José Hernandez

Martín Fierro (fragmentos)

El hijo segundo de Martín Fierro

Picardía

MARTÍN FIERRO

EL HIJO SEGUNDO DE MARTÍN FIERRO
XIII

Lo que les voy adecir
Ninguno lo ponga en duda:
Y aunque la cosa es peluda,
Hare la resolución;
Es ladino el corazón,
Pero la lengua no ayuda.

 

El rigor de las desdichas
Hemos soportado diez años,
Pelegrinando entre estraños,
Sin tener donde vivir,
Y obligados a sufrir
Una máquina de daños.

 

El que vive de ese modo
De todos es tributario;
Falta la cabeza primario
Y los hijos que él sustenta
Se dispersan como cuentas
Cuando se corta el rasario.

 

Yo anduve ansí como todos,
Hasta que al fin de sus días
Supo mi suerte una tía
Y me recogió a su lado;
Allí viví sosegado
Y de nada carecía.

 

No tenía cuidado alguno
Ni que trabajar tampoco,
Y como muchacho loco
Lo pasaba de holgazán;
Con razón dice el refrán
Que lo güeno dura poco.

 

En mí todo su cuidado
Y su cariño ponía;
Como a un hijo me quería
Con cariño verdadero,
Y me nombró de heredero
De los bienes que tenía.

 

El juez vino sin tardanza
Cuanto falleció la vieja.
“De los bienes que te deja”,
Me dijo, “yo he de cuidar:
Es un rodeo regular
Y dos majadas de ovejas”.

 

Era hombre de mucha labia,
Con mas leyes que un dotor,
Me dijo: “Vos sos menor,
Y por los años que tienes
No podés manejar bienes;
Voy a nombrarte un tutor.”

 

Tomó un recuento de todo,
Porque entendía su papel,
Y después que aquel pastel
Lo tuvo bien amasao,
Puso al frente un encargao,
Y a mí me llevó con el.

 

Muy pronto estuvo mi poncho
Lo mismo que cernidor;
El chiripá estaba pior,
Y aunque para el frio soy guapo
Ya no me quedaba un trapo
Ni pa el frío, ni pa el calor.

 

En tan triste desabrigo
Tras de un mes, iba otro mes;
Guardaba silencio el Juez,
La miseria me invadía,
Me acordaba de mi tía
Al verme en tal desnudez.

 

No se decir con fijeza
El tiempo que pasé allí;
Y después de andar ansí
Como moro sin señor,
Pasé a poder del tutor
Que debia cuidar de mí.


XIV

 

Me llevó consigo un viejo
Que pronto mostró la hilacha,
Dejaba ver por la facha
Que era medio cimarrón,
Muy renegao, muy ladrón,
Y le llamaban Vizcacha.

 

Lo que el Juez iba buscando
Sospecho, y no me equivoco;
Pero este punto no toco
Ni su secreto aviriguo;
Mi tutor era un antiguo
De los que ya quedan pocos;

 

Viejo lleno de camándulas,
Con un empaque a lo toro,
Andaba siempre en un moro
Metido no sé en qué enriedos,
Con las patas como loro
De estribar entre los dedos.

 

Andaba rodiao de perros
Que eran todo su placer,
Jamás dejó de tener
Menos de media docena,
Mataba vacas ajenas
Para darles de comer.

 

Carniábamos noche a noche
Alguna res en el pago,
Y dejando allí el rezago
Alzaba en ancas el cuero,
Que se lo vendía a un pulpero
Por yerba, tabaco y trago.

 

¡Ah!, viejo más comerciante
En mi vida lo he encontrado.
Con ese cuero robao
El arreglaba el pastel,
Y allí entre el pulpero y él,
Se estendía el certificao.

 

La echaba de comedido;
En las transquilas, lo viera,
Se ponía como una fiera
Si cortaban una oveja;
Pero de alzarse no deja
Un vellón o unas tijeras.

 

Una vez me dió una soba
Que me hizo pedir socorro,
Porque lastimé a un cachorro
En el rancho de unas vascas;
Y al irse se alzó unas guascas:
Para eso era como zorro,

 

“¡Ahijuna!”, dije entre mí,
“Me has dao esta pesadumbre;
Ya verás; cuanto vislumbre
Una ocasión medio güena,
Te he quitar la costumbre
De cerdiar yeguas ajenas.”

 

Porque maté una vizcacha
Otra vez me reprendió;
Se lo vine a contar yo,
Y no bien se lo hube dicho:
“Ni me nuembres ese bicho”,
Me dijo, y se me enojó.

 

Al verlo tan irritao
Hallé prudente callar.
“Este me va a castigar”,
Dije entre mí, “si se agravia.”
Ya vi que les tenía rabia,
Y no las volví a nombrar.

 

Una tarde halló una punta
De yeguas medio bichocas;
Después que voltió unas pocas,
Las cerdiaba con empeño:
Yo vide venir al dueño,
Pero me callé la boca.

 

El hombre venía jurioso
Y nos cayó como un rayo;
Se descolgó del caballo
Revoliando el arriador,
Y lo cruzó de un lazazo
Ahi no más a mi tutor.

 

No atinaba don Vizcacha
A qué lado disparar,
Hasta que logró montar,
Y, de miedo del chicote,
Se lo apretó hasta el cogote,
Sin pararse a contestar.

 

Ustedes creerán tal vez
Que el viejo se curaría...
No, señores, lo que hacía,
Con mas cuidao dende entonces,
Era maniarlas de día
Para cerdiar a la noche.

 

Ese jué el hombre que estuvo
Encargao de mi destino;
Siempre anduvo en mal camino,
Y todo aquel vecindario
Decía que era un perdulario,
Insufrible de dañino.

 

Cuando el juez me lo nombró,
Al dármelo de tutor,
Me dijo que era un señor
El que me debía cuidar,
Enseñarme a trabajar
Y darme la educación.

 

¡Pero que había de aprender
Al lao de ese viejo paco;
Que vivía como un chuncaco
En los bañaos, como el tero;
Un haragán, un ratero,
Y más chillón que un varraco.

 

Tampoco tenía más bienes
Ni propiedad conocida
Que una carreta podrida,
Y las paredes sin techo
De un rancho medio deshecho
Que le servía de guarida.

 

Después de las trasnochadas
Allí venía a descansar;
Yo desiaba aviriguar
Lo que tuviera escondido,
Pero nunca había podido,
Pues no me dejaba entrar.

 

Yo tenía unas jergas viejas,
Que habían sido mas peludas;
Y con mis carnes desnudas,
El viejo, que era una fiera,
Me echaba a dormir ajuera
Con unas heladas crudas.

 

Cuando mozo jué casao,
Aunque yo lo desconfío,
Y decía un amigo mío
Que, de arrebatao y malo,
Mató a su mujer de un palo
Porque le dió un mate frío.

 

Y viudo por tal motivo
Nunca se volvió a casar;
No era fácil encontrar
Ninguna que lo quisiera:
Todas temerían llevar
La suerte de la primera.

 

Soñaba siempre con ella,
Sin duda por su delito,
Y decía el viejo maldito,
El tiempo que estuvo enfermo,
Que ella dende el mesmo infierno
Lo estaba llamando a gritos.

 

XV

Siempre andaba retobao:
Con ninguno solía hablar;
Se divertía en escarbar
Y hacer marcas con el dedo,
Y en cuanto se ponía en pedo
Me empezaba a aconsejar.

