Juan de la Cueva

Los amores de 
Marte y Venus

A Don Enrique de la Cueva

La red que con ingenio y sutil arte

a la madre de Amor y la belleza

prendió, y en nudo estrecho ligó a Marte,

en sujeción poniendo su fiereza,

el ruego de los dioses que desparte

del ígneo dios la saña y aspereza,

la red suelta, el insulto perdonado,

será de mi terrestre voz cantado.

 

Deste deseo que me enciende y mueve,

deste ardor que me lleva tras su efeto

forzado, a que mi débil fuerza pruebe

una empresa tan grave cual prometo,

inspirado del coro de las nueve,

y del retor a quien está sujeto,

la voz levanto, el plectro humilde templo,

dando del caso memorable ejemplo.

 

 Recebid pues, señor, el don indino

que os ofresce mi musa temerosa

y admitildo con ánimo benino

cual es a mi deseo debida cosa.

Que siempre al grato ánimo es más dino

que el don la voluntad, y más preciosa;

que si vos lo acetáis espero el premio

que me asegura del mortal apremio.

 

Será posible a la rudeza mía

si le dais vuestro aliento soberano

que eceda al que cantó en dulce armonía

la vitoria greciana y fin troyano.

Que adonde aspiro y mi deseo me guía

llegue, que será más que vuelo humano,

que no demanda menos el sujeto

que con vuestro favor cantar prometo.

 

Venció el amor y hermosura inmensa

de la diosa en Idalio venerada

al invencible Marte, que en ofensa

de Vulcano, ocupaba su posada.

A su ardiente querer no hubo defensa,

ni su voluntad fue menospreciada;

antes aceta de la bella diosa,

que era madre de Amor, y ella amorosa.

 

Gozábanse los dos sin que les diese

el ausente marido sobresalto,

ni con solicitud los requiriese

en sus contentos con celoso asalto.

Lemnos era ocasión que se impidiese

en sus ardientes oficinas, falto

del cuidado amoroso, que encendía

a su amada mujer que le ofendía.

 

Con sus desnudos cíclopes, al fuego

estaba, el duro yunque golpeando,

armas haciendo al fiero bando griego

o el presto rayo a Júpiter forjando.

Sin dar descanso ni tomar sosiego

fragua, yunque, y martillo trabajando,

por un compás temblar haciendo el puesto

donde se vio primero el uso de esto.

 

Deste trabajo a que asistía Vulcano

su mujer Venus poco cuidadosa,

acudía a su gusto libre y vano,

a su torpe placer, y no a otra cosa;

el deleite tenía en ella mano,

la gala y compostura artificiosa

remedio que enseñó Naturaleza

para suplir las faltas de belleza.

 

Aunque usar Venus desta compostura

era superfluo, por estar enella

de las Gracias la eterna hermosura,

y de las diosas la beldad más bella,

no olvidaba el ornato, que asegura

lo natural, y así que podían vella

el rostro aderezaba soberano,

las hebras de oro y la hermosa mano.

 

Esto con la belleza soberana

un efeto causaba poderoso,

que ni suerte divina, o fuerza humana

dejaba libre el rostro milagroso;

del tracio dios la saña horrible allana,

el brazo liga siempre vitorioso,

y así cativo della, ante ella puesto

dice, rendido al soberano opuesto:

 

«Oh luz del tercer cielo, y diosa eterna,

hija de Jove, y madre de Cupido,

cuyo ecelso poder rige y gobierna

lo terrestre, y el trono más subido;

si a mi ardiente querer voluntad tierna

muestras, si no me ofendes con tu olvido,

eternamente te seré sujeto,

y humilde estar a tu querer prometo.

 

Bien ves, que mi gallarda bizarría

cualquier buen tratamiento se le debe,

cualquier favor, cualquiera cortesía,

por la fe sola que a mi alma mueve,

y por ella, oh Citerea, diosa mía

te juro, que el temor que me conmueve

es entender que no meresco verte,

ni sé cuál debo, y es razón quererte.

 

Supla tu celsitud, diosa querida,

lo que en esto faltare, aunque el deseo

en mí no faltará, u antes la vida

si de un dios puede Muerte hacer trofeo;

y si hará primero que movida

sea mi fe, del puesto en que la veo,

y el jayán que está en Etna sepultado

tendrá sosiego, y Jove al suelo echado.

 

Y no entiendas que es tanto lo que digo,

cuanto lo que reservo, y decir puedo;

desto puedes tú sola ser testigo,

que a mí el decirlo no me deja el miedo;

y más, cuando recelo a mi enemigo

Vulcano, por quien yo mil veces quedo

privado de la luz de tu presencia,

huyendo dél, haciendo de ti ausencia.

 

Aquí, rompe el honor del sufrimiento

las cuerdas, y el furor ardiendo en ira

me incita a que en tu bello acatamiento

haga lo que el furor y amor me aspira;

que no puedo llevallo sin tormento

ver, que tu celestial belleza mira

un cojo, un feo, de tisne y humo lleno,

que en nada es nada, y para nada bueno.

 

Desto me indino contra mí, que adoro

esa belleza, sin poder ser parte

que no goce tal mostro tal tesoro,

que sólo es dino que lo goce Marte;

Marte te adora, y contra el alto coro

moverá guerra, si entendiere darte

gusto, y al mesmo Jove en nombre tuyo

desposeerá del alto reino suyo.»

Diciendo Marte estas razones, queda

transpuesto en Venus, la cerviz rosada

(del brazo que al furor el poder veda)

en torno estrechamente rodeada.

Venus las oye, sin que en ellas pueda

el afición, ni los desgarros nada;

que los desgarros del amante fiero,

son de menos efeto que el dinero.

