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Gonzalo Fernández de Oviedo

NATURAL Y GENERAL HISTORIA DE LAS INDIAS:

 

Libro V

Libro VI

Libro XII

 

 

LIBRO V

 Capítulo I

Que tracta de las imágenes del diablo que tenían los indios, e de sus idolatrías, de los areitos e bailes cantando, e la forma que tienen para retener en la memoria las cosas pasadas que ellos quieren que queden en acuerdo a sus subcesores y al pueblo.

  P

or todas las vías que he podido, después que a estas Indias pasé, he procurado con mucha atención, así en estas islas como en la Tierra Firme, de saber por qué manera o forma los indios se acuerdan de las cosas de su principio e antecesores, e si tienen libros, o por cuáles vestigios e señales no se les olvida lo pasado. Y en esta isla, a lo que he podido entender, solos sus cantares, que ellos llaman areitos, es su libro o memorial que de gente en gente queda, de los padres a los hijos, y de los presentes a los venideros, como aquí se dirá

    Y no he hallado en esta generación cosa entre ellos más antiguamente pintada ni esculpida o de relieve entallada, ni tan principalmente acatada e reverenciada, como la figura abominable e descomulgada del demonio, en muchas e diversas maneras pintado o esculpido; de bulto, con muchas cabezas e colas, e diformes y espantables, e caninas e feroces dentaduras, con grandes colmillos, e desmesuradas orejas, con encendidos ojos de dragón e feroz serpiente, de muy diferenciadas suertes, y tales, que la menos espantable pone mucho temor y admiración. Y ésles tan sociable e común, que no solamente en una parte de la casa le tienen figurado, más aún en los bancos en que se asientan (que ellos llaman duho), a significar que no está solo el que se sienta, sino él e su adversario. Y en madera, y de barro y de oro, e en otras cosas, cuantas ellos pueden, lo esculpen y entallan, o pintan, regañando e ferocísimo, como quien él es. Al cual ellos llaman cemí, y a éste tienen por su Dios, y a éste piden el agua, o el sol, o el pan, o la victoria contra todos sus enemigos, y todo lo que desean; y piensan ellos que el cemí se lo da cuando le place; e aparescíales fecho fantasma de noche.

    E tenían ciertos hombres entre sí, que llaman buhití, que servían de auríspices, o agoreros adevinos. E aquestos les daban a entender que el cemí es señor del mundo e del cielo y de la tierra y de todo lo demás, y que su figura e imagen era aquélla, tan fea como he dicho y mucho más que se sabrá pensar ni decir, pero siempre diferente y como la hacían, en diversas maneras. Y estos cemís o adevinos les decían muchas cosas, que los indios tenían por ciertas, que vernían en su favor o daño. E aunque muchas veces saliesen mentirosos, no perdían el crédito, porque les daban a entender que el cemí había mudado consejo, por más bien suyo, o por hacer su propria voluntad.

    Estos, por la mayor parte, eran grandes herbolarios e tenían conoscidas las propiedades de muchos árboles e plantas e hierbas; e como sanaban a muchos con tal arte, teníanlos en gran veneración e acatamiento, como a sanctos; los cuales, eran tenidos entre esta gente como entre los cristianos los sacerdotes. E los tales siempre traían consigo la maldita figura del cemí, e así, por tal imagen, les daban el mismo nombre que a ella, e los decían cemíes, allende de los decir buhitís. E aun en la Tierra Firme, no solamente en sus ídolos de oro y de piedra y de madera e de barro huelgan de poner tan descomulgadas y diabólicas imágenes, más en las pinturas que sobre sus personas se ponen (teñidas, e perpetuas, de color negro, para cuanto viven, rompiendo sus carnes y el cuero, juntando en sí esta maldita efigie), no lo dejan de hacer. Así que, como sello que ya está impreso en ellos y en sus corazones, nunca se les desacuerda haberla visto ellos o sus pasados, e así le nombran de diversas maneras.

    En esta Isla Española, cemí, como he dicho, es el mismo que nosotros llamamos diablo; e tales eran los que estos indios tenían figurados en sus joyas, en sus moscadores, y en las frentes e lugares que he dicho, e en otros muchos, como a su propósito les parescía o se les antojaba ponerle.

    Una cosa he yo notado de lo que he dicho y pasaba entre esta gente, y es que el arte de adevinar (o pronosticar las cosas por venir), y cuantas vanidades los cemíes daban a entender a esta gente, andaba junto con la medicina e arte mágica. Lo cual paresce que concuerda con lo que dice Plinio en su Natural Historia, confesando que, bien que sea el arte más fraudulente o engañoso de todos, ha habido grandísima reputación en todo el mundo y en todos siglos.

    Ni se maraville alguno aquesta arte haber adquirido tan grandísima auctoridad, porque ella sola abraza en sí otros tres artes, los cuales, sobre todos, tienen el imperio de la vida humana. Porque, principalmente, ninguno dubda este arte haber venido de la medicina, como cosa más sancta e más excelente que la medicina, y en aquesta forma, a sus promesas, muy deseadas y llenas de halagos, haberse juntado la fuerza de la religión. E después que aquesto le subcedió, juntóse con esto el arte matemática, la cual puede mucho en los hombres, porque cada uno es deseoso de saber las cosas futuras e por venir, e creen que verdaderamente se puedan entender del cielo. Así que, tal arte habiendo atado los sentidos de los hombres con tres ñudos, ha llegado a tanta sublimidad o altura, que aún hoy ocupa la mayor parte de la gente, y en el Oriente manda a rey de reyes. E sin dubda allí nasció, en la región de Persia; y fué el primero auctor deste arte Zoroastres, en lo cual todos los escriptores concuerdan. Todo esto que he dicho es de Plinio, a propósito de lo cual, dice Isidoro en sus Ethimologías que el primero de los magos fué Zoroastres, rey de los batrianos. Por manera que en estas partes de nuestras Indias muy extendida está tal vanidad, e junto con la medicina la traen y ejercitan estos indios, pues sus médicos principales son sus sacerdotes adevinos, y éstos sus religiosos les administran sus idolatrías y cerimonias nefandas y diabólicas.

    Pasemos a los areitos o cantares suyos, que es la segunda cosa que se prometió en el título deste capítulo. Tenían estas gentes una buena e gentil manera de memorar las cosas pasadas e antiguas; y esto era en sus cantares e bailes, que ellos llaman areito, que es lo mismo que nosotros llamamos bailar cantando. Dice Livio que de Etruria vinieron los primeros bailadores a Roma, e ordenaron sus cantares acordando las voces con el movimiento de la persona. Esto se hizo por olvidar el trabajo, de las muertes de la pestilencia, el año que murió Camilo; y esto digo yo que debía ser como los areitos o cantares en corro destos indios. El cual areito hacían desta manera: cuando querían haber placer, celebrando entre ellos alguna notable fiesta, o sin ella, por su pasatiempo, juntábanse muchos indios e indias, algunas veces los hombres solamente, y otras veces las mujeres por sí, y en las fiestas generales, así como por una victoria o vencimiento de los enemigos, o casándose el cacique o rey de la provincia, o por otro caso en que el placer fuese comúnmente de todos, para que hombres e mujeres se mezclasen. E por más extender su alegría e regocijo, tomábanse de las manos, algunas veces, e también, otras, trabábanse brazo con brazo ensartados, o asidos muchos en rengle, o en corro asimismo; e uno dellos tomaba el oficio de guiar (ora fuese hombre o mujer), y aquél daba ciertos pasos adelante e atrás, a manera de un contrapás muy ordenado, e lo mismo, y en el instante, hacen todos, e así andan en torno, cantando en aquel tono alto o bajo que la guía los entona, e como lo hace e dice, muy medida e concertada la cuenta de los pasos con los versos o palabras que cantan. Y así como aquél dice, la moltitud de todos responde con los mismos pasos e palabras e orden; e en tanto que le responden, la guía calla, aunque no cesa de andar el contrapás. Y acabada la respuesta, que es repetir o decir lo mismo que el guiador dijo, procede encontinente, sin intervalo, la guía a otro verso e palabras que el corro e todos tornan a repetir; e así, sin cesar, les tura esto tres o cuatro horas y más, hasta que el maestro o guiador de la danza acaba su historia; y a veces les tura desde un día hasta otro.

