los que me temieren por severo

 

   amarme deberán por justiciero.
RAMIRO:
     A no haberme vos dado,    

 

   señor, esta licencia....

 

                                Sin cuidado

 

   proseguid.  No me enojo.

 

   Vuestro consejo por seguro escojo.
RAMIRO:
     Una prisión...

 

                    ¿De quién?
RAMIRO:
                                 De vuestro amigo,

 

   de Enrique.  (Causa digo Aparte

 

   piadosa).

 

                ¿Enrique, preso?
RAMIRO:
                                  En vuestra ausencia

 

   usé de esta forzosa diligencia. 

 

   Pues, ¿no está perdonado?

 

   Y, ¿no está por vos mismo averiguado

 

   que yendo a caza _¡desdichado suerte!_     

 

   a Álvar Ramírez, sin querer, dio muerte?
RAMIRO:
     Si, señor, doña Mayor, hermana

 

   del muerto, como parte más cercana

 

   a quien la reina mi señora estima,

 

   el pleito sigue y esta causa anima...    

 

   ¿Mayor, su hermana....?
RAMIRO:
                                Y ella viene a hablaros,

 

   y por los dos aquí podrá informaros.

 

Sale doña MAYOR

 

   Hijo del primer Alfonso,

 

   cuyos soberanos hechos,

 

   cuyas virtudes renombre   

 

   de católico le dieron,

 

   nieto de Pelayo,

 

   que fue azote, rayo fiero,

 

   temor y asombro del moro,

 

   de España blasón soberbio,      

 

   valiente rey don Froilo,

 

   también en nombre el primero

 

   como en seguir las pisadas

 

   del padre y preclaro abuelo,

 

   oye, escucha, pues con todos   

 

   eres sabio y justiciero,

 

   oye a Mayor, pues mi causa

 

   pide que me estés atento.

 

   Álvar Ramírez, mi hermano,

 

   por disposición del cielo    

 

   a manos de Enrique, al fin

 

   desdichadamente, ha muerto.

 

   No digo que el homicida

 

   fuese culpado en el hecho,

 

   que la intención le hace salvo,   

 

   cuando su mano condeno,

 

   pues tirando a un jabalí

 

   pasó de mi hermano el pecho,     

 

   con ser toda tu privanza

 

   Enrique, al fin no preso  

 

   le perdona tu justicia,

 

   pues de palacio al momento

 

   le mandas salir, y mandas

 

   que pague con su destierro

 

   la culpa del hado impío,     

 

   delito solo y exceso

 

   que cometió la desgracia,

 

   y porque ya el casamiento

 

   de mi hermano con Elvira

 

   había llegado a conciertos,  

 

   quisiste que sucediese

 

   Enrique en lugar del muerto,

 

   y fuese esposo de Elvira.

 

   Tan de prisa, tan sin tiempo,

 

   tan en mi ofensa y agravio     

 

   que cuando vine a saberlo,

 

   ya no estabais en la corte

 

   que ausente de ella, oprimiendo

 

   estabais las libertades

 

   de algunos rebeldes pueblos.   

 

   Sentí, sufrí, padecí,

 

   sin declarar mi tormento

 

   pocas horas, muchos siglos,

 

   porque cualquier breve tiempo

 

   es eternidad de penas     

 

   en quien está padeciendo.

 

   Perdona que tengo amor.

 

   Enrique está, señor, preso

 

   de mi orden.  Yo a Ramiro

 

   que sostiene tu gobierno  

 

   con cautela le obligué

 

   a esta locura, a este exceso,

 

   hasta que hablarte pudiese,   

 

   previniendo yo con esto

 

   que las bodas se estorbasen,   

 

   sin que en este impedimento

 

   culpe a Enrique la obediencia

 

   de servirte, pues yo tengo

 

   la culpa sola, y la pena

 

   de los males que padezco.      

 

   Con permitidos favores

 

   me amaba; le amé primero,

 

   aguardando la ocasión

 

   en que le dieses por premio

 

   de sus servicios mi mano,      

 

   y cuando yo la deseo

 

   cuando nuevos daños lloro,

 

   por el hermano que pierdo,

 

   cuando es razón que me ampares,

 

   cuando más justo derecho     

 

   tengo yo de ser su esposa,

 

   ¿Elvira merece serlo?

 

   No, señor, Enrique es mío.

 

   No, señor.  Yo sola vengo

 

   a ser legítima parte    

 

   que soy forzosa heredero.

 

   Público fue nuestro amor.

 

   Con públicos galanteos

 

   me sirvió y yo le estimé.

 

   Mi opinión padece riesgo,    

 

   ignorando mi cuidado,

 

   mi voluntad no sabiendo,

 

   pudiste dársele a Elvira.

 

   Agora es agravio hacerlo.

 

   Enrique me ama.  No es bien    

 

   entregarle a un cautiverio

 

   donde ha de vivir sin alma,

 

   y dejarme a mí muriendo.

 

   Haz a Elvira otra merced.

 

   No la des esposo ajeno.   

 

   No me des a mí desdichas.

 

   No la des a ella contentos.

 

   Yo soy suya.  Enrique es mío,

 

   y de nuestros bienes mesmos   

 

   no puedes tú disponer   

 

   cuando hay daño de tercero.

 

   Ya no dudo en tu justicia;

 

   ya en mi desdicha no temo.

 

   Esta merced me conceda

 

   y los pies por ella os beso.   

 

   A saber vuestro cuidado

 

   no le mandara casar,

 

   ni os diera yo tal pesar.

 

   ¿Sabéis que no esté casado?

 

   No me promete su amor  

 

   tan pequeña confïanza

 

   que así pierda la esperanza.

 

   Aún no ha seis días, señor,

 

   que vos mandaste se hiciese

 

   el casamiento, y sería  

 

   poca fe, desdicha mía

 

   que tan de prisa estuviese.

 

   Más de su firmeza fío

 

   que de mí puedo fïar.

 

   Sí; mas púdose casar.      

 

   Casarse, no, señor mío;

 

   que quien ama en otra parte,

 

   que quien a otra dama estima,

 

   tarde a la empresa se anima.

 

   Con pasos de hielo parte.      

 

   Pues tanto habéis confïado,

 

   venga Enrique.

 

                      No me queda

 

   en esta parte que pueda temer, 

 

   ni que haber dudado.          

 

   No sepa a lo que ha venido  

 

   Enrique.
RAMIRO:
                  El yerro confieso,

 

   señor.  No le hubiera preso

 

   a haber la causa sabido.

 

   Ramiro, haz que venga Enrique.
RAMIRO:
     Dentro de palacio está.      

 

   El alma le aguarda ya.

 

   Mis dichas, Amor, publique.

 

Vanse y sale GONZALO, huyendo de un ALGUACIL, y

otros tras él

GONZALO:
     ¡Aquí del rey y su guarda;

 

   que me sacan de palacio!
ALGUACIL:
     No des voces.
GONZALO:
                       ¿Cómo no?      

 

   ¡Ah, del rey!  ¡Ah, de su bando!

 

   Daré voces.  Daré gritos

 

   con más fuerza que un muchacho

 

   cuando tropezó, cayó,

 

   vertió el vino y rompió el jarro.   
ALGUACIL:
     Ramiro manda buscarte.
GONZALO:
     ¿Búscame a mí?  Malos años

 

   que al rey se las tiene tiesas,

 

   y es un viejo temerario,

 

   y sobre cualquier embuste      

 

   que algún soplador nefando

 

   le haya dicho contra mí,

 

   ¿me hará poner en un palo.
ALGUACIL:
     Ello ha de ser; que hemos de ir.
GONZALO:
     ¿Es posible que vamos?    

 

   Antón Rubio, vuélvase;

 

   que este lugar es sagrado

 

   y aquí no se prende a nadie.
ALGUACIL:
     Ése es de muchos engaño,

 

   que también puede ejercerse  

 

   aquí a la luz de sus rayos

 

   la justicia; mas ya libre,

 

   vente conmigo, Gonzalo.
GONZALO:
     ¿Qué es vente?  ¿No es más discreto

 

   con tres juntas de caballos    

 

   _de bueyes iba a decir_

 

   con treinta mulas y un carro

 

   no me arrancaran de aquí?
ALGUACIL:
     Pues, llevaréte arrastrando.
GONZALO:
     ¡Ah, de Dios!  ¡Ah, de la casa      

 

   del rey!  ¿Este desacato

 

   se sufre?

 

Quiere el ALGUACIL asir a GONZALO y salen el REY y

CRIADOS

 

                  Mirad, ¿qué es eso?
CRIADO:
     Llegad; que el rey llama.
GONZALO:
                                A un calvo,

 

   a un sastre que vacila parte

 

   con el mercader el paño,     

 

   y encubriéndose uno a otro

 

   mienten ambos y hurtan ambos.

 

   A un tabernero insolente

 

   que da el vino bautizado,

 

   a un pastelero judío    

 

   que arcas de Noé formando

 

   encierra todo animal

 

   desde la mosca hasta el gato,

 

   y finalmente, a un capón

 

   inútil que se hace gallo     

 

   puede arrastrar, o a quien siempre

 

   lleva la soga arrastrando.

 

   ¡Gonzalo!
GONZALO:
                    Aquí es Antón Rubio,

 

   Antón Prieto o Antón Blanco

 

   que da en que me ha de arrastrar.   

 

   Mejor le vea yo arrastrado

 

   de colas de cuatro potros,

 

   rijosos y mal domados.

 

   Viene a prenderme.

 

                         Si él viene,

 

   causa debes de haber dado.     
GONZALO:
     Cuando la diera, señor,

 

   la inmunidad y el amparo

 

   de tu casa ha de valerme.

 

   Gonzalo, yo mismo mando

 

   que no le valga mi casa   

 

   al delincuente o culpado.
GONZALO:
     Igual fuera que mandara

 

   que a palos y sartenazos

 

   a todos esos corchetes

 

   arrojaran de palacio.     

 

   En no hablando bien de todos,

 

   Gonzalo, y no respetando

 

   los que justicia administraran,

 

   teme mi enojo y tu daño.

 

   ¿Qué has dicho?  ¿Qué has hecho?          
GONZALO:
                                          Nada.   

 

   Ramiro anda calumniando

 

   mis palabras y mis obras.

 

   Vive bien y habla templado.

 

   Dejadle libre.
ALGUACIL:
                         No ha sido    

 

   su miedo de mal tamaño.      

 

Vase el ALGUACIL

GONZALO:
     ¡Vive Dios, que el alguacil

 

   no se me ha de ir alabando!

 

Vase GONZALO y salen RAMIRO y ENRIQUE

ENRIQUE:
     La causa de mi prisión

 

   llegar no puedo a entender.
RAMIRO:
     El rey solo conocer       

 

   puede, Enrique, la ocasión.

 

   Llegad sin temor.

 

Llégase ENRIQUE

ENRIQUE:
                              Dudoso,

 

   cuando te juzgo ofendido...

 

   Enrique, seas bien venido,

 

   que aunque me tienes quejoso,  

 

   tanto Ramiro te abona

 

   que ha templado mi castigo.

 

   Que eres tú mi fiel amigo

 

   me dice.
RAMIRO:
                   (Nada perdona). Aparte

 

   ¿Cómo te hallas ya sin mí?  
ENRIQUE:
     Como quien del sol perdió

 

   la clara luz que gozó;

 

   como olvidado y sin ti.

 

   Levanta.  ¿Por qué ocasión

 

   el casarte has dilatado?  
ENRIQUE:
     Hante, señor, engañado;

 

   que no hubo más dilación

 

   en llegarte a obedecer

 

   que el tiempo que tú tardaste

 

   en mandarlo.

 

                    ¿Te casaste?      
ENRIQUE:
     Elvira es ya mi mujer.

 

   ¿Tan sin prevención?  ¿Tan presto?
ENRIQUE:
     Fue forzosa diligencia

 

   que a tu gusto mi obediencia

 

   lo halló allí todo dispuesto.   

 

   Aunque me llega a pesar

 

   me has hecho un grande placer.

 

   Bien sabes obedecer.

 

   Quiérote, Enrique, abrazar;

 

   que es cierto que aunque me holgara   

 

   que casado no estuvieras,

 

   de que no me obedecieras

 

   más, Enrique, me pesara.

 

Salen BIMARANO y ELVIRA con manto

ELVIRA:
     No me impida vuestra alteza     

 

   que publique mis agravios.     
BIMARANO:
     ¡Qué bien declaran tus labios

 

   tu poco amor y firmeza!
ELVIRA:
     Es mi esposo.
BIMARANO:
                          Y yo, ¿quién fui?
ELVIRA:
     Quien excusarme pudiera

 

   que forzada el alma diera.     
BIMARANO:
     Pues, ¿pude yo hacerlo?
ELVIRA:
                                  Sí.

 

   ¡Infante!
BIMARANO:
                       Escudero soy

 

   de una ofendida deidad.

 

   ¿Quién es?
BIMARANO:
                    Elvira, llegad.

 

Llega ELVIRA

ELVIRA:
     Con justas quejas estoy   

 

   a vuestros pies.  Si me dais

 

   a Enrique, señor, si fue

 

   por vos mi esposo, ¿por qué

 

   tan presto me le quitáis?

 

   Bimarano, aguarda afuera.   
BIMARANO:
     (¡Qué crüel siempre conmigo!  Aparte

 

   No mi hermano, mi enemigo

 

   mejor llamarle pudiera).

 

Vase BIMARANO

ELVIRA:
     (¡Cielos!  ¡Enrique está aquí!)  Aparte

 

   Vuestro esposo os vuelvo ya.   

 

   Libre Enrique, Elvira, está.

 

   Ramiro, volved por mí

 

   y otra vez mirad primero

 

   a quién prendéis, y por quién.
RAMIRO:
     ¡Señor...!

 

                  Miradlo más bien.      

 

Sale doña MAYOR

 

   Pues le he visto, ya no espero

 

   mayor dicha.

 

                       ¡Qué rigor!

 

   Enrique.
RAMIRO:
                 (Ocasión dudosa!)Aparte

 

   Acompañad vuestra esposa

 

   y responded a Mayor.      

 

Vanse el REY y RAMIRO

ENRIQUE:
     Todo es tormentos, rigores,

 

   todo es confusión, desvelos.
ELVIRA:
     ¡Qué prisión!

