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Luis Felipe Vivanco

Pensando por soleares

Corona de Adviento

PENSANDO POR SOLEARES

 ¡Andalucía cantaora!

Nadie recuerda los nombres

que están doliendo en la boca.

 Dicen las olas del mar:

leve movimiento somos

mas queda la eternidad.

 La amistad es al amigo:

su voz y su pensamiento

y su corazón, conmigo.

 El llanto del hombre suena;

y los ángeles, dormidos,

su cuerpo y su sangre sueñan.

 No se pueden contar

las estrellas del cielo,

pero sí contemplar.

 Hay en la contemplación

una dulce paz humana

que es ansia viva de Dios.

 Morir, todos moriremos;

pero el morir de los Santos

ha sido el más verdadero.

 Soledad, nombre divino:

nombre de mujer, primero;

después, nombre de Dios mismo.

 Mira que te mira Dios,

y en la luz de su mirada

la claridad es dolor.

 ¡Cantares de Andalucía!

¡La voz de Manuel Machado

me está sonando en la mía!

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CORONA DE ADVIENTO

 Viene despacio, caminando a ciegas

por senderos de sangre,

por senderos de amor que no interrumpen

barbechos ni trigales,

 que alargan bajo el viento sus aromas

silvestres, sus instantes

recoletos de sol junto a las tapias,

su blancura en pañales,

 y acuden, sin querer, casi en un vuelo

legua tras legua, casi

dejándose ignorar desde el nocturno

latido que los hace

 tan hondos y tan leves, tan hilillos

de luz de luna errante,

tan infancia de luna en cada piedra,

tan raicillas de árboles.

 Viene a través de un sueño y otro sueño,

a través de una tarde

y otra tarde, tranquilas, con el brillo

del lucero en el aire,

 con el girar pausado de la noria

repitiendo su frase

de agua empapada en sombra hacía los labios

que la huerta entreabre,

 con el durar cobalto de los montes

apagados y unánimes

más allá de los visos donde el ángelus

labriego se deshace.

 Viene apenas rezado y melodioso,

como un manso oleaje

rompiendo hacia la playa que aún no alumbra

su espuma trashumante,

 como ingrávida nube cuyos bordes

empiezan a endulzarse

cuando, cerca del alba y sin sonido,

su lluvia lenta cae

 sobre el quieto regazo de una yerba

dormida, en que se abren

las húmedas violetas primerizas

de un corazón de madre.

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