 

Me parece que lo veo
Con su poncho calamaco,
Después de echar un güen taco,
Ansí principiaba a hablar:
“Jamás llegues a parar
Ande veas perros flacos.”

 

“El primer cuidao del hombre
Es defender el pellejo.
Lleváte de mi consejo,
Fijáte bien en lo que hablo:
El diablo sabe por diablo,
Pero más sabe por viejo.”

 

“Hacéte amigo del juez;
No le des de que quejarse;
Y cuando quiera enojarse
Vos te debés encoger,
Pues siempre es güeno tener
Palenque ande ir a rascarse.”

 

”Nunca le llevés la contra,
Porque él manda la gavilla:
Allí sentao en su silla,
Ningún güey le sale bravo;
A uno le da con el clavo
Y a otro con la cantramilla.”

 

“El hombre, hasta el más soberbio,
Con más espinas que un tala,
Aflueja andando en la mala
Y es blando como manteca:
Hasta la hacienda baguala
Cai al jagüel con la seca.”

 

“No andés cambiando de cueva;
Hacé las que hace el ratón.
Conserváte en el rincón
En que empezó tu esistencia:
Vaca que cambia querencia
Se atrasa en la parición.”

 

Y menudiando los tragos
Aquel viejo, como cerro,
No “olvidés”, me decía, “Fierro,
Que el hombre no debe crer
En lágrimas de mujer
Ni en la renguera del perro.”

 

“No te debes afligir
Aunque el mundo se desplome.
Lo que más precisa el hombre
Tener, según yo discurro,
Es la memoria del burro,
Que nunca olvida ande come.”

 

“Deja que caliente el horno
El dueño del amasijo;
Lo que es yo, nunca me aflijo
Y a todito me hago el sordo:
El cerdo vive tan gordo,
Y se come hasta los hijos.”

 

“El zorro que ya es corrido
Dende lejos la olfatea;
No se apure quien desea
Hacer lo que le aproveche
La vaca que más rumea
Es la que da mejor leche.”

 

“El que gana su comida
Güeno es que en silencio coma;
Ansina, vos, ni por broma
Querás llamar la atención:
Nunca escapa el cimarrón
Si dispara por la loma.”

 

“Yo voy donde me conviene
Y jamás me descarrío;
Lleváte el ejemplo mío,
Y llenarás la barriga:
Aprendé de las hormigas:
No van a un noque vacío.”

 

“A naides tengás envidia:
Es muy triste el envidiar;
Cuando veás a otro ganar,
A estorbarlo no te metas:
Cada lechón en su teta
Es el modo de mamar.”

 

“Ansí se alimentan muchos
Mientras los pobres lo pagan;
Como el cordero hay quien lo haga
En la puntita, no niego;
Pero otros, como el borrego,
Todo entera se la tragan.”

 

“Si buscás vivir tranquilo
Dedicate a solteriar
Más si te querés casar,
Con esta alvertencia sea:
Que es muy difícil guardar
Prenda que otros codicean.”

 

“Es un bicho la mujer
Que yo aquí no lo destapo,
Siempre quiere al hombre guapo;
Mas fijate en la eleción,
Porque tiene el corazón
Como barriga de sapo.”

 

Y gangoso con la tranca,
Me solia decir: “Potrillo,
Recién te apunta el cormillo,
Mas te lo dice un toruno:
No dejés que hombre ninguno
Te gane el lao del cuchillo.”

 

“Las armas son necesarias,
Pero naides sabe cuándo;
Ansina, si andás pasiando,
Y de noche sobre todo,
Debés llevarlo de modo
Que al salir, salga cortando.”

 

“Los que no saben guardar
Son pobres aunque trabajen;
Nunca, por más que se atajen,
Se librarán del cimbrón:
Al que nace barrigón
Es al ñudo que lo fajen.”

 

“Donde los vientos me llevan
Allí estoy como en mi centro;
Cuando una tristeza encuentro
Tomo un trago pa alegrarme:
A mí me gusta mojarme
Por ajuera y por adentro.”

 

“Vos sos pollo, y te convienen
Toditas estas razones;
Mis consejos y leciones
No echés nunca en el olvido:
En las riñas he aprendido
A no peliar sin puyones.”

 

Con estos consejos y otros
Que yo en mi memoria encierro,
Y que aquí no desentierro,
Educándome seguía,
Hasta que al fin se dormía
Mesturao entre los perros.

 

XVI

Cuando el viejo cayó enfermo,
Viendo yo que se empioraba
Y que esperanza no daba
De mejorarse siquiera,
Le truje una culandrera
A ver si lo mejoraba.

En cuanto lo vió, me dijo:
“Este no aguanta el sogazo:
Muy poco le doy de plazo;
Nos van ha dar un epetáculo,
Porque debajo del brazo
Le ha salido un tabernáculo.”

 

Dice el refrán que en la tropa
Nunca falta un güey corneta:
Uno que estaba en la puerta
Le pegó el grito ahí no más:
“Tabernáculo,... !que bruto!
Un tubérculo dirás.”

 

Al verse ansí interrumpido,
Al punto dijo el cantor:
“No me parece ocasión
De meterse los de ajuera;
Tabernáculo, señor,
Le decía la culandrera.”

 

El de ajuera repitió,
Dándole otro chaguarazo:
“Allá va un nuevo bolazo
Copo y se la gano en puerta
A las mujeres que curan
Se las llama curanderas.”

 

No es güeno —dijo el cantor—
Muchas manos en un plato
Y diré al que ese barato
Ha tomao de entrometido,
Que no creía haber venido
A hablar entre literatos.

 

Y para seguir contando
La historia de mi tutor,
Le pediré a ese dotor
Que en mi inorancia me deje,
Pues siempre encuentra el que teje
Otro mejor tejedor.

 

Seguía enfermo, como digo,
Cada vez más emperrao;
Yo estaba ya acobardao
Y lo espiaba dende lejos;
Era la boca del viejo
La boca de un condenao.

 

Allá pasamos los dos
Noches terribles de invierno:
El maldecía al Padre Eterno
Como a los Santos benditos,
Pidiendolé al diablo a gritos
Que lo llevara al infierno.

 

Debe ser grande la culpa
Que a tal punto mortifica;
Cuando vía una reliquia
Se ponía como azogado,
Como si a un endemoniado
Le echaran agua bendita.

 

Nunca me le puse a tiro,
Pues era de mala entraña;
Y viendo herejía tamaña,
Si alguna cosa le daba,
De lejos se la alcanzaba
En la punta de una caña.

 

“Será mejor”, decía yo,
“Que abandonado lo deje,
Que blasfeme y que se queje,
Y que siga de esta suerte,
Hasta que venga la muerte
Y cargue con este hereje.”

 

Cuando ya no pudo hablar
Le até en la mano un cencerro,
Y al ver cercano su entierro,
Arañando las paredes,
espiró allí entre los perros
Y este servidor de ustedes.

 

XVII

Le cobré un miedo terrible
Después que lo vi dijunto;
Llamé al alcalde, y al punto
Acompañado se vino
De tres o cuatro vecinos
A arreglar aquel asunto.

 

“Anima bendita”, dijo
Un viejo medio ladiao
“Que Dios lo haiga perdonao,
Es todo cuanto deseo,
Le conocí un pastoreo
De terneritos robaos.”