    Algunas veces, junto con el canto mezclan un atambor, que es hecho en un madero redondo, hueco, concavado, e tan grueso como un hombre, e más o menos, como le quieren hacer; e suena como los atambores sordos que hacen los negros; pero no le ponen cuero, sino unos agujeros e rayos que trascienden a lo hueco, por do rebomba de mala gracia. E así, con aquel mal instrumento o sin él, en su cantar, cual es dicho, dicen sus memorias e historias pasadas, y en estos cantares relatan de la manera que murieron los caciques pasados, y cuántos y cuáles fueron, e otras cosas que ellos quieren que no se olviden. Algunas veces se remudan aquellas guías o maestro de la danza, y mudando el tono y el contrapás, prosigue en la misma historia, o dice otra (si la primera se acabó), en el mismo son u otro. Esta manera de baile paresce algo a los cantares e danzas de los labradores cuando en algunas partes de España, en verano, con los panderos, hombres y mujeres se solazan. Y en Flandes he yo visto lo mesma forma de cantar, bailando hombres y mujeres en muchos corros, respondiendo a uno que los guía o se anticipa en el cantar, segund es dicho.

    En el tiempo que el comendador mayor don frey Nicolás de Ovando gobernó esta isla, hizo un areito ante él Anacaona, mujer que fué del cacique o rey Caonabo, la cual era gran señora; e andaban en la danza más de trescientas doncellas, todas criadas suyas, mujeres por casar; porque no quiso que hombre ni mujer casada, o que hobiese conoscido varón, entrasen en la danza o areito.

    Así que, tornando a nuestro propósito, esta manera de cantar en esta y en las otras islas (y aun en mucha parte de la Tierra Firme), es una efigie de historia o acuerdo de las cosas pasadas, así de guerras como de paces, porque con la continuación de tales cantos no se les olviden las hazañas e acaescimientos que han pasado. Y estos cantares les quedan en la memoria, en lugar de libros, de su acuerdo; y por esta forma rescitan las genealogías de sus caciques y reyes o señores que han tenido, y las obras que hicieron, y los malos o buenos temporales que han pasado o tienen; e otras cosas que ellos quieren que a chicos e grandes se comuniquen e sean muy sabidas e fijamente esculpidas en la memoria. Y para este efecto continúan estos areitos, porque no se olviden, en especial las famosas victorias por batallas. Pero en esto de los areitos, más adelante, cuando se tracte de la Tierra Firme, se dirán otras cosas; porque los de esta isla, cuando yo los vi el año de mill e quinientos e quince años, no me parescieron cosa tan de notar como los que vi antes en la Tierra Firme y he visto después en aquellas partes.

    No le parezca al letor que esto que es dicho es mucha salvajez, pues que en España e Italia se usa lo mismo, y en las más partes de los cristianos, e aún infieles, pienso yo que debe ser así. ¿Qué otra cosa son los romances e canciones que se fundan sobre verdades, sino parte e acuerdo de las historias pasadas? A lo menos entre los que no leen, por los cantares saben que estaba el rey don Alonso en la noble cibdad de Sevilla, y le vino al corazón de ir a cercar Algecira. Así lo dice un romance, y en la verdad así fué ello: que desde Sevilla partió el rey don Alonso onceno cuando la ganó, a veinte e ocho de marzo, año de mill e trescientos e cuarenta e cuatro años. Así que ha, en este de mill e quinientos e cuarenta e ocho, doscientos e cuatro años que tura este cantar o areito. Por otro romance se sabe que el rey don Alonso VI hizo cortes en Toledo para cumplir de justicia al Cid Ruy Díaz contra los condes de Carrión; y este rey murió primero día del mes de julio de mill y ciento e seis años de la Natividad de Cristo; así que han pasado hasta agora cuatrocientos cuarenta e dos años hasta este de mili e quinientos e cuarenta e ocho; y antes habían seído aquellas cortes e rieptos de los condes de Carrión, y tura hasta agora esta memoria o cantar o areito. Y por otro romance se sabe que el rey don Sancho de León, primero de tal nombre, envió a llamar al conde Fernán González, su vasallo, para que fuese a las cortes de León. Este rey don Sancho tomó el reino año de nuevecientos e veinte • cuatro años de la Natividad de Cristo, e reinó doce años; así que, murió año del Redemptor de nuevecientos e treinta e seis años; por manera que ha bien seiscientos doce años, este de mill e quinientos e cuarenta e siete, que tura este otro areito o cantar en España. Y así podríamos decir otras cosas muchas semejantes y antiguas en Castilla. Pero no olvidemos, de Italia, aquel cantar o areito que dice:

A la mía gran pena forte

dolorosa, aflicta e rea

diviserunt vestem mea

et super eam miserunt sorte.

 

    Este cantar compuso el serenísimo rey don Federique de Nápoles, año de mill e quinientos e uno, que perdió el reino, porque se juntaron contra él, e lo partieron entre sí, los Reyes Católicos de España, don Fernando e doña Isabel, y el rey Luis de Francia, antecesor del rey Francisco. Pues haya que tura este cantar o areito, de la partición que he dicho, cuarenta e siete años, este de mill e quinientos e cuarenta e ocho, e no se olvidará de aquí a muchos.

    Y en la prisión del mismo Rey Francisco se compuso otro cantar o areito que dice:

Rey Francisco, mala guía

desde Francia vos trujistes;

pues vencido e preso fuistes

de españoles en Pavía

 

    Pues notorio es que esto fué así, e pasó en efecto, estando el rey Francisco de Francia sobre Pavía con todo su poder, e teniendo cercado e en grand nescesidad al invencible e valeroso capitán, el señor Antonio de Leiva, que por el Emperador Rey nuestro señor la defendía, e seyendo socorrido del ejército imperial de César (del cual era vicario e principal capitán el duque de Borbón, e juntamente en su compañía se halló Mingo Val, caballerizo mayor e visorrey de Nápoles, e el valeroso marqués de Pescara, don Fernando de Avalos e de Aquino, e su sobrino el marqués del Guasto e otros excelentes milites), un viernes veinte e cuatro de hebrero, día de Sancto Matías apóstol, año de mill e quinientos e veinte e cinco, el proprio rey de Francia fué preso, e juntamente con él, todos los más principales señores e varones, e la flor e la caballería e poder de la Casa de Francia. Así que, cantar o areito es aqueste, que ni en las historias se olvidará tan gloriosa jornada para los trofeos y triunfos de César y de sus españoles, ni los niños e viejos dejarán de cantar semejante areito cuanto el inundo fuere e turare. Así andan hoy entre las gentes estas e otras memorias muy más antiguas y modernas, sin que sepan leer los que las cantan e las rescitan, sin haberse pasado de la memoria. Pues luego bien hacen los indios, en esta parte, de tener el mismo aviso (pues les faltan letras), e suplir con sus areitos e sustentar su memoria e fama; pues que por tales cantares saben las cosas que ha muchos siglos que pasaron.

     En tanto que turan estos sus cantares e los contrapases o bailes, andan otros indios e indias dando de beber a los que danzan, sin se parar alguno al beber, sino meneando siempre los pies e tragando lo que les dan. Y esto que beben son ciertos bebrajes que entre ellos se usan, e quedan, acabada la fiesta, los más dellos y dellas embriagos e sin sentido, tendidos por tierra muchas horas. Y así como alguno cae beodo, le apartan de la danza e prosiguen los demás; de forma que la misma borrachera es la que da conclusión al areito. Esto cuando el areito es solemne e fecho en bodas o mortuorios o por una batalla, o señalada victoria e fiesta; porque otros areitos hacen muy a menudo, sin se emborrachar. E así unos por este vicio, otros por aprender esta manera de música, todos saben esta forma de historiar, e algunas veces se inventan otros cantares y danzas semejantes por personas que entre los indios están tenidos por discretos e de mejor ingenio en tal facultad.

