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Lucía Sánchez Saornil

Madrigal de ausencia

Motivos triunfales

Crepúsculo sensual

Hora

MADRIGAL DE AUSENCIA

Novia lejana de la faz de cera,

dulce adorada de melena rubia,

añorando tu boca-primavera

sueña el poeta mientras cae la lluvia.

Canta el agua sus arias otoñales…

dulce nostalgia de tu voz de seda,

que cantara divinos madrigales,

bajo el palio triunfal de la arboleda.

Roza una hoja la dolida frente…

-visión amada de la blanca mano

que me da su caricia transparente-

Y en un divino espasmo de ansia loca,

me dé un beso de lluvia… beso hermano

del beso deseado de tu boca.

 

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MOTIVOS TRIUNFALES

Rito, pecado…

Eras grave y augusta, eras casi hierática

y te amé en la escultura de tu cuerpo pagano,

tu mirada dormida era quieta y extática

y era, un mármol desnudo, tu blancor soberano.

Un jardín luminoso; una fuente sonora;

desmayados los cuerpos en la luz violeta;

un perfume violento exhalaba la flora

que abrasaba la carne en un ansia secreta.

En la hora encantada, del jardín principesco,

la armonía del verso devanaba en tu oído,

encendidos los ojos de un arder satanesco.

Tal que un rito pagano, a la luz postrimera,

como a un dios, en el templo del jardín florecido,

me ofrendaste el exvoto de tu cuerpo de cera.

 

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CREPÚSCULO SENSUAL

Inquietudes inefables,

ponían sus largos estremecimientos,

en mis entrañas.

Había llovido…

El jardín se abría pomposo,

más verde, más carnal.

Las rosas, grandes y sangrientas,

se abrían atónitas

de los truenos lejanos al

poniente.

Una ola de perfumes,

frescos de agua,

asaltó mis sentidos.

Y yo, puse mis manos

sobre las rosas,

aún mojadas de la lluvia reciente;

mis manos,

que temblaban, temblaban,

como las estrellas;

mis manos abiertas como pasionarias,

pálidas como pasionarias.

Tenían, mis manos, para las rosas,

una caricia inextinguible,

una larga caricia

de carne y espíritu.

El crepúsculo llenaba

de su sangre los senderos

_venas henchidas,

que se abrían delante de mis ojos_.

Ríos alucinantes

que el día llenaba

de su sangre de vencido.

Las rosas,

palpitaron entre mis dedos abiertos;

y fue una palpitación

de carne tibia,

carne estremecida y fragante.

_Glorioso contacto

que rompió el dique

de los deseos abocados_.

Y en aquella divina,

explosión de inquietudes

el alma se me hizo carne también,

carne trémula, enfebrecida,

que, en incomprensibles ansiedades,

se hundía, ahogándose,

en los ríos,

sangrientos, del crepúsculo.

 

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HORA

La tarde

pegaba su cara a las vidrieras

Vivíamos un verso antiguo

Desde el fondo del cuarto

el espejo dialogaba con nosotros

Tus palabras se tronchaban las alas

contra los cristales

Cambiábamos las manos

como bandejas colmadas

de los frutos nuevos de todas las promesas

Los labios tímidos

apretaban su horca

mientras la tarde

nos volvía la espalda

arrastrando su pena.

 

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