 

“Ansina es”, dijo el Alcalde;
“Con eso empezó a poblar;
Yo nunca podré olvidar
Las travesuras que hizo;
Hasta que al fin fué preciso
Que le privasen carniar”.

 

“De mozo fue muy jinete:
No lo bajaba un bagual;
Pa ensillar un animal
Sin necesitar de otro,
Se encerraba en el corral,
Y alli golpiaba el potro.”

 

“Se llevaba mal con todos:
Era su costumbre vieja
El mesturar las ovejas,
Pues al hacer el aparte
Sacaba la mejor parte,
Y después venía con quejas.”

“Dios lo ampare al pobrecito”,
Dijo en seguida un tercero.
“Siempre robaba carneros;
En eso tenía destreza:
Enterraba las cabezas
Y después vendía los cueros”

 

“!Y qué costumbre tenía
Cuando en el jogón estaba!
Con el mate se agarraba
estando los piones juntos.
—Yo tallo —decía— y apunto—
Y a ninguno convidaba.”

 

“Si ensartaba algún asao
—!Pobre! !como si lo viese!—,
Poco antes de que estuviese
primero lo maldecía,
Luego después lo escupía
Para que naides comiese.”

 

“Quien le quitó esa costumbre
De escupir el asador
Fue un mulato resertor
Que andaba de amigo suyo:
Un diablo muy peliador
Que le llamaban barullo.”

 

“Una noche que les hizo
Como estaba acostumbrao,
Se alzó el mulato enojao
Y le gritó: —¡viejo indino,
Yo te he de enseñar, cochino,
A echar saliva al asao!—”

 

“Lo saltó por sobre el juego
Con el cuchillo en la mano;
¡La pucha el pardo liviano!
En la mesma atropellada
Le largó una puñalada
que la quitó otro paisano.”:

 

“Y ya caliente barullo,
Quiso seguir la chacota;
Se le había erizao la mota
Lo que empezó la reyerta:
el viejo ganó la puerta
Y apeló a las de gaviota.”

 

“De esa costumbre maldita
dende entonces se curó;
A las casas no volvió:
Se metió en un cicutal
Y allí escondido pasó
Esa noche sin cenar.”

 

Esto hablaban los presentes,
Y yo, que estaba a su lao
Al oír lo que he relatao,
Aunque él era un perdulario,
Dije entre mí: “!Que rosario
Le están lanzando al finao!.”

 

Luego comenzó el Alcalde
A registrar cuanto había,
Sacando mil chucherías
Y guascas y trapos viejos,
Temeridá de trebejos
Que para nada servían.

 

Salieron lazos, cabrestos,
Coyundas y maniadores,
Una punta de arriadores,
Cinchones, maneas, torzales
Una porción de bozales
Y un montón de tiradores.

 

Había riendas de domar
frenos, estribos quebraos;
Bolas, espuelas, recaos,
Unas pavas, unas ollas,
Y un gran manojo de argollas
De cinchas que había cortao.

 

Salieron varios cencerros,
Alesnas, lonjas, cuchillos,
Unos cuantos cojinillos
Un alto de jergas viejas,
Muchas botas desparejas
Y una infinidá de anillos.

 

Había tarros de sardinas,
Unos cueros de venao,
Unos ponchos aujeriaos,
Y en tan tremendo entrevero
Apareció hasta un tintero
que se perdió en el Juzgao.

 

Decía el alcalde muy serio:
“es poco cunato se diga;
Había sido como hormiga.
He de darle parte al Juez.
!Y que me venga después
Con que no se los persiga!”

 

Yo estaba medio azorao
De ver lo que sucedía;
Entre ellos mesmos decían
Que unas prendas eran suyas,
Pero a mi me parecía
que estas eran aleluyas.

 

Y cuando ya no tuvieron
Rincón donde registrar,
Cansaos de tanto huroniar
Y de trabajar en balde,
“Vámosnos”, dijo el Alcalde,
“Luego lo haré sepultar.”

 

Y aunque mi padre no era
El dueño de ese hormiguero,
El, allí muy cariñero,
Me dijo con muy buen modo:
“Vos serás heredero
Y te harás cargo de todo.”

 

“Se ha de arreglar este asunto
Como es preciso que sea;
Voy a nombrar albacea
Uno de los circustantes;
Las cosas no son como antes
Tan enredadas y feas.”

 

“¡Bendito Dios!”, pensé yo,
“Ando como un pordiosero,
Y me nuembran heredero
De toditas estas guascas.
¡Quisiera saber primero
Lo que se han hecho mis vacas!”

 

XVIII

Se largaron, como he dicho,
A disponer el entierro;
Cuando me acuerdo me aterro:
Me puse a llorar a gritos
Al verme allí tan solito
Con el finao y los perros.

 

Me saqué el escapulario,
Se lo colgué al pecador,
Y como hay en el señor
Misericordia infinita,
Rogué por la alma bendita
Del que antes jué mi tutor.

 

No se calmaba mi duelo
De verme tan solitario;
Ahí le champurrié un rosario
Como si juera mi padre,
besando el escapulario
Que me había puesto mi madre.

 

“Madre mía”, gritaba yo,
“¿Dónde estarás padeciendo?
El llanto que estoy virtiendo
Lo redamarías por mí,
Si vieras a tu hijo aquí
Todo lo que esta sufriendo.”

 

Y mientras ansí clamaba
Sin poderme consolar,
Los perros, para aumentar
Más mi miedo y mi tormento,
En aquel mesmo momento
Se pusieron a llorar.

 

Libre Dios a los presentes
De que sufran otro tanto;
Con el muerto y esos llantos
Les juro que faltó poco
Para que me vuelva loco
En medio de tanto espanto.

 

Decían entonces las viejas,
Como que eran sabedoras,
Que los perros cuando lloran
Es porque ven al demonio;
Yo creía en el testimonio
Como cré siempre el que inora.

 

Ahí dejé que los ratones
Comieran el guasquerío
Y como anda a su albedrío
Todo el que güerfano queda,
Alzando lo que era mío
Abandoné aquella cueva.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Supe después que esa tarde
Vino un pión y lo enterró;
Ninguno lo acompañó
Ni lo velaron siquiera;
Y al otro día amaneció
Con una mano dejuera.

 

Y me ha contao además
El gaucho que hizo el entierro
—Al recordarlo me aterro,
Me da pavor este asunto—
Que la mano del dijunto
Se la había comido un perro.

 

Tal vez yo tuve la culpa
Porque de asustao me fui;
Supe, después que volví,
Y asigurárselos puedo,
Que los vecinos, de miedo,
No pasaban por allí.

 

Hizo del rancho guarida
La sabandija mas sucia
—El cuerpo se despeluza
Y hasta la razón se altera—;
Pasaba la noche entera
Chillando allí una lechuza.

 

Por mucho tiempo no pude
Saber lo que me pasaba;
Los trapitos con que andaba
Eran puras hojarascas;
Todas las noches soñaba
Con viejos, perros y guascas.

 

XIX

Anduve a mi voluntá,
Como moro sin señor;
Ese jué el tiempo mejor
Que yo he pasado tal vez;
De miedo de otro tutor,
Ni aporté por lo del Juez.