    La forma quel atambor (de que de suso se hizo mención), suele tener, es la que está pintada en esta figura. El cual es un tronco de un árbol redondo, e tan grande como le quieren hacer, y por todas partes está cerrado, salvo por donde le tañen, dando encima con un palo, como en atabal, que es sobre aquellas dos leguas que quedan del mismo entre aquesta señal semejante  . La otra señal, que es como aquesta , es por donde vacían o vacuan el leño o atambor cuando le labran; y esta postrera señal ha de estar junto con la tierra, e la otra (que dije primero) de suso, sobre la cual dan con el palo. Y este atambor ha de estar echado en el suelo, porque teniéndole en el aire no suena.

    En algunas partes o provincias tienen estos atambores muy grandes, y en otras menores, de la manera que es dicha. Y también en algunas partes los usan encorados, con un cuero de ciervo o de otro animal. Pero los encorados se usan en la Tierra Firme; y en esta e otras islas, como no había animales para los encorar, tenían los atambores como está dicho. Y de los unos y de los otros usan hoy en la Tierra Firme, como se dirá adelante, en la segunda parte, cuando se tocare la materia misma u otra donde intervengan atambores.

Capítulo III

    De los matrimonios de los indios, e cuántas mujeres tienen; en qué grados no toman mujeres ni las conoscen carnalmente; e de sus vicios e lujuria; e con qué manera de religiosidad cogían el oro: e de la idolatría destos indios e otras cosas notables.

 

    Hase dicho en el precedente capítulo la forma de las camas de los indios desta Isla Española. Dígase del complimiento dellas, que es el matrimonio que osaban: puesto que, en la verdad, este acto que los cristianos tenemos por sacramento, como lo es, se puede decir en estos indios sacrilegio, pues no se debe decir por ellos: los que Dios ayunta, no los aparte el hombre; pues antes se debe creer que los ayunta el diablo, segund la forma que guardan en esto. Y como cosa de su mercadería, los tenía impuestos de manera que en esta isla cada uno tenía una mujer, e no más, si no podía sostener más, pero muchos tenían dos e más, y los caciques o reyes tres e cuatro e cuantas querían.

     El cacique Behechio tuvo treinta mujeres proprias, e no solamente para el uso e ayuntamiento que naturalmente suelen haber los casados con sus mujeres, pero para otros bestiales e nefandos pecados; porque el cacique Goacanagarí tenía ciertas mujeres con quien él se ayuntaba segund las vívoras lo hacen. Ved que abominación inaudita, la cual no pudo aprender sino de los tales animales. Y que aquesta propriedad e uso tengan las víboras, escríbelo el Alberto Magno: De proprietatibus rerum, e Isidoro en sus Ethimologías, y el Plinio, en su Natural Historia, y otros auctores. Pero muy peores que víboras eran los que las cosas tales hacían, pues que a las víboras no les concede natura otra forma de engendrar, e como forzadas vienen a tal acto; pero el hombre que tal imitaba, ved si le viene justo lo que Dios le ha dado, donde tal cosa se usó o acaesció.

    Pues si deste rey o cacique Goacanagarí hay tal fama, claro está que no sería él sólo en tan nefando e sucio crimen: pues la gente común luego procura (y aun todo el reino), de imitar al príncipe en las virtudes o mesmos vicios que ellos usan. Y desta causa, sus culpas son mayores, e dignas de mayor punición si son inventores de algún pecado o delicto; y sus méritos y gloria es de mayor excelencia e premio cuando son virtuosos los que reinan; e dando en sus mesuras personas loables ejemplos de virtudes, convidan a sus súbditos a ser mejores, imitándolos.

    Así que, lo que he dicho desta gente en esta isla y las comarcanas, es muy público, y aun en la Tierra Firme, donde muchos destos indios e indias eran sodomitas, e se sabe que allá lo son muchos dellos. Y ved en qué grado se prescian de tal culpa, que, como suelen otras gentes ponerse algunas joyas de oro y de presciosas piedras al cuello, así, en algunas partes destas Indias; traían por joyel un hombre sobre otro, en aquel diabólico e nefando acto de Sodoma, hechos de oro de relieve. Yo ví uno destos joyeles del diablo que pesaba veinte pesos de oro, hueco, vaciado e bien labrado, que se hobo en el puerto de Sancta Marta, en la costa de Tierra Firme, año de mill e quinientos e catorce, cuando allí tocó el armada quel Rey Católico envió con Pedrarias Dávila, su capitán general, a Castilla del Oro. E cómo se trujo a montón el oro que allí se tomó, e lo llevaron después a fundir ante mí, como oficial real veedor de las fundiciones del oro, yo lo quebré con un martillo e lo machaqué por mis manos sobre un tas o yunque en la casa de la fundición, en la cibdad del Darién.

    Así que, ved si quien de tales joyas se prescia e compone su persona, si usará de tal maldad en tierra donde tales arreos traen, o si se debe tener por rosa nueva entre indios: antes por cosa muy usada e ordinaria e común a ellos. Y así, habés de saber que el que dellos es paciente o toma cargo de ser mujer en aquel bestial e descomulgado acto, le dan luego oficio de mujer, e trae naguas como mujer.

    Yo querría, cuando en algún paso se toca algún nombre extraño a nuestra lengua castellana, satisfacerle, sin pasar adelante, por el contentamiento del que lee; y a este propósito digo que las naguas son una manta de algodón que las mujeres desta isla, por cobrir sus partes vergonzosas, se ponían desde la cinta hasta media pierna, revueltas al cuerpo; e las mujeres principales hasta los tobillos. Las doncellas vírgenes, como he dicho en otras partes, ninguna cosa se ponían o traían delante de sus partes vergonzosas, ni tampoco los hombres se ponían cosa alguna; porque, como no saben qué cosa es vergüenza, así no usaban de defensas para ella.

    Tornando a la materia deste pecado abominable contra natura, muy usado era entre estos indios desta isla; pero a las mujeres aborrescible, por su interes más que por ningún escrúpulo de conciencia, y aun porque, de hecho, había algunas que eran buenas de sus personas, sobre ser en esta isla las mayores bellacas e más deshonestas y libidinosas mujeres que se han visto en estas Indias o partes. E digo que eran buenas e amaban a sus maridos, porque, cuando algún cacique se moría, al tiempo que le enterraban, algunas de sus mujeres, vivas, le acompañaban de grado, e se metían con él en la sepoltura en la cual metían agua e cazabi consigo (que es el pan que comen), e algunas fructas. Llamaban los indios desta isla athebeane nequen la mujer hermosa e famosa que viva se enterraba con el marido; mas, cuando las tales no se comedían, aunque les pesase, las metían con ellos. E así acaesció en esta isla, cuando murió el cacique Behechio (grand señor, como se dijo en su lugar), que dos mujeres de las suyas se enterraron con él vivas, no por el amor que le tenían, mas porque de enamoradas dél no lo hacían de su grado, forzadamente e contra su voluntad las metieron en la sepoltura vivas, y cumplieron estas infernales obsequias por observar la costumbre.