 

Llega doña MAYOR

 

                    ¡Enrique!
ENRIQUE:
                                ¡Ay, cielos!

 

   ¡Cuántas penas y temores

 

   me cuestas!  Aquí está Elvira.   

 

   ¿Tan pronta tus pasos sigue?

 

   ¿Tan resuelta me persigue?

 

   Su amor su constancia mira.

 

   Vínele al rey a pedir

 

   tu libertad.  Ha alcanzado    

 

   el premio de su cuidado.
ELVIRA:
     ¿Qué es esto, Enrique?
ENRIQUE:
                               (Es morir).Aparte
ELVIRA:
     ¿Suspenso y sin responderme?    

 

   Pero si escucho a Mayor,

 

   ¿qué desengaño mayor 

 

   de que has venido a ofenderme.

 

Vase ELVIRA

 

   Mira que Elvira se va.

 

   Enrique, ¿no vas con ella?

 

   Síguela.  Teme ofendella.

 

   Tan enamorada está           

 

   que a hablar al rey ha venido

 

   aun antes de ser tu esposa.

 

   ¡Qué engañada, qué gozosa         

 

   a verte había yo salido!

 

   Sin prevenir, sin temer     

 

   encontrar este pesar.

 

   ¿No la vas a acompañar?

 

   Bien la debes de querer.

 

   Cuando el alma salió a verte,

 

   culpando prolijos plazos,      

 

   cuando pensé darte abrazos

 

   _mejor fuera darte muerte_

 

   ingrato, das ocasión

 

   para que Elvira te siga?

 

   ¿Quién duda que ya la obliga      

 

   tu mudable condición?
ENRIQUE:
     (¡Ah, rigor!  No lo ha entendido.

 

   Mi propia muerte ha ignorado.

 

   No piensa que estoy casado

 

   ni sabe que la he perdido.     

 

   "Acompañad vuestra esposa,

 

   y responded a Mayor,"

 

   dijo el rey.  ¿Si nuestro amor

 

   le ha dicho?  ¡Pena forzosa!

 

   Pero yo me he de perder     

 

   si a vista de tanto fuego

 

   a sus dos soles me entrego.

 

   ¿Qué la puedo responder?)

 

Quiere irse ENRIQUE

 

   Enrique, ¿te vas?
ENRIQUE:
                               Señora...

 

   Que pues tú así me respondes,   

 

   alguna traición escondes.

 

   No escondes.  Ya la vi agora.
ENRIQUE:
     ...el rey...

 

                      ¿Cómo el rey?  Espera.

 

   ¡Ay de mí!  Que cuando entré,

 

   sin hablarme, el rey se fue.   

 

   ¡Y Elvira aquí!  ¡Muerte fiera!

 

   Mi esperanza fue locura.

 

   ¡Irse el rey, quedarse Elvira!

 

   Sí, que a quien el rey no mira

 

   cualquier desdicha asegura.    

 

   Más es de mi amor, temor,

 

   Enrique, sin quejas.  Ya

 

   el rey informado está

 

   y hele dicho nuestro amor.
ENRIQUE:
     ¡Si él fue causa...!      

 

                              ¡Aguarda!  ¿Es cierto?         
ENRIQUE:
     Yo,_escucha_, no estoy culpado.

 

   ¡Ah, traidor, que te has casado!
ENRIQUE:
     ¡Ah, mujer, que tú me has muerto!

 

Vase ENRIQUE

 

   ¡Plegue a Dios que en mi venganza

 

   te acabe traidora mano,   

 

   movida de algún tirano!

 

   ¡Plegue a Dios que tu esperanza,

 

   pues que la mía murió,

 

   cuando en sus brazos te entregué,     

 

   en llanto entonces te anegué!     

 

   La dicha, pues, me faltó.

 

   ¡Plegue a Dios que entre recelos

 

   mueras con infame nombre;

 

   pero no, bajo renombre

 

   aumentan tu honor los cielos!  

 

   ¡Plegue a Dios que pueda ser

 

   _si no me acaba el pesar_

 

   que yo te vuelva a cobrar

 

   pues no te sé aborrecer!

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HERO Y LEANDRO

Personas que hablan en ella:

Leandro, galán 
Polidoro, galán 
Nicanor, pintor 
Floro, lacayo gracioso 
Cintio
Eliano, hermano de Hero
Leonardo, padre de Lea
Lucindo, hermano de Mitilene
Hero, dama
Mitilene, dama
Silena, criada de Hero
Tidora, criada de Hero
 Músicos

 

 

ACTO PRIMERO

Salen todos los MÚSICOS y MÚSICAS, y

toda la compañía con ramos en las manos y una

guirnalda en una fuente de plata, y van por un palenque cantando

todos, y salen detrás LEANDRO y NICANOR

MÚSICOS:
     "Hoy se celebra en el valle 

 

   el Fénix de la hermosura, 

 

   la que es madre del Amor 

 

   y nación de las espumas. 

 

   Los cisnes y las palomas 

 

   del carro de Venus hurtan 

 

   los resplandores al sol 

 

   y la nieve de sus plumas". 

 

Vanse todos y quedan LEANDRO y NICANOR

LEANDRO:
     Ya que vas peregrinando

 

   por estos mares, escucha 

 

   la ocasión por qué en el valle 

 

   tantas naciones se juntan. 

 

   Aquella ciudad que miras, 

 

   en quien las torres se encumbran, 

 

   amenazando a los vientos 

 

   nubes pardas y confusas, 

 

   se llama Abido.  Es mi patria. 

 

   Fue mi madre; fue mi cuna, 

 

   y, si yo muero con dicha, 

 

   ha de ser mi sepultura. 

 

   No te alabo esta ciudad. 

 

   La modestia me disculpa; 

 

   que en las propias causas siempre 

 

   es la retórica muda. 

 

   Esta que miras, vecina 

 

   a estos montes, cuyas puntas 

 

   pirámides son, que en ellos 

 

   sirven al sol de columnas, 

 

   se llama Sesto; y en medio, 

 

   por esas aguas profundas, 

 

   el estrecho de ese mar, 

 

   que es un línea, y es una 

 

   división que el cielo ha hecho 

 

   para que no se confundan 

 

   términos de Europa y Asia; 

 

   porque Sesto está sin duda 

 

   en Asia, Abido en Europa. 

 

   Y así no es mucho que infundan 

 

   las soberanas estrellas, 

 

   lámparas que nos alumbran. 

 

   Inclinaciones contrarias 

 

   en las dos máquinas usan 

 

   contra sí misma de guerra. 

 

   Ambas por causas ocultas 

 

   se aborrecen, con estar 

 

   tan vecinas que se escuchan 

 

   los latidos de los canes, 

 

   cuando en las sombras confusas 

 

   la noche nos da silencio. 

 

   Y cuando el alba madruga, 

 

   las aves de Abido y Sesto 

 

   en dos coros se saludan. 

 

   El breve estrecho igualmente 

 

   peces a los dos tributa, 

 

   y las nubes de los unos 

 

   suben mezcladas y juntas. 

 

   Todos los años en Sesto, 

 

   en ese templo que ilustra 

 

   ese valle, se celebran 

 

   con sumo amor y con suma 

 

   reverencia las exequias 

 

   del bello Adonis, de cuya 

 

   belleza Venus cautiva 

 

   descendió en las blancas plumas 

 

   de sus cisnes muchas veces. 

 

   No te espantes que concurra 

 

   celebrando a Venus, madre 

 

   del Amor y la hermosura, 

 

   la juventud de este valle, 

 

   y, coronadas de murta, 

 

   vengan las damas al templo 

 

   de la gran diosa, que triunfa 

 

   de la libertad del alma, 

 

   y a sus amores ayuda. 

 

   Treguas hay en ambas partes 

 

   mientras que las fiestas duran; 

 

   y, temiendo el sacrilegio, 

 

   los enojos disimulan. 

 

   Gozar quise de las treguas; 

 

   no he venido con alguna 

 

   pasión de Amor; que jamás 

 

   supe de Amor las injurias. 

 

   Curiosidad me ha traído, 

 

   no amor, ni celos; que nunca 

 

   cautivé la libertad, 

 

   ni las aras que perfuman 

 

   de Venus he menester. 

 

   Aquel coro, aquella junta 

 

   de músicos que pasó, 

 

   sospecho que va por una 

 

   sacerdotisa del templo, 

 

   para que en las aras puras 

 

   dé a la diosa el sacrificio; 

 

   que siempre así se acostumbra, 

 

   pero ya vuelven con ella. 

 

   Mucha gente viene, mucha 

 

   debe de ser su belleza, 

 

   que aplauden, ruegan y buscan. 

 

Vuelven a salir todos los MÚSICOS cantando lo

mismo, y detrás del acompañamiento, HERO, coronada

con una corona de flores y POLIDORO

MÚSICOS:
     "Hoy se celebra en el valle

 

   el Fénix de la hermosura, 

 

   la que madre del Amor 

 

   y nació de las espumas". 
HERO:
     Los que, de Venus y Amor, 

 

   entre las verdes espumas 

 

   de estos valles celebráis 

 

   una deidad absoluta, 

 

   antes que empiecen los fuegos 

 

   las carreras y las luchas 

 

   y las batallas fingidas, 

 

   es necesario que suplan 

 

   sacrificios los defectos, 

 

   y las oraciones suban 

 

   desde el templo al tercer cielo 

 

   donde la diosa se oculta. 

 

   Las flores de esta guirnalda, 

 

   que mi indigna frente ilustra, 

 

   porque son sangre de Adonis, 

 

   entretejidas de murta, 

 

   serán la ofrenda este día 

 

   ya que la belleza usurpan 

 

   al iris de tres colores: 

 

   encarnada, verde y rubia. 
TODOS:
     ¡Hero, viva! 
HERO:
                      No me deis, 

 

   amigos, honra ninguna; 

 

   dadla en el templo a la diosa. 
POLIDORO:
     Tu mismo ser nos disculpa,

 

   Hero hermosa, y pues que sabes 

 

   de la diosa que te ilustra, 

 

   ¿cómo no sabes de amor? 

 

   ¿Cómo mis males no escuchas? 

 

   ¿Cómo de las flechas de oro 

 

   los libres ojos ocultas? 
HERO:
     Calla, Polidoro, calla; 

 

   que tus palabras me injurian. 
POLIDORO:
     Sirve a Dïana, señora, 

 

   pues de tanta gloria triunfas. 
LEANDRO:
     ¡Ay, Nicanor, qué belleza!

 

   ¡Qué singular hermosura! 

 

   ¡Qué celestial gallardía! 

 

   ¡Con qué prisa, con qué furia, 

 

   porque a Venus desprecié, 

 

   ya a mi pecho el hijo apunta! 

 

   Flechando está el arco de oro; 

 

   ya no hay libertad que sufra 

 

   tal rigor.  Venganza ha sido 

 

   de la diosa.  ¡Ah, cruel!  ¡Ah, injusta! 

 

   No puedo yo blasonar 

 

   de libre.  Mal disimulas, 

 

   siendo deidad, tus enojos. 
NICANOR:
     ¿Cuál de éstas es?
LEANDRO:
                           ¿Qué preguntas? 

 

   Si entre humildes fuentecillas, 

 

   que apenas de sí murmuran, 

 

   ves el mar de la belleza; 

 

   si eclipsadas y difuntas 

 

   ves las estrellas delante 

 

   del sol, hermosa criatura, 

 

   ¿cuál ha de ser la ocasión 

 

   de mi muerte? 
NICANOR:
                      ¿Ya te juzgas 

 

   muerto y vencido? 
LEANDRO:
                           Sí, amigo. 

 

   Cuando los halcones buscan 

 

   por las regiones del viento 

 

   a la garza, haciendo puntas, 

 

   y ella, del sol mariposa, 

 

   hecha un cometa de pluma, 

 

   se remonta hasta los cielos, 

 

   con naturaleza oculta 

 

   reconoce cuál neblí, 

 

   entre las rapantes uñas 

 

   le ha de matar, aquél teme, 

 

   y de los otros se burla, 

 

   sin temerlos ni estimarlos, 

 

   del mismo modo   me anuncia 

 

   mi corazón que he de ser 

 

   presa y víctima desnuda 

 

   de libertad, de la hermosa 

 

   sacerdotisa que alumbra 

 

   ese templo más que Venus 

 

   con ser ésas aras suyas. 
HERO:
     ¡Ea!  Ya es hora.  Repitan 

 

   vuestras canciones las musas 

 

   y ninfas que a Venus sirven 

 

   con afecto y alma pura. 
MÚSICOS:
     "Los cisnes y las palomas

 

   del carro de Venus hurtan 

 

   los resplandores al sol 

 

   y la nieve de sus plumas". 

 

Vanse.  [Quédanse LEANDRO y NICANOR]

LEANDRO:
     Nicanor, ¿pudo ser Venus

 

   entre las flores y nuncias 

 

   del Himeto tan hermosa? 

 

   ¿Pudo nacer de la espuma 

 

   tan curiosa y tan bizarra? 

 

   Tras sí me lleva.  ¿Quién duda 

 

   que ésta ha de ser ocasión 

 

   de mi muerte y desventura? 
NICANOR:
     ¿Quieres que yo la retrate   

 

   entre la tropa confusa 

 

   de esa gente, pues que soy 

 

   el Fénix de la pintura? 
LEANDRO:
     Sí, Nicanor, y la vida

 

   si acaso me queda alguna, 

 

   será el premio del retrato. 

 

   Entra pues; traslada, hurta 

 

   aquellos rayos del sol, 

 

   para que en las líneas mudas 

 

   de tu pincel, me den luz, 

 

   aliento, gloria y ventura. 

 

   A espaldas de mi retrato 

 

   has de copiar la luz suya, 

 

   porque yo pueda imitar 

 

   la mendiguez de la luna. 

 

Vase NICANOR.  Sale FLORO

FLORO:
     ¡Gracias a Dios que te veo! 

 

   Siguiéndote me he perdido. 
LEANDRO:
     Hallas a otro del que ha sido,

 

   porque adoro, amo y deseo. 