 

“Yo cuidaré”, me había dicho,
“De lo de tu propiedá:
Todo se conservará,
El vacuno y los rebaños,
Hasta que cumplas 30 años,
En que seás mayor de edá.”

 

Y aguardando que llegase
El tiempo que la ley fija,
Pobre como lagartija
Y sin respetar a naides,
Anduve cruzando el aire
Como bola sin manija.

 

Me hice hombre de esa manera
Bajo el más duro rigor;
Sufriendo tanto dolor
Muchas cosas aprendí;
Y, por fin, vítima fui
Del más desdichado amor.

 

De tantas alternativas
Esta es la parte peluda
Infeliz y sin ayuda,
Fué estremado mi delirio,
Y causaban mi martirio
Los desdenes de una viuda.

 

Llora el hombre ingratitudes
Sin tener un jundamento;
Acusa sin miramiento
A la que el mal le ocasiona,
Y tal vez en su persona
No hay ningún merecimiento.

 

Cuando yo más padecía
La crueldá de mi destino,
Rogando al poder divino
Que del dolor me separe,
Me hablaron de un adivino
Que curaba esos pesares.

 

Tuve recelos y miedos,
Pero al fin me disolví:
Hice coraje y me fui
Donde el adivino estaba,
Y por ver si me curaba,
Cuanto llevaba le di.

 

Me puse, al contar mis penas,
Más colorao que un tomate,
Y se me añudó el gaznate
Cuando dijo el ermitaño:
“Hermano, le han hecho daño
Y se lo han hecho en un mate.”

 

“Por verse libre de usté
Lo habrán querido embrujar.”
Después me empezó a pasar
Una pluma de avestruz,
Y me dijo: “De la Cruz
Recebí el don de curar”.

 

“Debés maldecir”, me dijo,
“A todos tus conocidos;
Ansina el que te ha ofendido
Pronto estará decubierto,
Y deben ser maldecidos
Tanto vivos como muertos.”

 

Y me recetó un hincao
En un trapo de la viuda,
Frente a una planta de ruda,
Hiciera mis oraciones,
Diciendo: “No tengás duda;
Eso cura las pasiones.”

 

A la viuda, en cuanto pude,
Un trapo le manotié;
Busqué la ruda y al pie,
Puesto en cruz, hice mi rezo;
Pero, amigos, ni por eso
De mis males me curé.

 

Me recetó otra ocasión
Que comiera abrojo chico;
El remedio no me esplico,
Mas, por desechar el mal,
Al ñudo en un abrojal
Fí a ensangrentarme el hocico.

 

Y con tanta medecina
Me parecía que sanaba;
Por momentos se aliviaba
Un poco mi padecer,
Mas si a la viuda encontraba,
Volvía la pasión a arder.

 

Otra vez que consulté
Su saber estrordinario,
Recibió bien su salario,
Y me recetó aquel pillo
Que me colgase tres grillos
Ensartaos como rosario.

 

Por fin la última ocasión
Que por mi mal lo fí a ver,
Me dijo: “No, mi saber
No ha perdido su virtú;
Yo te daré la salú:
No triunfará esa mujer”.

 

“Y tené fe en el remedio,
Pues la cencia no es chacota;
De esto no entendés ni jota.
Sin que ninguno sospeche,
Cortále a un negro tes motas
Y hacélas hervir en leche.”

 

Yo andaba ya desconfiando
De la curación maldita,
Y dije: “Este no me quita
La pasión que me domina;
Pues que viva la gallina,
Aunque sea con la pepita.”

 

Ansí me dejaba andar,
Hasta que, en una ocasión,
El cura me echó un sermón,
Para curarme sin duda,
Diciendo que aquella viuda
Era hija de confisión.

 

Y me dijo estas palabras
Que nunca las he olvidao:
“Has de saber que el finao
Ordenó en su testamento
Que naides de casamiento
Le hablara en lo sucesivo;
Y ella prestó el juramento
Mientras él estaba vivo.”

 

“Y es preciso que lo cumpla,
Porque ansí lo manda Dios;
Es necesario que vos
No la vuelvas a buscar,
Porque si llega a faltar
Se condenarán los dos.”

 

Con semejante alvertencia
Se completó mi redota;
Le vi los pies a la sota,
Y me le alejé a la viuda,
Mas curao que con la ruda,
Con los grillos y las motas.

 

Después me contó un amigo
Que al Juez le había dicho el cura
Que yo era un cabeza dura
Y que era un mozo perdido;
Que me echaran del partido,
Que no tenía compostura.

 

Tal vez por ese consejo
Y sin que más causa hubiera,
Ni que otro motivo diera,
Me agarraron redepente
Y en el primer contingente
Me echaron a la frontera.

 

De andar persiguiendo viudas
Me he curao el deseo;
En mil penurias me veo,
Mas pienso volver tal vez
A ver si sabe aquel Juez
Lo que se ha hecho de mi rodeo.

 

XX

Martín Fierro y sus dos hijos,
Entre tanta concurrencia,
Siguieron con alegría
Celebrando aquella fiesta.
Diez años, los más terribles,
Había durado la ausencia,
Y al hallarse nuevamente
Era su alegría completa.
En ese mesmo momento
Uno que vino de ajuera,
A tomar parte con ellos
Suplicó que lo almitieran.
Era un mozo forastero
De muy regular presencia,
Y hacía poco que en le pago
Andaba dando sus güeltas.
Asiguran algunos
Que venía de la frontera;
Que había pelao a un pulpero
En las últimas carreras;
Pero andaba despilcho,
No traía una prenda güena:
Un recadito cantor
Daba fe de sus pobrezas.
Le pidió la bendición
Al que causaba la fiesta
Y, sin decirles su nombre,
Les declaró con franqueza
Que el nombre de Picardía
Es el único que lleva.
Y para contar su historia
A todos pide licencia,
Diciéndoles que en seguida
Iban a saber quien era.
Tomo al punto la guitarra,
La gente se puso atenta,
Y ansí cantó Picardía
En cuanto templó las cuerdas:

ir al índice

XXI
PICARDÍA

—Voy a contarles mi historia
(Perdónenme tanta charla),
y les diré al principiarla,
Aunque es triste hacerlo ansí:
A mi madre la perdí
Antes de saber llorarla.

 

Me quedé en el desamparo,
Y al hombre que me dió el ser
No lo pude conocer;
Ansí, pues, dende chiquito,
Volé como el pajarito
En busca de qué comer.

 

O por causa del servicio,
Que tanta gente destierra,
O por causa de la guerra,
Que es causa bastante seria,
Los hijos de la miseria
Son muchos en esta tierra.

 

Ansí, por ella empujado,
No sé las cosas que haría,
Y aunque con vergüenza mía,
Debo hacer esta alvertencia:
Siendo mi madre Inocencia,
Me llamaban Picardía.

 

Me llevó a su lado un hombre
Para cuidar las ovejas,
Pero todo el día eran quejas
Y guascazos a lo loco,
Y no me daba tampoco
Siquiera unas jergas viejas.

 

Dende la alba hasta la noche,
En el campo me tenía;
Cordero que se moría
—Mil veces me sucedió—
Los caranchos lo comían,
Pero lo pagaba yo.

 

De trato tan rigoroso
Muy pronto me acobardé;
El bonete me apreté
Buscando los mejores fines,
Y con unos volantines
Me fui para Santa Fe.