     La cual no fué general en toda la isla, porque otros caciques, cuando morían, no tenían esta forma; sino después que era muerto, le fijaban todo con unas vendas de algodón tejidas, como cinchas de caballos, e muy luengas, y desde el pie hasta la cabeza lo envolvían en ellas muy apretado, e hacían un hoyo e allí lo metían, como en un silo, e poníanle sus joyas e las cosas que él más presciaba. Y para esto, en aquel hoyo donde había de ser sepultado, hacían una bóveda de palos, de forma que la tierra no le tocase, e asentábanlo en un duho (que es un banquillo bien labrado), y después lo cubrían de tierra por sobre aquel casamento de madera e rama. E turaban quince o veinte días las endechas que cantaban e sus indias e indios hacían, con otros muchos de las comarcas e otros caciques principales que venían a los honrar. Entre los cuales forasteros se repartían los bienes muebles del cacique defunto. Y en aquellas endechas o cantares rescitaban las obras e vida de aquel cacique, y decían qué batallas había vencido, y qué bien había gobernado su tierra, e todas las otras cosas que había hecho dignas de memoria. E así, desta aprobación que entonces se hacía de sus obras, se formaban los areitos e cantares que habían de quedar por historia, segund ya se dijo de los areitos en el capítulo primero deste libro.

    Mas, porque se ha fecho memoria de Anacaona, que fué la mujer más principal desta isla en su tiempo, es bien que se sepa que toda la suciedad del fuego de la lujuria no estuvo solamente en los hombres en esta tierra, puesto que fuese en ellos más abominable. Esta fué una mujer que tuvo algunos actos semejantes a los de aquella Semíramis, reina de los asirios, no en los grandes fechos que de aquélla cuenta Justino, ni tampoco en hacer matar los muchos con quien se ayuntaba, ni en hacer traer a sus doncellas paños menores en sus vergonzosas partes, como de aquella reina escribe Joan Bocacio. Porque Anacaona ni quería sus criadas tan honestas, ni deseaba la muerte a sus adúlteros; pero quería la moltitud dellos. Y en muchas suciedades otras libidinosas le fué semejante. Esta Anacaona fué mujer del rey Caonabo y hermana del rey Behecchio; la cual fué muy disoluta, y ella y las otras mujeres desta isla, aunque con los indios eran buenas o no tan claramente lujuriosas, fácilmente a los cristianos se concedían e no les negaban sus personas. Mas, en este caso, esta cacica usaba otra manera de libídine, después que murieron su marido y su hermano, en vida de los cuales no fué tan desvergonzada; pero muertos ellos, quedó tan obedescida e acatada como ellos mismos o más. Hizo su habitación en la tierra e señorío del hermano, en la provincia de Xaraguá, al Poniente e fin desta isla, e no se hacía más de  lo que ella mandaba. Porque, puesto que los caciques tenían seis e siete mujeres e todas las que más querían tener, una era la más principal e la que el cacique más quería, y de quien más caso se hacía, puesto que comiesen todas juntas. E no había entre ellas rencilla ni diferencia, sino toda quietud e igualdad e sin rifar pasaban su vida debajo de una cobertura de casa e junto a la cama del marido. Lo cual paresce cosa imposible e no concedida sino solamente a las gallinas e ovejas, que con un solo gallo e con un solo carnero muchas dellas, sin mostrar celos ni murmurar, se sostienen. Pero entre mujeres es cosa rara, y entre todas las naciones de la generación humana, estas indias e la gente de Tracia guardan tal costumbre; e paréscense estas dos maneras de gentes en muchos ritos e cosas otras, como más largamente adelante se dirá. Porque, aunque entre los moros e otros infieles, en algunas partes usan tener dos e tres e más mujeres, no cesan entre si sus envidias e murmuraciones e celos, con que dan molestia al marido e a sí mesmas.

    Así que, tornando a nuestra historia, entre las muchas mujeres de un cacique, siempre había una singular que precedía a las otras por generosa o más querida, sin ultrajar a las demás ni que ella desestimase ni mostrase señorío, ni lo toviese sobre las otras. E así era esta Anacaona en vida de su marido e hermano; pero después de los días dellos, fué, como tengo dicho, absoluta señora e muy acatada de los indios; pero muy deshonesta en el acto venéreo con los cristianos, e por esto e otras cosas semejantes, quedó reputada y tenida por la más disoluta mujer que de su manera ni otra hobo en esta isla. Con todo esto, era de grande ingenio, e sabía ser servida e acatada e temida de sus gentes e vasallos, e aún de sus vecinos.

    Dije de suso que las mujeres desta isla eran continentes con los naturales, pero que a los cristianos, de grado se concedían. E porque salgamos ya desta sucia materia, me paresce que cuadra con esto una notable religiosidad que los indios guardaban en esta tierra, apartándose de sus mujeres, teniendo castidad algunos días, no por respeto de bien vivir ni quitarse de su vicio e lujuria, sino para coger oro. En lo cual paresce que en alguna manera querían imitar estos indios a la gente de Arabia, donde los que cogen el encienso (segund Plinio), no solamente se apartan de las mujeres, pero enteramente son castos e inmaculados del coito.

    El almirante don Cristóbal Colom, primero descubridor destas partes, como católico capitán e buen gobernador, después que tuvo noticia de las minas de Cibao e vió que los indios cogían oro en el agua de los arroyos e ríos, sin lo cavar, con la cerimonia e religión que es dicho, no dejaba a los cristianos ir a coger oro sin que se confesasen e comulgasen. Y decía que, pues los indios estaban veinte días primero sin llegar a sus mujeres (ni otras), e apartados dellas, e ayunaban, e decían ellos que cuando se vían con la mujer, que no hallaban el oro, por tanto, que, pues aquellos indios bestiales hacían aquella solemnidad, que más razón era que los cristianos se apartasen de pecar y confesasen sus culpas, y que estando en gracia de Dios nuestro Señor, les daría más complidamente los bienes temporales y espirituales. Aquesta santimonia no placía a todos, porque decían que, cuanto a las mujeres, más apartados estaban que los indios los que las tenían en España; e cuanto al ayunar, que muchos de los cristianos se morían de hambre e comían raíces e otros malos manjares, y bebían agua; y que cuanto a la confesión, que la Iglesia no los costreñía sino una vez en el año, por Pascua de la Sancta Resurresción, e que así lo hacían todos, e algunos más veces; e que pues Dios no les pedía más, que le debía al Almirante bastar lo mismo e dejarlos buscar su vida, e no usar con ellos de tales cautelas. E así lo atribuían a otros fines que por aventura sería bien posible no le pasar por pensamiento. Pero, a los que se confesaban e comulgaban, no les negaba la licencia para ir a coger oro; mas a los otros no les consentía ir a las minas, antes los mandaba castigar si iban sin expresa licencia suya.

    Del reino o cacicado e Estados destos indios, he seído de muchos informado, que se heredaban e subcedían en ellos, e venía la herencia al hijo mayor de cualquiera de las mujeres del señor o cacique; pero si después que tal hijo heredaba, no había hijos, no venía el estado al hijo de su hermano, sino al hijo o hija de su hermana, si la tenía o tuvo; porque decían que aquél era más cierto sobrino o heredero (pues era verdad que lo parió su hermana), que no sería el que pariese su cuñada, y el tal sería más verdadero nieto del tronco o mayoradgo. Pero si el cacique moría sin dejar hijos ni hijas, e tenía hermana con hijos, ni ellos ni ellas heredaban el cacicado si había hermano del cacique muerto que fuese hermano de padre, si por el padre venía la hacienda; y si venía por la madre, heredaba en tal caso el pariente más propincuo a la madre por aquella vía que procedía o venía la subcesión del señorío e hacienda. No paresce esto mucha bestialidad o error, en especial en tierra donde las mujeres eran tan deshonestas e malas como se dijo desuso.