 

   Fuerza fue amar cuando vi 

 

   nueva luz de este hemisfero. 
FLORO:
     ¿Y cómo se llama? 
LEANDRO:
                           Hero. 
FLORO:
     Futuro de sum, es, fui. 

 

   ¡Que Hero se llaman las damas 

 

   de esta tierra!  Apostaría 

 

   que has de querer otro día 

 

   en gerundio de amo, amas. 
LEANDRO:
     Ésta es la deidad más pura 

 

   de ese templo que adoraste. 
FLORO:
     ¿Y en cuántas partes notaste 

 

   que consiste su hermosura? 

 

   Que la beldad que provoca, 

 

   y muerte tal vez nos da, 

 

   en cuatro partes está: 

 

   ojos, manos, voz y boca. 
LEANDRO:
     ¿Por qué en voz? 
FLORO:
                           No voz que cante, 

 

   sino la con que habla sea: 

 

   metal dulce de jalea, 

 

   no de becerro que espante. 

 

   Un amo a quien yo servía 

 

   requebraba a una mujer 

 

   sin oírla ni saber 

 

   si era muda; pero un día 

 

   que le dijo, "Yo os adoro", 

 

   respondió la dama así: 

 

Muy gordo

 

   "Pues, ¿y qué se me da a mí?" 

 

   Pensó que bramaba un toro. 

 

   El tal galán, otro día 

 

   otra enamoró más bella, 

 

   y siempre callaba ella 

 

   a cuanto el galán decía. 

 

   Díjole una vez, "Mi diosa, 

 

   hermosa el cielo os formó". 

 

   Y la dama respondió: 

 

Gangueando

 

   "Ya yo sé que soy hermosa". 

 

   De suerte que en los metales 

 

   de la voz hay hermosura 

 

   y fealdad. 
LEANDRO:
                    Una luz pura 

 

   con reflejos celestiales 

 

   de su dulce voz me avisa. 

 

   Muera si puede la diosa 

 

   ser tan gallarda y hermosa 

 

   como su sacerdotisa, 

 

   gozando del privilegio 

 

   de gozar sus aras.  Mira deidad 

 

   humana que admira. 

 

Dentro

TODOS:
     ¡Sacrilegio!  ¡Sacrilegio! 

 

Sacan entre todos los que pudieren a NICANOR agarrado;

y POLIDORO detrás, empuñando la espada; y NICANOR

con el retrato en la mano, CINTIO queriéndosele quitar

POLIDORO:
     Extranjero, ¿tú profanas 

 

   esta deidad?  (Celos son         Aparte 

 

   los que mueven mi intención; 

 

   no virtudes soberanas). 

 

   ¿Copiando estás del altar 

 

   la deidad que sacrifica, 

 

   cuando víctimas aplica 

 

   y no se debe mirar? 

 

   Morir debes. 
NICANOR:
                        ¿Es error 

 

   retratar una belleza 

 

   que pasmó Naturaleza? 
POLIDORO:
     ¡Ah, sacrílego pintor, 

 

   suelta el retrato! 
LEANDRO:
                              Señores, 

 

   que era culpa no he sabido. 
POLIDORO:
     Sin duda que sois de Abido

 

   donde todos sois traidores. 
LEANDRO:
     ¡Vos mentís!  Y de esta suerte 

 

   libro a un insigne pintor. 

 

   Huye, amigo Nicanor. 
NICANOR:
     No solicites tu muerte.

 

Vase NICANOR

CINTIO:
     ¿Eres de la quinta esfera 

 

   algún rayo desatado? 
LEANDRO:
     Un noble soy agraviado.

 

Mételos a CINTIO y POLIDORO a cuchilladas

CINTIO:
     ¡Yo soy muerto! 
POLIDORO:
                        ¡Muera, muera! 

 

   ¡Traidor que el templo violó 

 

   de Venus en este día! 
LEANDRO:
     Mi colérica osadía 

 

   esta vez me despeñó. 

 

Sale LEANDRO por una puerta y vase por otra.  Salen

HERO y POLIDORO, y CRIADOS

HERO:
     Su injuria habéis de vengar. 

 

   El templo de Venus llora. 

 

Dentro

LEANDRO:
     Valedme, brazos, agora;

 

   que ya me arrojo en el mar. 
HERO:
     El osado pecho ofrece 

 

   al agua desde una roca 

 

   y, con la espada en la boca, 

 

   delfín humano parece. 

 

   ¡Tiradle flechas!  Y muera 

 

   sobre las ondas de nieve, 

 

   hombre que a ofender se atreve 

 

   deidad que Chipre venera. 

 

   ¡Qué marino monstruo o nave 

 

   no va excediendo esta vez! 

 

   Lo que moja el agua es pez, 

 

   lo que toca el aire es ave. 

 

   Rompiendo va en las espumas 

 

   grillo de olas y de lamas; 

 

   el medio cuerpo de escamas, 

 

   y el otro medio de plumas. 

 

   Grande valor ha mostrado, 

 

   parece en el mar crüel 

 

   fragmento de algún bajel 

 

   que el viento ha despedazado. 
POLIDORO:
     Pues con la púrpura humana 

 

   que de Cintio derramaste, 

 

   el templo a Venus violaste, 

 

   muere en esa espuma cana. 

 

   ¡Plega a Venus celestial 

 

   que tus exequias te canten, 

 

   y en ese mar te levanten 

 

   monumentos de cristal! 
HERO:
     Ya ha llegado a salvamento; 

 

   que un barco le recogió. 

 

   ¡Que no conociese yo 

 

   hombre de tanto ardimiento! 

 

Sacan a FLORO agarrado, y a NICANOR, los CRIADOS

CRIADO 1:
     Aquí están dos que han venido 

 

   con el bárbaro homicida. 
FLORO:
     Ya no daré por mi vida 

 

   un caracol. 
CRIADO 1:
                     Éste ha sido 

 

   la ocasión que sin recato 

 

   retratarte osó. 
HERO:
                         De muerte 

 

   eres digno de esa suerte. 

 

   Dame, extranjero, el retrato. 
NICANOR:
     Aún no está perfecto. 
HERO:
                                 ¿Cómo? 

 

   (¿Así se atreve un pintor  Aparte 

 

   a belleza a quien Amor 

 

   hirió con flechas de plomo? 

 

   Aunque a Venus soberana 

 

   hoy en su templo servía, 

 

   no sé de Amor, y otro día 

 

   me pasaré al de Dïana. 

 

   A ninguno pienso amar, 

 

   y así a Venus dejaré, 

 

   porque agradarla no sé 

 

   ni a mí me agrada su altar). 

 

   ¡Ay!  ¿Quién es éste que así 

 

   en esta lámina breve 

 

   a estar junto a mí se atreve? 

 

   ¿Qué retrato es éste, Di. 
NICANOR:
     De ése que rompió el estrecho 

 

   y en la opuesta margen ves. 
HERO:
     Venganza de Venus es, 

 

   arpón que amaga mi pecho. 

 

   (Eso no miréis, mis ojos.   Aparte 

 

   Hablé inadvertidamente. 

 

   Hermosa Venus, detente; 

 

   no vengues, no, tus enojos). 

 

   ¿Quién es éste? 
NICANOR:
                           Aunque su amigo, 

 

   éste informará mejor. 
HERO:
     ¿Quién es éste?  Di, traidor. 
FLORO:
     No soy traidor pero digo. 

 

   Ese gallardo joven que hoy ha hecho 

 

   caravanas de atún a la vislumbre 

 

   de pece Nicolás pasó el estrecho, 

 

   como si el charco fuera media azumbre; 

 

   ése que unas fiestas ha deshecho, 

 

   sin poder excusar la pesadumbre, 

 

   si por enojo no lo sabéis, se llama 

 

   Leandro, el sin amor, Fénix sin dama. 

 

   De valiente y galán con sus acciones, 

 

   que para sus hazañas y sus galas 

 

   hígados ha comido de leones, 

 

   ya desnudando de sus verdes alas 

 

   al pájaro gentil, que anda de nones. 

 

   Envidiarla podrán Venus y Palas, 

 

   "león de Albania", "cisne del Meandro", 

 

   en Abido se llama el tal Leandro. 

 

   No hayas cuidado, mi señora, que halles 

 

   más méritos en hombre, y esto es cierto. 

 

   ¿Qué dama no ha rendido en esas calles? 

 

   ¿Qué fiera no tembló en ese desierto? 

 

   En los ásperos montes y los valles 

 

   ninfas y jabalíes de un golpe ha muerto; 

 

   y así todos le llaman "sol de Abido", 

 

   "rayo de muerte", y "flecha de Cupido". 

 

   En un morcillo que alimenta, suele 

 

   desempedrar las calles, de manera 

 

   que al mismo sol obliga que recele, 

 

   que pueda alcanzarle en la carrera. 

 

   Os hará sombra, no hay que tanto vuele 

 

   cuando huye del alba lisonjera, 

 

   y a ser yegua, según sus maravillas, 

 

   fuera él morrión y rey de las morcillas. 

 

   ¿No visteis una nube tenebrosa 

 

   volar tronando, rayos escupiendo? 

 

   Así la negra bestia generosa 

 

   velos parte tronando, no corriendo. 

 

   Los relámpagos con la luz hermosa 

 

   que saca de las piedras que va hiriendo. 

 

   El rayo es el jinete caballero. 

 

   Ella es la noche, y él es el lucero. 
HERO:
     Calla.  (El alma temerosa Aparte 

 

   está de afectos tan vivos, 

 

   amagos son vengativos. 

 

   Aplacar debo a la diosa. 

 

   Venus, si enojo te di, 

 

   ten piedad y no rigor. 

 

   No me mates con amor; 

 

   que es vil muerte para mí). 

 

   La diosa he de consultar. 

 

   En tal caso esperad, todos. 

 

Vase

POLIDORO:
     Pensando estoy en los modos

 

   con que muerte os han de dar. 
FLORO:
     Malos pensamientos tenga. 

 

   Piense pensando veneno. 

 

   Piense siempre el mal ajeno 

 

   y lo que piense se venga. 

 

   ¿Estudia para tirano? 

 

   ¿Acaso toma lección 

 

   de verdugo o de sayón? 
POLIDORO:
     Si ese templo soberano

 

   manchado de sangre veo, 

 

   y en tragedias tan funestas 

 

   han fenecido las fiestas, 

 

   religioso es mi deseo. 

 

Dentro

HERO:
               La voz de la diosa oí. 

 

   Dad libertad a esos dos. 
FLORO:
     Larga vida te dé Dios. 

 

   (Y malos piensos a ti).       Aparte 

 

Sale HERO

HERO:
               Amigos, Venus mandó 

 

   que para aplacar la furia 

 

   yo misma vengue la injuria 

 

   y que mate a Leandro yo. 

 

             De su venganza instrumento 

 

   soy.  A Abido he de pasar. 

 

   ¡Corten los remos el mar! 

 

   ¡Soplen las velas el viento! 
POLIDORO:
               Acompañarte es razón. 

 

   Bien podéis vosotros iros. 
FLORO:
     Hoy dieron fin mis suspiros 

 

   librándome de un sayón. 

 

Vanse.  Salen LEANDRO con diferente vestido, muy

triste, y MITILENE detrás, muy enamorada

MITILENE:
               Apenas de Sesto vienes, 

 

   cuando triste y divertido 

 

   a esta ribera has venido. 

 

   Leandro, dime qué tienes. 

 

             Con amor tus pasos sigo 

 

   turbada como ese mar; 

 

   si son cosas de pesar, 

 

   primo, llévame contigo; 

 

             pues que tu sangre es la mía, 

 

   y yo te adoro también; 

 

   y mujer que quiere bien 

 

   es la mejor compañía. 

 

             Cual pálido girasol 

 

   voy siguiendo rayos bellos, 

 

   hasta arrancar los cabellos 

 

   en las tristezas del sol. 

 

             ¿Quién eclipsa tu alegría, 

 

   turbando luces serenas 

 

   oscuras sombras de penas? 
LEANDRO:
     (¡Ay, Hero del alma mía!)Aparte 
MITILENE:
     ¿Ni me miras, ni respondes? 

 

   ¿Quién tus mudanzas ha hecho? 

 

   En laberintos del pecho 

 

   grandes misterios escondes 

 

             con esquivez y rigor. 

 

   Siempre mi fe agradeciste. 

 

   Al templo de Venus fuiste. 

 

   De allá, ¿qué traes sino amor? 

 

             Si éste causa tu cuidado 

 

   si ya Amor tu pecho inflama, 

 

   cuéntame quién es la dama. 
LEANDRO:
     ¡Ay, Leandro desdichado!) 
MITILENE:
               ¿Sólo escucho de tus labios 

 

   mal formado un "ay", señor? 

 

   Ya digo que no es amor. 

 

   Celos son o son agravios; 

 

             porque amar por sólo amar 

 

   dulces efectos alcanza, 

 

   y, aunque falte la esperanza, 

 

   nunca obliga a suspirar. 

 

             Si tuya tengo de ser 

 

   ya que no puedes quererme, 

 

   aprende a no aborrecerme; 

 

   que es principio de querer. 

 

             Tu padre y mi hermano quieren 

 

   que hoy nos casemos, y así 

 

   vivo alegre. 
LEANDRO:
                           (Agora sí Aparte 

 

   que mis esperanzas mueren). 

 

             Mitilene, atrevimiento 

 

   fue salir a esta ribera. 

 

   Déjame que errando muera 

 

   en mi mismo pensamiento. 
MITILENE:
               Mientras que la paz nos dura 

 

   con Sesto, salir podremos 

 

   a esta ribera; no demos 

 

   cuenta de mi desventura; 

 

             que tener amor y ser 

 

   no agradecido su amor 

 

   es la desdicha mayor 

 

   que le viene a una mujer. 
LEANDRO:
               (¿Qué desdicha se ha de hallarAparte 

 

   que no sea con la mía 

 

   átomo breve del día, 

 

   pequeña gota del mar?) 

 

             Mitilene, a fiestas fui 

 

   y vuelvo con pesadumbre; 

 

   que ésta es natural costumbre 

 

   del mundo, triste volví. 

 

             Cuando hay cosas de placer 

 

   con tristezas voy a verlas; 

 

   que es bien que vamos con ellas, 

 

   como habemos de volver. 

