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El desocupado

Musa

La modelo

El desocupado

Por Juan Zapato

 P

 

rensado. Esa era la sensación que tenía dentro del colectivo, saturado de gente y olores. Viajaba hacia el centro. El traje, que había soportado una nueva visita a la tintorería y que lucía bastante bien, terminó siendo un trapo arrugado. Detestaba mi aspecto.

Bajé del vehículo con el diario bajo el brazo. Enseguida encontré la fila con muchas personas.

      No había duda, era ahí. Ni siquiera pregunté. Imaginé que nadie tendría voluntad de contestarme. Era un grupo de seres que parecían hilvanados. Algunos tenían consigo el periódico doblado. Otros en cambio estaban aferrados a un reducido papel, donde había algunas direcciones y datos escritos a mano.

      Todos buscaban trabajo. La gente que esperaba no tenía mejor aspecto que el mío. Esta situación, lejos de consolarme, me hacía sentir más miserable y vulgarmente mimetizado con la misma necesidad.

      Con lentitud me puse al final de la cola. Habían pasado pocos minutos y ya estaba fastidiado. Miré el bar de la vereda de enfrente y crucé la calle, sin pensar por un momento que podía perder el lugar y que si esto ocurría, finalmente, no representaba una preocupación, por lo menos por hoy. Pedí un café y con tranquilidad comencé a leer las noticias del día. Muy temprano, yo había privilegiado la lectura de los clasificados. Lo hice con lentitud. Estuve un par de horas.

      Hacia el cuarto café, la cantidad de personas que estaban esperando, quedó reducida a dos. Pagué el servicio y me dirigí al lugar. Había entrado el último y rápidamente sería llamado.

      El individuo que salió tenía buena cara. Se lo veía fatigado pero distendido. Seguramente pensaba que había encontrado su oportunidad.

      Ingresé a la oficina de entrevistas. Detrás del escritorio un hombre con anteojos me invitó a sentarme, cosa que hice, mientras él tomaba una lapicera y un formulario para completar datos. Me miró por unos instantes y me dijo:

      –¿Empezamos?

      Le respondí que no. Me puse de pie lentamente y sin quitarle la vista.

      A continuación estiré la mano para tomar el formulario (que estaba destinado a registrar la información que sirviese para mi calificación) para romperlo en varios pedazos mientras le decía: No gaste su tiempo, creo que no tengo chance. Vi demasiada gente afuera y seguramente habrá muchos que tienen mejor oportunidad. Terminado esto arrojé el diario en un cesto, que estaba casi lleno, de los mismos formularios abollados que este señor pretendía llenar con mis datos. Le dije que prefería evitar el mismo destino.

      Ni siquiera le tendí la mano y me dirigí hacia la puerta. Casi saliendo escucho que me dice:

      –Espere… No se retire que tengo que hablarle. Pertenezco a la Secretaría de Bienestar y Trabajo. Las autoridades están preocupadas por los índices de desocupación. Nuestra popularidad está perdiendo posiciones y eso no es bueno frente a la proximidad de los comicios que se realizarán en un par de meses. Estamos buscando…

      Lo interrumpí para decirle: "personas con iniciativa de todos los niveles, capaces de emprender el desafío…".

      Sin dejarme continuar y como si no hubiese escuchado mis palabras continuó:

      –Estamos buscando un escéptico, un indiferente. Usted parece una de esas personas. Para que entienda le diré que las mediciones del mercado indican un crecimiento importante de la desocupación. Largas colas de gente buscando empleo. Pocos avisos de demanda en los periódicos. La prensa ha empezado a castigarnos con este tema y sabemos que el precio político, si no tomamos rápida intervención, será muy alto.

      Avisos como el que leyó ocuparán varias columnas en poco tiempo. Habilitaremos oficinas para atomizar la gente y distribuirla para que las colas sean más chicas. Las personas que entrevisten a los postulantes le dirán:        " solamente hemos podido cubrir el veinticinco por ciento de nuestra necesidad de personal. El ingreso a una de las filiales de nuestra empresa se concretará seguramente en poco tiempo. Por esta razón, es importante que durante los próximos catorce días permanezca en su casa. Una de nuestras asesoras de programa ejecutivo tomará contacto con usted para buscar su perfil de trabajo, pretendiendo ubicarlo en el lugar que resulte más útil y en el que se encuentre cómodo para aprovechar todas sus posibilidades".