    Los hombres, aunque algunos eran peores que ellas, tenían un virtuoso e común comedimiento e costumbre, generalmente, en el casarse. Y era así: que por ninguna manera tomaban por mujer ni habían aceso carnal con su madre, ni con su hija ni con su hermana, y en todos los otros grados las tomaban e usaban con ellas, siendo o no sus mujeres: lo cual es de maravillar de gente tan inclinada e desordenada en el vicio de la carne. E a tan bestial generación es de loar tener esta regla guardada inviolablemente, y si algún príncipe o cacique la quebranta, es habido por muy malo, e comúnmente aborrescido de todos los suyos e de los extraños. Pero, entre algunos que tienen nombre de cristianos, en algunas partes del mundo, se habrá quebrantado algunas veces, y entre judíos e gentiles no menos, como se prueba en la Sagrada Escriptura con Amón y Thamar, su hermana. Suetonio Tranquilo dice así en la vida de Cayo Calígula: Cum omnibus sororibus suis stupri consuetudinem fecit; e en aquel Suplementum chronicarum dice que el emperador Cayo Calígula usaba con dos hermanas suyas, y de una dellas hobo una hija que también la forzó el mismo padre. La hija le perdona Eusebio, e dice que Cayo, con sus hermanas hobo ayuntamiento e las desterró a ciertas islas. Y en el mismo Suplimento de chrónicas se escribe, hablandó de la gente de los partos, que, dejando aparte la debida castidad, usaban los naturales usos con sus propias hijas e hermanas e otras mujeres en debdos estrechos e a ellas conjuntos. Pero en este caso, uno de los más malos príncipes de quien se escriben tales excesos es el emperador Cayo Calígula, de quien de suso se hizo memoria; y quien más particularmente lo quisiere saber, escuche a Suetonio Tranquilo, que escribió su vida, e mire lo que dice. El Tostado, sobre Eusebio De los tiempos, dice, alegando a Solino en el Polihystor, que los que no tienen leyes algunas, no usan de matrimonio, mas son todas las mujeres comunes, como entre los garamantas, que son etiopgos; y el mismo Tostado, alegando a Julio Celso, dice haber seído en otro tiempo costumbre entre los ingleses que seis dellos casasen con una mujer juntamente. Esta costumbre no la aprobara en estos tiempos nuestros el rey Enrique VIII de Inglaterra; antes pienso yo que la mandara él guardar al contrario.

    Pero no hablemos en los extraños, pues que hoy viven algunos en nuestra España, o son naturales della, e yo he visto e conoscido dos destos, y aun tres, que cada uno dellos se casó con dos hermanas; y déstas, siempre moría la primera ante que casasen con la segunda. Y también he visto dos hermanos casados con una mujer, siendo vivos todos tres. Y también he visto un religioso de la Orden militar de Calatrava (que es la misma del Cístel), después de ser muchos años profeso, que dejó la Orden que tenía, e tomó la de Sanctiago e una mujer casada, e habiendo habido hijos de su marido, le dejó e tomó el mismo hábito de Sanctiago, e se casó con el otro comendador que dije que primero fué de Calatrava. Pero, para estas cosas tan recias e raras veces usadas, interviene una licencia e auctoridad del Summo Pontífice, Vicario de Cristo, que todo lo puede dispensar; lo cual él consiente cuando le es fecha tal relación, que, por muy legítimas causas e necesarias, e por evitar otros mayores daños, aprueba los tales matrimonios. Y así creo yo que lo habrá fecho con los que yo he visto. Pero plega a Dios que hayan dicho verdad a Su Sanctidad, porque él siempre dice aquel fiat, clave non errante. Pues luego no es tanto de maravillar si entre esta gente salvaje de nuestras Indias de España, hobo los errores que he dicho.

    Mas, en eso poco que yo he leído, la gente que a mí me paresce ser más conforme a estos indios, en el uso de las mujeres, son los de Tracia; porque escribe el mismo Abulensis que cada hombre tiene en aquella tierra muchas mujeres, e que aquél se tiene por más honrado que más mujeres tiene; e que las mujeres destas que más aman a sus maridos, vivas se echaban en el fuego cuando quemaban el marido defunto (como era su costumbre quemarse los cuerpos de los hombres, en aquella tierra, después que morían). Y la que esto no hacía, era tenida por mujer que no había guardado castidad a su marido. Pues ya tengo dicho que en estas nuestras Indias, de su grado, se enterraban vivas algunas mujeres con sus maridos, siendo ellos muertos.

    Y en el capítulo siguiente dice este mismo auctor que esta gente de Tracia sacrifica. hombres de los extranjeros, e que con las calavernas10 de los muertos hacen vasos para beber sangre humana e otros bebrajes. Isidoro, en sus Ethimologías, dice que esto es más fabuloso e falso que no verdadero; lo cual yo pienso que él no dubdara si supiera lo que hoy sabemos de los caribes en estas islas, e de la gente de la Nueva España, e de las provincias de Nicaragua, e de las provincias del Perú, e aquellos que viven en la Tierra Firme, debajo de la Equinocial e cerca de allí, así como en Quito e Popayán e otras partes muchas de la Tierra Firme donde es cosa muy usada sacrificar hombres, e tan común comer carne humana, como en Francia e España e Italia comer carnero e vaca. Cuanto más que, en esto del comer carne humana, dice Plinio que entre los scitios hay muchas generaciones que se substentan de comer carne humana, e que en el medio del mundo, en Italia e en Secilia fueron los cíclopes e estrigones, que hacían lo mismo, e que nuevamente, de la otra parte de los Alpes, en Francia, o a la banda del Norte, sacrificaban hombres.

Pero dejemos esto del comer carne humana e un hombre a otro, para en su lugar adelante; que desto, en la segunda parte, cuando se tracte de la Tierra Firme, hay mucho que decir; e volvamos al error de los indios en esto de las mujeres. Digo que se podrían traer a consecuencia otras generaciones de gentes tan culpadas en esta materia, y aunque entre cristianos no es de buscar tamaño delicto, no dejo de sospechar que podría haberse cometido por algún temerario desacordado o apartado de la verdadera fe católica. Y por esta misma razón estoy más maravillado destos indios salvajes, que tan colmados de vicios están, no haberse errado en esto de las mujeres, ayuntándose con las madres e hijas o hermanas, como en las otras sus culpas que es dicho. Ni tampoco se ha de pensar que lo dejaban de hacer por algún respecto virtuoso, sino porque tienen por cosa cierta y averiguada los indios desta isla (y de las a ella circunstantes), que el que se echa con su madre, o con su hija o hermana, muere mala muerte. Si esta opinión, como se dice, está en ellos fijada, débese creer que se lo ha enseñado la experiencia.

    Ni es de maravillar que los indios estén metidos en los otros errores que he dicho, ni que incurran en otros más los que desconocen a su Dios Todopoderoso y adoran al diablo en diversas formas e ídolos, como en estas Indias es costumbre entre estas gentes; pues que, como he dicho, en muchas cosas e partes pintan y entallan, y esculpen en madera y de barro, y de otras materias hacen un demonio que ellos llaman cemí, tan feo e tan espantable como suelen los católicos pintarle a los pies del arcángel Sanct Miguel o del apóstol Sanct Bartolomé; pero no atado en cadenas, sino reverenciado: unas veces asentado en un tribunal, otras de pies y de diferentes maneras. Estas imágenes infernales tenían en sus casas, en partes y lugares diputados e obscuros que estaban reservados para su oración, e allí entraban a orar e a pedir lo que deseaban, así agua para sus campos y heredamientos, como buena simentera, e victoria contra sus enemigos; y en fin, allí pedían e ocurrían, en todas sus nescesidades, por el remedio dellas. E allí dentro estaba un indio viejo que les respondía a sabor de su paladar, o conforme a la consultación habida con aquel cuya mala vista allí se representaba. En el cual es de pensar que el diablo, como en su ministro, entraba e hablaba en él; y como es antiguo estrólogo, decíales el día que había de llover, o otras cosas de las que la Natura tiene por oficio. A estos tales viejos hacían mucha reverencia, y eran entre los indios tenidos en gran reputación, como sus sacerdotes y perlados; y aquestos eran los que más ordinariamente tomaban aquellos tabacos o ahumadas que se dijo de suso, y desque volvían en sí, decían si debía hacerse la guerra o dilatarla; e sin el parescer del diablo (habido de la forma que es dicho), no emprendían ni hacían cosa alguna que de importancia fuese.