 

             Quien fue triste, triste viene; 

 

   no aumentes más mi pesar. 

 

Sale FLORO, recatado

FLORO:
     (¿Cómo le podré avisar; Aparte 

 

   que está con él Mitilene?) 

 

             ¡Ah, señor!  ¡Ah, señor! 
LEANDRO:
                                        ¿Qué? 
FLORO:
     Haz que tu prima se vaya. 
LEANDRO:
     ¿Por qué? 
FLORO:
                      Porque está en la playa, 

 

   vuelto en latín, "yo seré". 
LEANDRO:
               No te entiendo. 
FLORO:
                                Aquel futuro 

 

   de Sesto.  A solas te quiero. 
LEANDRO:
     ¿Qué dices, grosero? 
FLORO:
                                   Hero. 
MITILENE:
     (Éste es ingrato y perjuro; Aparte 

 

             algo contra mí se trata. 

 

   Fingir quiero que me voy). 

 

   Primo, si enfado te doy 

 

   por esa margen de plata, 

 

             por esa florida selva, 

 

   que inundan sagradas olas, 

 

   me voy, discurriendo a solas, 

 

   hasta que a su tumba vuelva 

 

             el sol, de rayos süaves; 

 

   y con el arco que ves 

 

   haré que besen mis pies, 

 

   cayendo en giros las aves; 

 

             que el más ligero neblí, 

 

   bañado en sangre y espumas, 

 

   un rayo será de plumas, 

 

   y una estrella carmesí. 
LEANDRO:
               Acuerdo discreto fue; 

 

   eres segunda Dïana. 
MITILENE:
     (¡Ah, traidor!  De buena gana Aparte 

 

   me despides.  No me iré). 

 

Escóndese

LEANDRO:
               ¿Floro, qué dices? 
FLORO:
                                   Que vino 

 

   Hero hermosa a esta ribera, 

 

   y me dice que te espera 

 

   para hablarte. 
LEANDRO:
                           Sol divino, 

 

             si no me infundes valor, 

 

   agora es el fenecer; 

 

   porque un súbito placer 

 

   tiene efectos de dolor. 

 

             Hazme un Argos, cielo; empieza 

 

   a mitigar tus enojos, 

 

   porque no bastan los ojos 

 

   para ver tanta belleza. 

 

             Fama, presta con favor 

 

   tus lenguas a mi fortuna, 

 

   porque no ha de bastar una 

 

   para explicar tanto amor. 
FLORO:
               Amante de pepitoria, 

 

   pídenos manos y pies. 

 

Salen HERO y POLIDORO, y otros, criados, se quedan en

la puerta

POLIDORO:
     Hero divina, aquél es. 

 

   El cielo te dé victoria. 
HERO:
               Ya sin duda la promete. 

 

   Retiraos todos; que así 

 

   lo mandó Venus. 
FLORO:
                           Aquí 

 

   la tienes ya. 
LEANDRO:
                           Floro, vete. 
FLORO:
               Saltos me da el corazón; 

 

   recelo alguna maldad. 
LEANDRO:
     Necio, en aquella deidad 

 

   caber no puede traición. 

 

Vase FLORO

 

   (¡Oh, qué turbado me siento! Aparte 

 

   Ciego estoy a tales rayos. 

 

   Basten, Amor, los desmayos; 

 

   dame agora atrevimiento). 
HERO:
               ¿Eres Leandro? 
LEANDRO:
                                No y sí. 
HERO:
     ¡Qué locura peregrina! 
LEANDRO:
     ¿Viste en alguna rüina 

 

 

 

   un padrón que dice:

 

   fue tal ciudad"?  Pues así 

 

   en este cuerpo ha vivido 

 

   Leandro, cuando ha tenido 

 

   alma.  No es locura, pues, 

 

   decir "no", porque no es; 

 

   y decir "sí", porque ha sido. 
HERO:
               ¿Y dónde está el alma? 
LEANDRO:
                                       Hice 

 

   voto de ofrecerla al templo 

 

   de Venus, porque es ejemplo 

 

   del amante más felice, 

 

   con un letrero que dice: 

 

   "Milagro esta alma no amaba. 

 

   De libertad blasonaba. 

 

   Vino a este templo y Amor 

 

   le ha sacado del error 

 

   en que sin amor estaba". 
HERO:
               ¿Cómo al templo ha profanado 

 

   quien sangre en él derramó? 
LEANDRO:
     Venus a Amor me mandó 

 

   y sacar quise un traslado 

 

   del sujeto que he adorado. 

 

   ¿Es bien que culpas estén 

 

   en no amar y querer bien? 

 

   ¿Qué locura es ésta mía, 

 

   que no amando la ofendía, 

 

   amo y la ofendo también? 
HERO:
               A darte la muerte vengo, 

 

   y la diosa lo mandó. 
LEANDRO:
     De ese intento saco yo 

 

   la grande dicha que tengo, 

 

   y con discursos prevengo 

 

   que, ni yo soy su enemigo, 

 

   ni está enojada conmigo; 

 

   ni que sus aras profano, 

 

   porque morir a tu mano 

 

   es favor y no castigo. 

 

             Ea, pues, bella homicida; 

 

   sangre de mi pecho vierte, 

 

   porque blasone la muerte 

 

   que vale más que la vida. 

 

   Pero déjame en la herida 

 

   esa mano celestial, 

 

   vida sobrenatural. 

 

   Y así matando y viviendo, 

 

   dándome vida y muriendo, 

 

   vendrás a hacerme inmortal. 

 

             Usa ya de ese rigor, 

 

   hermosa tirana mía, 

 

   aunque Venus te diría 

 

   que me matases de amor; 

 

   porque es muerte superior 

 

   el amar sin esperanza 

 

   de remedio ni mudanza. 

 

   Si éste su precepto fue, 

 

   ya estoy muerto; ya expiré. 

 

   No busques otra venganza. 
HERO:
               (¡Oh, cómo estuve indiscreta! Aparte 

 

   ¿A qué vine?  ¡Qué mal hice! 

 

   En cada razón que dice 

 

   me dispara una saeta. 

 

   Aprisa Amor me sujeta. 

 

   Quiero decirle que debe 

 

   morir como un hombre aleve; 

 

   pero, ¿cómo, si esto pasa? 

 

   ¿De corazón que se abrasa 

 

   saldrán pedazos de nieve? 

 

             ¡Venus, ingrata y crüel! 

 

   Tomar de un golpe quisiste 

 

   dos venganzas.  Muero, ¡ay triste! 

 

   Amor llegó de tropel. 

 

   ¿Que le diese muerte a él 

 

   me mandaste?  Vino, vi, 

 

   no soy peña, no vencí. 

 

   Diosa, las flechas abate 

 

   si me mandas que le mate 

 

   como me mata él a mí). 
LEANDRO:
     Sé que el modo de mi muerte 

 

   estás consultando agora 

 

   rigor y amor.  ¡Ay, señora! 

 

   Ambos matan de una suerte. 

 

   La sentencia espero.  Advierte 

 

   que si me mata el rigor, 

 

   de una vez pasó el dolor; 

 

   si me mata Amor, de muchas. 

 

   Piadosamente me escuchas. 

 

   ¿Quién me ha de matar? 
HERO:
                               Amor. 

 

   (Rigor decirle quería. Aparte 

 

   Venus la lengua movió. 

 

   ¡Ea, de mí se vengó! 

 

   En vano el alma porfía). 

 

Van saliendo MITILENE y POLIDORO, cada uno por su

puerta

MITILENE:
     (Bien temí la alevosía Aparte 

 

   de este ingrato). 
POLIDORO:
                          (Mucho tarda Aparte 

 

   Hero en matarle.  ¿Qué aguarda?) 
MITILENE:
     (¡Peregrina mujer!  ¡Cielos!) Aparte
POLIDORO:
     (Vida le den ya mis celos). Aparte 
MITILENE:
     (¡Qué enemiga tan gallarda!)Aparte
LEANDRO:
     Felice soy, pues que veo 

 

   que moderas tu rigor. 
HERO:
     Procura tú que este amor 

 

   nunca llegue a ser deseo; 

 

   que si amando y esperando 

 

   vive el alma cuidadosa, 

 

   de ti se vengó la diosa. 

 

   Fuerza es morir deseando. 
LEANDRO:
     Desde aquí de su ley uso. 

 

   Como este mar he de ser; 

 

   que no se atreva a romper 

 

   el margen que Dios le puso. 

 

   Pero un siglo ha de ser leve. 

 

   Ser quisiera al sol igual; 

 

   porque un amor inmortal 

 

   no cabrá en vida tan breve. 

 

Sale POLIDORO

POLIDORO:
     (Quiero saber lo que espera). Aparte 

 

   Hero hermosa, no te entiendo. 

 

   Advierte que va saliendo 

 

   mucha gente a la ribera. 
HERO:
     Asegurándole estoy. 

 

   Retírate, Polidoro. 

 

Vase POLIDORO

LEANDRO:
     Ya contra tu ley te adoro;

 

   rompí tus preceptos hoy. 

 

   Tener amor solamente 

 

   me mandaste, pero al ver 

 

   que te llegué a conocer, 

 

   más que amor el alma siente. 

 

   Una envidiosa pasión 

 

   me han infundido los cielos; 

 

   mas, ¿si fuesen éstos celos? 

 

   Pienso que sí, celos son. 
HERO:
     Celos las almas no sienten; 

 

   que no hay celos es error; 

 

   los duendes son del amor. 

 

   Dicen que los hay, y mienten. 

 

   Invención debe de ser, 

 

   con que su amor encarecen 

 

   los amantes. 
MITILENE:
                      (No merecen Aparte 

 

   tanto amar y padecer 

 

   mis ojos.  ¡Grave dolor! 

 

   En vano su amor conquisto. 

 

   Sepa al menos que le he visto, 

 

   aunque se enoje).  ¡Ah, traidor! 

 

Sale MITILENE

 

   ¿Quién es ésta? 
LEANDRO:
                           ¡Mitilene! 

 

   Si me quieres, vete luego. 
MITILENE:
     Obedezco, pues que ruego.    

 

   (Esta desventura tiene Aparte 

 

   la mujer aborrecida; 

 

   que ha de ver y ha de callar). 

 

Vase MITILENE

HERO:
     ¡Válgame Dios!  ¿Qué pesar 

 

   me va quitando la vida? 
LEANDRO:
     Di, ¿Qué sientes? 
HERO:
                              Que es verdad 

 

   que hay duendes. 
LEANDRO:
                        Pues de eso, ¿a quién 

 

   pesó? 
HERO:
                 Celos hay también, 

 

   y es bellaca enfermedad. 
LEANDRO:
     Mi fe pura no te engaña; 

 

   mi prima es ésta, ¡por Dios! 
HERO:
     Pues curémonos los dos: 

 

   aquel hombre me acompaña. 
LEANDRO:
     Señora, di, ¿podré verte? 
HERO:
     En Sesto te han de matar. 
LEANDRO:
     ¿Qué importa?
HERO:
                      ¿No ha de importar? 
LEANDRO:
     No, pues es vida la muerte.
HERO:
     Para tener descuidado 

 

   un pueblo que es tu enemigo, 

 

   di los que vienen conmigo 

 

   creyeran que se han vengado, 

 

   una industria tengo. 
LEANDRO:
                               ¿Y es? 
HERO:
     Que te mato he de fingir. 
LEANDRO:
     No mientes, pues es morir

 

   el verte ausente. 
HERO:
                           Después 

 

   te avisaré qué has de hacer. 
LEANDRO:
     ¿Y cómo fingirlo debes?
HERO:
     Llega, como que te atreves, 

 

   a mis brazos. 
LEANDRO:
                      Si ha de ser, 

 

   de esa suerte será acierto 

 

   morir de veras. 
HERO:
                         ¡Así! 

 

Hace que le da con una daga

 

   Venus se venga de ti. 
LEANDRO:
     ¡Ah, crüel!  ¿Por qué me has muerto?

 

   (De amores, digo).            Aparte 

 

Sale POLIDORO

POLIDORO:
                              Señora, 

 

   valor te han dado los cielos. 

 

Sale MITILENE

MITILENE:
     (¡Ay, que borraron mis celos Aparte 

 

   sangre y lástima!)  ¡Traidora, 

 

   de un golpe quitas dos vidas, 

 

   un amor y mil sospechas! 

 

   ¿Qué hacéis en la aljaba, flechas? 

 

   Salid, salid, no me impidas, 

 

   turbación. 
HERO:
                      Corred delante. 

 

   Prevenid[me] barco luego. 
MITILENE:
     Daré voces, no sosiego.

 

   ¡Gente de Abido! 

 

Vanse todos menos HERO y LEANDRO

LEANDRO:
                         ¿A qué amante 

 

   esto sucedió jamás? 
HERO:
     (Mucho lo siente la prima). Aparte 
LEANDRO:
     No ofendas a quien te estima.
HERO:
     Yo te escribiré. 
LEANDRO:
                           Darás 

 

   vida a un muerto. 
HERO:
                             Voyme. 
LEANDRO:
                                    Espero 

 

   un favor. 
HERO:
                 Cure la herida 

 

   con éste. 

 

Arroja un pañuelo

LEANDRO:
                 ¿A llaga fingida 

 

   das favor tan verdadero? 
HERO:
     ¿Temes ya? 
LEANDRO:
                      No estar presente. 
HERO:
     Las almas se comunican. 
LEANDRO:
     Mucho los ojos se explican.
HERO:
     ¿Qué alivia el mal de ausente? 
LEANDRO:
     Confïar. 
HERO:
                      Pues, confïar. 
LEANDRO:
     Adiós, mi bella homicida.
HERO:
     Adiós, muerte de mi vida. 
LEANDRO:
     ¿Qué he de hacer?
HERO:
                           Vivir y amar. 

 

Vase HERO

LEANDRO:
     Ya es mi dicha de manera 

 

   que yo soy el más dichoso, 

 

   y a haber de estar envidioso, 

 

   sólo de mí lo estuviera. 

 

Salen FLORO, LEONARDO y LUCINDO, hermano de MITILENE

FLORO:
     Leandro está aquí, señores. 
LEONARDO:
     Hijo, buscándote vengo,

 

   porque a Mitilene tengo 

 

   lástima, de sus amores. 
LUCINDO:
     Casi loca está mi hermana, 

 

   como ser tuya desea. 
LEONARDO:
     Tu esposa mañana sea.