      Como verá, es una forma práctica de inmovilizar por un tiempo a muchas personas, que por dos semanas no buscarán trabajo. Nuestra oficina de prensa se ocupará de mostrar esto. Más adelante inventaremos otra cosa, como ser miniemprendimientos de producción, donde la gente deberá esperar que una camioneta entregue el material de trabajo en su vivienda, para que lo procesen domésticamente. En fin, tenemos varias ideas que estamos analizando.

      –Me parece abominable y perverso, le dije. Sin importarle mi opinión continuó:

      –Nosotros pretendemos vender una ilusión. La gente la compra y gratis. La ilusión no tiene precio. Es mejor que la expectativa de un salario flaco. Habilita fantasías, genera proyectos de futuro. Tenemos todo estudiado. Los desocupados se siente mejor con esta falsa oportunidad y logramos que renuncien temporariamente a la realidad de su fracaso.

      –No creo que yo pueda servir para esto, le dije. Conservo a pesar de mi necesidad, ciertos principios. No podría participar de ese absurdo proyecto. Me sentiría un estafador de esperanzas, un delincuente. Todo esto me parece una locura.

      Seguía sin escucharme. Tomó sus pertenencias y saliendo hacia la calle me expresó:

      –La gente viene muy temprano. Es probable que cuando llegue haya varias personas. Eso no lo tiene que incomodar. Lo verán como el instrumento que puede resolver sus problemas, una suerte de mesías. Se sentirá muy importante frente a ellos. No permita en las entrevistas que las respuestas se extiendan más allá de lo necesario. No sea demasiado cortés, algunos desconfían. Mantenga un perfil sobrio, eso los tranquiliza. No exagere el proyecto empresario ni la oportunidad laboral.

      Sacó de una carpeta un sobre y me lo entregó. Me dijo que adentro había una tarjeta magnetizada para usar en los cajeros automáticos y las llaves de esa oficina. Mi código personal de acceso estaba escrito en la solapa de cierre. Tenía habilitado un retiro inicial para mejorar mi aspecto y el salario estaría acreditado el último día hábil del mes. Me aseguró que la suma era importante. En la pantalla de la máquina iba a encontrar algunos mensajes o nuevas instrucciones y me dijo también que no le interesaban mis datos personales. Se despidió asegurándome que, salvo casualidad, no lo volvería a ver. Me quedé parado mientras él se iba, probablemente, a ningún lugar.

      Con mirada extraviada observé la calle. La gente se desplazaba para atender sus ocupaciones. Miré el sobre y lo metí en el bolsillo interior del saco. Desconcertado caminé sin rumbo hasta encontrar un cajero.

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Musa  

M

e siento atado.
Debe ser la obsesión por encontrar la perfección del relato, los personajes, el escenario, las situaciones y los adjetivos que decoren el cuento.
No creo en musas descartables, ni en el talento improvisado, ni en los sueños transitorios que fugan precipitadamente y me dejan sin ideas y sin poder expresarme del modo que deseo.
      Pero seguramente un día encontraré el concurso de la fantasía, que venga a visitarme y se quede por un tiempo. El suficiente que necesite para escribir lo que quiero, sin que me preocupen las formas o el modelo o el estilo. Ese rato en el que fluyan a través de la tinta de mi lapicera las ideas que pretendo, ingeniosas, desbordadas, imprevisibles, y que sorprendan.
      Pero ...¿dónde estará lo que necesito si no lo encuentro dentro de mi cabeza? ¿Estará en una burbuja que al tocarla estalle?   ¿Estará en un núcleo inaccesible que no tiene ubicación geográfica en mi cuerpo ?
      ¿Serán las noches y los días, o los cielos, o las dudas, o todo eso mezcla-do que concurre y no me encuentra? ¿O será otra cosa o nada de eso ?

