Julio Mariscal

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Ciprés

Tú mirabas el río...

Si vinieras ahora...

Te quería, lo sé...

La patrona

Ciprés

                                                                                            A Felipe Sordo Lamadrid

Aquí, donde los hombres se han tendido
para olvidarse dentro de su muerte,
tú sigues vertical, sin ofrecerte,
limpio y sonoro al último latido.
¿Qué manos que ya fueron se han unido
en tierra cruda para sostenerte?
¿Qué talle de otro abril vino a traerte
ejemplo en las cenizas de su olvido?
Bocas sin risa, senos, cabelleras,
se mezclan en tu sangre, envenenada
por el terrible empeño de la altura.
¡Qué loco derrochar de primaveras
en el tapete verde de la nada
para que se cumpliera tu hermosura!    
 
 
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la flor recién abierta,
el pequeño morir de los boyeros...
Yo miraba tus ojos.
¡Y ya eran mías todas estas cosas!
Y me iba preguntando:
¿Cómo es posible
que en esta cabecita de alfiler de tu pupila
quepa todo el baldío que es el mundo?
¿Cómo es posible?... Y me iba preguntando...
Pero volví los ojos hacia fuera,
rompiendo las amarras de los tuyos,
y al ver las vacas con enormes ubres
que rumian lentamente su tristeza,
y el olivar umbrío, y la alta torre
cimbreada por vientos rondadores,
comprendí que sin verlo
prendido, desdoblado en tus pupilas,
era mundo, era un terrible ático vacío,
un polvoriento surco que nos va consumiendo.
Y desde aquí me supe,
abrazado a tus ojos para siempre,
que el quererte era más que una moneda
lanzada al “cara o cruz” del desearte.

 

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_largo viento de octubre en los cristales_
no sé si te conocería.
No sé, amor mío,
que, a golpes de soñarte,
de hacerte con mis manos a mi modo,
andas en torno a mí, lloras, te exaltas,
me encrespas en tu nueva argentería,
 me has hecho a tu ausencia, tan entero,
tan de ella, que ahora,
no sé si al escoger te prefiriera
a ti, real, de carne y hueso, como eres,
o a esta otra de sueños, de quimeras,
que yo me he ido haciendo
con las horas de ayer y tu vacío

 

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 Te quería, lo sé.
Lo supe luego, cuando tu ausencia reposó mi sangre.
Pero andaba la lepra del deseo tan aína en el labio
que iba a decir "estrella",
y se trocaba en madrugada de coñac y sombra…
Y ahora que vuelve el viento de las cinco
a levantar castillos en mi frente,
y las nubes de otoño arremolinan tu recuerdo
en el cuenco de mi mano,
necesito vestir mi voz de tarde
con citas y alamedas de domingo,
para decirte, amor, cómo te quise,
cómo te quiero todavía,
aunque sé que mi voz ha de perderse
en el largo sahara de tu olvido…

 

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La Patrona.

 
¿Cómo te llamas tú, Niña María?
¿Qué amapola o qué llama de amargura
puso en qué voz rosal y galanura
para nombrar tu fina angelería?
Fervorín y cohete; amanecía
el pueblo _tierra y tierra_ a tu hermosura, 
era una tosca, dulce arquitectura
de brisa en flor y cándida alegría.
 ¿Cómo te dicen, di? ¿De qué manera,
si voy a asirte y en clamor te pierdes,
clara fuente de alberos y altozano?
Nuevo Jordán, mi verso te dijera
Nuestra Señora de los Ramos Verdes
para estos corazones de secano.
 

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