 

El pruebista principal
A enseñarme me tomó,
Y ya iba aprendiendo yo
A bailar en la maroma,
Mas me hicieron una broma
Y aquello me indijustó.

 

Una vez que iba bailando,
Porque estaba el calzón roto,
Armaron tanto alboroto
Que me hicieron perder pie;
De la cuerda me largué
Y casi me descogotó.

 

Ansí me encontré de nuevo
Sin saber dónde meterme,
Y ya pensaba volverme
Cuando, por fortuna mía,
Me salieron unas tías
Que quisieron recogerme

 

Con aquella parentela,
Para mí desconocida,
Me acomodé ya en seguida,
Y eran muy buenas señoras;
Pero las más rezadoras
Que he visto en toda mi vida.

 

Con el toque de oración
Ya principiaba el rosario;
Noche a noche un calendario
Tenían ellas que decir,
Y a rezar solían venir
Muchas de aquel vecindario.

 

Lo que allí me aconteció
Siempre lo he de recordar,
Pues me empiezo a equivocar
Y a cada paso refalo,
Como si me entrara el Malo
Cuanto me hincaba a rezar

 

Era como tentación
Lo que yo experimenté,
Y jamás olvidaré
Cuanto tuve que sufrir,
Porque no podía decir
“Artículos de la Fe”.

 

Tenía al lao una mulata
Que era nativa de allí;
Se hincaba cerca de mí
Como el ángel de la guarda;
¡Pícara!, y era la parda
La que me tentaba ansí.

 

“Rezá”, me dijo mi tía,
“Artículos de la Fe”.
Quise hablar y me atoré;
La dificultá me aflige;
Miré a la parda, y ya dije:
“Artículos de Santa Fe”.

 

Me acomodó el coscorrón
Que estaba viendo venir,
Yo me quise corregir,
A la mulata miré
Y otra vez volví a decir:
“Artículos de Santa Fe”.

 

Sin dificultá ninguna
Rezaba todito el día,
Y a la noche no podía
Ni con un trabajo inmenso;
Es por eso que yo pienso
Que alguno me tentaría.

 

Una noche de tormenta
Vi a la parda y me entró chucho;
Los ojos —me asusté mucho—
Eran como refocilo:
Al nombrar a San Camilo,
Le dije San Camilucho.

 

Esta me da con el pie,
Aquella otra con el codo:
¡Ah, viejas, por ese modo,
Aunque de corazón tierno,
Yo las mandaba al infierno
Con oraciones y todo!

 

Otra vez, que como siempre
La parda me perseguía,
Cuando yo acordé, mis tías
Me habían sacao un mechón
Al pedir la extirpación
De todas las herejías.

 

Aquella parda maldita
Me tenía medio afligido,
Y ansí; me había sucedido
Que, al decir “extirpación”,
Le acomodé “entripación”
Y me cayeron sin ruido

 

El recuerdo y el dolor
Me duraron muchos días;
Soñé con las herejías
Que andaban por extirpar
Y pedía siempre al rezar
La extirpación de mis tías.

 

Y dale siempre rosarios,
Noche a noche sin cesar;
Dale siempre barajar
Salves, trisagios y credos;
Me aburrí de esos enriedos
Y al fin me mandé mudar.

XXII

 

Anduve como pelota,
Y más pobre que una rata:
Cuando empecé a ganar plata
Se armó no sé que barullo:
Yo dije: A tu tierra, grullo,
Aunque sea con una pata

 

Eran duros y bastantes
Los años que allá pasaron;
Con lo que ellos me enseñaron
Formaba mi capital;
Cuanto vine, me enrolaron
En la Guardia Nacional.

 

Me había ejercitao al naipe,
El juego era mi carrera;
Hice alianza verdadera
Y arreglé una trapisonda
Con el dueño de una fonda
Que entraba en la peladera.

 

Me ocupaba con esmero
En floriar una baraja;
El la guardaba en la caja
En paquetes, como nueva;
Y la media arroba lleva
Quien conoce la ventaja.

 

Comete un error inmenso
Quien de la suerte presuma;
Otro más hábil lo fuma,
En un dos por tres lo pela,
Y lo larga que no vuela,
Porque le falta una pluma.

 

Con un socio que lo entiende
Se arman partidas muy güenas;
Queda allí la plata ajena,
Quedan prendas y botones:
Siempre cain a esas riuniones
Zonzos con las manos llenas.

 

Hay muchas trampas legales,
Recursos del jugador;
No cualquiera es sabedor
A lo que un naipe se presta:
Con una cincha bien puesta
Se la pega uno al mejor.

 

Deja a veces ver la boca,
Haciendo el que se descuida;
Juega el otro hasta la vida
Y es siguro que se ensarta,
Porque uno muestra una carta
Y tiene otra prevenida.

 

Al monte, las precauciones
No han de olvidarse jamás;
Debe afirmarse además
Los dedos para el trabajo,
Y buscar asiento bajo
Que le dé la luz de atrás.

 

Pa tallar, tome la luz;
Dé la sombra al alversario;
Acomódese al contrario
En todo juego cartiao:
Tener ojo ejercitao
Es siempre muy necesario.

 

El contrario abre los suyos,
Pero nada ve el que es ciego:
Dándole soga, muy luego
Se deja pescar el tonto;
Todo chapetón cree pronto
Que sabe mucho en el juego.

 

Hay hombres muy inocentes
Y que a las carpetas van;
Cuando azariados están
—Les pasa infinitas veces—
Pierden en puertas y en treses,
Y dándoles mamarán.

 

El que no sabe no gana
Aunque ruegue a Santa Rita;
En la carpeta a un mulita
Se le conoce al sentarse,
Y conmigo era matarse:
No podían ni a la manchita.

 

En el nueve y otros juegos
Llevo ventaja y no poca,
Y siempre que dar me toca
El mal no tiene remedio,
Porque sé sacar del medio
Y sentar la de la boca.

 

En el truco, al más pintao
Solía ponerlo en apuro;
Cuando aventajar procuro,
Sé tener, como fajadas,
Tiro a tiro el as de espadas,
O flor, o envite siguro.

 

Yo sé defender mi plata
Y lo hago como el primero:
El que ha de jugar dinero
Preciso es que no se atonte;
Si se armaba una de monte,
Tomaba parte el fondero.

 

Un pastel, como un paquete,
Sé llevarlo con limpieza;
Dende que a salir empiezan
No hay carta que no recuerde;
Sé cuál se gana o se pierde
En cuanto cain en la mesa.

 

También por estas jugadas
Suele uno verse en aprietos;
Mas yo no me comprometo
Porque sé hacerlo con arte,
Y aunque les corra el descarte
No se descubre el secreto.

 

Si me llamaban al dao,
Nunca me solía faltar
Un cargado que largar,
Un cruzao para el más vivo,
Y hasta atracarles un chivo
Sin dejarlos maliciar.

 

Cargaba bien una taba,
Porque la sé manejar;
No era manco en el billar,
Y por fin de lo que esplico,
Digo que hasta con pichicos
Era capaz de jugar.

 

Es un vicio de mal fin
El de jugar, no lo niego;
Todo el que vive del juego
Anda a la pesca de un bobo,
Y es sabido que es un robo
Ponerse a jugarle a un ciego.