 

Oyendo a Marte estaba las razones

la diosa que premió el pastor en Ida

y queriendo atajar tantos blasones

los labios mueve donde Amor se anida,

diciendo: «bien sé, Marte, tus pasiones,

bien conosco que soy de ti querida:

que por mi causa arruinaras un mundo

y saquearas el cielo y el profundo.

 

Estremos son de quien cual tú publica

que quiere tan perdida y ciegamente

y a la pasión de amor sólo se aplica

y en ella sufre y siempre está obediente.

Mas lo que en estas causas testifica

que es amor más seguro y ecelente,

es hacer más, y los que hablan menos

para amantes y amados son los buenos.

 

Que a las mujeres el regalo tierno

agrada más que el desgarrar horrible,

el bien las pone en cativerio eterno,

con él es la más áspera apacible;

que no adquieren con armas el gobierno

de la mujer, que es animal terrible,

indómita por tal, que no domella

por rigor, ni virtud sacarán della.

 

Trata el amor que es blando con blanduras,

deja la espada para las batallas;

así con las mujeres aseguras

el crédito, si aspiras a tratallas.

Convierte las fierezas en dulzuras,

en libertad el uso de apremiallas,

en dones los asombros y temores,

en sufrimiento oprobrios y rancores.»

 

Quedó Venus llegando a decir esto

con desdeñoso y áspero semblante

porque tuvo osadía en aquel puesto

a afrentar a Vulcano el libre amante;

yerro del que tal hace manifiesto

menospreciar competidor delante

de la dama, que suele al que desprecian

quedar en posesión por el que precian.

 

Del proceder de Venus quedó Marte

pavoroso, entendiendo su desgusto

y que su libre proceder fue parte

de desgustarla en ocasión de gusto;

quiere enmendar el yerro que desparte

el amistad, que llama eceso injusto;

recoge el brazo, el rostro allega della

al suyo y los purpúreos labios sella.

 

Así el enojo reconcilia y mueve

la voluntad airada en mansedumbre;

al ministerio fiera no se atreve

la ira, prevertiendo su costumbre.

El amante el nectáreo aliento bebe

del bello cerco a la febea lumbre

sin recato, entendiendo que su insulto

era por ser en casa al cielo oculto.

 

Oh dulzuras de amor que en tantos daños

a parar vienen vuestros torpes gustos,

las amistades rotas, los engaños

y los placeres vueltos en desgustos;

los contrarios efetos, los estraños

fines, que a veces siguen los más justos,

y del camino verdadero tuercen,

sin que razón ni otros respetos fuercen.

 

En este torpe amor los dos andaban

revueltos, ya el enojo despedido,

y de tal modo entrambos lo olvidaban

como si entre ellos nunca hubiera sido;

las encendidas almas regalaban

aunque no estaba en ellos el sentido

para sentir, porque el dulzor suave

los turbaba y rendía el sueño grave.

 

 

Viendo el Sol, (a quien nada hay encubierto

y dondequiera entra libremente)

el adulterio oculto, descubierto,

porque a sus rayos todo está presente;

ardiendo en ira, viéndolo tan cierto

y de invidia haciéndose impaciente,

quisiera (a no ser dioses como estaban)

vengar dándoles muerte al que afrentaban.

 

Míralos en infame nudo asidos,

revuelve el rostro y huye de mirallos;

quiere volver los rayos esparcidos

y oscurecer el día por tapallos;

gime el horrible insulto, suspendidos

de su veloz carrera los caballos,

para volverse atrás, cual hizo huyendo

por no mirar de Atreo el hecho horrendo.

 

Prueba en dudoso imaginar dar vuelta

al rojo oriente y que fenesca el día,

y así la rienda al rubio Piroo suelta

para que vuelva a do empezó su vía;

muda de acuerdo y vuelve la revuelta

rienda, sin que la presta fantasía

repose, ni en el caso halle acuerdo

que cual conviene le paresca cuerdo.

 

Lleno de horror y confusión estaba,

eligiendo ora un medio ora otro medio

y el que más para el caso le cuadraba

le parecía al punto mal remedio;

cual roca al mar en quien su furia brava

hiere, a sus duros golpes puesta en medio,

que por un cabo y otro con frecuencia

le aqueja el mar y el viento con violencia.

 

Tal está Apolo, en mil cuidados puesto,

gravemente de todos aquejado,

por un cabo la invidia con molesto

estímulo, en furor lo enciende airado;

por otra parte, ver en aquel puesto

a Marte, y dél, Vulcano injuriado,

lo indina, turba, y tiene de tal modo

que sin determinarse duda en todo.

 

No sabe en tanta suspensión qué haga,

ni si se vuelva o su camino siga:

como si a él solo aquella infame llaga

tocara, que así della se fatiga;

de su encendido pensamiento apaga

la ardiente llama y su furor mitiga

con un acuerdo resoluto y fiero

que es del caso hacerse mensajero.

 

Determina ir a Lemnos a dar cuenta

del oculto adulterio al dios Vulcano

testificando su injuriosa afrenta,

que venga y que se vengue de su mano.

Sin detenerse punto, con violenta

priesa, instigado de furor insano,

que lo arrebata en ciego desatino

a Lemnos hace desde allí camino.

 

No considera si tan triste nueva

sería con gusto o con desgusto oída,

pues ni razón ni autoridad aprueba

una cosa tan libre y atrevida;

demás, de que al que tales nuevas lleva

con odio es su embajada recebida,

y en odio queda y en perpetua nota

porque infidelidad libre denota.

