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Encarece su amor con ocasión de un eclipse

Salid, crecidos áspides, que entrastéis...

Volviendo a ver a Celia

Bien sé yo, Celia, el riesgo con que vivo...

ENCARECE SU AMOR CON OCASIÓN DE ECLIPSE

Filis, ¿no ves la saña del planeta  

 que, amenazando trágica ruina,  

 llama vierte feroz, sangre fulmina,  

 en alterada forma de cometa?  

 

     ¡Mira cual tiembla la tiara inquieta   

 de lo que el vano astrólogo imagina,  

 y cuántos cetros al horror destina  

 oscura voz de equívoco profeta!  

 

     Y advierte que, seguro en sus enojos,  

 de tu semblante prende mi cuidado,   

 que ni sabe otro cielo ni le mira;  

 

     y, atento a las estrellas de tus ojos,  

 ni quiere más fortuna que su agrado,  

 ni teme más prodigios que su ira.

 

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Salid, crecidos áspides que entrasteis  

 sólo a dejarme el corazón desecho,  

 salid, pues os parece tan estrecho  

 esto, que un tiempo tan capaz juzgasteis.  

 

     Por señas de que ingratos, os mudasteis  

 y del sangriento estrago que habéis hecho  

 lleváis, al desasiros de mi pecho,  

 los pedazos del alma que arrancasteis.  

 

     Ni en mi silencio ni en mi fe cupiste,  

 siendo mi amor, lo sabe, y vuestro olvido,   

 de adoración enmudecido ejemplo.  

 

     De la desierta parte en que viviste  

 (Memoria es mucho ya) lástima os pido  

 que la dejéis sepulcro y era templo.

 

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VOLVIENDO A VER A CELIA

Del pecho vanamente defendido,  

 al poder de tus armas homicidas,  

 vierten sangre reciente las heridas,  

 que curaba el cuidado, no el olvido.  

 

     Así en el pedernal endurecido   

 se ceban las entrañas encendidas,  

 y salen en centellas esparcidas,  

 al golpe del acero repetido.  

 

     Culpa tu actividad, no mi secreto,  

 si en la ceniza descubriere el fuego  

 de mi primer ardor, segundo indicio,  

 

     o fía tu Deidad de mi respeto,  

 y los que vieren, que a tus Aras llego,  

 verán, Celia, sin voto el Sacrificio.

 

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Bien sé yo, Celia, el riesgo con que vivo  

 en la fuerza invencible de adorarte,  

 después que mi pasión para olvidarte,  

 ni a la esperanza permitió motivo.  

 

     Ningún aviso en la prisión recibo   

 por donde lime la cadena el Arte,  

 ni en la razón se reconoce parte,  

 que pueda redimirse de cautivo.  

 

     Porque si deslumbrada prevarica,  

 en la ley que profesa soberana,   

 o idolatra la ciega tu belleza.  

 

     Presume que el engaño justifica,  

 viendo en las señas de formarte humana  

 tan desmentida la naturaleza.

 

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