      Quisiera romper las sogas que me mantienen atado. Aniquilar los candados del silencio que me tienen cautivo. Quitar la mordaza que me priva de poder escuchar y escribir mis palabras o mis gritos.
      Si pudiese cortar las amarras del barco que mantiene anclado mi ingenio, y estallase en tormenta de frases y palabras para armar el relato que no encuentro, entonces podría escribir lo que quiero.
      Y si no seguiré esperando a que suceda el imprevisto. Pero si no ocurre, esperaré de todos modos. Ya vendrán a visitarme las
musas verdaderas, sin que las espante el vacío, que hoy tengo adentro...

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La modelo

E

 

ntró al camarín y todavía es escuchaban los aplausos. En la pasarela su compañera mostraba parte de la colección prêt-à-porter. Eran los últimos vestidos de colección que se iban a exhibir.
En pocos minutos llegaría el último turno y tendría que desfilar nuevamente.
Se quitó el vestido y su cuerpo quedó cubierto solamente con una diminuta prenda, como única barrera entre su total desnudez. El espejo, devolvía todas sus formas. No podía renunciar a la tentación de mirarse cada vez que estaba frente a uno. La imagen virtual pero real, era el recurso que le permitía admirarse a sí misma, impecable y hermosa. La vida le había dado ese cuerpo espectacular. Facciones armoniosas, ojos penetrantes vistosos y enormes. Todo el conjunto armonizaba en forma perfecta. Estaba en su mejor momento. La escuela de modelos la había preparado para caminar en forma seductora frente a un público demandante. Empresarios, damas de la alta sociedad, periodistas. Todos esos personajes llamado público, estaban afuera, esperando ver diseños y modelos.
      Los detalles del desfile, eran prolijamente filmados. Cada uno de los movimientos sería revisado. No habría otra nueva oportunidad para corregir cualquier error.
      Sacó la prenda de la percha. Comenzó la repetida ceremonia de vestirse. Lo hizo rápidamente. La confección de seda acariciaba su piel estimulando en forma placentera su cuerpo. Caída perfecta. Revisó los últimos detalles y corrigió un poco los hombros. Estaba lista.
      Un diapasón electrónico pulsado por el coordinador, le indicaba que era el momento de salir. No estaba frente a la gente pero igual
mente se desplazaba como una gacela. La presentación impecable del director que volvía a repetir su nombre y los aplausos la hicieron sentir de nuevo “la protagonista”. Antes de salir, se miró nuevamente al espejo para recrearse.

      En el público, una mujer muy bien vestida y entrada en años, pensaba que le vendría bien una cita con el cirujano plástico. Seguramente podría recuperar parte de la imagen que, algunos años atrás, la mostraban tan hermosa como esa modelo. Esta evocación le provocaba nostalgia y envidia. Ella también, muchos años atrás, era un objeto admirado por su belleza.

      La modelo se despidió del público agradeciendo los aplausos con un gesto delicado. El espeso cortinado se cerró lentamente tras su paso. La fiesta de la moda había terminado. Se sentía como otras veces muy satisfecha.
      La jornada de trabajo había llegado a su fin. Arrojó el vestido en una enorme caja donde había otras prendas que esperaban ser recogidas más tarde por el auxiliar de turno. Se quitó el escaso maquillaje de sus párpados y comenzó a buscar su ropa de calle.