 

A su determinado pensamiento

ninguna razón justa lo refrena

para volvello de tan mal intento,

pues era ofensa y era culpa ajena;

que si de su poético convento

ninguno destos era, ¿qué condena

su furia? y si lo fuera por ventura

sufriera cual lo hace con blandura.

 

Que quien ve profanar el sacro coro

de mil gentes indinas de mirallo,

y al que le agrada el virginal tesoro

de sus Musas, acude a saqueallo;

bien se ve cuán bien guarda este decoro

cuando las trujo Baco (sin honrallo)

en su ejército, y ellas le cantaban

y entre la soldadesca se alojaban

 

Esto fuera más justo que sintiera

y cual era razón lo remediara

y a la chusma poética pusiera

freno, y tantos abusos reformara;

que si Venus está de esa manera

oficio es suyo y fama suya clara

y quizá su marido lo sufría

por su honor o miedo lo encubría.

 

Y siendo por ventura desta suerte

poco le iba a Febo en publicallo,

que no es justo al que duele un dolor fuerte

dalle con él, ni al mísero aquejallo.

Bien conocía Vulcano que era muerte

a Venus su mujer, vello y tratallo,

por ser después de sucio, feo, y cojo,

para galán desgalibado y flojo.

 

Deste conocimiento (por ventura)

resultaba el estar ausente della,

y aunque con tanto riesgo era cordura

pues no lo quería bien, no querer vella;

no como el loco amante que procura

más a la que más huye, y da en querella

por la misma razón que ella lo olvida,

consume en llanto, y en dolor su vida.

 

Oh miserables amadores vanos,

oh vanos amadores miserables,

que así seguís los males inhumanos

y a los que os dan tormentos espantables;

y como si se usara haber vulcanos

que no siendo amorosas y tratables

no las siguieran, ni se dieran nada

por la más bella, libre, y confiada.

 

Yo sé que no estimaran en tan poco

al que merece más, ni se adorara

el que merece menos, ni por loco

tuvieran al que muestra su ansia clara;

en sentimento desto me provoco

a saña, y como libre disparara;

mas refréname ver que me desvío

del propósito y fin adonde guío.

 

Vulcano estaba en su oficina ardiente

entre el humo, el carbón, la tizne y fuego,

con hervor, y con priesa diligente

privando a sus ministros de sosiego;

y viendo que venía el Sol luciente

a hablalle, dejó la fragua luego,

y al delantar, la tizne sacudiendo,

se limpia el rostro y sale así diciendo:

 

«Bella forma, que das la luz divina,

cercando con eterno curso el cielo,

por donde sino tú nadie camina

ni ve las cosas que produce el suelo.

¿Qué buena suerte o dicha mía encamina

que vea en mi casa al sacro dios de Delo,

cuya venida estimo yo en más precio

que la divinidad de que me precio?

 

Mira qué es lo que vienes a mandarme

que aquí me tienes presto a tu servicio,

sin poder de tu gusto desviarme,

pues es lo que yo estimo y más codicio.

Y si venir a Lemnos a buscarme

te trae alguna cosa de mi oficio,

aquí tienes saetas, rayos, mazas,

fuertes escudos, yelmos y corazas.

 

Si no te satisface nada desto,

carros, cetros, diademas puedo darte

sin otras cien mil cosas que muy presto

en tu presencia puedo presentarte.»

Diciendo esta razón, señaló presto

donde tenía cada cosa aparte;

mas el délfico hijo de Latona

al siciliano herrero así razona:

 

«No es la ocasión de mi venida a verte

(oh poderoso rey y dios del fuego)

a demandarte armas, ni a ponerte

por lo que toca a mí, en desasosiego;

tuya es no más la prenestina suerte,

a ti demanda que le acudas luego

con priesa, y así un punto te reporta,

y escucha atento, oirás lo que te importa.

 

Bien quisiera, oh Vulcano, hermano mío

(que de darte este nombre no rehuyo,

pues el rey del sidéreo señorío

me engendró a mí, y él mesmo es padre tuyo)

no venir a contarte un desvarío

tan grave, que el horrible efeto suyo

temo, y de no acudir a descubrillo

mayor inconveniente hay que en decillo.

 

Lo uno miro y en lo otro advierto,

el riesgo y el trabajo considero,

la grande ofensa de que esté encubierto,

la justa mengua si encubrillo quiero;

lleno de dudas, pavoroso, incierto,

me tiene el caso atroz, horrible, y fiero,

de suerte, que al hablarte me lo impide

la venganza, y que hable el caso pide.

 

Este, que así me trae pavoroso,

la lengua me desata y pone aliento

para decirte el trance vergonzoso

en que te pone un libre atrevimiento,

tu mujer Venus, cuyo amor fogoso

te trae fuera de ti, tras su contento,

la voluntad siguiendo y gusto della,

desvelándote en cómo has de querella.

 

Esta, que amas tan perdidamente,

y por quien tantos males te han venido,

por quien te ves en odio de la gente,

y de los dioses siempre escarnecido,

por quien estás a la hornaza ardiente,

entre tiznados cíclopes metido,

mientras ella rendida al vil deleite

se ocupa en sólo el atavío y afeite.

 

Esta pues que tú honras y amas tanto

te ofende, menosprecia y te deshonra,

sin cuidar de tu afán ni tu quebranto,

compra el contento suyo con tu honra;

Marte el desgarrador, que pone espanto

oír su nombre, adulterando te honra

con Venus, sin mirar honor ni puntos

los dejo a entrambos en tu casa juntos.

 

Acude presto a remediar tu ofensa,

pague ya éste insolente y ésta aleve,

la maldad disoluta y culpa inmensa

injusta en ti, pues tanto amor te debe;

no te suspendas más, la suerte piensa

de castigallos, pues el tiempo es breve

y quedan de la suerte que te digo,

dentro en tu casa, de que soy testigo.»