    Era el ejercicio principal de los indios desta isla de Haití o Española, en todo el tiempo que vacaban de la guerra, o de la agricoltura e labor del campo, mercadear e trocar unas cosas por otras, no con la astucia de nuestros mercaderes, pidiendo por lo que vale un real muchos más, ni haciendo juramentos para que los simples los crean, sino muy al revés de todo esto y desatinadamente; porque por maravilla miraban en que valiese tanto lo que les daban como lo que ellos volvían en prescio o trueco, sino, teniendo contentamiento de la cosa por su patiempo, daban lo que valía ciento por lo que no valía diez ni aun cinco. Finalmente, que acontesció vestirlos y darles los cristianos un muy gentil sayo de seda o de grana, o muy buen paño, e desde a poco espacio, pasado un día o dos, trocarlo por una agujeta o un par de alfileres. E así, a este respecto, todo lo demás barataban, y luego, aquello que habían habido, lo tornaban a vender por otro disparate semejante, valiendo o no valiendo más o menos prescio lo uno que lo otro. Porque entre ellos, el mayor intento de su cabdal, era hacer su voluntad, y en ninguna cosa tener constancia.

El mayor pecado o delicto que los indios desta isla más aborrescían e que con mayor riguridad e sin remisión ni misericordia alguna castigaban, era el hurto; e así, al ladrón, por pequeña cosa que hurtase, lo empalaban vivo como dicen que en Turquía se hace), e así lo dejaban estar en un palo o árbol espetado, como en asador, hasta que allí moría. Y por la crueldad de tal pena, pocas veces acaescía haber en quien se ejecutase semejante castigo: mas ofresciéndose el caso, por ninguna manera, ni por deudo o amistad, era perdonado ni disimulado tal crimen; y aun cuasi tenían por tan grande error querer interceder o procurar que tal pena fuese perdonada ni promutada en otra sentencia, como cometer el mismo hurto.

    Ya se desterró Satanás desta isla; ya cesó todo con cesar y acabarse la vida a los más de los indios, y porque los que quedan dellos son ya muy pocos y en servicio de los cristianos o en su amistad. Algunos de los muchachos y de poca edad destos indios podrá ser que se salven, si creyeren e baptizados fueren, como lo dice el Evangelio. Así que, salvarse han los que guardaren la fe católica e no siguieren los errores de sus padres e antecesores. Pero ¿qué diremos de los que andaban alzados algunos años ha, seyendo cristianos, por las sierras e montañas, con el cacique don Enrique e otros principales indios, no sin vergüenza e daño grande de los cristianos e vecinos desta isla? Mas, porque aqueste es un paso notable e requiere particularizarse, tractarse ha la materia en el capítulo siguiente, para que mejor se comprehenda el origen desta rebelión, e a qué fin la trujo Dios con la clemencia de la Cesárea Majestad del Emperador Rey don Carlos, nuestro señor, e por la prudencia de su muy alto e Real Consejo de Indias

  

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LIBRO VI

 Capítulo I

El cual tracta de las casas y moradas delos indios desta isla Española, por otro nombre llamada Haití.

V

ivían los indios desta isla de Haití o Española en las costas o riberas de los ríos, o cerca de la mar, o en los asientos que más les agradaban o eran en su propósito, así en lugares altos como en los llanos, o en valles e florestas; porque de la manera que querían, así hacían sus poblaciones e hallaban disposición para ello. E junto a sus lugares tenían sus labranzas e conucos (que así llaman sus heredamientos), de maizales e yuca, e arboledas de fructales. Y en cada plaza que había en el pueblo o villa, estaba lugar diputado para el juego de la pelota (que ellos llaman batey); y también a las salidas de los pueblos había asimismo sitio puesto con asientos para los que mirasen el juego, e mayores que los de las plazas, de lo cual en el capítulo siguiente se tractará más largo.

     Tornemos a las casas en que moraban, las cuales, comúnmente, llaman buhío en estas islas todas (que quiere decir casa o morada) ; pero, propriamente, en la lengua de Haití, el buhío o casa se llama eracra. Estas eracras o buhíos son en una de dos maneras; e en ambas se hacían; segund la voluntad del edificador. Y la una forma era aquesta: hincaban muchos postes a la redonda, de buena madera, y de la groseza, cada uno, conviniente, y en circuito, a cuatro o cinco pasos el un poste del otro, o en el espacio que querían que hobiese de poste a poste. E sobre ellos, después de hincados en tierra, por encima de las cabezas, en lo alto, pónenles sus silleras; e sobre aquéllas ponen en torno la varazón (que es la templadura para la cubierta); las cabezas o grueso de las varas, sobre las soleras que es dicho, e lo delgado para arriba, donde todas las puntas de las varas se juntan e resumen en punta, a manera de pabellón. E sobre las varas ponen, de través, cañas o latas de palmo a palmo (o menos), de dos en dos, o sencillas; e sobre aquesto cubren de paja delgada e luenga; otros cubren con hojas de bihaos; otros con cogollos de cañas; otros con hojas de palmas, y también con otras cosas. En la bajo, en lugar de paredes desde la solera a tierra, de poste a poste ponen cañas hincadas en tierra, someras, e tan juntas como los dedos de la mano juntos; e una a par de otra, hacen pared, e átanlas muy bien con bejucos (que son unas venas o correas redondas que se crían revueltas a los árboles, y también colgando dellos, como la correhuela); los cuales bejucos son muy buena atadura, porque son flexíbiles e tajables, e no se pudren, e sirven de clavazón e ligazón, en lugar de cuerdas y de clavos, para atar un madero con otro, e para atar las cañas asimismo.

     El buhío o casa de tal manera fecho, llámase caney. Son mejores e más seguras moradas que otras, para defensa del aire, porque no las coge tan de lleno, Estos bejucos que he dicho, o ligazón, se hallan dellos cuantos quieren, e tan gruesos o delgados como son menester. Algunas veces los hienden para atar cosas delgadas, como hacen en Castilla los mimbres para atar los arcos de las cubas. Y no solamente sirve el bejuco para lo que es dicho, pero también es medicinal; e hay diversos géneros de bejucos, como se dirá en su lugar, adelante, cuando se tracte de las hierbas e plantas e árboles medicinales e sus propriedades.

Esta manera de casa o caney, para que sea fuerte e bien trabada la obra e armazón toda, ha de tener en medio un poste o mástel de la groseza que convenga, e que se fije en tierra cuatro o cinco palmos hondo, e que alcance hasta la punta o capitel más alto del buhío; al cual se han de atar todas las puntas de las varas. El cual poste ha de estar como aquel que suele haber en un pabellón o tienda de campo, como se traen en los ejércitos e reales en España e Italia, porque por aquel mástel está fija la casa toda o caney. Y porque mejor se entienda esto, pongo aquí la manera o figura del caney, como baste a ser entendido

    Otras casas o buhíos hacen asimismo los indios, y con los mesmos materiales; pero son de otra fación y mejores en la vista, y de más aposento, e para hombres más principales e caciques, hechas a dos aguas, y luengas, como las de los cristianos, e así, de postes e paredes de cañas y maderas, como está dicho. Estas cañas son macizas y más gruesas que las de Castilla, y más altas, pero córtanlas a la medida de la altura de las paredes que quieren hacer, y a trechos, en la mitad, van sus horcones (que acá llamamos haitinales), que llegan a la cumbrera e caballete alto. Y en las principales hacen unos portales que sirven de zaguán o rescibimiento; e cubiertas de paja, de la manera que yo he visto en Flandes cubiertas las casas de los villajes o aldeas. E si lo uno es mejor que lo otro e mejor puesto, creo que la ventaja tiene el cobrir de las Indias, a mi ver, porque la paja o hierba de acá, para esto es mucho mejor que la paja de Flandes.