 

   Dime, si de buena gana. 
LEANDRO:
     (Mis ojos se van al mar). Aparte 

 

   Luego vuelve y os diré 

 

   la causa y razón por qué 

 

   no me pretendo casar. 

 

Vase LEANDRO

LEONARDO:
     ¿Sábesla tú? 
FLORO:
                        La sabía, 

 

   pero ya se me olvidó. 

 

Sale MITILENE, muy despechada

MITILENE:
     (¡Oh, nunca llegara yo           Aparte 

 

   a ver este infausto día!) 

 

   Tío y hermano, vengad 

 

   si a llanto y lástima os mueve, 

 

   la desdicha más aleve 

 

   que ha inventado la crueldad. 

 

   El sentimiento es forzoso, 

 

   y será muerte después, 

 

   porque perdimos los tres 

 

   un hijo, un primo, un esposo. 

 

   En su sangre revolcado 

 

   queda Leandro sin vida, 

 

   porque una hermosa homicida 

 

   amor y muerte le ha dado. 

 

   Dióle fin atroz y fuerte 

 

   una aleve entre sus brazos, 

 

   y los últimos abrazos 

 

   le dio envueltos en la muerte. 

 

   El horror y el sentimiento 

 

   me impidieron la venganza; 

 

   que una turbación no alcanza 

 

   discurso ni atrevimiento; 

 

   que cuando le vi expirar, 

 

   con ansias, bascas y enojos, 

 

   y vi eclipsados sus ojos 

 

   a nunca más despertar, 

 

   de  modo quedé sin mí 

 

   que flechar no supe el arco, 

 

   y la enemiga en un barco, 

 

   o marítimo neblí, 

 

   volando pasó el estrecho; 

 

   y con pena y con espanto 

 

   si no en sangre bañó en llanto 

 

   estos ojos y aquel pecho. 

 

   ¡Ea, su muerte venguemos! 

 

   Lloremos su fin crüel, 

 

   o muramos como él. 
LEONARDO:
     Bien temí que los extremos

 

   del amor de Mitilene 

 

   pararían en locura. 
LUCINDO:
     Tiene amor, tiene hermosura, 

 

   partes y méritos tiene. 

 

   Vese despreciada.  Así, 

 

   ¿qué mucho que pierda el seso? 
MITILENE:
     ¿No es lástima este suceso?

 

   O, no sabiendo de mí, 

 

   ¿no lo he sabido contar? 

 

   ¡Leandro es muerto, señor! 
LEONARDO:
     ¡Qué desdicha!  ¡Qué dolor!

 

   ¿Amor pudo trastornar 

 

   su jüicio? 
LUCINDO:
                      Señor, sí; 

 

   que es inmenso su poder. 
FLORO:
     En mi vida hallé mujer 

 

   que pierda el seso por mí, 

 

   con ser tan lindo. 
MITILENE:
                              Señores, 

 

   ¿locos sois o no creéis 

 

   esto que escuchado habéis? 

 

   Pues tiñendo prado y flores 

 

   de nácar y de claveles 

 

   está el Adonis de Abido. 

 

   Aquí su sangre han vertido 

 

   aquellas manos crüeles. 

 

   ¡Dejan que busque, cielos! 

 

Vase MITILENE

LEONARDO:
     ¡Qué melancólico humor!
LUCINDO:
     Y no sólo ha sido amor;

 

   también pienso que son celos; 

 

   que a otra mujer culpa da. 
LEONARDO:
     Ya su locura sabía,

 

   Leandro, pues no quería 

 

   ser su esposo. 
LUCINDO:
                      ¡Claro está! 

 

Sale LEANDRO

LEANDRO:
     (Si en amor de Hero me abraso,Aparte 

 

   hable el alma claramente; 

 

   diga la pasión que siente, 

 

   pues por ella no me caso). 

 

   Agora os diré por qué 

 

   a mi prima no he querido. 
LEONARDO:
     Ya lo tenemos sabido.

 

   Desdicha y lástima fue. 

 

Sale MITILENE como buscando

MITILENE:
     Aquí cayó en este puesto, 

 

   y, con las ansias mortales 

 

   bajaría a los cristales 

 

   de ese arroyo.  Mas, ¿qué es esto? 

 

   ¡Animo, no más dolor! 

 

   ¿Corazón, no más enojos! 

 

   Y, ¡no más lágrimas, ojos! 

 

   Todo se vuelve en amor. 
LEONARDO:
     (Parece que ha mejorado). Aparte 

 

   Hija, deja esa locura. 
MITILENE:
     ¿Tal es ya mi desventura

 

   que a este término ha llegado? 
LUCINDO:
     La que Amor enloquece, 

 

   si al templo de Venus va, 

 

   salud en él hallará. 
LEONARDO:
     Dices bien y pues se ofrece

 

   que nos dan treguas los cielos, 

 

   allá se puede llevar. 
MITILENE:
     (Quiero dejarme engañar; Aparte 

 

   que allá vengaré mis celos. 

 

   De Leandro engaños son; 

 

   otra quiere, a mí me olvida. 

 

   ¿Para qué quiero la vida? 

 

   ¡Piérdase ya con razón 

 

   el jüicio!) 
LEONARDO:
                        Por agora 

 

   quede la boda suspensa 

 

   mientras se mejora. 

 

Vanse LEONARDO y LUCINDO

LEANDRO:
                           (Inmensa Aparte 

 

   es mi dicha). 
MITILENE:
                      (En vano adora Aparte 

 

   un alma cuando la suerte 

 

   y el hado la contradice. 

 

   Para hacerme a mí infelice 

 

   loca, fingieron su muerte). 

 

Detiene a LEANDRO

 

   Traidor, ¿engaños conmigo? 

 

   Mas, mis afectos extraños 

 

   agradecen tus engaños. 

 

   ¿Cómo no mueres, amigo? 

 

   ¿Quién es causa de que yo 

 

   sienta el mal tan fiero? 
LEANDRO:
                                 Hero. 
MITILENE:
     Dime, ¿quién es por quien muero?
LEANDRO:
     Hero.
MITILENE:
                 ¿Siempre se burló 

 

   tu lengua de mí?  ¿Por qué 

 

   eco de mi voz te has hecho? 
LEANDRO:
     Digo lo que está en el pecho.   
MITILENE:
     Saber quién la dama fue

 

   espero. 
LEANDRO:
                   Hero. 
MITILENE:
                           ¡Qué crueldad! 

 

   ¡Qué desprecio tan extraño! 
LEANDRO:
     (Ella piensa que la engaño,  Aparte 

 

   y le digo la verdad). 

 

Vanse

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EL RICO AVARIENTO

 

 

Personas que hablan en ella
  NABAL, el rico
LÁZARO, galán
JORDÁN, lacayo
BALTASAR, criado
 PADRE de Abigaíl
JOSÉ, primo de Abigaíl
ABIGAÍL, dama
ANA, criada
CUSTODIO, ángel
DEMONIO
Dos CRIADOS
MÚSICOS

 ACTO PRIMERO

 
 
NABAL:
     Salen NABAL y JORDÁN, lacayo
Deja que blasfemias diga.
JORDÁN:
     No has de decir tal blasfemia.
NABAL:
     Si Dios con trabajos premia,

 

   ¿qué dará cuando castiga?
JORDÁN:
     Consolémonos los dos

 

   que hambres pasamos iguales,

 

   y en los bienes y en los males

 

   gracias le demos a Dios.
NABAL:
     ¡Que dé gracias me aconsejas

 

   a Dios de ser pobre!  ¡Bueno!

 

   De rabia y de afrenta lleno

 

   le daré voces y quejas.

 

   El rico soberbio y vano

 

   se las dé; que yo afligido

 

   solamente he recibido

 

   pesadumbres de su mano.

 

   Gracias dé el favorecido;

 

   que yo, que no soy dichoso,

 

   si le doy gracias quejoso,

 

   ¿qué le daré agradecido?

 

   En vano intentas, Jordán

 

   importuno, aconsejarme;

 

   que para desesperarme

 

   tus consejos servirán.

 

   Tales efectos se ven

 

   de ardor que en mi pecho lidia;

 

   muero rabiando de envidia

 

   si miro el ajeno bien.

 

   ¡Qué en pesar tan riguroso

 

   para aumentar mi desvelo

 

   conmigo es avaro el cielo

 

   y con los demás piadoso!

 

   Pues su mano --¡pena rara!--

 

   para hacer mayor mi mal

 

   es con todos liberal,

 

   y sólo conmigo avara.

 

   Todo me falta, ¡ay de mí!

 

   Ninguna hacienda poseo.

 

   Pobre y mísero me veo.
JORDÁN:
     Eso es peor para mí.

 

   Que me admire, señor, deja,

 

   de oírte este sentimiento.

 

   ¿En vez de agradecimiento,

 

   del cielo previenes queja?

 

   Tan pobre como tú estoy

 

   pues sin esperanza alguna

 

   sigo tu misma fortuna;

 

   y al cielo gracias le doy.

 

   Repara alabanzas tantas

 

   que a su criador dan leales

 

   sensitivos animales

 

   y vegetativas plantas.

 

   Todos en su estado viven

 

   conformemente contentos,

 

   porque en agradecimientos

 

   retornan lo que reciben.

 

   Y así es justo que me asombre

 

   que en instinto natural

 

   agradezca un animal

 

   y llegue a ignorar un hombre.
NABAL:
     Ya persuadirme no es bien

 

   cuando estoy desesperado.

 

   Yo solo soy desdichado;

 

   todos dichosos se ven.

 

   Nace una fuente, y apenas

 

   brota la líquida plata

 

   cuando arroyo se desata

 

   entre doradas arenas,

 

   y aunque en humildes raudales

 

   antes corrió bullicioso,

 

   río le forman undoso

 

   los adquiridos cristales.

 

   Y después que llega a estar

 

   rico de inmensa corriente,

 

   el que nació pobre fuente

 

   muere caudaloso mar.

 

   Nace en el verde botón

 

   aprisionada la rosa

 

   y después con pompa hermosa

 

   es del prado ostentación.

 

   En suave fragrancia crece,

 

   y, de las perlas que llora,

 

   liberal, la aurora

 

   rico tesoro le ofrece.

 

   Sale el sol con brilladores

 

   rayos de la blanca espuma

 

   para dar belleza suma

 

   a las plantas y a las flores;

 

   pues con el claro arrebol

 

   que pródigo se acredita,

 

   cuánto la noche marchita,

 

   tanto reverdece el sol.

 

   ¿Y yo en pena rigurosa?

 

   Tal pobreza me fastidia

 

   que llego a tener envidia

 

   del sol, la fuente y la rosa.
JORDÁN:
     Ten, señor, más confïanza

 

   aunque el hado te persigue,

 

   porque todo lo consigue

 

   la paciencia y la esperanza;

 

   que aunque tu pena importuna

 

   durar se ve de este modo,

 

   el tiempo lo muda todo

 

   y lo acaba la Fortuna.

 

   No hagas extremos tales,

 

   y estos trabajos que tienes

 

   recíbelos tú por bienes

 

   y dejarán de ser males.
NABAL:
     Enigmas me estás diciendo.

 

   Yo no entiendo esos amores,

 

   que no quiero esos favores

 

   del cielo.  No los pretendo.

 

   Soy hombre muy liberal:

 

   a ningún mal quiero bien,

 

   el bien admito por bien

 

   y el mal recibo por mal.

 

   ¿Regalos de Dios se llaman

 

   los males que desestiman,

 

   las miserias que lastiman,

 

   las desventuras que infaman?

 

   Si Dios tiene tanta cuenta

 

   con el pobre, ¿para qué,

 

   adventurando su fe,

 

   le da por vida una afrenta?
JORDÁN:
     El que es bueno, ¿no está lleno

 

   de bien?
NABAL:
                 Sí.
JORDÁN:
                        Luego la queja

 

   ya es injusta, pues le deja

 

   Dios poder para ser bueno.
NABAL:
     Yo estoy de pobreza loco.

 

   Sólo conozco, y me fundo

 

   en que yo soy en el mundo

 

   quien debe al cielo más poco.
JORDÁN:
     Tus discursos son ajenos

 

   de hombre.  Si eres desdichado,

 

   yo que nací tu crïado,

 

   seré quien le debe menos.

 

   No has hecho tanto por mí.

 

   Mira cual somos los dos:

 

   que tú no sufres a Dios,

 

   y yo te he sufrido a ti.

 

   Dale, pese a Bercebú,

 

   gracias de que no eres yo;

 

   que ya mi amor se las dio

 

   de que no soy como tú.
NABAL:
     Eres tú muy virtüoso.
JORDÁN:
     Yo que a ser pobre he llegado,

 

   estoy de mí lastimado

 

   mas no del cielo quejoso.
NABAL:
     Yo no diera sentimientos

 

   al cielo en cosa ninguna

 

   si con mi baja fortuna

 

   midiera mis pensamientos.

 

   Ya que pobre nací yo,

 

   sin gusto y amor naciera

 

   porque pobre me sufriera,

 

   ¡mas pobre y amante, no!

 

   ¿Qué concierto, qué armonía

 

   harán, de apetitos llenos,

 

   bienes que son tan ajenos

 

   y desdicha que es tan mía?

 

   Si a la hermosa Abigaíl

 

   quiero ver, en mis enojos,

 

   se oponen luego a mis ojos

 

   nubes de pobreza vil.

 

   Si en pasión tan ciega y loca

 

   quiero pedir su belleza,

 

   luego pone mi pobreza

 

   lazos de miedo a mi boca.

 

   Aquí del templo, a la puerta,

 

   triste aguardo su hermosura

 

   con una muerte segura

 

   y una vida muy incierta.

 

   Sentiré, de verme, enojos;

 

   que en la mujer ¿qué rigor

 

   tiene crédito mayor?

 

   ¡La ignorancia de los ojos!

 

   ¡Qué interesable y terrible!

 

   Piensa con villano modo

 

   que para los pobres todo

 

   lo hizo Dios imposible.
JORDÁN:
     ¿Cómo sabes que ha de ser

 

   mujer tan noble y amable,

 

   y tan bella, interesable?
NABAL:
     ¡Ay, Jordán, como es mujer!