 

Oyendo a Febo estaba el dios Vulcano,

y de aquejado, sin valor ni brío,

se le cayó el martillo de la mano

y todo se cubrió de un sudor frío;

quiso hablar, y aunque probó fue en vano,

que el dolor poseía el señorío

del corazón, y el corazón ligaba

la lengua, y casi muerto y mudo estaba.

 

Estando así suspenso desta suerte

el dios que en Lemnos tiene la oficina,

sin dejarle hablar el dolor fuerte

que le causó la nueva repentina,

de agua abundante por el rostro vierte

un Tanais, que por medio dél camina,

la tizne, el humo, el polvo humedeciendo

que con el agua dél, venía cayendo.

 

Cual suele la boreal furia trabando

con las húmidas nubes cruda guerra,

que de repente abriéndose y lanzando

el agua que en su cóncavo se encierra

de las enhiestas cumbres abajando

cuanto delante halla, hoja o tierra

lleva, cual de Vulcano el llanto hacía

en hollín, humo, y tizne que tenía.

 

Trabado de su angustia y su fatiga,

la humidad enjugando de los ojos,

respondió: «no sé, Apolo, qué te diga,

rendido a mi deshonra y mis enojos;

porque esperar de aquélla mi enemiga

otro bien, ni alcanzar otros despojos

es yerro, cual el tuyo ha sido en darme

nueva tan triste para así afrentarme.

 

Bien pudieras dejar de darme cuenta

si a mi mujer esa flaqueza viste,

que no se ha de llevar nueva de afrenta

al que se afrenta, ni de pena al triste;

mas ya que tu embajada me presenta

la ofensa que tú solo ver pudiste,

por la inviolable Estigie ante ti juro

que yo la vengue bien o sea perjuro.»

 

Diciendo esta razón dio vuelta, y luego

su diurna carrera Apolo sigue,

ajeno del mortal desasosiego

de que fue causa que a Vulcano instigue,

ardiendo en saña y en celoso fuego

que a mil cosas le incitan que se obligue,

sin saber elegir cuál fuese buena,

que la razón se turba con la pena.

 

Gime profundamente, y del celoso

pecho, suspiros sin parar derrama,

la larga barba arranca desdeñoso

y en su favor los altos dioses llama;

triste, despavorido, cuidadoso,

pensando cómo restaurar la fama,

el pie puso en el yunque y en la mano

dejó el rostro inclinar de húmido cano.

Un largo espacio estuvo así parado

lleno de confusión y pensamientos

sin ser señor de sí, todo ocupado

en la causa cruel de sus tormentos;

mas de la suspensión siendo apartado

un poco, y prosiguiendo en sus intentos

que eran vengar de Marte la osadía

y de Venus la infame alevosía.

 

Como pudo tener discurso alguno

contempló la maldad y el torpe hecho

sin que entre mil consuelos halle uno

que la saña mitigue de su pecho.

Después de aquel pensar tan importuno

sale lleno de ira y cruel despecho

cual río represado en angostura

que no deja al salir cosa segura.

 

No halla cosa que su ira apoque

aquejado, confuso, sin sosiego,

sin dejar instrumento que no toque,

da voces, pide hierro, carbón, fuego;

temiendo que la saña le provoque

a nueva ira, presurosos luego

acuden sus herreros sicilianos

con los pesados machos en las manos.

 

Como los viese a su querer dispuestos

los fuertes miembros para el fin desnudos

mirando a todos los turbados gestos

les dice, viendo como estaban mudos:

«ahora cumple, amigos míos, ser prestos

no en hacer petos ni en forjar escudos,

mas en hacer con diligencia presta

una obra, en que tengo la honra puesta.

 

No es hacer rayos al retor superno,

que del sublime alcázar vitorioso

lanzó con ellos al sulfúreo infierno

el escuadrón terrestre numeroso

y castigando con tormento eterno

el sacrilegio horrible y espantoso,

a Ormedón, a Encélado y Tifeo

puso cual veis, y al triste de Alcioneo.

 

Tampoco quiero, a Palas soberana

otro egis hacelle, ni a Neptuno

nuevo tridente, con que la inhumana

furia, aplaque del mar fiero importuno,

ni de lucientes formas a Ariadna

otra corona, ni collar ninguno

cual a la otra adúltera, ni quiero

a Eneas dar armas, ni a Diomedes fiero.

 

Estas obras dejad ahora, amigos,

y acudamos a otra que inquieta

mi espíritu, y a dos mis enemigos

contrastemos con obra más perfeta;

quiero aclararme y que seáis testigos

de mi pasión y voluntad secreta.

Brontes y Paracmón, estadme atentos,

tú, Estéropes, escucha mis intentos.

 

Suspende tú, oh Aemónides, el duro

y pesado martillo, arrima el pecho

al grueso cabo, que te doy seguro

que ha de afligiros mi afrentoso estrecho;

en el cual, por la Estigie oscura os juro

que he de quedar vengado y satisfecho

de la ofensa que el tracio dios me hace

y del contento que a mi esposa aplace.

 

Sabréis, oh fuertes cíclopes, que ahora

cual vistes, el gran dios que nos da el día,

me dijo, (ay triste dicho, ay triste hora)

una infame, una horrible alevosía:

que aquella ingrata, a quien mi alma adora,

aquella desleal y mujer mía,

aquella por quien yo me veo abatido,

menospreciado, odioso, escarnecido.

 

Y no contenta de este infame daño,

desta injuria tan grande y afrentosa,

por nueva vía, por camino estraño,

acrecienta mi pena trabajosa.