    Los cristianos hacen ya estas casas en la Tierra Firme con sobrados, e cuartos altos e ventanas; porque, como tienen clavazón, e hacen muy buenas tablas, y lo saben mejor edificar que los indios, hacen algunas casas de aquestas tan buenas, que cualquier señor se podría aposentar en algunas dellas. Yo hice una casa en la cibdad de Sancta María del Antigua del Darién, que no tenía sino madera e cañas, e paja e alguna clavazón, y me costó más de mill e quinientos pesos de buen oro; en la cual se pudiera aposentar un príncipe, con buenos aposentos altos e bajos, e con un hermoso huerto de muchos naranjos e otros árboles, sobre la ribera de un gentil río que pasa por aquella cibdad. La cual república, en desdicha de los vecinos della, e en deservicio de Dios y de Sus Majestades, y en daño de muchos particulares, de hecho se despobló por la malicia de quien fué causa dello.

Así que, de una destas dos maneras que he dicho, son las casas o buhíos, o eracras desta isla e de otras islas, que los indios hacen en pueblos y comunidades, y también en caseríos apartados en el campo, y también en otras diferenciadas maneras, como se dirá en la segunda parte desta Natural y General Historia, cuando se tracte de las cosas de la Tierra Firme; porque allá, en algunas provincias son de otra forma, y aun algunas dellas nunca oídas ni vistas sino en aquella tierra.

     Pero, pues se debujó la forma del caney o casa redonda, quiero asimismo poner aquí la segunda manera de casas que he dicho, la cual es como aquesta que está aquí patente (Lámina 1.ª, fig. 10), para que mejor se entienda lo que en la una y en la otra tengo dicho.

     Y puédese tener por cierto que los dos o tres años primeros, la cubierta de paja, si es buena y bien puesta, que son de menos goteras que las casas de teja en España; pero, pasado el tiempo que digo, ya la paja va pudriéndose, e es necesario revocar la cubierta e aun también los estantes o postes, excepto si son de algunas maderas de las que hay en estas partes, que no se pudren debajo de tierra; así como la corbana en esta isla; y el güayacán, me dicen, que en la provincia de Venezuela hacen estantes a las casas con ello, e que no se pudren por ningún tiempo. Y en la Tierra Firme hay otra madera, que la llaman los cristianos madera prieta, que tampoco no se pudre debajo de la tierra. Pero, porque en otras partes se ha de tractar de las maderas, y se especificaran más las calidades dellas, no hay necesidad de decir aquí más de lo que toca a estos edificios o maneras de casas.

Capítulo II

     Del juego del batey de los indios, que es el mismo que el de la pelota, aunque se juega de otra manera, como aquí se dirá, y la pelota es de otra especie o materia que las pelotas que entre los cristianos se usan.

     Pues en el capítulo de suso se dijo de la forma de los pueblos e de las casas de los indios, y que en cada pueblo había lugar diputado en las plazas y en las salidas de los caminos para el juego de la pelota, quiero decir de la manera que se jugaba y con qué pelotas; porque en la verdad es cosa para oír e notar. En torno de donde los jugadores hacían el juego (diez por diez, y veinte por veinte, y más o menos hombres, como se concertaban), tenían sus asientos de piedra. E al cacique e hombres principales poníanles unos banquillos de palo, muy bien labrados, de lindas maderas, e con muchas labores de relieve e concavadas, entalladas y esculpidas en ellos, a los cuales bancos o escabelo llaman duho.

     E las pelotas son de unas raíces de árboles e de hierbas e zumos e mezcla de cosas, que toda junta esta mixtura paresce algo cerapez negra. Juntas estas y otras materias, cuécenlo todo e hacen una pasta; e redondéanla e hacen la pelota tamaña como una de las de viento en España, e mayores e menores; la cual mixtura hace una tez negra, e no se pega a las manos; e después que está enjuta, tórnase algo espongiosa, no por que tenga agujero ni vacuo alguno, como la esponja, pero aligeréscese, y es como fofa y algo pesada.

     Estas pelotas saltan mucho más que las de viento, sin comparación, porque de solo soltalla de la mano en tierra, suben mucho más para arriba, e dan un salto, e otro e otro, y muchos, disminuyendo, en el saltar, por sí mismas, como lo hacen las pelotas de viento e muy mejor. Mas, como son macizas, son algo pesadas; e si les diesen con la mano abierta o con el puño cerrado, en pocos golpes abrirían la mano o la desconcertarían. Y a esta causa le dan con el hombro y con el cobdo y con la cabeza, y con la cadera lo más continuo, o con la rodilla; y con tanta presteza y soltura, que es mucho de ver su agilidad, porque, aunque vaya la pelota cuasi a par del suelo, se arrojan de tal manera, desde tres o cuatro pasos apartados, tendidos en el aire, y le dan con la cadera para la rechazar. Y de cualquier bote o manera que la pelota vaya en el aire (e no rastrando), es bien tocada; porque ellos no tienen por mala ninguna pelota (o mal jugada), porque haya dado dos, ni tres, ni muchos saltos, con tanto que al herir, le dén en el aire.

     No hacen chazas, sino pónense tantos a un cabo como a otro, partido el terreno o compás del juego; y los de acullá la sueltan o sirven una vez, echándola en el aire, esperando que la toque primero cualquiera de los contrarios: y en dándole aquél, luego subcede el que antes puede de los unos o de los otros, y no cesan, con toda la diligencia posible a ellos, para herir la pelota. Y la contención es que los deste cabo la hagan pasar del otro puesto, adelante de los contrarios, o aquéllos la pasen de los límites o puesto destos otros. Y no cesan hasta que la pelota va rastrando, que ya, por no haber seído el jugador a tiempo, o no hace bote, o está tan lejos que no la alcanza, e ella se muere o se para de por sí. Y este vencimiento se cuenta por una raya, e tornan a servir, para otra, los que fueron servidos en la pasada. E a tantas rayas cuantas primero se acordaron en la postura, va el prescio que entre las partes se concierta.

     Algo paresce este juego, en la opinión o contraste dél, al de la chueca; salvo que en lugar de la chueca es la pelota, y en lugar del cayado, es el hombro o cadera del jugador con que la hiere o rechaza. Y aún hay otra diferencia en esto: y es que, siendo el juego en el campo y no en la calle, señalada está la anchura del juego; y el que la pelota echa fuera de aquella latitud, pierde él e los de su partida la raya, e tórnase a servir la pelota, no desde allí por do salió al través, sino desde donde se había servido antes que la echasen fuera del juego.

     En Italia, cuando en ella estuve, vi jugar un juego de pelota muy gruesa, tan grande como una botija de arroba o mayor, e llámanla balón o palón. Y en especial lo vi en Lombardía y en Nápoles muchas veces a gentiles hombres; y dábanle a aquella pelota o balón con el pie; y en la forma del juego paresce mucho al que es dicho de los indios, salvo que, como acá hieren a la pelota con el hombro o rodilla, o con la cadera, no van las pelotas tan por lo alto como el balón que he dicho o como la pelota de viento menor. Pero saltan estas de acá mucho más, e el juego, en sí, es de más artificio e trabajo mucho. Y es cosa de maravillar ver cuán diestros y prestos son los indios (e aun muchas indias), en este juego. El cual, lo más continuamente juegan hombres contra hombres, o mujeres contra mujeres, y algunas veces mezclados ellos y ellas; y también acaesce jugarle las mujeres contra los varones, y también las casadas contra las vírgenes.

