Mª Rosa Gálvez de Cabrera
Despedida del Real Sitio de Aranjuez

En los días de un amigo de la autora

La noche

DESPEDIDA DEL REAL SITIO DE ARANJUEZ

Fértiles bosques de Aranjuez florido,
por donde se desliza el Tajo undoso;
prado de mil colores guarnecido,
do siempre halló mi corazón reposo;
felices avecillas, que a mi oído
halagabais con canto melodioso,
voy a dejaros ya; pero mi acento
antes os mostrará mi sentimiento.
 En vuestras agradables espesuras
a mi voz inspiró naturaleza;
en ellas olvidé las amarguras
de mi suerte cruel; vuestra belleza,
mi corazón llenando de dulzuras,
ha cambiado en placeres mi tristeza;
y en vuestro mudo y plácido sosiego
desprecié altiva el amoroso fuego.
 Esta tranquilidad, que ha recobrado
en vuestra soledad el alma mía;
la razón, que mi espíritu ha elevado,
para lograr vencer la suerte impía;
y en fin, el tierno metro que ha inspirado 
a mi genio la dulce poesía;
a ti lo debo, sitio delicioso,
donde mi corazón fue venturoso.
 A Dios quedad, llanuras agradables,
montes, jardines, selvas y cascadas;
mientras respire, me seréis amables,
pues me dieron alivio estas moradas:
el sosiego y la paz, inestimables
tesoros de las horas ya pasadas,
vivan siempre y habiten vuestro seno,
de mil placeres y hermosura lleno.
 Quédate a Dios, oh gruta deliciosa,
donde su curso unió Tajo y Jarama;
nunca el verdor de tu arboleda hermosa
destruya el sol con ardorosa llama:
vuestra corriente bañe silenciosa
del verde prado la naciente grama;
y en su llanura las pintadas flores
den al suelo esplendor y al viento olores.
 En tu elogio, Aranjuez, se oirán en tanto
los olvidados ecos de mi lira,
sin que la vanidad mueva mi canto,
pues es la gratitud la que me inspira:
aquí cesó la causa de mi llanto;
de mi persecución calmó la ira;
y pues del hado aquí logré victoria,
siempre me será grata tu memoria.
 

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EN LOS DÍAS DE UN AMIGO DE LA AUTORA

Por llegar a la cumbre
del Parnaso eminente,
dejaba alegre mi apacible choza,
antes que por las puertas del oriente
la brillante carroza
de la rosada aurora
fuese de la de Febo precursora.
 A celebrar los días
felices de Sabino
al templo de las musas me acercaba,
cuando escuché sonar eco divino,
que el Pindo alborozaba,
y en confusa armonía
el nombre de Sabino repetía.
 Apresuro mis pasos,
y, donde Apolo estaba,
vi el coro de los dioses congregado,
que a mi feliz amigo festejaba
con el himno sagrado,
que él mismo componía,
por aumentar la gloria de su día. 
 Neptuno sin tridente,
Minerva sin la egide,
sin su lanza Belona, y Marte, fiero
sin la sangrienta espada, con que mide
la suerte del guerrero,
cantaban el destino,
que inspiraba la lira de Sabino:
 Júpiter sin el rayo,
que aterra a los mortales,
al lado de Mercurio y de Diana
dejaba las moradas celestiales;
mientras Venus ufana
de ser la más hermosa
hizo a Juno quedar más envidiosa.
 En tanto vi a las musas
brillantes y festivas,
que a los alegres genios repartieron
sacros ramos de palmas y de olivas.
En pos de esto pusieron
en la cima del monte
verde asiento, que admira el horizonte.
 Sabino conducido
por la fama y la gloria:
Sin orgullo sentose. Arrebatada
yo entonces de su dicha, hice memoria
de mi lira olvidada,
y esperé que algún día
su silla se igualase con la mía. 
 “Anima, caro amigo,
(le dije) con tu ejemplo
los versos de mi numen atrevido;
porque la fama en su glorioso templo
librarlos pueda del obscuro olvido;
y a pesar de los hados
siempre serán tus días celebrados.”
 Risueño se levanta,
y antes de responderme,
por aliviar mis infinitos males,
quiso de gracia algún presente hacerme;
y los puros cristales
de la castalia fuente
amistoso señala y complaciente.
 "Amira, dijo, llega;
bebe el agua que inspira
el amor celestial de las virtudes;
si alguna vez tu corazón suspira,
en seguirlas no dudes;
si su fuego lo inflama,
tu canto gozará de inmortal fama."
 Yo bebí, y en mi seno
sentí, que poseído
mi dócil corazón de ardores puros,
los afanes de amor daba al olvido;
y en los tiempos futuros
de la sabia natura
señalara este día mi ventura. 
 Ya había de las horas
el celo cuidadoso
en el délfico carro los caballos
uncido para el curso vagaroso
El dios a sujetallos
subió sobre su asiento
y luego hollaron la región del viento.
 Yo volví con Sabino
gozosa a mi morada,
y del licor de Baco prevenida,
rebosando la taza colorada,
le dije enternecida:
 “El resto de este día
a tu amistad consagre mi alegría.” 
 