Esta no es presunción ni es falso engaño,

procedido del alma mía celosa,

mas es verdad que en este mesmo punto

vio a Marte, Apolo, estar con Venus junto.

 

De aquí nace mi ardiente desconsuelo,

de aquí mi llanto y confusión terrible;

de aquí el deseo (aunque se indine el Cielo)

de vengarme y vengar mi oprobrio horrible;

que no me pone límite mi duelo,

ni para el fin que intento habrá imposible

si la celeste máquina cayere

sobre mí, y Jove al centro me hundiere.

 

Sólo quiero que vuestra diligencia

no me falte, pues della fue contino

ayudado, y siguiendo mi presencia

saldré con lo que en esto determino;

aquí el engaño ha de mostrar y ciencia,

y la parte que tengo de divino,

una red fabricando con tal arte

que sin ser vista, a Venus prenda y Marte.

 

Cuando juntos los tenga, haré luego

lo que reservo a mí para aquel punto,

vosotros dadme acero, encended fuego,

fuelles, martillos y agua tené a punto.»

Los cíclopes sin punto de sosiego

lo uno y otro le pusieron junto,

y en torno dél, cuál forja, cuál enciende,

cuál templa y cuál la larga hebra estiende.

 

Juntan varios metales, que al ardiente

calor, se regalaban y corrían,

con artificio y priesa diligente

delgadas hebras para el fin hacían;

igualaba la obra al ecelente

ingenio, y tan sutiles las tendían

que ecedían a Aragne en sutileza

y engañaban la vista en delgadeza.

 

Vulcano las revuelve, y entreteje

unas con otras, con destreza y arte,

y una nudosa red enlaza y teje

que cogía y largaba a cualquier parte;

diole un color que aunque la tienda y deje

donde en ella coger pensaba a Marte

no pudiese ser vista ni entendida

sin ver primero su intención cumplida.

 

Fue tal la priesa que en la obra puso

y tal la diligencia en no dejalle

sus cíclopes, que así en lo que propuso

ellos así acudieron a ayudalle.

Acabada la obra se dispuso

de hacer la esperiencia y en la calle

puesto, la red envuelve, y al momento

de Lemnos parte a efetuar su intento.

 

A esta sazón estaban los rendidos

amantes, entregados al sabroso

dulzor de Venus, ciegos los sentidos

cual los pone aquel fuego deleitoso,

descuidados, que estando así ascondidos

era oculto su yerro vergonzoso,

de Vulcano haciendo poca cuenta

que estaba ausente, y no sabía su afrenta.

 

Había la Noche con tiniebla oscura

cercado el mundo, el claro Sol quitando

el regimiento, y dándole soltura

de la cimeria gruta al sueño blando,

cuando Vulcano en su congoja dura

a su casa llegó, y considerando

estuvo un grande espacio, de qué suerte

haría su negocio, cómo acierte.

 

Lleno de ira y de coraje fiero

la puerta mira, y sin moverse estuvo

suspenso, el orden que tendría primero

pensando bien y en esto se detuvo;

bien quisiera coger al dios guerrero

junto con Venus, cual noticia tuvo

que los vio el Sol, mas teme si acomete

y no los prende, el yerro que comete.

 

Variando en acuerdos diferentes

varias cosas le ofresce la memoria

y por la mayor parte impertinentes

que le dificultaban la vitoria;

movido de celosos acidentes

ante sus ojos viendo su notoria

infamia, se resuelve en reportarse,

y entrar sin que lo entiendan, ni aclararse.

 

Toca la puerta quedo con la mano,

habla cuan recio puede por que sea

conocido y el torpe amador vano

se asconda, y se aperciba Citerea.

Marte conoció luego ser Vulcano

y un fiero ardor lo enciende y señorea;

toma la espada, embraza el fuerte escudo

del sobresalto y del coraje mudo.

 

Venus recuerda pavorosa viendo

tomar las armas furioso a Marte,

inorando la causa del horrendo

denuedo, y la ocasión que así lo aparte;

los bellos labios mueve, que vertiendo

están néctar y amor en toda parte,

y a Marte dice: «¿qué te enciende en ira?

¿A qué te armas? ¿Quién así te aíra?»

 

«¿No ves -responde Marte-, que a la puerta

tu marido Vulcano está llamando?

Y venir a tal hora es cosa cierta

que te viene y me viene procurando;

nuestra oculta maldad es descubierta,

tu deshonra te viene amenazando;

¿qué quieres que hagamos? Mira presto

lo que te agrada que se haga en esto.»

 

Del regalado lecho pavorosa

Venus saltó, confusa y alterada,

el color bello de purpúrea rosa

perdido, y la voz flaca y desmayada;

ni a decir ni a hacer acierta cosa

que para el caso le aproveche nada;

gime llena de espanto, sin que acierte

a elegir medio en tan dudosa suerte.

 

Tal vez la lengua que el temor le anuda

prueba a mover, y en medio del camino

le falta el movimiento y queda muda,

y ella con desmayado desatino;

perpleja en medio desta mortal duda

oyendo que a la puerta con contino

y presuroso golpear llamaba

Vulcano, y que los golpes arreciaba.

 

En esta duda, viendo que Vulcano

los constreñía que la puerta abriese,

sin hablar, asió a Marte de la mano

y por señas le dijo que huyese;

él, que tenía ya el camino llano,

lo hizo así, sin que sentido fuese

del celoso Vulcano; ella a la puerta

acudió, y al momento le fue abierta.

 

Con alegre semblante y con fingido

regalo, al tosco esposo ligó el cuello

con los hermosos brazos que han podido

rendir a Jove y a su amor traello;

la bella diosa a quien adora Gnido

con tal arte procura entretenello

por divertillo, y él la sigue y calla

dejándose llevar por descuidalla.

