Luis Carrillo
y Sotomayor

 

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A Tisbe

Pidiéndole piedad al Amor

A Sansón

Romance

 

 

A Tisbe

Mira al amante pálido y rendido

a la inclemencia, Tisbe, de su hado,

el rostro en llanto por su amor bañado

y él en su sangre por su amor teñido.

Hiriose con la espada que había sido

ministro de su mal, y su cuidado

el golpe no sintió, que era acabado,

con el morir su amante, su sentido.

Cayó, y buscó su sangre presurosa

la fría de su dueño, y ella, herida,

los brazos de su amante, querellosa.

Mostró su ser la muerte en tal caída,

pues fue a juntar de un golpe, poderosa,

lo que el amor no pudo en una vida.

 

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Pidiéndole piedad al Amor

Amor, déjame, Amor; queden perdidos

tantos días en ti, por ti gastados;

queden, queden suspiros empleados,

bienes, Amor, por tuyos, ya queridos.

Mis ojos ya los dejo consumidos

y en sus lágrimas propias anegados;

mis sentidos, ¡oh Amor!, de ti usurpados

queden por tus injurias más sentidos.

Deja que sólo el pecho, cual rendido,

desnudo salga de tu esquivo fuego;

perdido quede, Amor, ya lo perdido:

¡Muévate _no podrá_ crüel, mi ruego!

Más yo sé que te hubiera enternecido

si me vieras, Amor; mas eres ciego.

 

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A Sansón

Verse duda Sansón, y duda el lazo

lo que él; duda Sansón, duda y procura

hurtarse fuerte en vano a la atadura;

ella tiembla temor, y fuerza el brazo.

Aquel valiente, aquel que de un abrazo

puso puertas a un monte y su espesura,

flaca para él un tiempo ligadura

es a su libertad fuerte embarazo.

Llega el fiero jüez, condena a muerte

los ojos, y él risueño y sosegado

dijo, más que su fuerte brazo fuerte:

"Si tres veces de Dálida burlado

sus engaños no vi, ¡oh, juez!, advierte

que ya de ellos estaba despojado".

P

 

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ROMANCE
 
Venus, Palas y Diana,
tres diosas, a quien contempla
la naturaleza humana,
por crisol de su belleza,
conciertan de entretenerse
en una agradable siesta,
de las que el hermoso Mayo
dentro de su curso encierra.
Y como la hermosa Venus
al pastor Lucindo muestra
de amalle con voluntad,
le manda al punto que venga
a un lugar donde le aguardan
todas tres, para que entienda,
que al pellico de sayal
estiman y reverencian.
Y que en todo su rebaño
no hay pastor que más merezca,
y, como a tal le permiten,
que les venga a dar ofrenda.
Tomó el cayado el pastor,
y para su bien se apresta,
llegó donde están las diosas,
y haciendo la reverencia,

a Palas rindió el cayado, y a Diana los pies besa, y a Venus entrega el alma, por ser la que le alimenta. Recíbenlo las tres diosas, y, porque acaso no venga de Venus la sacra madre, le visten de su librea. Tuvo la siesta el pastor tan en gloria, que quisiera ser aquel grande Alejandro para dar la recompensa.
 
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