Manuel Padorno

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5 Septiembre 1492

El bañista y la bestia

El oleaje

Lunado mediodía la seduce

 

5 SEPTIEMBRE 1492

El silencioso Teide descendía
a la espumosa costa, larga rueda
la orilla de la playa blandamente.
El palmeral en llamas: Torre, lengua.
La barraca da al mar, silente nave
levanta la ventana de la lejanía,
el viento calmo, a franjas, racheado
remonta la bahía, que florece
desmoronada cal quema la cumbre,
el humo que lentísimo voltea
en el patio, la puerca gruñe rosa,
la manzana labrada por el suelo,
las gallinas escarban la terraza,
vuelan alto, detrás la balaustrada.
Aguada que se cumple, cuánto sitia
el estrellado día proceloso,
tiene delante la llanura inmensa,
desalojadas todas las distancias
feraz habitación, la mula sube,
flotan los muebles, silla que se aleja.
El oleaje cuece, arrastraría
nocturna luz el cielo solamente
agrandada la casa, el otro lado,
por debajo, detrás, en el abismo
comienza a verse desde entonces
a quién pertenecía la luz mía.
La lámpara que rueda en mí, tan torpe,
también alumbra lo desconocido.
 

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EL BAÑISTA Y LA BESTIA
H
e bajado a la playa solamente
para palpar el agua, ver el agua
de cerca, estar con ella un rato viéndola.
He bajado desnudo y entro en ella
desnudo y amansándola: una bestia
increíble. No tiene fauce alguna,
garra alguna; es dulce, poderosamente
dulce, tendida, espumeante, clara,
transparente: me cubre con su lluvia.
Entro en su cuerpo vivo. Ah, braceo
su cuerpo vivo incandescente, dentro.
Palpo el agua: una bestia infinita.
Muge el oleaje: una bestia infinita.
Estoy bañándome en su belfo cálido,
en pura lengua clara, en su dicción
espumeante, braceo su lenguaje
para abrir los ojos en ti y oírte
por dentro. Tú que sabes dulcemente
a la sal de la tierra, bestia mía,
hermosa bestia mía el mar el agua.
 

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EL OLEAJE
Por mi memoria tardes encendidas,
manzanas rojas por el mar del aire,
garzas iluminadas en la orilla,
en hondo gozo, sencillez por donde
la luz furiosamente se tendía.
Todo lo que recuerdan las palabras
azules por el cielo silencioso.
Esto es lo que aprendí, lo llevo siempre
como si fuera el oleaje mismo.
Alrededor la claridad erguida,
el silencio elevándose, las alas
sobre las rocas verdes, los sembrados
por donde crece solitario el viento.
Salgo de lo redondo de este fruto,
de la mañana, el aire, la alegría;
salgo y camino hasta mí mismo, entro
por donde pueda yo asomarme y vea
dónde terminaría la corteza
de luz, dónde comenzará la piel
del alma, el oleaje en que me vivo.


 

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Lunado mediodía la seduce

Una mujer tendida por la arena,
al sol, declara la mañana abierta,
alta pirámide de fuego, en plena
abandonada dejadez desierta.

Una barca de blancas llamas llena
fondea siempre al exterior, a cierta
distancia de La Barra: laxa, ajena
una mujer desnuda se despierta;

se incorpora en la luz y, recostada
contempla las gaviotas; sueña, vira
sus ojos a la lejanía. Luce

perdida, azules, toda su mirada
cuando gozosa se levanta y mira:
lunado mediodía la seduce
.

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