 

Salen LÁZARO muy galán y BALTASAR, su

criado

LÁZARO:
     ¡Qué honesta, qué virtüosa

 

   es Abigaíl!  Que fuera,

 

   si honestidad no tuviera,

 

   una culpa el ser hermosa.

 

   Su belleza y su cordura

 

   me agrada con igualdad,

 

   que a faltar la honestidad

 

   me ofendiera su hermosura.
BALTASAR:
     Tiene fama generosa

 

   en todo Jerusalén.
LÁZARO:
     Es el vivir y obrar bien

 

   más beldad que el ser hermosa.
NABAL:
     Ya ha venido este enfadoso.

 

   Éste puede a Dios muy bien

 

   dar gracias.  ¡Miren en quien

 

   pone el cielo el ser dichoso!

 

   ¡Qué tanto a Lázaro sobre

 

   y tanto me falte a mí!
JORDÁN:
     ¿Lázaro se llama?
NABAL:
                           Sí.
JORDÁN:
     ¡Lindo nombre para pobre!

 

   Don Lázaro suena mal.

 

   ¿Y es muy rico?
NABAL:
                      Cosa es clara,

 

   si es necio.
JORDÁN:
                        Yo le llamara

 

   el Caballero Hospital.

 

   El será muy virtüoso

 

   pues tanto llega a tener.
NABAL:
     ¿Quién dice que es menester

 

   virtud para ser dichoso?

 

   Antes sigue la desdicha

 

   a la virtud, que si fuera

 

   tal que méritos pidiera,

 

   ¡qué pocos tuvieron dicha!

 

Sale ABIGAÍL con manto y ANA, su criada

ABIGAÍL:
     ¡Hermosas damas!
ANA:
                           Entre ellas

 

   en el templo has parecido

 

   la hermosa.
ABIGAÍL:
                      Dirás que he sido

 

   un sol en tantas estrellas.

 

   A lisonjas te acomodas.

 

   Eso no me lisonjea.

 

   No quiero tener de fea

 

   que me lo parezcan todas.

 

   Quien tiene mayor beldad

 

   hable con menos mentira,

 

   y quien sin envidia mira

 

   juzga con mayor piedad.

 

   Tuya la censura sea,

 

   porque en juzgar de lo hermoso

 

   es siempre el más riguroso

 

   el tribunal de una fea.

 

   Nada miro con desdén;

 

   no hay en mí soberbia alguna.

 

   Como no envidio a ninguna

 

   todas me parecen bien.
LÁZARO:
     Si es tan bella una criatura

 

   y merece tanto amor,

 

   ¿cuál será de su criador

 

   la celestial hermosura?

 

   Bien parece imagen suya

 

   su divina cara hermosa.

 

   ¡Oh, mil veces tú dichosa!,

 

   si es tan bella el alma tuya;

 

   mas beldad tan peregrina

 

   santa será.  Es cosa llana.

 

   Si es la caja más que humana

 

   la joya será divina.
NABAL:
     ¿No es hermosa Abigaíl?

 

   ¿Qué dices?  ¡Por vida mía!
JORDÁN:
     Digo que con ser judía

 

   me ha parecido gentil.

 

   ¿Qué te suspendes?
NABAL:
                               Repara

 

   en tan bella gentileza,

 

   que el cielo armó de belleza

 

   los peligros de su cara.

 

   ¡Qué tiernos, qué dulces brazos,

 

   para amistades posibles!

 

   ¡Qué blandas y qué apacibles

 

   las prisiones de sus lazos!

 

   ¡Qué presto ardiente y robusto

 

   robara, a tener ventura,

 

   el campo de su hermosura

 

   con ejércitos de gusto!
JORDÁN:
     Pías consideraciones

 

   has hecho.
NABAL:
                 Todos me crean,

 

   que sólo mientras desean

 

   son fuego los corazones.

 

Acompáñala LÁZARO

 

   Mira como la acompaña

 

   y ella admite su locura;

 

   que de la hacienda y ventura

 

   aún la sombra sólo engaña.
ABIGAÍL:
     No habéis de pasar de aquí.

 

   ¡Por mi vida!  No paséis

 

   que para que vos me honréis

 

   no hallo méritos en mí.
LÁZARO:
     No dejaros determino,

 

   que voy respetando en vos

 

   de las fábricas de Dios

 

   un edificio divino.
NABAL:
     Siempre seguirla procura.
ABIGAÍL:
     Como noble sois cortés.
NABAL:
     Mal haya tanto interés.
LÁZARO:
     Bien haya tanta hermosura.

 

Vanse ABIGAÍL, LÁZARO, ANA y

BALTASAR

NABAL:
     ¡Cuánto la riqueza engaña!

 

   ¡Oh, qué de afrentas que paso!

 

   ¡Qué de mí no hicieron caso!

 

   ¡Soberbia y locura extraña!

 

   ¡Qué cosa más desvalida!

 

   Y lo que pobre se vive

 

   no sé yo quien lo recibe

 

   para en cuenta de la vida.

 

   ¡Ah, mujeres codiciosas!

 

   ¡Ah, ricos locos y altivos!

 

   ¡Los más viles más esquivos,

 

   más necias, las más hermosas!

 

   ¿Sálvase el pobre?
JORDÁN:
                                ¿Estás loco?

 

   Antes los más ricos vienen

 

   a peligrar, porque tienen

 

   en qué merecer más poco.

 

   Para todos igualmente

 

   seguro el salvarse está,

 

   el rico por lo que da

 

   y el pobre por lo que siente.

 

   A todos el cielo aguarda,

 

   no hay sobornar su favor,

 

   que para el grande y menor

 

   hay sus ángeles de guarda.
NABAL:
     Mientes, miente tu simpleza.

 

   ¡Ángel el pobre!  Me fundo

 

   en que no se vio en el mundo

 

   más ángel que la riqueza.
JORDÁN:
     De tus locuras me espanto.
NABAL:
     Jordán, si rico me viera,

 

   mejor que Lázaro fuera,

 

   que tiene fama de santo.
JORDÁN:
     Será mayor tu crueldad,

 

   pues quien con tanta inclemencia

 

   pobre no tiene paciencia,

 

   rico no tendrá piedad.
NABAL:
     Salvarme pobre y con penas,

 

   difícil es.
JORDÁN:
                      ¡Grave exceso

 

   de impiedad!  Mas dar en eso

 

   encierra dos cosas buenas.

 

   Escúchalas brevemente;

 

   porque si das en discreto,

 

   en dichoso, en ser perfeto,

 

   en lindo, en sabio, en valiente,

 

   podrás quererlo y no sello;

 

   mas si dieres en decir

 

   que a los infiernos te has de ir,

 

   luego te saldrás con ello,

 

   y en dolor tan importuno

 

   otra cosa mejor tienes,

 

   que para que te condenes

 

   no has menester a ninguno.
NABAL:
     Si no soy rico, no siento

 

   modo de salvarme.
JORDÁN:
                             Tente;

 

   que si eres pobre impaciente,

 

   serás un rico avariento.

 

Sale CUSTODIO, de peregrino o pobre

CUSTODIO:
     (De este bárbaro crüel     Aparte

 

   confundir quiero, y que vea

 

   que aún hay quien más pobre sea,

 

   pues remedio espera en él.

 

   Mi paciencia en su rigor

 

   ha de enseñarle a sufrir,

 

   pues no ha llegado a pedir

 

   que es la desdicha mayor).

 

   A este pobre peregrino

 

   dad limosna, por amor...
NABAL:
     ¡Ay, rabia!  ¡Ay, pena mayor!

 

   ¡Ay, desdicha!  ¡Ay, desatino!

 

   ¿Limosna yo?  ¡Cielo airado!

 

   Llegue y partiré con él

 

   rabia y envidia crüel;

 

   que es lo que el cielo me ha dado.

 

   ¿Qué me tienta y me provoca?

 

   Si con esta impertinencia

 

   quiere probar mi paciencia,

 

   ya se ve que tengo poca.
JORDÁN:
     Que perdone le suplico;

 

   que es tan pobre, y no se asombre

 

   este buen...(Digo mal)              Aparte

 

                              ...hombre,

 

   que hasta un Lázaro es más rico.

 

   Pero aunque en esta ciudad

 

   tantas sus miserias son,

 

   es más pobre de razón,

 

   de paciencia y de piedad.
NABAL:
     No soy pobre, soy demonio.

 

   Infame nombre me das.
JORDÁN:
     Créalo porque jamás

 

   se levanta testimonio.
NABAL:
     ¿Limosna a mí?  ¡Vagamundo!
CUSTODIO:
     Que eres pobre, yo lo creo,

 

   mas de hacer bien el deseo

 

   a nadie faltó en el mundo.

 

   ¿Cuándo al pobre no se ayuda

 

   y sin limosna se deja?

 

   Ya que fue sorda la queja,

 

   la lengua parezca muda.
NABAL:
     Tras ser pobre imaginero,

 

   y bachiller y enfadoso,

 

   da en necio.  ¡Qué virtüoso!

 

   ¡Qué cansado consejero!

 

   Vaya con Dios.
CUSTODIO:
                           ¡Qué impiedad!
JORDÁN:
     (Con Dios dijo.  A fe que es dicha).    Aparte
CUSTODIO:
     Pobre y necio, ¡qué desdicha!
NABAL:
     ¿Porfía tu necedad?
CUSTODIO:
     ¿Así un pobre se despide?

 

Vase [CUSTODIO]

NABAL:
     De su agravio así me vengo,

 

   pues los bienes que no tengo

 

   me acuerda quien me los pide.

 

   

 

   

 

Sale LÁZARO con un bolsillo

LÁZARO:
     (Paréceme que miré       Aparte

 

   a Nabal con gran tristeza.

 

   ¿Si es la causa la pobreza?

 

   Pero, ¿quién triste se ve,

 

   --¡ay Dios!, aunque pobre esté--

 

   si Dios la pobreza envía?

 

   ¡Oh, si quisiese algún día

 

   en santa necesidad

 

   ya que sabe mi piedad

 

   probar la paciencia mía!

 

   Quisiera dar a Nabal

 

   algún socorro, y sí pruebo,

 

   sin que él pida.  No me atrevo;

 

   que puede llevarlo mal,

 

   Mas no hay bien al bien igual

 

   si ha de costar que se pida;

 

   que en la honra introducida,

 

   aun recibir, que es mejor,

 

   cuesta mucho del honor,

 

   de la paciencia y la vida.

 

   Un cuerdo modo he buscado

 

   con que poderle ayudar;

 

   que aun de pedir y tomar

 

   no quiero darle cuidado).

 

   Nabal, amigo.
NABAL:
                      (Agraviado             Aparte

 

   estoy de que éste hable así).
LÁZARO:
     Huélgome de verte aquí.

 

   ¿Cómo estás?  ¡Suerte dichosa

 

   es la mía!  Di.
NABAL:
                       (¡Qué cosa        Aparte

 

   tan cansada para mí!)
LÁZARO:
     Esta bolsa a la salida

 

   del templo topé.  Si acaso,

 

   Nabal, has de estar al paso,

 

   hazme merced, por tu vida,

 

   que si hubiere quien la pida

 

   o la busque, se la des

 

   si las señas ciertas ves;

 

   que a un negocio voy y es tarde.

 

   Perdóname.  Dios te guarde.
JORDÁN:
     ¡Qué discreto!  ¡Qué cortés!
NABAL:
     Harélo así.
LÁZARO:
                        (Alegre está).          Aparte

 

   Si no viniere por ella,

 

   Nabal, quédate con ella,

 

   que Dios quizá te la da.

 

Vase [LÁZARO]

JORDÁN:
     Bolsa tienes.  Guardalá.
NABAL:
     ¿Restituiréla?
JORDÁN:
                        Menguado,

 

   ¿eso dices?
NABAL:
                      ¿Y lo honrado

 

   y lo perfecto también?
JORDÁN:
     Ninguno es hombre de bien

 

   en dinero de contado.
NABAL:
     Nada el pobre ha de tener;

 

   todo el rico lo ha de hallar.

 

   ¿Siempre al pobre han de durar

 

   las injurias del nacer?

 

   ¡Bolsa a mí!  ¿Qué puede ser?

 

   Ya lo sé, que me da pena,

 

   que restituírme ordena

 

   éste algún dinero a mí;

 

   que los más de ellos así

 

   son ricos de hacienda ajena.

 

Sale CUSTODIO

CUSTODIO:
     Agora limosna espero

 

   de tu mano generosa

 

   que ya puede ser piadosa.
NABAL:
     ¡Qué presto que olió el dinero!

 

   Ni me da gusto, ni quiero.
CUSTODIO:
     ¡Por amor de Dios!
NABAL:
                           ¡Por vida!

 

   ¡Ah, pobreza aborrecida!

 

   Más quisiera no tenello

 

   que estar sujeto con ello

 

   a que un pobre me lo pida.
CUSTODIO:
     Mira, como tienes ya

 

   qué dar, y estás más tirano,

 

   más fiero y más inhumano.
NABAL:
     ¡Qué necio y pesado está!
CUSTODIO:
     Castigo tuyo será

 

   ser rico, que un pecador

 

   con la abundancia es peor,

 

   y peca con más licencia;

 

   y lo que ha sido impaciencia

 

   es soberbia y es rigor.

 

   (Custodio soy y ángel bueno       Aparte

 

   de este infiel, que en tanto engaño

 

   se verá, para más daño,

 

   de bienes del mundo lleno.

 

   Que entrar no puede en el seno

 

   de Abrahán tanta avaricia.

 

   Mi Dios, si por su codicia

 

   no llevare mi verdad,

 

   fruto para tu piedad,

 

   llevaréla a tu justicia).

 

Vase [CUSTODIO]

NABAL:
     Si el pobre me ha de cansar,

 

   Jordán, más quiero sufrir

 

   la bajeza del pedir

 

   que la nobleza del dar.

 

   Si a rico puedo llegar,

 

   será regalado, entiendo,

 

   mi cuerpo, mi bien eterno,

 

   que otro Dios mi vida ignora

 

   y no hay más Dios.
JORDÁN:
                             Desde agora

 

   pido albricias al infierno.