 

Desque la alteración y sobresalto

a la anudada lengua dio licencia,

y el ánimo quedó del miedo falto

que le dio del marido la presencia,

el bello rostro levantando en alto

usando de su libre preminencia

le pregunta qué causa lo traía

a tal hora y por qué no fue de día.

 

Él, que no menos cauteloso que ella

andaba, le responde que el deseo

era tan grande que tenía de vella

que lo traía a haber aquel trofeo;

mas que sería el apartarse della

antes que el bello resplandor cirreo

en el rosado oriente se mostrase

y las húmidas sombras desterrase.

 

Esto diciendo, se entra al aposento

donde tenía su amorosa cama

Venus, y la red tiende con gran tiento

cual al engaño convenía que trama;

fue en ponerla tan presto que un momento

no se detuvo, y luego a Venus llama,

que descuidada del sutil engaño

se vino a donde le esperaba el daño.

 

Con ella estuvo entretenido un rato

en razones, diciéndole mil cosas

sin policia, sin ningún ornato

de discreción, mas simples y enfadosas;

así se aseguraba del recato

que pudiera tener, de sus viciosas

culpas, así la iba entreteniendo,

el mortal vaso sin sentir bebiendo.

 

Desta suerte a la diosa divertía

el dios de Lemnos, y en abrazo estrecho

y en fingido contento la tenía,

encubriéndole así el doblado pecho;

y viendo que la noche oscura y fría

declinaba, dejando el gnidio lecho,

se puso en pie y en el camino al punto

dejando a Venus libre de su asunto.

 

 

Quedó la bella diosa Citerea

contenta, que le hubiese sucedido

cual deseaba y siempre se desea

de la que ofensa hace a su marido.

Marte, a quien la belleza señorea

de Venus, que escuchando y ascondido

había estado, a Venus volvió luego

ciego de amor, ardiéndose en su fuego,

 

dícele: «oh bella diosa, a quien adora

la deleitosa Cipre, en cuya mano

la bandera está siempre vencedora

del mundo y del imperio soberano,

¿a qué atribuyes ver así a deshora

desde Lemnos venirte a ver Vulcano?

Y con presteza tal verte y dejarte

no carece de engaño ni es sin arte.

 

Mas de qué arte puede usar comigo

que pueda serle de ningún efeto,

por armas, no querrá el arte que sigo,

y por cautelas, es poco discreto;

de nuestro amor no hay rastro ni testigo

que pueda deponer, todo es secreto,

todo seguro y todo me asegura

y todo me promete igual ventura.

 

Así, oh bella hija del potente

retor de la celeste monarquía,

no te congoje que se esté, o ausente

que vuelva, o haga adonde dijo vía;

que contra su cautela diligente

opongo mi invencible valentía;

contra cuanto pensare mi denuedo,

y contra cuanto puede, lo que puedo.»

 

Enternecido en su amorosa llama,

en su dulce pasión todo ocupado,

la blanca mano besa a la que ama,

al bello rostro el suyo muy pegado;

desta suerte llegándose a la cama

ella se acuesta y él le ocupa el lado;

y apenas en las sábanas tocaron

cuando en la fuerte red, presos quedaron.

 

Revuelve Marte, como el lazo estrecho

sintió oprimille, y prueba a levantarse,

firma en los brazos el valiente pecho,

y con fuerza restriba por soltarse;

era su diligencia sin provecho

que cuanto tira más, más vía ligarse

de la red y el sutil hilo asconderse

dentro en las carnes sin poder romperse.

 

Gime profundamente y con horrible

voz, se lastima del astuto engaño

y que no sea su poder posible

ni su deidad lo libre de aquel daño.

«Oh cielo -dice- a mi pasión terrible

endurecido, y a mi mal estraño.

¿Por qué consientes que un herrero pobre

sujete a Marte y en valor le sobre?

 

¿Es justo que se alabe que me tiene

en su poder con tanta infamia preso?

¿Es justo, que por arte tal se ordene

que sea con todo mi poder opreso?

¿No hay otro a quien en esto se condene?

¿Yo sólo he cometido en esto eceso?

¿Yo sólo debo estar desta manera?

¿No hay otro a quien condene esta red fiera?»

 

Hablando así, revuelve ardiendo en ira,

cual soberbio león que se ve asido

al fuerte nudo, y con fiereza tira

por quebrantallo, en cólora encendido;

que cuanto más trabaja y más se aíra,

más se revuelve y ve más oprimido

de la ingeniosa trampa que lo aprieta,

y nudo y lazo y red más lo sujeta.

 

Mas viendo que su furia se quebranta

más de la ligadura que lo oprime

y que ya el cuello libre no levanta

con lozana altivez, se estiende y gime;

así viéndose Marte puesto en tanta

estrechez, y que el hilo se le imprime

en las carnes, suspira su fortuna

sin valerse de fuerza o de arte alguna.

 

La madre del Amor también estaba

de la ingeniosa red toda cubierta

y como con la fuerza le apretaba

se queja y gime su deshonra cierta;

las delicadas carnes lastimaba

el acerado nudo, y casi muerta

se dejaba rendir al grave peso

que el delicado cuerpo tenía opreso.

 

Lloraba tiernamente el afrentoso

paso, en que su fortuna la tenía

sin valelle de Marte poderoso

la industria ni la fuerte valentía

desea en aquel punto ver su esposo,

cosa que eternamente aborrecía,

confiada, que si él así la viera

de lástima y de amor se enterneciera.

