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 José Herrera Petere

Edificante

A Miguel Hernández

El triunfo

A mi padre muerto en destierro

 

Edificante

Barbilindo, curvirrostro,

amariconado y necio,

rizándose las pestañas

con humaredas de incienso,

entra el pollito fascista

en la iglesia y el convento

con plácidos dientes fuera

y el bigotito hacia dentro,

la corbata ensortijada

y el sombrerito de queso.

Su mamá, que le acompaña,

sacado se ha sus dos pechos:

¡Por estos que son redondos

robustos pechos que tengo;

por estos que te han criado,

tienes que ser caballero,

pirata como tu tío,

banquero como tu abuelo,

o, si no, como tu padre:

saberte casar a tiempo;

puedes sacar de una boda

hectáreas de buen terreno!

¡Anda, afíliate al fascismo,

a defender tu dinero,

tu rostro de barbilindo

y tus ideas de necio!

Y la señora se agita

como como un torillo berrendo.

Suave de tela y de tules

se entró el gran obispo negro,

roja la frente y la sangre

en negra pasión ardiendo.

Las manos se las besaban

llenas de anillos y vellos,

como si fueran confites,

pasteles o caramelos.

El obispo ya no puede

dominarse los deseos.

_Venid conmigo, hijos míos,

venid conmigo hacia adentro,

fuerte cordera de raza,

y tú, corderito tierno.

Después de comer conviene

que charlemos los tres quedo

entre obscuras celosías

y bocanadas de incienso.

Fuerte cordera, a tu hijo

hay que armarle caballero,

y hablaremos del fascismo

y de hacer un movimiento

que salve a los curvilindos

y a las ideas de necio

de las rojas pretensiones

de algunos cuantos obreros.

Baba echaba la señora,

el hijo, suspiros tiernos,

y el obispo, por los ojos,

chispas de pasión y fuego.

¡Hoy tendré para mi siesta

dos gentiles compañeros!

 

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 A Miguel Hernández

De lo que el río lento se tragó
queda el recuerdo
la explosión dolorida
el mármol negro
acero verde
o tiempo endurecido
que da el hosco alumbrar del genio muerto.
Hirió un juez de uña de oro
la semilla
del gran centeno humano de Orihuela
la trituró un puñal
fuerte destello
del horizonte mudo
reflejado en violentos lodazales
y como el mar
fosfórico al formar hiel con el miedo.
La noche lo batió como un crepúsculo
contra un muro de arañas y sombras.
Hizo frío al morir Miguel Hernández.
Una raya de luz sobre las losas
era la muerte,
que habría de llegar antes del día.
Así este gran poeta
rindió el ánima
y en la ventana en reja
se encendía
un tiempo abrasador: Miguel Hernández,
un día de agosto
en que la tierra en llamas
ha de pedir Migueles a los cielos.

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El triunfo (Al primer país socialista)
Verdes ríos y dorados llanos
gran gigante alegre es mi país
en el mundo no se encuentra tierra
donde el hombre viva más feliz.
Desde Leningrado a la Siberia
desde el Cáucaso hasta el Mar Glacial
se pasea el hombre como dueño
de la pura y libre inmensidad.
Corre verde Volga libremente
corre clara vida en libertad
para el joven se abren los caminos
para el viejo la tranquilidad.
No es posible medir nuestros ríos
no es posible medir nuestro mar
no hay palabra como "camarada"
tan humana ni tan fraternal.
Mas si alguien intenta atacarnos
viento rojo se levantará
nuestra alegre vida es nuestra novia
nuestra madre amante es nuestra paz.

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A MI PADRE MUERTO EN DESTIERRO

Yo he tenido un Padre Honrado

se llamaba Emilio Herrera

que yace junto a mi casa,

en exilio, bajo tierra.

Las luces ya se retiran

fuegos fatuos, un misterio

alba del amanecer

resucitará a los muertos.

“Padre mío, padre mío

¿por qué me has abandonado...?”

Ya no tienes ojos verdes

¡Ya no hay tu ciencia en tus labios...!

Pero tu Dios es clemente

y tiene mirada blanca

y a través de las estrellas

admira tu alma clara.

Tu inteligencia palpita,

aún, en el cementerio,

diciendo, aquí yace un sabio

que peleó junto al pueblo

(Ginebra, enero de 1975.)

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