Marcha, despiadada y cruda,
									
									pues me quemas con tus besos,
									
									al lucir casi desnuda
									
									tantas gracias y embelesos.
									Sol que en el cenit me abrasas
									sin una nube en tu cielo,
									yo te pondré dobles gasas,
									y no te veré sin velo:
									sobre un lecho encubertado
									te he hacer cubrir de flores,
									y serás vergel cerrado,
									do se oculten mis amores.
									¡Judía, que por fortuna
									de mi ser eres sirena,
									como tú no vi ninguna,
									ni cristiana ni agarena!
									Tú te ríes y te alegras
									cuando en mí los bríos faltan,
									mientras tus pupilas negras
									ebrias de placer te saltan.
									¿Quién ha de romper tus lazos?
									Enamoras, avasallas,
									y un día de tus abrazos
									rinde más que cien batallas.
									¡Deja tu delirio ciego!…
									Mientras en tu seno hermoso
									me adormeces con el ruego,
									mientras cantas y reposo,
									febles sufren mis soldados
									la ignominia en sus derrotas;
									y en los mares agitados
									pierdo mis avaras flotas:
									pierdo a Egipto y sus llanuras,
									do las auras regaladas
									mecen las espigas puras
									en las cañas encorvadas;
									do las moles eternales
									donde el orgullo está escrito,
									se alzan en los arenales
									con la esfinge de granito;
									cuyo párpado despierto
									jamás una vez cerraron
									ni los vientos del desierto,
									ni los siglos que pasaron.
									Tú me encantas, y consientes
									que amenacen mis dos mares
									las águilas de dos frentes
									de los ambiciosos zares.
									¡Guay el autócrata un día
									no venga a tomar mi harem,
									y por ser esclava mía
									conmigo mueras también!
									No desnudes por mi amor
									ese tu seno hechicero,
									y deja que tu señor
									vaya a desnudar su acero.
									Que tiña en sangre su filo,
									que levante en sus furores
									pirámides junto al Nilo
									de cabezas de traidores.
									Mas ¡ah!… ¡mis votos fallidos
									dejarás con ilusiones,
									rémora de los sentidos,
									imán de los corazones!
									Porque el más adusto moro
									que a las lides se partiera,
									puesto a contemplar tu lloro,
									 riendas 
									al corcel volviera.
riendas 
									al corcel volviera.
									Yo caricias he probado
									de unas hermosas de nieve,
									cuyo beso regalado
									con grata emoción conmueve.
									Pero tu beso, sultana,
									dulce beso humedecido
									de esos tus labios de grana,
									me enloquece, me ha perdido.
									Desprecio, pues, mis riquezas,
									y cual vanos oropeles,
									mis títulos y grandezas,
									mis tropas y mis bajeles.
									Mis palacios no deseo
									con dilatados confines,
									ni mis casas de recreo,
									con estanques y jardines
									ni del Arabia dichosa
									los más exquisitos dones,
									ni frescos baños de rosa,
									ni púrpuras, ni bridones;
									ni el nombre que se me da,
									de señor de mar y tierra,
									de sombra augusta de Alá,
									príncipe de paz y guerra.
									Desprecio las dignidades
									de mis bélicas proezas,
									y mis pueblos y ciudades
									con torres y fortalezas.
									Y haré decir al diván
									que no tengo más estados,
									que mi pipa, mi atagán,
									y tus ojos adorados.