      Escuchó unos golpes delicados que le anunciaban una visita. Atendió entreabriendo la puerta. La señora mayor de la platea, estaba ahí. Traía en sus manos un ramo de rosas de tallo corto y se los entregó. Por cortesía hizo pasar a su admiradora que atrapó sus manos como si pretendiera recibir a través de ese contacto, una transferencia osmótica de belleza y juventud. Al hacer esto, se puso a llorar y avergonzada dio media vuelta para secar sus lágrimas con papel tisú.
      De nuevo frente a ella, notó que la visitante portaba un arma, con la cual la amenazaba. El espanto la inmovilizó.
      La bala penetró sus vísceras a la altura del estómago. Una daga de fuego atravesaba sus entrañas. Sus brazos se doblaron sobre el vientre, tratando vanamente de calmar el intenso dolor o contener la vida que escapaba.
      Pretendiendo evitar un daño mayor, pensó en preguntarle por qué lo había hecho, pero sentía impotencia y dolor. No podía expresar nada. Pensó que podría tener un gesto de grandeza póstumo, casi reservado a Dios y perdonarla.
      El segundo proyectil hizo impacto en el esternón y atravesó el corazón. Los brazos se extendieron y las manos muy abiertas pretendían vanamente retener la vida.
      No alcanzó a decir nada. Estaba muerta.

      Un señor de prolijo traje y unos 50 años entró al camarín para quitarle el arma, al tiempo que le indicaba que la acompañara.

       El juicio fue breve y la condena terrible. La prisión sería el lugar donde pasaría el resto de su vida.
      No sentía culpa. Para ella todo había terminado bastante antes de escuchar la condena, cuando perdió su juventud y belleza. Ya no había razones que justificaran su existencia.
      Una revuelta de reclusas, cobraría su vida al poco tiempo. Parecía una suerte de venganza urdida desde el infierno. La reparación del daño que no se había perdonado.
      Con un arma rudimentaria y de fabricación casera le provocaron heridas, profundas y terribles. De un modo salvaje la habían destrozado. Quedó virtualmente destripada. Era el fin de la reclusión y también de la vida.

      La casualidad hizo que fuese enterrada en el cementerio muy cerca de su víctima como si el destino, después de muertas, quisiera vincularlas.

      No sabía que la había transportado ni como había llegado a ese lugar. Sus primitivas formas humanas, se habían convertido en una especie de corporización etérea.. Era una imagen rebotada en el espejo y diluida en el infinito que se aproximaba a la idea de los que muchos definirían como espectro.
      Casualidad, afinidad o destino hicieron que los espíritus de las dos mujeres finalmente se encontraran. En ese lugar no había amor, rencor o indiferencia. Ninguna situación que manejaban los mortales. El encuentro era ideal.

      El ordenador del sistema, pensó que debía conservar elementos originales. La maldad era finita en sus expresiones y la experiencia, desde los tiempos eternos, demostró que habían muchas repeticiones. Era preferible conservar los prototipos de la condenación. En realidad una por la acción de muerte y otra por la venganza, desde ese lugar programada, eran casi la misma cosa. Fuera de la vida, sin su cuerpo, sin belleza y sin espejos, no eran nada.
      Por su arte, magia y poder en un gesto simplificador las confundió en una sola pieza reencarnada, mezcla de ficción, locura y diversión.

      Una mujer en el cementerio, depositaba flores en las tumbas de estas dos mujeres. Una pena remota le hizo recordar la triste historia que las vinculó y el trágico final de sus vidas.
      Bella, caminaba entre los cipreses del cementerio hasta la estación de trenes que la llevarían al centro. No prestó demasiada atención, pero el espejo deteriorado del portal no pudo devolver su imagen. Ella se sabía hermosa.
      Compró su boleto y se aproximó al andén. Escuchó las pitadas de la máquina y sabía que solamente esperaría pocos segundos.
      La gente la observaba por su atractivo. No pudo resistir la tentación de aproximarse a un espejo dispuesto al costado del kiosco para recrearse.
      La impresión fue espantosa. Se movió para corregir el ángulo o paralaje, pero seguía observando lo mismo. El espejo solamente reflejaba los objetos que estaban a su espalda. Ella no tenía imagen. Reconoció con espanto que no podía contemplarse. No tenía sentido vivir con la vanidad resignada. Solamente verse a través de los ojos de los demás, renunciando al placer de poder disfrutar su propia belleza, desbordó en espanto.
      Pensó que era una maquinación horrible, una burla satánica. No dudó un instante en sacrificar ese juguete perverso del demonio. Se arrojó al paso del tren buscando la muerte, mientras en su cabeza estallaba una horrible carcajada.

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