Juan Arolas

ÍNDICE

Leyenda del Cid

Seguidilla manchega para guitarra

La favorita del sultán

 

La leyenda del cid


Non oléis a almizcle...

Por esposas han pedido
los Infantes de Carrión
las buenas hijas del Cid
que es el gran batallador.

En Valencia, en aquel templo
que al principio se llamó
«María de las Virtudes»
y es de San Esteban hoy,

de Gerónimo el obispo
recibieron bendición
con don Diego y don Fernando
doña Elvira y doña Sol.

Tuvo pláticas frecuentes
el Cid y en sus yernos vio
con costumbres amenguadas
insufrible presunción.

Pasados dos años fueron
cuando el rey Búcar llegó
con mil fustas por la mar
tremolando su pendón:

Que su hermano fue vencido
y si del cristiano huyó
con más pausa le mataron
los puñales del dolor:

Ha jurado por Mahoma
guerra y esterminio atroz
contra el suelo de las flores
y Rui Díaz su Señor.

Con la nueva de la flota,
con ricos hombres de pro
hubo consejo el buen Cid
cómo haberse en tal sazón

Y en su escaño de marfil,
de riquísima labor,
que fue de Juñes Rey Moro,
muy tranquilo se adurmió.

En la misma sala estaban
los infantes de Carrión
y con juego de ajedrez
se entretenían los dos;

Cuando de improviso vieron
delante de sí un león
que por descuido del guarda
de su jaula se soltó.

Los que el juego presenciaban
con impávido valor
luego embrazaron sus mantos
y del Cid en derredor

Sendas espadas sacaron
que la fiera respetó,
deslumbrada por encanto
de su súbito fulgor.

Turbáronse los infantes;
don Diego se colocó
bajo el escaño del Cid
con un pánico terror:

Por los largos corredores
Fernando se fue veloz
y al corral de las basuras
confuso asaz se arrojó.

Dispertose con los gritos
y bulla el Campeador
y viendo ante sí la fiera
diole una terrible voz:

Del cerro de su pescuezo
prontamente la tomó
y encerrada se la deja
de la jaula en la prisión.

Al punto a Fernán González
a su presencia llamó
y le dijo: Recobraos,
non saltéis otra vez, no:

Procurad tener, mi yerno,
más fuego en el corazón;
non fuyáis, que aquesta vez
non oléis a almizcle vos.

PULSA AQUÍ PARA LEER MÁS POEMAS SOBRE EL CID

 

IR AL ÍNDICE

SEGUIDILLA MANCHEGA PARA GUITARRA


Ayer te he visto en cuerpo:
¡qué cuerpo tienes!
Ayer te vi en el baile...
¡cómo te mueves!-
¡Es una burla
que haya en cuerpo tan pícaro
alma tan pura!

IR AL ÍNDICE

La favorita del sultán

Marcha, despiadada y cruda,
pues me quemas con tus besos,
al lucir casi desnuda
tantas gracias y embelesos.
Sol que en el cenit me abrasas
sin una nube en tu cielo,
yo te pondré dobles gasas,
y no te veré sin velo:
sobre un lecho encubertado
te he hacer cubrir de flores,
y serás vergel cerrado,
do se oculten mis amores.
¡Judía, que por fortuna
de mi ser eres sirena,
como tú no vi ninguna,
ni cristiana ni agarena!
Tú te ríes y te alegras
cuando en mí los bríos faltan,
mientras tus pupilas negras
ebrias de placer te saltan.
¿Quién ha de romper tus lazos?
Enamoras, avasallas,
y un día de tus abrazos
rinde más que cien batallas.
¡Deja tu delirio ciego!…
Mientras en tu seno hermoso
me adormeces con el ruego,
mientras cantas y reposo,
febles sufren mis soldados
la ignominia en sus derrotas;
y en los mares agitados
pierdo mis avaras flotas:
pierdo a Egipto y sus llanuras,
do las auras regaladas
mecen las espigas puras
en las cañas encorvadas;
do las moles eternales
donde el orgullo está escrito,
se alzan en los arenales
con la esfinge de granito;
cuyo párpado despierto
jamás una vez cerraron
ni los vientos del desierto,
ni los siglos que pasaron.
Tú me encantas, y consientes
que amenacen mis dos mares
las águilas de dos frentes
de los ambiciosos zares.
¡Guay el autócrata un día
no venga a tomar mi harem,
y por ser esclava mía
conmigo mueras también!
No desnudes por mi amor
ese tu seno hechicero,
y deja que tu señor
vaya a desnudar su acero.
Que tiña en sangre su filo,
que levante en sus furores
pirámides junto al Nilo
de cabezas de traidores.
Mas ¡ah!… ¡mis votos fallidos
dejarás con ilusiones,
rémora de los sentidos,
imán de los corazones!
Porque el más adusto moro
que a las lides se partiera,
puesto a contemplar tu lloro,
riendas al corcel volviera.
Yo caricias he probado
de unas hermosas de nieve,
cuyo beso regalado
con grata emoción conmueve.
Pero tu beso, sultana,
dulce beso humedecido
de esos tus labios de grana,
me enloquece, me ha perdido.
Desprecio, pues, mis riquezas,
y cual vanos oropeles,
mis títulos y grandezas,
mis tropas y mis bajeles.
Mis palacios no deseo
con dilatados confines,
ni mis casas de recreo,
con estanques y jardines
ni del Arabia dichosa
los más exquisitos dones,
ni frescos baños de rosa,
ni púrpuras, ni bridones;
ni el nombre que se me da,
de señor de mar y tierra,
de sombra augusta de Alá,
príncipe de paz y guerra.
Desprecio las dignidades
de mis bélicas proezas,
y mis pueblos y ciudades
con torres y fortalezas.
Y haré decir al diván
que no tengo más estados,
que mi pipa, mi atagán,
y tus ojos adorados.

 

IR AL ÍNDICE

 

IR AL ÍNDICE GENERAL