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FRANCISCO MARTÍNEZ DE LA ROSA

El reloj de arena

El recuerdo de la patria

El cementerio de Momo

Mis penas

El reloj de arena

¡Cuán rápida desciende
la arena ante mi vista;
y cada leve grano
lleva un mísero instante de mi vida! …
Tardos los juzga el Tiempo,
y el curso precipita,
y el frágil vidrio estalla
entre las manos de la Muerte impía:
Al viento arroja el polvo
con bárbara sonrisa;
y amor, gloria, ilusiones
al borde de la tumba se disipan…
¿Dónde voló mi infancia,
mi juventud florida,
mis años más dichosos,
mis gustos, mis encantos, mis delicias?
Todo pasó cual sueño.
Todo finó en un día,
cual flor que al alba nace,
y al trasmontar del sol yace marchita.
Mi corazón sensible
a la piedad divina,
a la amistad sincera,
del amor a las plácidas caricias,
abrió su incauto seno,
exento de perfidia;
y la maldad proterva
clavó con sangre en él duras espinas…
¿Por qué, decid, crueles,
desgarráis tan aprisa
la venda de mis ojos,
que el fementido mundo me encubría?
Amar es mi destino.
Amar mi bien, mi dicha.
El cielo bondadoso
para amar me dio un alma compasiva.
Si aborrecer es fuerza,
trocad el alma mía.
Que el odio y la venganza
en mi pecho jamás tendrán cabida…
¡Así, Dios de clemencia,
mis súplicas recibas
con tu piedad, y enjugues
las lágrimas que riegan mis mejillas!


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El recuerdo de la patria

Vi en el Támesis umbrío
cien y cien naves cargadas
de riqueza;
vi su inmenso poderío,
sus artes tan celebradas,
su grandeza;
mas el ánima afligida
mil suspiros exhalaba
y ayes mil;
y ver la orilla florida
del manso Dauro anhelaba
y del Genil.
Vi de la soberbia corte
las damas engalanadas,
muy vistosas;
vi las bellezas del norte,
de blanca nieve formadas
y de rosas:
sus ojos de azul del cielo;
de oro puro parecía
su cabello;
bajo transparente velo
turgente el seno se vía,
blanco y bello.
¿Mas qué valen los brocados,
las sedas y pedrería
de la ciudad?
¿Qué los rostros sonrosados,
la blancura y gallardía,
ni la beldad?
Con mostrarse mi zagala,
de blanco lino vestida,
fresca y pura,
condena la inútil gala,
y se esconde confundida
la hermosura.
¿Dó hallar en climas helados
sus negros ojos graciosos,
que son fuego,
ora me miren airados,
ora roben cariñosos
mi sosiego.
¿Dó la negra cabellera
que al ébano se aventaja?
¿Y el pie leve,
que al triscar por la pradera,
ni las tiernas flores aja,
ni aun las mueve?...
Doncellas las del Genil,
vuestra tez escurecida
no trocara
por los rostros de marfil
que Albión envanecida
me mostrara.
Padre Dauro, manso río
de las arenas doradas,
dígnate oír
los votos del pecho mío;
y en tus márgenes sagradas
logre morir.
 

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El cementerio de Momo

Yace aquí Blas... y se alegra

por no vivir con su suegra

 

Agua destila la piedra,

agua está brotando el suelo...

¿Yace aquí algún aguador?

«No señor: un tabernero».

 

Yace aquí un mal matrimonio,

dos cuñadas, suegra y yerno...

no falta sino el demonio

para estar junto el infierno.

 

Cuñados en paz y juntos!...

no hay duda que están difuntos.

 

Aquí un médico reposa,

y al lado han puesto a la Muerte...

iban siempre de esta suerte.

 

Aquí yace una beata

que no habló mal de ninguna...

perdió la lengua en la cuna.

 

Aquí un hablador se halla...

y por vez primera calla.

 

Aquí yace una viuda,

que murió de pena aguda,

apenas hubo perdido

a su séptimo marido.

 

Aquí yace una soltera,

rica, hermosa, forastera,

que sordomuda nació...

¡Si la hubiera hallado yo!

 

Sub hoc tumulo... adelante;

que éste será algún pedante.

 

Don Juan de Az... pei... ti... gu... rrea...

Para el diablo que te lea.

 

¡Canónigo... de repente...

y morir en Noche Buena!

Se le indigestó la cena.

 

Una palma han colocado

en la tumba de Lucía...

Es que dátiles vendía.

 

Aquí yace un cortesano,

que se quebró la cintura

un día de besamano.

 

Aquí jaz o muy ilustre

Senhor Joan Mozinho Souza

Carvalho Silva da Andrada...

Sobra nombre o falta losa.

 

Aquí yacen cuatro socios,

que juntaron gran caudal:

un médico, un boticario,

un cura y un sacristán.

 

Aquí yace un contador

que jamás erró una cuenta...

a no ser a su favor.

 

Aquí Fray Diego reposa

y jamás hizo otra cosa.

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MIS PENAS

Pasa fugaz la alegre primavera,

rosas sembrando y coronando amores,

y el seco estío, deshojando flores,

haces apiña en la tostada era.

Mas la estación a Baco lisonjera

torna a dar vida a campos y pastores;

y ya el invierno anuncia sus rigores,

al tibio sol menguado la carrera.

Yo una vez y otra vez vi en mayo rosas,

y las mies ondear en el estío;

vi de otoño las frutas abundosas;

 el cielo estéril del invierno impío:

vuelan las estaciones presurosas...

¡Y sólo dura eterno el dolor mío!

 

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