Mª Josefa Mujía

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Al amor

Bolívar

La ciega

Al amor

Ídolo falso que el mortal adora

y que insensato te erigió un altar,

por quien el hombre su miseria llora,

de quien recibe sólo un gran pesar.

Jamas canté‚ tus triunfos, niño ciego;

no herirme pudo tu temible arpón;

de tus saetas, de tu ardiente fuego,

conservo ileso y libre el corazón.
Nunca manché‚ las cuerdas de mi lira

regando en ellas llanto de dolor,

de engaños mil que tu deidad respira,

con que penas sin fin causas traidor.

Mi puro labio de tu copa impía

jamas gustó la emponzoñada miel,

que al brindar viertes con sagaz falsía

muerte, veneno y amargura y hiel.

Nunca mi oído se inclinó a tu acento;

siempre tu halago lo creí falaz.

Mi alma inocente no perdió un momento

su dulce calma, su tranquila paz.

Nunca cantar, tirano, tu victoria

ni tributarte vil adoración

es mi laurel, mi orgullo, dicha y gloria

y el más grato placer del corazón.

Si mi mejilla en llanto se humedece

y si en el corazón hay amargor,

si en la angustia, la dolencia crece,

no es del acíbar de tu copa, amor.

¡No te conozco, y de esto me glorío!

Tu nombre odioso escucho con horror,

y al ver que causas males mil, impío,

te dice el labio: Maldición, amor!

Sé que interés te vence, abate, humilla;

sé que los celos te dan gran temor;

sé que el mortal te inclina la rodilla.

¡Yo te desprecio y te maldigo, amor!

 

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Bolívar

Aquí reposa el ínclito guerrero:
Bolivia triste y huérfana en el mundo,
llora a su padre con dolor profundo,
libertador de un hemisferio entero.
Al resplandor de su invencible acero,
cayo el león de Iberia moribundo;
nació la libertad, árbol fecundo,
al eco de su voz temible y fiero.
De los soberbios Andes el coloso
yace en la tumba, mas su ilustre nombre,
grande cual ellos inmortal, glorioso.
Honra a la historia y enaltece al hombre
¡Bolívar! Genio de eternal memoria,
nombre que dice: ¡Libertad y gloria!

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La ciega

¡Todo es noche, noche oscura!
Ya no veo la heermosura
de la luna refulgente;
del sol resplandeciente
tan solo siento su calor.
No hay nubes que el cielo dora,
ya no hay alba, no hay aurora
de blanco y rojo color.
Ya no es bello el firmamento,
ya no tienen lucimiento
las estrellas en el cielo,
todo cubre un negro velo,
ni el día tiene esplendor;
no hay matices, no hay colores,
ya no hay plantas, ya no hay flores,
ni el campo tiene verdor
Ya no gozo la belleza,
que ofrece naturaleza,
lo que al mundo adorna y viste;
todo es noche, noche triste
de confusión y pavor.
Doquier miro, doquier piso
nada encuentro y no diviso
más que logobrez y horror.
Pobre ciega, desgraciada,
flor en su abril marchitada,
¿qué soy yo sobre la tierra?
Arca do tristeza encierra
su más tremendo amargor;
y mi corazón enjuto,
cubierto de negro luto,
es el trono del dolor.
En mitad de su carrera
y cuando más luciente era
de mi vida el astro hermoso,
en eclipse tenebroso
por siempre se oscureció.
De mi juventud lozana
la primavera temprana
en invierno se trocó.
Mil placeres halagüeños,
bellos días risueños
el porvenir me pintaba,
y seductor me mostraba
por un prisma encantador.
Las ilusiones volaron
y en mi alma solo quedaron
la amargura y el dolor.
Cual cuativo desgraciado,
que se mira condenado
en su juventud florida
a pasar toda su vida
en una horrenda prisión;
tal me veo, de igual suerte,
solo espero que la muerte
de mí tendrá compasión.
Agotada mi esperanza
ya ningún remedio alcanza,
ni una sombra de delicia
a mi existencia acaricia;
Mis goces son el sufrir:
y en medio de esta desdicha
solo me queda una dicha,
y es la dicha de morir.

 

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