 

Vanse y salen JOSÉ y ABIGAÍL

JOSÉ:
     Bellísima Abigaíl,

 

   de quien aprenden colores

 

   para matizar sus flores

 

   los pinceles del abril,

 

   amor es flecha sutil

 

   que en mi alma va formando

 

   tu bella imagen, y cuando

 

   la adora, amante y fïel,

 

   como es flecha y es pincel

 

   va rompiendo y va pintando.

 

   Tu primo soy, y la parte

 

   de tu sangre fiel, sin duda,

 

   que a las estrellas ayuda

 

   a inclinarme para amarte.

 

   Amor es puro, y sin arte.

 

   Las fuerzas del alma empleo

 

   en amar el bien que veo,

 

   y como es casto el ardor,

 

   nunca manchan este amor

 

   la esperanza ni el deseo.
ABIGAÍL:
     José, amarme pudieras

 

   sin darme noticia a mí

 

   de esos amores; que así

 

   verdadero amante fueras,

 

   pues que premio no quisieras;

 

   que amor que se da a entender,

 

   claro está, que quiere ver

 

   premio que le satisfaga;

 

   y amar pretendiendo paga

 

   no es amar sino querer.
JOSÉ:
     ¡Oh, qué sutil diferencia

 

   entre el querer y el amar!

 

   ¿De modo que he de callar

 

   un amor que no es violencia?
ABIGAÍL:
     O busca correspondencia

 

   o quiere agradecimiento

 

   quien dice su sentimiento;

 

   y si el fin que amor buscó

 

   es puro amor, mal amó

 

   quien no calla su tormento.
JOSÉ:
     ¡Extraña filosofía

 

   y sofísticos extremos!

 

   Pues que amando a Dios, queremos

 

   que él nos ame, y no sería

 

   razón que en el alma mía

 

   tan bárbaro amor cupiera

 

   que la ley de amor rompiera

 

   y en sí mismo reprimido

 

   no quisiera ser sabido

 

   ni ser pagado quisiera.
ABIGAÍL:
     Diferencia no has hallado

 

   entre el amor y el deseo

 

   si tiene amor por trofeo

 

   ser sabido y ser pagado.
JOSÉ:
     ¿Amor, lo que ha deseado,

 

   cómo a su efecto contiene?

 

   Mas, ¡ay!, que Lázaro viene

 

   a interrumpir mi razón.
ABIGAÍL:
     Los celos envidia son.

 

   El celoso envida tiene.
JOSÉ:
     ¿Qué amante no fue celoso?
ABIGAÍL:
     No me permiten los cielos

 

   amor de quien nacen celos,

 

   ni amante que es envidioso.
JOSÉ:
     Luego ¿perdí temeroso

 

   lo que ganaba atrevido,

 

   o porque el otro ha venido

 

   pierdo el bien que amor concede?
ABIGAÍL:
     No, que perderse no puede

 

   lo que no estaba adquirido.

 

Sale LÁZARO

LÁZARO:
     La buena conversación

 

   que entre los dos considero

 

   me alegra tanto, que espero

 

   celebrar esta ocasión.

 

   Primos, las almas que son

 

   de Dios imágenes bellas,

 

   como del sol las estrellas,

 

   gozan sus rayos supremos,

 

   y así los hombres debemos

 

   comunicarnos con ellas.

 

   Proseguid.  ¿De qué se trata?
ABIGAÍL:
     Del amor honesto.
LÁZARO:
                             Bien.

 

   Yo os amo, prima también

 

   de este modo, y me arrebata

 

   el alma beldad tan grata,

 

   que la de Dios considero.

 

   Y en amor tan verdadero

 

   que nos lleva el alma a Dios

 

   bien podéis hablar los dos.

 

   Proseguid, que escuchar quiero.
ABIGAÍL:
     ¿Luego, amado, tú no sientes

 

   el tener competidor

 

   en la causa de tu amor?
LÁZARO:
     No, que fueran accidentes

 

   de firme amor, varias gentes,

 

   reinos, climas, paralelos,

 

   la tierra, el mar y los cielos.

 

   En todos su luz influye

 

   y ni el sol se dio ni huye,

 

   ni a los que alumbra da celos.
ABIGAÍL:
     ¿Ves, José, como este amor

 

   tiene calidad más pura?
JOSÉ:
     ¿El amor de la criatura

 

   no ha de tener el valor

 

   que el de Dios?
LÁZARO:
                             Ése es error

 

   porque la hermosura humana

 

   aunque nos parece vana

 

   es un retrato, un espejo,

 

   un relámpago, un bosquejo,

 

   de la beldad soberana.

 

   Un arroyo, ¿no es tesoro

 

   dulce, hermoso y transparente

 

   del rüido de una fuente?

 

   Y luego, en arenas de oro

 

   es instrumento sonoro

 

   que alaba su original,

 

   haciendo un son natural

 

   a los pájaros cantores,

 

   con lazo y traste de flores,

 

   y con cuerdas de cristal.

 

   Los once cielos, aquellas

 

   esferas y orbes supremos

 

   en quien tachonadas vemos

 

   mil y veinte y dos estrellas,

 

   ¡qué por imágenes bellas

 

   y la fábrica exterior

 

   que nos descubre el valor

 

   que hay dentro y nos asegura

 

   que aunque es grande su hermosura,

 

   la del imperio es mayor!

 

   Cualquiera mortal belleza

 

   de Dios su principio tiene,

 

   y derivándose viene

 

   a nuestra naturaleza.

 

   Es inmensa su grandeza

 

   de suerte que no declina,

 

   y así amor que nos inclina

 

   a la hermosura mortal

 

   ha de ser amor igual

 

   al amor de la divina.
ABIGAÍL:
     Ésa es honesta opinión.
JOSÉ:
     Es rico y tú eres mujer.

 

   Bien claro está que ha de ser

 

   preferida su razón.
ABIGAÍL:
     Primo, estos celos no son

 

   dignos de un amor honesto.

 

Salen NABAL y JORDÁN

JORDÁN:
     Ocupado está ya el puesto.

 

   Poco lugar te darán

 

   entre un rico y un galán.
NABAL:
     La dicha he de obrar en esto.
JORDÁN:
     Yo pienso que en este amor,

 

   solo el dichoso has de ser;

 

   porque en efecto es mujer

 

   y escogerá lo peor.
NABAL:
     Siempre vienes de este humor.
JORDÁN:
     Todos somos maldicientes

 

   a tu sombra.
NABAL:
                      Si consientes

 

   una demanda cortés,

 

   ya que somos todos tres

 

   de una tribu y tus parientes.

 

   Yo, señora, te suplico

 

   que des de esposa la mano

 

   hoy al deudo más cercano

 

   o ya sea pobre o ya rico.

 

   Así mi amor significo.
ABIGAÍL:
     ¡Extraña resolución!
NABAL:
     Es éste mi condición,

 

   y siendo ardiente un deseo

 

   ninguna esperanza veo

 

   que me dé satisfacción.
ABIGAÍL:
     Aún no da prisa mi edad

 

   para que yo tome estado,

 

   y Dios tendrá ese cuidado

 

   pues tiene mi voluntad.
JOSÉ:
     ¿Cómo cabe en tu beldad

 

   tal esquivez, tal rigor?

 

   Dale siquiera un favor

 

   al que más te estima y quiere,

 

   porque cortesmente espere

 

   premio de este honesto amor.

 

 

Quítase una flor con tres cintas:

     verde, encarnada y blanca
ABIGAÍL:
     Este lazo y esta rosa,

 

   que de colores distintas

 

   forman y tejen tres cintas,

 

   daré afable y generosa,

 

   aunque no en señal de esposa,

 

   al que probare mejor

 

   que merece mi favor.
LÁZARO:
     (Es discreta Abigaíl).               Aparte

 

   Tu entendimiento es sutil

 

   como es inmenso tu honor.
JORDÁN:
     ¡Oh, qué bellas necedades

 

   dirán agora los tres!
NABAL:
     En el hombre el valor es

 

   de más altas calidades

 

   que riquezas ni beldades.

 

   Ni soy rico ni galán,

 

   mas tan unidos están

 

   el amor y ánimo en mí

 

   que esa rosa merecí.
JORDÁN:
     Pienso que no se la dan.
ABIGAÍL:
     ¡Qué soberbia presunción!

 

   Diga, José.
JOSÉ:
                        Yo me ofrezco

 

   a probar que la merezco

 

   con una fuerte razón.

 

   Cuantas damas ve Sïón

 

   me han estimado, y querido.

 

   Pagué a todas con olvido,

 

   a ti sola con cuidado.

 

   Luego, mucho te he obligado.
JORDÁN:
     También éste la ha perdido.
ABIGAÍL:
     ¡Galán desvanecimiento!
LÁZARO:
     Yo, aunque tu amante me llamo,

 

   tan sin esperanzas amo,

 

   que ni tengo atrevimiento

 

   a pedirla, ni en mí siento

 

   razón para merecella.

 

   Quédate, prima, con ella,

 

   que habiéndola de estimar

 

   por ser tuya, ¿qué lugar

 

   podré darle, o qué tesoro,

 

   donde esté con más decoro

 

   que en ti misma?
ABIGAÍL:
                          ¡Esto es amar!

 

   Yo la recibo y me voy,

 

   que están mis padres esperando.

 

[Vanse ABIGAÍL y ANA]

JORDÁN:
     ¡Cuál se la quedan mirando

 

   los tres!  Riéndome estoy.
LÁZARO:
     Nabal, José, queda en paz.

 

[Vase LÁZARO]

NABAL:
     ¡Vive Dios, que me fastidia

 

   su humildad!  Todo es envidia.
JORDÁN:
     El Lázaro es muy sagaz.

 

   ¡Con qué discreción...
JOSÉ:
                                   Yo siento...
JORDÁN:
     ...se despidió!
JOSÉ:
                        ... con enojos,

 

   que nos quebrase los ojos.
NABAL:
     Tormento añado a tormento.
JOSÉ:
     De los tres es el dichoso.

 

   Aquí no hay más que esperar.

 

   Yo me voy.

 

[Vase JOSÉ]

NABAL:
                    Todo es pesar.
JORDÁN:
     Parece que va celoso.

 

   Buenos habemos quedado,

 

   como dicen a la luna.
NABAL:
     Maldiga Dios mi fortuna.

 

   ¡En todo soy desdichado!
JORDÁN:
     Señor, ya reparo en ello.

 

   De tu original pecado

 

   participo por crïado

 

   sin comerlo y bebello.

 

   Tu mismo error te condena.
NABAL:
     No es olvidarla posible.
JORDÁN:
     ¿No miras que es invencible?
NABAL:
     Más invencible es mi pena.
JORDÁN:
     Pues, siguiendo su desdén

 

   vendrás, señor, a quedar

 

   sin ella y con gran pesar.

 

   Mirad con quién y sin quién.

 

   Mas yo, aunque tan poco valgo,

 

   si en este empeño me hallara,

 

   luego al punto la envïara...
NABAL:
     ¿A dónde?
JORDÁN:
                      ...a espulgar un galgo;

 

   que es lo demás necedad.
NABAL:
     Más disparates no digas;

 

   que en vano a mudanza obligas

 

   mi constante voluntad.

 

   Dé Abigaíl los amores.

 

   Rendido de su belleza,

 

   aunque miro su entereza,

 

   aunque advierto sus rigores,

 

   aunque su virtud no ignoro,

 

   y su favor no merezco,

 

   sus desprecios apetezco,

 

   sus desdenes enamoro,

 

   sin que pueda resistir

 

   en mi amante desear

 

   un bien que todo es penar,

 

   un mal que todo es morir.
JORDÁN:
     Bien se ve.
NABAL:
                      ¡Qué pena tal

 

   es rabia!
JORDÁN:
                   Pues, saludarse;

 

   que puede ese mal pegarse

 

   y es incurable ese mal.
NABAL:
     Ya hallé medio.
JORDÁN:
                             ¿Cuál será

 

   si tu locura se advierte?
NABAL:
     Darme a mí mismo la muerte.
JORDÁN:
     ¡Oh, qué bien pensado está!

 

   Alabo tu buen intento

 

   y puedes ir consolado

 

   que no has pagado crïado

 

   ni hecho ningún testamento.

 

   Esta acción que haciendo estás

 

   no es acción que te alborote.

 

   Un bobo de capirote

 

   no pudiera decir más.
NABAL:
     Jordán, ¿qué tengo de hacer?
JORDÁN:
     Que moderes la porfía

 

   aconsejarte quería.
NABAL:
     ¿Qué no causa una mujer?

 

   ¿Cómo saldré de esta calma?
JORDÁN:
     ¿Cómo?  ¡Muy fácil, señor!

 

   Dejar de tener amor,

 

   que es pesadilla del alma.

 

   Yo quiero darte un consejo.
NABAL:
     Ninguno habrá que me cuadre.
JORDÁN:
     Ve y pídesela a su padre.
NABAL:
     Soy pobre y es rico el viejo;

 

   pero tu consejo aquí

 

   elijo por mejor suerte.
JORDÁN:
     Mejor es que darte muerte.
NABAL:
     Pues, Jordán, vente tras mí.

 

Vanse.  Salen LÁZARO con un papel, y BALTASAR

 

   
LÁZARO:
     Baltasar, yo deseo

 

   hacer bien a Nabal, y dudo el modo.
BALTASAR:
     Señor, a un hombre ingrato,

 

   soberbio y sin piedad, ¿cómo te inclinas?

 

   Siendo opuestos los dos, ¡qué estrellas pueden

 

   con sus luces divinas

 

   hacer bien a un tirano?
LÁZARO:
     Maravillas de Dios, rey soberano.

 

   No debemos los hombres,

 

   mayormente los ricos,

 

   examinar las almas y conciencias

 

   de los pobres a quien tan de justicia

 

   se debe la limosna.

 

   ¿Qué piensas tú que son los que son ricos?

 

   Mayordomos de Dios, dispensadores

 

   que su hacienda administran

 

   repartiéndola bien entre los pobres.

 

   Nabal es noble, y de mi misma tribu,

 

   y quizá la pobreza

 

   le da con la condición su aspereza.