 

Estando en su afrentosa red asidos

la diosa Venus y el soberbio Marte,

por el aire esparciendo mil gemidos,

que muestran de su pena alguna parte,

el Sol, que sus designos vio cumplidos

a dar cuenta a Vulcano apriesa parte,

lleno de gozo y ufanez de vellos

cómo hacer pudiese escarnecellos.

Iba Vulcano poco desviado

de su casa, de industria o por torpeza

de la lisión, que lo traía agravado

y le impedía andar con ligereza,

revuelto en su congoja y su cuidado

en la ocasión de su inmortal tristeza

sin poder dejar libre la memoria

de la pasión de su afrentosa historia.

 

Viéndolo Apolo, en alta voz lo llama

diciéndole: «Vulcano, da la vuelta,

vuelve y verás adulterar tu cama,

y en lazo estrecho a tu mujer revuelta;

asido está con ella el que te infama,

blasfemando por ver que no se suelta

de la intricada red, y desta suerte

la bella Venus queda y Marte fuerte.»

 

Volvió Vulcano al dios que nació en Delo,

retor de la una cumbre del Parnaso

y dícele: «pues eres de mi duelo

el testigo y del mal que injusto paso,

quita del mundo el tenebroso velo

y a tus caballos apresura el paso,

dando a la tierra tu ascondida lumbre

fuera de hora y contra su costumbre.

 

Pues de la oscura sombra es impedida

la pura luz, que todo lo esclaresce,

y esta maldad por ella está ascondida,

porque siempre lo malo lo aborresce,

no te detenga Jove la salida

cual hizo amando Alcmena, ven, paresce;

haz manifiesta esta maldad, y clara

de la venganza mía la industria rara.»

 

El dios insigne en fuego al punto parte

en diciéndole a Febo estas razones

a ver el fin de su deseo y el arte

que tuvo en dar remate a sus pasiones;

contempla a Venus y desnudo a Marte,

llorando a ella, a él echar blasones;

y este cuidado lo movía de suerte

que de cojo lo hace sano y fuerte.

 

No le impedía el suelto movimiento

de la quebrada pierna la torpeza,

que el deseo le da y la ira aliento,

y lo llevan con suelta ligereza;

no usaba de temor, y andar a tiento,

sintiendo en desmandándose flaqueza,

que a ver esto, aunque cojo y de pies malo,

ecediera a Filón, Canisio, y Talo.

 

El enojo que el alma le encendía

lo llevaba, y tal priesa en su ida puso,

que dando fin a su prolija vía,

llegó a su casa de furor confuso;

rompe con fiera saña y osadía

la puerta, entra quebrando en todo el uso

de la razón, y dice en voz subida

que fue de Jove en su alto asiento oída:

 

«¿Qué haces, oh retor y padre eterno,

Júpiter poderoso y soberano,

a cuyo cargo está puesto el gobierno

del imperio celeste y del humano?

Si a mi dolor y si a mi llanto tierno

no te mueves, si tu potente mano

destos dos alevosos no me venga,

causa darás que queja de ti tenga.

 

Abre esas puertas celestiales, mira

la infamia triste en que ofender me veo,

en mi justa razón muestra tu ira,

dame venganza deste insulto feo;

un rayo ardiente desde el cielo tira

que los eche al infierno con Briareo

que testimonio dé de mi justicia

y manifiesta haga su malicia.»

 

Diciendo esto Vulcano, el Sol lumbroso

abrió las puertas al rosado oriente

dando licencia al resplandor fogoso

que de la tierra la tiniebla ausente;

el hijo de Saturno poderoso

encima de su alcázar eminente

(la voz oyendo de Vulcano) al punto

se paró y su consilio todo junto.

 

Luego los dioses como a Marte vieron

y a Venus, sin ornato ni atavío

en la red presos, dellos se rieron

con igual libertad que señorío;

de vergüenza los rostros ascondieron

las diosas, y afeando el desvarío

de Vulcano, a su albergue se tornaron;

Jove y los dioses a do está bajaron.

 

De las diosas bajó la diosa Juno

mujer del alto Júpiter y hermana,

como quien no dejó en tiempo ninguno

de querer mal a Venus soberana.

Palas, que odio le tenía importuno

después que le dio el teucro la manzana

siguiendo a Juno baja a escarnecella,

vengándose de en tal afrenta vella.

 

Como la cipria diosa así se vía

atada al nudo y toda así desnuda,

gime, y Juno de vella se reía,

Palas la sigue y a reír le ayuda,

y dice: «si cuales la intención mía

se conociera, sin ninguna duda

a Venus cobijara con el manto

que me dio Atenas por honrarme tanto.»

 

El rostro escondió Venus suspirando

de ver que así riendo estaban della

las diosas a quien ella despojando

del premio, fue juzgada por más bella.

Juno dice a Vulcano: «ve aflojando

esa tirante red, pues que con ella

haces daño a las carnes delicadas

que con regalo suelen ser tratadas.»

 

Lleno de ira y de coraje el pecho

el insine herrero le responde

a la esposa de Jove: «satisfecho

estoy del odio que tu pecho asconde;

él ha de hacer bueno mi derecho,

pues él a lo que intento corresponde

que es conocer la justa causa mía,

fundada en justa ley, no en tiranía.

 

Tú gran retor del alto ayuntamiento,

que acudiste a mi afán y voz llorosa,

pues ves mi afrenta y triste acaecimiento

y en adulterio a Marte con mi esposa,

si del honor se tiene sentimiento,

si se siente una ofensa tan penosa,

padre Jove, justicia te demando

de Venus alevosa y Marte infando.