 

Y esto digo claramente
Porque he dejao de jugar;
Y le puedo asigurar,
Como que fui del oficio:
Más cuesta aprender un vicio
Que aprender a trabajar.

 

XXIII

Un nápoles mercachifle
Que andaba con un arpista,
Cayó también en la lista
Sin dificultá ninguna:
Lo agarré a la treinta y una
Y le daba bola vista.

 

Se vino haciendo el chiquito,
Por sacarme esa ventaja;
En el pantano se encaja,
Aunque robo se le hacía;
Lo cegó Santa Lucía
Y desocupó las cajas.

 

¡Lo hubieran visto afligido
Llorar por las chucherías!
“Me gañao con picardía”,
Decía el gringo y lagrimiaba,
Mientras yo en un poncho alzaba
Todita su merchería.

 

Quedó allí aliviao del peso
Sollozando sin consuelo;
Había caído en el anzuelo,
Tal vez porque era domingo,
Y esa calidá de gringo
No tiene santo en el cielo.

 

Pero poco aproveché
De fatura tan lucida;
El diablo no se descuida,
Y a mí me seguía la pista
Un ñato muy enredista
Que era Oficial de partida.

 

Se me presentó a esigir
La multa en que había incurrido,
Que el juego estaba prohibido,
Que iba a llevarme al cuartel
Tuve que partir con él
Todo lo que había alquirido.

 

Empecé a tomarlo entre ojos
Por esa albitrariedá;
Yo había ganao, es verdá,
Con recursos, eso sí;
Pero el me ganaba a mí
Fundao en su autoridá.

 

Decían que por un delito
Mucho tiempo anduvo mal;
Un amigo servicial
Lo compuso con el Juez,
Y poco tiempo después
Lo pusieron de Oficial.

 

En recorrer el partido
Continuamente se empleaba;
Ningún malevo agarraba,
Pero traía en un carguero
Gallinas, pavos, corderos
Que por ahí recoletaba.

 

No se debía permitir
El abuso a tal estremo.
Mes a mes hacía lo mesmo,
Y ansí decía el vecindario:
“Este ñato perdulario
Ha resucitao el diezmo.”

 

La echaba de guitarrero
Y hasta de concertador:
Sentao en el mostrador
Lo hallé una noche cantando
Y le dije: “Co...mo...quiando
Con ganas de oír un cantor.”

 

Me echó el ñato una mirada
Que me quiso devorar,
Mas no dejó de cantar
Y se hizo el desentendido;
Pero ya había conocido
Que no lo podía pasar.

 

Una tarde que me hallaba
De visita... vino el ñato,
Y para darle un mal rato
Dije juerte: “Ña...to...ribia,
No cebe con la agua tibia”,
Y me la entendió el mulato.

 

Era todo en el Juzgao,
Y como que se achocó,
Ahí no más me contestó:
“Cuanto el caso se presiente
Te he de hacer tomar caliente,
Y has de saber quién soy yo.”

 

Por causa de una mujer
Se enredó más la cuestión;
Le tenía el ñato afición;
Ella era mujer de ley,
Moza con cuerpo de güey,
Muy blanda de corazón.

 

La hallé una vez de amasijo;
Estaba hecha un embeleso,
Y le dije: “Me intereso
En aliviar sus quehaceres,
Y ansí, señora, si quiere
Yo le arrimaré los güesos.”

 

Estaba el ñato presente
Sentado como de adorno;
Por evitar un trastorno
Ella, al ver que se dijusta,
Me contestó: “Si usté gusta,
Arrímelos junto al horno.”

 

Ahí se enredó la madeja
Y su enemistá conmigo;
Se declaró mi enemigo,
Y, por aquel cumplimiento,
Ya sólo buscó el momento
De hacerme dar un castigo.

 

Yo vía que aquel maldito
Me miraba con rencor,
Buscando el caso mejor
De poderme echar el pial;
Y no vive más el lial
Que lo que quiere el traidor.

 

No hay matrero que no caiga,
Ni arisco que no se amanse;
Ansí, yo, dende aquel lance,
No salía de algún rincón,
Tirao como el San Ramón
Después que se pasa el trance.

 

XXIV

Me le escapé con trabajo
En diversas ocasiones;
Era de los adulones;
Me puso mal con el Juez;
Hasta que al fin una vez
Me agarró en las eleciones.

 

Ricuerdo que esa ocasión
Andaban listas diversas;
Las opiniones dispersas
No se podían arreglar:
Decían que el Juez, por triunfar,
Hacía cosas muy perversas.

 

Cuando si riunió la gente
Vino a proclamarla el ñato,
Diciendo con aparato
“Que todo andaría mal,
Si pretendía cada cual
Votar por un candilato.”

 

Y quiso al punto quitarme
La lista que yo llevé,
Mas yo se la mesquiné,
Y ya me gritó: “¡Anarquista!
Has de votar por la lista
Que ha mandao el Comiqué.”

 

Me dió verguenza de verme
Tratado de esa manera;
Y como si uno se altera
Ya no es fácil que se ablande,
Le dije: “Mande el que mande,
Yo he de votar por quien quiera.”

 

“En las carpetas de juego
Y en la mesa eletoral,
A todo hombre soy igual,
Respeto al que me respeta,
Pero el naipe y la boleta
Naides me lo ha de tocar.”

 

Ahí no más ya me cayó
A sable la polecía;
Aunque era una picardía
Me decidí a soportar,
Y no los quise peliar
Por no perderme ese día.

 

Atravesao me agarró
Y se aprovechó aquel ñato;
Dende que sufrí ese trato
No dentro donde no quepo;
Fi a jinetiar en el cepo
Por cuestión de candilatos

 

Injusticia tan notoria
No la soporté de flojo;
Una venda de mis ojos
Vino el suceso a voltiar:
Vi que teníamos que andar
Como perro con tramojo.

 

Dende equellas eleciones
Se siguió el batiburrillo;
Aquél se volvió un ovillo
Del que no había ni noticia,
¡Es señora la justicia..
Y anda en ancas del más pillo!

 

XXV

 

Después de muy pocos días,
Tal vez por no dar espera
Y que alguno no se juera,
Hicieron citar la gente,
Pa riunir un contingente
Y mandar a la frontera.

 

Se puso arisco el gauchaje:
La gente está acobardada;
Salió la partida armada
Y trujo como perdices
Unos cuantos infelices
Que entraron en la voltiada.

 

Decía el ñato con soberbia:
“Esta es una gente indina;
Yo los rodié a la sordina:
No pudieron escapar;
Y llevaba orden de arriar
Todito lo que camina.”

 

Cuando vino el Comendante
Dijeron: “¡Dios nos asista!”
Llegó les clavó la vista
(Yo estaba haciendome el zonzo);
Le echó a cada uno un responso
Y ya lo plantó en la lista.

 

“¡Cuadráte!”, le dijo a un negro.
“Te estás haciendo el chiquito,
Cuando sos el más maldito
Que se encuentra en todo el pago.
Un servicio es el que te hago,
Y por eso te remito.”

A OTRO

“Vos no cuidás tu familia
Ni le das los menesteres;
Visitás otras mujeres,
Y es preciso, calavera,
Que aprendás en la frontera
A cumplir con tus deberes.”

A OTRO

“Vos también sos trabajoso;
Cuando es preciso votar
Hay que mandarte llamar
Y siempre andás medio alzao;
Sos un desubordinao,
Y yo te voy a filiar.”