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LA NOCHE

Canto en verso suelto a la memoria de la señora condesa del Carpio
Tinieblas gratas de la obscura noche,
a un corazón sensible, que desea
vivir para pensar, vuestro silencio
la calma anuncia; las veloces sombras,
cayendo de los montes a los valles,
cubren la tierra; el pardo jilguerillo
los últimos cantares repitiendo,
al nido vuela, y el pastor conduce
al redil su rebaño numeroso.
 Yo en tanto en esta margen solitaria,
por donde el Tajo sus raudales lleva,
la bóveda contemplo, en que los astros
con invariable giro, de los tiempos
miden las estaciones y las horas.
 El sueño huye de mí, y el genio vela;
natura me convida, y elevada
a la vista de tantas maravillas,
mi acento vuela a par de mi deseo.
 No cantaré de amor el poderío,
sus penas, su despecho, ni su engaño;
ni tampoco poéticas ficciones:
no el húmedo Orión, ni de las Ursas
ni de Ariadna la corona hermosa;
sino del Ser supremo la grandeza,
del orbe origen: cuanto me circunda,
de su potente diestra son milagros.
 Por entre nubes la triforme diosa
en su brillante carro se presenta;
su incierta luz las sombras de los bosques
en las ondas del Tajo me retrata;
y del lago las aguas cristalinas,
semejantes a un fiel y claro espejo,
reflejan de los cielos la hermosura: 
esa esfera celeste innumerables
antorchas iluminan; pero el astro,
que preside a la noche, los eclipsa;
ameniza la tierra, y de las nieblas
su esplendor libra la región del aire.
 ¡Oh noche!, reinas ya en el hemisferio;
reinas: tiendes tu velo silencioso,
y nuevo encanto mis sentidos gozan
al contemplar tu pompa: tú me inspiras
dulce melancolía. ¡Cuánto admiro
esta tranquilidad del universo;
este vasto reposo, que las aves
nocturnas interrumpen! Oh natura,
patrimonio del hombre, ¡qué orgulloso
vive él sin conocerte! Yo no intento
penetrar tus arcanos. ¿Quién sería
tan atrevido, que elevar su mente
osara a tus secretos, siempre en vano?
 Humillada a la vista del prodigio
de tu existencia exclamo: Eterna gloria
al soberano Ser, que de la nada
te produjo a su voz, la tierra llena
está de su poder; el océano
besa humilde los límites, que el dedo
de Dios le señaló: los huracanes,
la tempestad horrible, el rayo ardiente
sus leyes obedecen, y en el cielo
el sol brillante por su augusta mano 
clavado alumbra al mundo: en tanto giran
en torno de él los orbes refulgentes;
con su calor benéfico la tierra
prodiga al hombre sus preciosos dones.
 Eternos no serán: pues sumergido
el ingrato, mortal en sus placeres,
con delitos termina la carrera
de su vida fugaz. ¡Ay!, todo, todo
nace para morir: llegará el día,
en que, hundido en la nada el universo
la justicia de Dios tiemble el malvado:
el caos volverá; la infausta, trompa
sonará en los sepulcros, y a sus ecos
alzará el criminal del frío polvo
la frente descarnada; en ella impresa
de su condenación la seña horrible
por el santo decreto irá grabada.
 No así el mortal, que la virtud siguiendo
vivió en el mundo para dar alivio
a la doliente humanidad; él llega
sin temblar ante el trono de un Dios justo,
y allí recibe la inmortal corona
que eternamente lo hace venturoso.
 Y tú, alma bella de mi dulce amiga,
tú, que existías para ser amparo
de la infelicidad, ¡con cuánta gloria
habrá premiado tu piedad el cielo!
De alegría mi mente arrebatada 
tu benéfica imagen me presenta
en esta soledad: te ven mis ojos,
cual otro tiempo en tu mansión solías,
cercada de infinitos miserables
su indigencia aliviar con larga mano.
¡Ah! Perdieron en ti todo su auxilio;
y la ilusión de tu adorada sombra
huye de mí, cual vagarosa nube,
al eco de sus gritos lamentables.
 En tu sepulcro sus gemidos oigo,
mezclados con inmensas bendiciones,
que a tu memoria sin cesar tributan.
Y yo ¿qué diré en tanto? Yo que tuve
en ti una amiga fiel, una defensa
contra mi adversidad. ¿Pintaré acaso
tu admirable talento, el noble fuego
de tu imaginación, las gracias todas,
que en tus acciones sin cesar brillaban,
aquel carácter franco y generoso,
que arrastraba hacia ti los corazones;
o tu genio inmortal, que de las artes
protegió noblemente las tareas?
 No: que en vano será. Tú, en la memoria
de cuantos disfrutaron las delicias
de tu dulce amistad, vivirás siempre.
Mi voz en vano cantará tu elogio,
cuando la gratitud de los mortales
publica tu virtud; y por modelo 
te presenta a la vista de los hombres,
que a la indigencia niegan el socorro.
 Así, mi acento solamente puede
a sus ecos unirse, y de la parca
lamentar el rigor: su rabia impía
nos privó con un golpe anticipado
de todas tus virtudes: ya en la tumba
en paz descansas, y mi llanto inútil
no puedes ver, ni escuchas mis sollozos.
 ¡Ay! Ya no existes; pero el premio gozas
de tu beneficencia. Si las almas
en la inmortalidad a unirse vuelven,
¡Oh dulce, amiga!, cesan mis lamentos,
y el canto dejo; pues la noche fría
también expira al despuntar el día.

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