 

Nadie me culpará que la demande

viendo el triste espetáculo presente;

viendo una infamia y un dolor tan grande

que me consume en llanto y celo ardiente;

y así protesto, que jamás ablande

el corazón ni el ánimo inclemente;

ni de la red en que se ven revueltos

por ruego ni clemencia se vean sueltos.»

 

«No se debe albergar -responde Palas-

en noble pecho intento tan severo,

pues haciéndolo así, Vulcano, igualas

a las tres Furias del sulfúreo impero;

desata a Venus, vuélvele sus galas,

que su afrenta te afrenta a ti primero

y esas carnes divinas es injusto

que las toque y apriete el lazo justo.»

 

 

Comenzaron los dioses a reírse

de ver a Palas cuán doblada andaba,

y del sutil ingenio, que aún bullirse

para tomar descanso no dejaba.

Uno dijo (que pudo bien oírse):

«nunca tiene buen fin ni en bien acaba

la mala obra, y bien se ha visto en esto,

pues así alcanza el cojo al sano y presto. »

 

Riose Apolo y preguntó al facundo

nuncio celeste: «di, Mercurio amigo,

¿quisieras en los lazos ser segundo

por ver a Venus en la red contigo?»

«Pluguiera a Jove, hacedor del mundo,

que en cien mil lazos más viera comigo

a Venus, y que estando de aquel modo

me viera el celestial colegio todo.»

 

Causó a los dioses risa la respuesta

de Mercurio, y a sólo el dios Neptuno

desagradó y le fue dura y molesta,

sintiendo en esto lo que allí ninguno;

oír su trisca y su jocosa fiesta

le cansaba y causaba un importuno

pesar, y así a Mercurio y Febo mira

con turbio ceño y dice ardiendo en ira:

 

«Si al que allí veis en nudo estrecho atado

viérades fuera de la cuerda dura

ninguno de los dioses fuera osado

a hacer burla dél con tal soltura;

desto hago al gran Júpiter culpado,

que estando aquí y en esta coyontura

se atreva nadie a escarnecer de Marte

ni a mofar dél por vello de tal arte.

 

Más justo fuera condoler su afrenta

y que su pena a todos diera pena,

pues la mesma ocasión que a Marte afrenta,

a todos a lo mismo nos condena;

y faltando quien esto así lo sienta,

sabio Vulcano, tu rigor refrena;

suelta la cuerda, en libertad los deja,

y con lo hecho satisfaz tu queja.»

 

Vulcano, en labrar hierro ingenioso,

responde así con demudado gesto:

«tridentígero rey del reino undoso,

¿tan fácil hallas la ocasión en esto?

¿No te da a ti fatiga mi afrentoso

dolor, ni te congoja mi molesto

celo, ni te provoca ni lastima

que tal carga con peso tal me oprima?

 

Mas una cosa en lo que pides quiero

(por lo que toca a mi sosiego y honra

ante el potente Jove), hacer primero

que es la que en esto me restaura y honra:

que a Venus que traspasa el santo fuero

de Himeneo, y cual ves, mi honor deshonra,

repudialla, y ella ha de volverme

el dote que le di para así verme.

 

De otra suerte será tan imposible

como nacer del ocidente el día;

la oscuridad ser más que el día apacible,

y dejar de ser Cintia húmida y fría;

el tormento cruel del reino horrible

dará descanso y le será alegría

a los dañados, antes que yo darte

sin que me paguen en soltura a Marte.»

 

Neptuno le replica: «si eso sólo

te impide, yo la paga te aseguro,

ante el gran Jove y el sagrado Apolo

te doy la mano y de cumplillo juro;

y el regidor del uno y otro polo

me lance al espantable reino oscuro

a eterno y miserable mal sujeto,

si no cumpliere lo que aquí prometo.

 

Bien puedes, oh ecelente dios del fuego,

si puede algo el amistad contigo

el acerado hilo aflojar luego,

pues a la paga por deudor me obligo;

con ese cargo, aunque en mi enojo ciego,

tu voluntad, oh gran Neptuno, sigo,»

-Vulcano respondió- y la red largando,

los ciegos nudos fueron aflojando.

 

Luego que Marte en libertad se vido

y que mover los fuertes brazos pudo,

el fuerte arnés habiéndose vestido,

se caló el yelmo y embrazó el escudo;

empuñado a la espada enfurecido,

avergonzado y de coraje mudo,

resuelto de vengar su desafuero,

se fue desde allí a Tracia el tracio fiero.

 

Las Gracias acudieron a este punto

y cobijando a Venus la hermosa

el bello cuerpo, natural trasunto

de la beldad más rara y milagrosa;

cubierta así, su carro puesto a punto,

enderezó su vía presurosa

a Cipre, adonde siendo acompañada

de las divinas Gracias fue lavada.

 

Con esto, quedó libre de la injuria

de la red rigurosa recebida

y olvidada de todos la lujuria

que fue ocasión de ser en ella asida;

mas la implacable saña y mortal furia

contra el Sol y su casta concebida

fue perdurable en Venus, cuya historia

consagra el tiempo a la imortal memoria.

 

Esta, si el generoso cielo aspira

a la musa, que el ciego amor de Marte

os ofrece, hará vivir mi lira

vuestra gloria cantando en toda parte;

y contra el ciego olvido y su cruel ira

serán en numeroso estilo y arte

en graves espondeos y en sagrados

dóricos, vuestros hechos celebrados.

 

En tanto que se cumple este deseo

(oh ecelso Don Enrique de la Cueva)

y que el puesto ocupáis en que ya os veo,

digno al valor de vuestra heroica prueba,

el don humilde del furor cirreo

acetad, que aunque humilde se comprueba

la voluntad en él con que se ofresce,

y ésta, por si que la acetéis merece.

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