A OTRO

“¿Cuanto tiempo hace que vos
Andás en este partido?
¿Cuantas veces has venido
A la citación del Juez?
No te he visto ni una vez:
Has de ser algún perdido.”

A OTRO

“Este es otro barullero
Que pasa en la pulpería
Predicando noche y día
Y anarquizando a la gente:
Irás en el contingente
Por tamaña picardía.”

A OTRO

“Dende la anterior remesa
Vos andás medio perdido;
La autoridá no ha podido
Jamás hacerte votar:
Cuando te mandan llamar
Te pasás a otro partido.”

A OTRO

“Vos siempre andas de florcita:
No tenés renta ni oficio;
No has hecho ningún servicio;
No has votado ni una vez.
¡Marchá!... para que dejés
De andar haciendo perjuicio.”

A OTRO

“Dame vos tu papeleta:
Yo te la voy a tener.
Esta queda en mi poder;
Despúes la recogerás,
Y ansí, si te resertás,
Todos te puedan prender.”

A OTRO

“Vos, porque sos ecetuao,
Ya te querés sulevar;
No vinistes a votar
Cuando hubieron eleciones;
No te valdrán ececiones:
¡Yo te voy a enderezar!”

 

Y a éste por este motivo
Y a otro por otra razón,
Toditos, en conclusión,
Sin que escapara ninguno,
Jueron pasando uno a uno
A juntarse en un rincón.

 

Y allí las pobres hermanas,
Las madres y las esposas
Redamaban cariñosas
Sus lágrimas de dolor;
Pero gemidos de amor
No remedian estas cosas.

 

Nada importa que una madre
Se desespere o se queje,
Que un hombre a su mujer deje
En el mayor desamparo;
Hay que callarse, o es claro
Que lo quiebran por el eje.

 

Dentran después a empeñarse
Con este o aquel vecino;
Y, como en el masculino,
El que menos corre, vuela,
Deben andar con cautela
Las pobres, me lo imagino.

 

Muchas al Juez acudieron,
Por salvar de la jugada;
El les hizo una cuerpiada,
Y, por mostrar su inocencia,
Les dijo: “Tengan pacencia
Pues yo no puedo hacer nada.”

 

Ante aquella autoridá
Permanecían suplicantes,
Y, después de hablar bastante,
“Yo me lavo”; dijo el Juez,
“Como Pilatos los pies:
Esto lo hace el Comendante.”

 

De ver tanto desamparo
El corazón se partía;
Había madre que salía
Con dos; tres hijos o más,
Por delante y por detrás,
Y las maletas vacías.

 

“¿Dónde irán?”, pensaba yo,
“¿A perecer de miseria?
Las pobres, si de esta feria
Hablan mal, tienen razón;
Pues hay bastante materia
Para tan justa aflición.”

 

XXVI

 Cuando me llegó mi turno
Dije entre mí: “Ya me toca”,
Y aunque mi falta era poca
No sé por que me asustaba;
Les asiguro que estaba
Con el Jesús en la boca.

 

Me dijo que yo era un vago,
Un jugador, un perdido;
Que dende que fí al partido
Andaba de picaflor;
Que había de ser un bandido
Como mi antesucesor.

 

Puede que uno tenga un vicio
Y que de él no se reforme,
Mas naides esta conforme
Con recebir ese trato:
Yo conocí que era el ñato
Quien le había dao los informes.

 

Me dentro curiosidá,
Al ver que de esa manera
Tan siguro me dijera
Que jué mi padre un bandido;
Luego, lo habrá conocido,
Y yo inoraba quien era.

 

Me empeñé en aviriguarlo;
Promesas hice a Jesús;
Tuve por fin una luz
Y supe con alegría
Que era el autor de mis días
El guapo Sargento Cruz.

 

Yo conocía bien su historia
Y la tenía muy presente:
Sabía que Cruz, bravamente,
Yendo con una partida,
Había jugado la vida
Por defender a un valiente.

 

Y hoy ruego a mi Dios piadoso
Que lo mantenga en su gloria;
Se ha de conservar su historia
En el corazón del hijo;
El al morir me bendijo
Yo bendigo su memoria.

 

Yo juré tener enmienda
Y lo conseguí de veras;
Puedo decir ande quiera
Que, si faltas he tenido,
De todas me he corregido
Dende que supe quién era.

 

El que sabe ser güen hijo
A los suyos se parece;
Y aquel que a su lado crece
Y a su padre no hace honor,
Como castigo merece
De la desdicha el rigor.

 

Con un empeño costante
Mis faltas supe enmendar;
Todo conseguí olvidar,
Pero, por desgracia mía,
El nombre de Picardía
No me lo pude quitar.

 

Aquel que tiene güen nombre
Muchos dijustos se ahorra,
Y entre tanta mazamorra
No olviden esta alvertencia:
Aprendí por esperencia
Que el mal nombre no se borra.

 

XXVII

He servido en la frontera
En un cuerpo de milicias;
No por razón de justicia
Como sirve cualesquiera.

 

La bolilla me tocó
De ir a pasar malos ratos
Por la facultá del ñato,
Que tanto me persiguió.

 

Y sufrí en aquel infierno
Esa dura penitencia,
Por una malaquerencia
De un oficial subalterno.

 

No repetiré las quejas
De lo que se sufre allá:
Son cosas muy dichas ya
Y hasta olvidadas, de viejas.

 

Siempre el mesmo trabajar,
Siempre el mesmo sacrificio,
Es siempre el mesmo servicio,
Y el mesmo nunca pagar.

 

Siempre cubiertos de harapos,
Siempre desnudos y pobres,
Nunca le pagan un cobre
Ni le dan jamás un trapo.

 

Sin sueldo y sin uniforme
Lo pasa uno aunque sucumba:
Confórmese con la tumba;
Y si no... no se conforme.

 

Pues si usté se ensoberbece
O no anda muy voluntario,
Le aplican un novenario
De estacas... que lo enloquecen.

 

Andan como pordioseros
Sin que un peso los alumbre,
Porque han tomao la costumbre
De deberle años enteros.

 

Siempre hablan de lo que cuesta;
Que allá se gasta un platal:
!Pues yo no he visto ni un rial
En lo que duró la fiesta!

 

Es servicio estrordinario
Bajo el jusil y la vara,
Sin que sepamos qué cara
Le ha dao Dios al Comisario.

 

Pues si va a hacer la revista
Se vuelve como una bala:
Es lo mesmo que luz mala
Para perderse de vista;

 

Y de yapa cuando va,
Todo parece estudiao:
Van con meses atrasaos
De gente que ya no está;

 

Pues si adrede que lo hagan,
Podrán hacerlo mejor:
Cuando cai, cai con la paga
Del contingente anterior;

 

Porque son como sentencia
Para buscar al ausente,
Y el pobre que está presente
Que perezca en la endigencia;

 

Hasta que, tanto aguantar
El rigor con que lo tratan
O se resierta, o lo matan,
O lo largan sin pagar.

 

De ese modo es el pastel,
Porque el gaucho -ya es un hecho-
No tiene ningún derecho,
Ni naides vuelve por él.

 

¡La gente vive marchita!
Si viera cuando echan tropa:
Les vuela a todos la ropa
Que parecen banderitas.