 

   Podrá ser que teniendo más descanso

 

   reduzca sus costumbres dulce y manso.
BALTASAR:
     Pues bien, ¿y cómo piensas,

 

   si él no te pide nada,

 

   hacerle bien alguno?
LÁZARO:
     Esta dificultad tengo mirada;

 

   que dar a quien no pide algunas veces

 

   es dar vergüenza y pena,

 

   porque ya la pobreza, el mundo loco,

 

   siendo amiga de Dios, la estima en poco.

 

Saca un papel

 

   Por esto tengo escrita

 

   esta cédula en que finjo le debo

 

   a su padre Eliázar este dinero,

 

   y tú se la has de dar.
BALTASAR:
                               ¿De qué manera?
LÁZARO:
     Diciendo que la hallaste

 

   entre algunos papeles.
BALTASAR:
     Ya lo penetro.  Baste.  

 

   Haces en esto lo que siempre sueles.

 

   Piadoso y sabio estás.
LÁZARO:
                                 Si Dios me ha dado

 

   riqueza singular, y las riquezas

 

   prestadas las tenemos

 

   del mismo Dios, pagárselas debemos.

 

   Allí le ha visto.  Voyme

 

   porque puedas hablarle.

 

Dale el papel y vase [LÁZARO].  Salen NABAL y

JORDÁN

NABAL:
     Jordán, yo tengo sed.  En esa casa

 

   podrás, pues eres hombre

 

   despejado, pedir un jarro de agua.
JORDÁN:
     Arrójate a la orilla de mi nombre

 

   y así podrás beber.
NABAL:
                           ¡Acaba, necio!
JORDÁN:
     Acaba tú también de ser durazo.

 

   Dineros tienes y aguadores pasan

 

   que en cándidos cristales,

 

   y en barros que parecen de claveles,

 

   vendiendo van el agua dulce y pura,

 

   y una moneda vil sólo es el precio.

 

   Dales limosna y bebe; que limosna

 

   es comprar de los pobres.
NABAL:
     Así no me aconsejes;

 

   que sufriré la sed ardiente y dura

 

   antes que hacer piadoso

 

   un átomo de bien, y el cielo airado

 

   se muestra para mí.  ¿Qué ley consiente

 

   que liberal me muestre con la gente?

 

Se acerca BALTASAR

BALTASAR:
     Mis albricias ofrecidas,

 

   buenas nuevas te daré.
NABAL:
     Ni habrá por qué yo las dé

 

   ni por qué tú me las pidas.
BALTASAR:
     Cumplir podemos los dos

 

   si ésta te vengo a ofrecer,

 

   que la debió de perder

 

   tu padre; que quiera Dios,

 

   revolviendo unos papeles,

 

   hallé esta cédula en quien

 

   el cielo pinta tu bien.

 

Dale el papel

NABAL:
     ¡Con soberanos pinceles!

 

Lee

 

   "Confieso por esta cédula que debo a

 

   Eliázar, del tribu de Judá, mil y quinientos

 

   escudos de oro, y los pagaré a él o a Nabal

 

   su hijo, siempre que los pidan, y lo firme

 

   de mi nombre.

 

                         Lázaro"
BALTASAR:
     Pues tu padre no cobró

 

   esa partida, bien puedes

 

   si le heredas y sucedes

 

   pedirla a Lázaro.  Yo,

 

   que he hallado este papel

 

   le traigo y no lo difiero.

 

   Bien mis albricias espero.
NABAL:
     ¡Que esto pase en Israel!

 

   ¡Qué haya ricos que las venas

 

   del pobre sangrar intentan

 

   y sus tesoros aumentan

 

   con las haciendas ajenas!

 

   Los ríos más eminentes,

 

   compitiendo con el mar

 

   se suelen tras sí llevar

 

   los arroyuelos y fuentes.

 

   Eran charcos, ya son ríos

 

   que, sus tiranos raudales

 

   robando ajenos cristales,

 

   cobran fuerzas, cobran bríos.

 

   Los ricos, de esta manera,

 

   exentos de humanas leyes,

 

   compitiendo con los reyes,

 

   quieren dilatar su esfera.

 

   Y al pobre con tiranía

 

   bien en Lázaro se ve.

 

   ¿Qué mucho que rico esté

 

   si ocultó la hacienda mía?

 

   Y tú, lisonjero amigo,

 

   que esta cédula encubriste,

 

   ¿cómo albricias me pediste

 

   cuando mereces castigo?

 

   Cómplice disimulado

 

   de este latrocinio, advierte

 

   que pues no te doy la muerte

 

   buenas albricias te he dado.
BALTASAR:
     ¿Quién vio tal ingratitud?

 

   Ya lo dudo aunque ya vi;

 

   mas, ¿cuándo no paga así

 

   la malicia a la virtud?

 

   Hoy Lázaro liberal

 

   su mismo bien apercibe

 

   y al tiempo que lo recibe

 

   le ofende y le trata mal.

 

Vase BALTASAR

NABAL:
     ¿Qué dices?
JORDÁN:
                        ¡Mil y quinientos!

 

   Ya tendrás de qué pagarme.
NABAL:
     No empieces a importunarme.

 

   ¡Oh, crïados!
JORDÁN:
                        ¡Oh, avarientos!
NABAL:
     Sirve y calla, que he de ser

 

   rico al fin.
JORDÁN:
                        ¡Jornada es larga!

 

   Llevaba un hombre una carga

 

   de vidrios para vender.

 

 

 

   Preguntóle otro:

 

   en esa carga, mancebo?"

 

 

 

   Él le respondió:

 

   Nada si el asno se cae."

 

   A ser este vidrio llega

 

   la esperanza de tus bienes,

 

   porque en la cédula tienes

 

   nada si Lázaro niega;

 

   mas él viene por aquí.

 

   Háblale sabio y cortés,

 

   que lo merece, pues es...

 

Sale LÁZARO

NABAL:
     Basilisco para mí.

 

   Señor Lázaro...
LÁZARO:
                             ¿Señor?
NABAL:
     ¿Esta firma es vuestra?
LÁZARO:
                                  Sí,

 

   confieso que la escribí

 

   y que soy vuestro deudor,

 

   Nabal amigo.
JORDÁN:
                           ¡Pardiez,

 

   que en el anzuelo está asido!

 

   El asno en fin no ha caído.

 

   Vidrio tienes esta vez.
NABAL:
     ¿Y cuándo podréis pagar?
LÁZARO:
     Pagaré de aquí a seis días.
NABAL:
     Ésas son vanas porfías.

 

   Seis horas no han de pasar

 

   a una cosa tan debida.

 

   Harto mi padre esperó

 

   pues que nunca lo cobró

 

   en los días de su vida.
JORDÁN:
     Señor Lázaro, pagar

 

   o ir a la prisión.
LÁZARO:
                             Si eso

 

   ha de ser, por no estar preso,

 

   ¡vamos!  Venidla a contar.

 

   Muy bien me pueden prender.

 

   No son rigores ni extremos

 

   porque los ricos debemos

 

   lo que el pobre ha menester.
JORDÁN:
     Vamos por ello al momento.
LÁZARO:
     (¡Oh, qué bien ha sucedido!)    Aparte

 

[Vase LÁZARO]

NABAL:
     Mi dinero, ¡dicha ha sido

 

   que confesase!
JORDÁN:
                           ¿Contento

 

   estás agora, señor?

 

   Muy bien me puedes pagar.
NABAL:
     ¿Cuánto va que te he de echar

 

   de mi casa?
JORDÁN:
                        ¿Hay tal rigor?

 

   Ya la sed que te afligía

 

   se habrá pasado.
NABAL:
                          No pasa.

 

   Pídeme agua en esta casa.
JORDÁN:
     ¿Avaro estás todavía?

 

[Vase JORDÁN].  Sale [CUSTODIO] vestido de pobre

CUSTODIO:
     (¡Con qué amor, con qué cuidado  Aparte

 

   dulces caminos prevengo

 

   a esta alma que a cargo tengo

 

   desde que Dios la ha crïado!

 

   Soy compañero del hombre.)

 

   ¡Nabal!
NABAL:
                 ¿Quién eres, mendigo...
CUSTODIO:
     Soy tu verdadero amigo...
NABAL:
     ...que así has sabido mi nombre?
CUSTODIO:
     ...quien las desdichas previene.

 

   Ten tú lástima de mí.
NABAL:
     No he de tenerla de ti

 

   si Dios de mí no la tiene.
CUSTODIO:
     Confía de su clemencia.
NABAL:
     Oyes, pobre porfïado,

 

   pedir al necesitado

 

   es darle más impaciencia.

 

   Si de Dios fío o no fío,

 

   Dios me ha de juzgar, no el hombre.

 

   Vete pues, y sabe el nombre

 

   de los ricos y no el mío.
CUSTODIO:
     Mil y quinientos escudos

 

   rico te pueden hacer.
NABAL:
     ¡Por eso habían de ser

 

   los pobres sordos y mudos!
CUSTODIO:
     Si hoy piensas tenerlos, mira

 

   que vivas más generoso.
NABAL:
     Pobre importuno y curioso,

 

   con esto me das más ira.

 

   En las repúblicas buenas

 

   no andan pobres indiscretos

 

   sabiendo ajenos secretos

 

   y oliendo vidas ajenas.

 

   Esta pobre cantidad

 

   hoy me la ha dado mi estrella

 

   para remediar con ella

 

   mi propia necesidad.

 

   Haz que cual Lázaro sea

 

   rico, y entonces verás

 

   si sufro más y doy más.
CUSTODIO:
     ¡Plegue a Dios que yo lo vea!

 

Sale JORDÁN con un vidrio de agua

JORDÁN:
     El cristal y el agua fría

 

   te brindan y hacen merced.
NABAL:
     Ya me ha quitado la sed

 

   la mucha bachillería

 

   de este mendigo.  Volver

 

   puedes el vidrio.  Aquí espero.
CUSTODIO:
     Sed padezco, de sed muero;  

 

   pues no la quieres beber,

 

   dámela a mí.
NABAL:
                        ¿Cómo dar?

 

   La sed tu enfado provoca,

 

   y hay un volcán en mi boca.

 

Bébela [NABAL]

JORDÁN:
     (Pues, bebe hasta reventar.)        Aparte
CUSTODIO:
     Dame el agua que ha sobrado.

 

   Mira que al pobre le debe.
JORDÁN:
     ¿A lástima no te mueve?

 

   [¿Por qué este agua no has dado?]
NABAL:
     ¡Tómala!

 

Arroja el agua y el vidrio

CUSTODIO:
                    ¿Cómo creeré

 

   que has de dar, si rico estás,

 

   cuando así el agua me das?
NABAL:
     Entonces responderé.
JORDÁN:
     Yo temo tu perdición.

 

   Dale limosna.
NABAL:
                      No quiero.

 

   Anda, cobra aquel dinero.
JORDÁN:
     No vi mayor ambición.

 

Vanse [NABAL y JORDÁ:N]

CUSTODIO:
     Dios, que eres lumbre de lumbres

 

   y belleza de bellezas,

 

   dale a este monstruo riquezas.

 

   Quizá mudará costumbres.

 

Sale el DEMONIO muy galán

DEMONIO:
     En vano a Dios solicitas,

 

   celestial inteligencia

 

   cuya hermosura perdí.
CUSTODIO:
     Por ambición y soberbia.
DEMONIO:
     Tu igual soy desde aquel día

 

   que derribé las estrellas

 

   como soberbio dragón.
CUSTODIO:
     ¡Bien me acuerdo de esa guerra!
DEMONIO:
     Ya ves que da admiración

 

   al reino de las estrellas

 

   mi ciencia.
CUSTODIO:
                     Sé que perdiste

 

   la caridad, no la ciencia.
DEMONIO:
     Desde que tuvo principio

 

   el alma dura y proterva

 

   de Nabal, la acompañamos.
CUSTODIO:
     Sí, mas con tal diferencia

 

   que yo la guardo de ti.
DEMONIO:
     Es verdad, ¿mas por qué intentas,

 

   --si sabes su inclinación--

 

   que el cielo le dé riquezas?
CUSTODIO:
     Porque si a Lázaro imita,

 

   con una limosna pueda

 

   ir al limbo con los padres.
DEMONIO:
     ¿Y es razón que todos sean

 

   ricos y que sin trabajo,

 

   sin fatiga y penitencia,

 

   con sólo dar lo que sobra

 

   el cielo esperen?  Merezcan

 

   con su paciencia y ayuno.
CUSTODIO:
     Si Nabal está a mi cuenta,

 

   sólo pretendo su bien

 

   y a las celestes estrellas

 

   lo pediré.
DEMONIO:
                    Pues yo no.

 

   Antes le pienso dar quejas

 

   al que es la misma justicia,

 

   al que solo vive y reina.

 

   ¡Ah, Custodio!  ¿Qué me quieres?

 

Mira al cielo

CUSTODIO:
     ¡Ah, Potestad y Cabeza

 

   de mi santa jerarquía!

 

   Suplicar a Dios quisiera

 

   que dé riqueza a Nabal.

 

   Quizá el corazón de peñas

 

   ablandará en la mudanza.

 

   Este bien sólo merezca.

 

Mira al cielo

DEMONIO:
     ¡Angélica Potestad!

 

   Basta que Lázaro tenga

 

   riquezas con cuyas sobras

 

   conquiste la vida eterna.

 

   ¿Qué mucho que con descanso

 

   agradar al cielo puedan

 

   los hombres en los trabajos,

 

   la fe, y el amor se muestran?

 

   Si fuere rico Nabal,

 

   Lázaro mísera sea,

 

   y verán si su virtud

 

   se convierte en impaciencia.
CUSTODIO:
     Si los ángeles debemos,

 

   con la claridad eterna,

 

   guardar al hombre, yo puedo,

 

   dándome Dios su licencia,

 

   dar a Nabal lo que pide

 

   para que así le convenza

 

   si fuere rico avariento.
DEMONIO:
     Mucho pueden las riquezas;

 

   y así temo no conquiste

 

   al reino de Dios con ellas.

 

   Pero a Lázaro asiré

 

   si acaso Nabal se suelta

 

   de mis prisiones.
CUSTODIO:
                           Nabal,

 

   prosperidades espera.
DEMONIO:
     Y tú, Lázaro, desdichas

 

   que yo no doy cosa buena.

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