José Mª Micó

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Blanca y azul

Breve historia de España

Muchacha vieja

BLANCA Y AZUL

Yo sé por qué te llamo
blanca y azul.

Imagino que ahora,
media noche por filo,
mecida por las sombras
ambiguas del recuerdo,
pensarás que estas manos
ofrecían tan sólo
una sarta de burdas
sorpresas de tahúr.
Yo sé por qué te llamo
blanca y azul.

Es todo lo que tengo:
manos que fueron niñas,
que prestaron sin tasa,
que se asieron a un sueño,
viejas manos que saben
que la muerte temprana
es la única forma
de eterna juventud.
Yo sé por qué te llamo
blanca y azul.

Que no baste lo dicho
para ponernos tristes.
El encuentro merece
un brindis por las horas
cedidas al exceso
de sentimientos nobles,
aunque fuese por falta
de sentido común.
Yo sé por qué te llamo
blanca y azul.

La carne nunca es débil,
pero las almas frágiles
se quiebran con un guiño.
La noche, maliciosa,
por cobrarse más piezas,
nos enturbia los ojos,
nos endulza los labios,
nos apaga la luz.
Yo sé por qué te llamo
blanca y azul.

 

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BREVE HISTORIA DE ESPAÑA

Cuando hay que descubrir un Nuevo Mundo / o hay que domar al moro, / o hay que medir el cinturón de oro / del Ecuador, o alzar sobre el profundo / espanto del error negro que pesa / sobre la Cristiandad, el pensamiento / que es amor en Teresa / y es claridad en Trento, / cuando hay que consumar la maravilla / de alguna nueva hazaña, / los ángeles que están junto a su Silla, / miran a Dios... y piensan en España.
(José María Pemán)

Tengo en casa el Poema
de la Bestia y el Ángel,
envidia de bibliófilos:
«Zaragoza, Ediciones Jerarquía,
abril mil novecientos treinta y ocho,
Segundo Año Triunfal».
Cierta dedicatoria
del poeta a un amigo
seguramente médico
hace más raro mi ejemplar.
En la primera página, el obrero
de las Industrias Gráficas Uriarte
dispuso sabiamente,
sobre papel de precio,
unas letras doradas:
«Franco, Calvo Sotelo, José Antonio,
Sanjurjo, Mola».
Aún resulta hermoso
el brillo de esos nombres.

Con su fulgor se enciende
el recuerdo y me lleva
a los mismos parajes,
al campo sin cuidar de Pina de Ebro,
abril mil novecientos treinta y ocho:
allí un moro domado
por algún ángel español de aquellos
que miraban a Dios
segó con tiro de fusil cristiano,
no con fiera y hereje cimitarra,
los días del soldado
Francisco Gómez Cuéllar,
muerto a los treinta años
con tiempo suficiente
para mantener vivo mi linaje.

(De Letras para cantar.)

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MUCHACHA VIEJA

 

Muchacha, ven aquí. Voy a decirte
lo que nunca te han dicho, voy a hacerte
lo que jamás te han hecho, lo que nadie
sino yo puede hacerte,
porque yo estuve el dieciséis de enero
abrazado a otros ojos
y eran los tuyos los que merecía.
Los ojos que tenías
cuando solo eras tú,
larva a la espera de animosas alas,
ansiosa por cambiar los libros de aritmética
por la ciencia aplicada de la vida.
Fíjate,
es hoy el primer día,
parece que habrá tiempo para todo
y tus padres te ponen
alambres en la boca
y un profesor de inglés para el futuro.

Y yo me aproveché de tu inocencia.
Mejor que tú sabía
lo que inventan las piernas
cuando las bocas queman
y mueren de deseo como peces sin aire,
como aquel pez sin sombra que en los sueños
brilla como una llama,
arde como en los sueños arde el agua.
Mejor que tú sabía
las posibilidades de una alcoba,
las consecuencias de una noche en vela,
la maldición de una promesa en falso...

Y estoy mirando ahora
tu cabeza perfecta.
Al tocarla percibo
que el pez de la ilusión sigue brillando
y de puro brillar ya se consume,
dejando en la penumbra
los desperfectos de mi anatomía.
Tú también has crecido,
muchacha vieja,
y hoy te he citado para confesarte
que me vales así,
deteriorada y todo,
porque así te tomé, porque sabía
que tu esplendor de las primeras noches
iba cargado con tu podredumbre.

Y he de volver al baile
una noche más negra,
cogerte una vez más por la cintura,
ecuador de otro mundo,
mundo creado y brote de otro mundo,
descerrajado vientre del que salen
otros viejos más viejos que nosotros
y acuden a la luz como polillas.
A la luz engañosa que nos pide:
salid a respirar,
venid y respirad con otros seres,
que es vida lo que veis.

Vieja muchacha, ven, no tengo nada
que tú no tengas, salvo el modo extraño
con el que digo y hago este poema.

(De La sangre de los fósiles.)

 

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