 

De todos modos lo cargan,
Y al cabo de tanto andar,
Cuando lo largan, lo largan
Como pa echarse a la mar.

 

Si alguna prenda le han dao
Se la vuelven a quitar:
Poncho, caballo, recao,
Todo tiene que dejar.

 

Y esos pobres infelices,
Al volver a su destino,
Salen como unos Longinos
Sin tener con que cubrirse.

 

A mí me daba congojas
El mirarlos de ese modo,
Pues el más aviao de todos
Es un perejil sin hojas.

 

Aura poco ha sucedido,
Con un invierno tan crudo,
Largarlos a pie y desnudos
Pa volver a su partido.

 

Y tan duro es lo que pasa
Que, en aquella situación,
Les niegan un mancarrón
Para volver a su casa.

 

¡Lo tratan como a un infiel!
Completan su sacrificio
No dándole ni un papel
Que acredite su servicio.

 

Y tiene que regresar
Más pobre de lo que jué;
Por supuesto, a la mercé
Del que lo quiere agarrar.

 

Y no averigüe después
De los bienes que dejó:
De hambre, su mujer vendió
por dos lo que vale diez.

 

Y como están convenidos
A jugarle manganeta,
A reclamar no se meta,
Porque ése es tiempo perdido.

 

Y luego, si a alguna estancia
A pedir carne se arrima,
Al punto le cain encima
Con la ley de la vagancia.

 

Y ya es tiempo, pienso yo,
De no dar más contingente:
Si el Gobierno quiere gente,
Que la pague y se acabó.

 

Y saco así en conclusión,
En medio de mi inorancia,
Que aquí el nacer en estancia
Es como una maldición.

 

Y digo, aunque no me cuadre
Decir lo que naides dijo:
La Provincia es una madre
Que no defiende a sus hijos.

 

Mueren en alguna loma
En defensa de la ley,
O andan lo mesmo que el güey,
Arando pa que otros coman.

 

Y he de decir ansí mismo
Porque de adentro me brota
Que no tiene patriotismo
Quien no cuida al compatriota.

 

XXVIII

 

Se me va por donde quiera
Esta lengua del demonio.
Voy a darles testimonio
De lo que vi en la frontera.

 

Yo sé que el único modo,
A fin de pasarlo bien,
Ee decir a todo: Amén,
Y jugarle risa a todo.

 

El que no tiene colchón
En cualquier parte se tiende:
El gato busca el jogón
Y ese es mozo que lo entiende.

 

De aquí comprenderse debe,
Aunque yo hable de este modo,
Que uno busca su acomodo
Siempre lo mejor que puede.

 

Lo pasaba como todos
Este pobre penitente;
Pero salí de asistente,
Y mejoré en cierto modo;

 

Pues aunque esas privaciones
Causen desesperación,
Siempre es mejor el jogón
De aquel que carga galones.

 

De entonces en adelante
Algo logré mejorar,
Pues supe hacerme lugar
Al lado del ayudante.

 

El se daba muchos aires:
Pasaba siempre leyendo;
Decían que estaba aprendiendo
Pa recebirse de flaire.

 

Aunque lo pifiaban tanto,
Jamás lo vi dijustao;
Tenía los ojos paraos
Como los ojos de un santo.

Muy delicao, dormía en cuja;
Y no sé por qué sería,
La gente lo aborrecía
Y le llamaban La Bruja.

 

Jamás hizo otro servicio
Ni tuvo mas comisiones
Que recebir las raciones
De víveres y de vicios.

 

Yo me pasé a su jogón
Al punto que me sacó,
Y ya con el me llevó
A cumplir su comisión.

 

Estos diablos de milicos
De todo sacan partido:
Cuando nos vían riunidos
Se limpiaban los hocicos.

 

Y decían en los jogones
Como por chocarrería:
“Con la Bruja y Picardía
Van a andar bien las raciones.”

 

A mí no me jué tan mal,
Pues mi oficial se arreglaba;
Les diré lo que pasaba
Sobre este particuIar.

 

Decían que estaba de acuerdo
La Bruja y el provedor,
Y que recebía lo pior;
Puede ser, pues no era lerdo.

 

Que a más en la cantidá
Pegaba otro dentellón,
Y que por cada ración
Le entregaban la mitá;

 

Y que esto lo hacía del modo
Como lo hace un hombre vivo:
Firmando luego el recibo,
Ya se sabe, por el todo.

 

Pero esas murmuraciones
No faltan en campamento.
Déjenme seguir mi cuento,
O historia de las raciones.

 

La Bruja las recebía,
Como se ha dicho, a su modo;
Las cargabamos, y todo
Se entriega en la Mayoría.

 

Sacan allí en abundancia
Lo que les toca sacar,
Y es justo que han de dejar
Otro tanto de ganancia.

 

Van luego a la compañía;
Las recibe el Comendante,
El que, de un modo abundante,
Sacaba cuanto quería.

 

Ansí la cosa liviana
Va mermada, por supuesto;
Luego se le entrega el resto
Al oficial de semana.
Araña, ¿quien te arañó?
Otra araña como yo.

 

Este le pasa al sargento
Aquello tan reducido,
Y, como hombre prevenido,
Saca siempre con aumento.

 

Esta relación no acabo
Si otra menudencia ensarto,
El sargento llama al cabo
Para encargarle el reparto.

 

El también saca primero
Y no se sabe turbar:
Naides le va a aviriguar
Si ha sacado más o menos.

 

Y sufren tanto bocao
Y hacen tantas estaciones,
Que ya casi no hay raciones
Cuando llegan al soldao.

 

¡Todo es como pan bendito!
Y sucede de ordinario
Tener que juatarse varios
Para hacer un pucherito.

 

Dicen que las cosas van
Con arreglo a la ordenanza.
¡Puede ser! pero no alcanzan;
¡Tan poquito es lo que dan!

 

Algunas veces, yo pienso,
Y es muy justo que lo diga,
Solo llegaban las migas
Que habían quedao en los lienzos.

 

Y esplican aquel infierno
En que uno está medio loco
Diciendo gue dan tan poco
Porque no paga el Gobierno.

 

Pero eso yo no lo entiendo,
Ni a aviriguarlo me meto;
Soy inorante completo
Nada olvido y nada apriendo.

 

Tiene uno que soportar
El tratamiento mas vil:
A palos en lo civil
A sable en lo militar.

 

El vistuario es otro infierno;
Si lo dan, llega a sus manos
En invierno el de verano,
Y en el verano el de invierno.

 

Y yo el motivo no encuentro
Ni la razón que esto tiene,
Mas dicen que eso ya viene
Arreglao dende adentro.

 

Y es necesario aguantar
El rigor de su destino;
El gaucho no es argentino
Sino pa hacerlo matar.

 

Ansi ha de ser, no lo dudo;
Y por eso decía un tonto:
“Si los han de matar pronto,
Mejor es que estén desnudos,”

 

Pues esa miseria vieja
No se remedia jamás;
Todo el que viene detrás
Como la encuentra la deja.

 

Y se hallan hombres tan malos
Que dicen de güena gana:
“El gaucho es como la lana:
Se limpia y compone a palos.”

 

Y es forzoso el soportar
Aunque la copa se enllene;
Parece que el gaucho tiene
Algún pecao que pagar.

pulsa aquí para leer textos picarescos

ir al índice

 

IR AL ÍNDICE GENERAL