     Es de notar, como en otra parte queda dicho, que las casadas, o mujeres que han conoscido varón, traen revuelta una mantilla de algodón al cuerpo, desde la cinta hasta medio muslo, e las vírgines ninguna cosa traen, jugando o no jugando, en tanto que no han conoscido hombre carnalmente. Pero, porque las cacicas e mujeres principales casadas, traen estas naguas o mantas desde la cinta hasta en tierra, delgadas e muy blancas e gentiles, si son mujeres mozas e quieren jugar al batey, dejan aquellas mantas luengas, e pónense otras cortas, a medio muslo, Y es cosa mucho de admirar ver la velocidad e presteza que tienen en el juego, y cuán sueltos son ellos y ellas. Los hombres, ninguna cosa traían delante de sus vergüenzas antes que los cristianos acá pasasen, como tengo dicho; pero después se ponían algunos, por la conversación de los españoles, unas pampanillas de paño o algodón u otro lienzo, tamaño como una mano, colgando delante de sus partes vergonzosas, prendido a un hilo que se ceñían

     Pero por eso no se excusaban de mostrar cuanto tenían, aunque ningún viento hiciese, porque solamente colgaba aquel trapillo, preso en lo alto y suelto en las otras partes; hasta que después fueron más entendiendo ellos y ellas, cubriéndose con camisas que hacían de algodón muy buenas. Y al presente, esos pocos que hay, todos andan vestidos o, con camisas, en especial los que están en poder de cristianos. Y si algunos no lo hacen así, es entre las reliquias que han quedado destas gentes del cacique don Enrique, del cual se hizo mención en el libro precedente.

     Este juego de la pelota, o invención de tal pasatiempo, atribuye Plinio al rey Pirro, del cual ninguna noticia tienen estas gentes: por manera que deste primor no debe gozar Pirro, hasta que sepamos quién fué el verdadero e primero enseñador de tal juego, pues que estas gentes se han de tener por más antiguas que Pirro.

 

Capítulo XI

De un monstruo que hobo en esta isla Española en el tiempo que se escrebía en limpio esta Historia Natural, de dos niñas que nascieron juntamente pegadas, en esta cibdad de Sancto Domingo; e cómo fueron abiertas, para ver si eran dos ánimas e dos cuerpos o uno.

     El Antonio, sancto arzobispo de Florencia, en la tercera parte de su historia, describiendo el año de mill e trescientos e catorce, dice que aquel año, en el territorio del valle de Arno, nasció un muchacho con dos cabezas, y fué llevado a Florencia, a Sancta María de la Escala, y que a cabo de veinte días murió. De, lo cual yo comprendo que, pues a aqueste sancto varón (e por tal canonizado, e puesto en nuestros tiempos en el catálogo de los sanctos) le paresció que con las otras sus historias era bien hacer mención de lo que en su tiempo acaesció, que no será fuera de mi propósito y Natural y General Historia de Indias hacer mención yo de otro monstruo que en ellas se vido en el tiempo que yo escrebía estas materias; pues que lo vi, y es cosa muy notable e digna de ser sabida en el mundo, porque una obra de Natura, y que raras veces acaesce, no quede en olvido. En especial que del nuevo monstruo que yo aquí escribo, se deben alegrar los que lo vieron, y los que aquesto leyeren, en quedar certificados que subieron dos ánimas al cielo a poblar aquellas sillas que perdió Lucifer y sus secaces, pues dos niñas que juntas nascieron, rescibieron el sacramento del baptismo conforme a la Iglesia; e vivieron ocho días naturales, de tal forma compuestas, sin fealdad o defecto asqueroso de los que Natura suele mostrar en los monstruos humanos; dejaron grand admiración a cuantos las vimos. Allende de lo cual, eran tan bien proporcionadas estos criaturas, que cada una dellas fuera mujer hermosa,- viviendo, si no estuvieran así juntas.

    Viniendo a particularizar el caso, digo que en esta cibdad de Sancto Domingo de la isla Española, jueves, en la noche, diez días de julio de mill e quinientos e treinta e tres años, Melchiora, mujer de Joan López Ballestero, vecino desta cibdad, naturales de Sevilla, parió dos hijas juntas, pegadas la una con la otra, de la manera que adelante diré; las cuales, luego otro día siguiente por la mañana yo las vi, juntamente con la justicia e algunos regidores e otras personas principales y muchos vecinos nuestros y otros forasteros y estantes en esta cibdad, e algunos religiosos e personas scientes. Y estando la madre en la cama, presente su marido, a contemplación de los que he dicho, desenvolvieron aquellas criaturas; y desnudas, vi que estaban desde el ombligo arriba pegadas por los pechos hasta poco antes de las tetas; de forma que ambas tenían una vid u ombligo común y sólo para las dos. Y de allí arriba, pegadas las personas hasta los estómagos, o poco más alto; pero destintas las tetas, e los pechos e todo lo demás de ahí arriba, con cada dos brazos, e sendos pescuezos, e cabezas graciosas y de buenos gestos. E del ombligo abajo, estaban separadas cada una por sí, Pero este ayuntamiento no era de derecho en derecho, sino algo ladeado, como adelante diré. Cómo las hobieron desenvuelto e quitado de las fajas, comenzaron ambas a llorar, y después, cuando las cubrieron, calló la una y la otra todavía lloró un buen espacio.

    Decía su padre que, así como nascieron, las había hecho baptizar a un clérigo, y que a la una llamaron Joana e a la otra Melchiora; e a cautela, dijo el clérigo, baptizada la una cuando baptizó la otra: "Si no eres baptizada, yo te baptizo." Porque él no se supo determinar si eran dos personas e ánimas, o una.

    Siguióse después, a los diez e ocho días del mes e año ya dichos, que a causa que la noche antes estas niñas o monstruo estaban muertas, sus padres vinieron en consentimiento de las abrir; y puestas en una mesa, el bachiller Joan Camacho, óptimo cirujano, en presencia de los doctores de medicina, Hernando de Sepúlveda e Rodrigo Navarro, las abrió con una navaja por a par del ombligo, e les sacó todas las interiores: e tenían todas aquellas cosas que en dos cuerpos humanos suele haber, conviene a saber: dos asaduras, e sus tripas destintas e apartadas, e cada dos riñones, e dos pulmones, e sendos corazones, e hígados. e en cada uno una hiel, excepto que el hígado de la una e de la otra estaban juntos y pegados el uno al otro, pero una señal o línia entre ambos hígados, en que claramente se parescía lo que pertenescía a cada una parte. E así abiertas estas criaturas, paresció que el ombligo o vid, que en lo exterior era uno al parescer, que en lo interior e parte de dentro se dividía en dos caños o vides, e cada una dellas iba a su cuerpo e criatura a quien pertenescía, aunque por defuera, como he dicho, paresciese uno solo.

    E desde la dicha vid, para abajo, estaban estas niñas distintas e apartadas una de otra por sí, en vientres y caderas e piernas e todo lo demás que puede tener una mujer, tan perfectamente como si cada una estoviera por sí suelta y separada. Y desde la vid o ombligo para arriba, estaban pegadas las personas hasta la boca del estómago, o poca cosa más. E cada una tenía dos tetas; e la mayor de las niñas tenía por el costado derecho más pegada la persona que por el siniestro a la otra niña. Así que, la parte derecha de la mayor con la siniestra de la menor, estaban más allegadas e juntas que por la otra parte o costados; mas muy distintas y enteras, conoscidamente, cada una por sí. Y en lo demás, y desde donde las costillas se juntan sobre la boca del estómago para arriba, estaban asidas hasta medio pecho, e lo demás suelto e apartado, e destintos sus pechos y brazos e cuellos e cabezas, sin faltar en las manos e pies ningún dedo, ni uña, ni otra particularidad alguna a ninguna destas criaturas.    Preguntando al padre desta monstruosidad a qué hora habían fallescido sus hijas, dijo que la noche antes, a media hora antes que anochesciese, había expirado la mayor, e que desde a una pequeña hora expiró la otra; y que otro tanto tiempo antes había nascido y mostrádose primero la mayor antes que la segunda nasciese. De forma que tanto vivió en esta vida, fuera del vientre, la una como la otra. E todo lo que vivieron fueron ocho días naturales, de la forma que es dicho.

     Fué preguntado si estas criaturas, en el tiempo que vivieron, si mostraban alguna diferencia en el alimentarse, y en los otros sentimientos e obras. Dijo que algunas veces la una lloraba y la otra callaba; e aquesto yo lo vi cuando la primera vez a mí e a otros muchos se enseñaron o las vimos, como he dicho de suso. E dijo más: que algunas veces dormía la una y la otra estaba despierta, y que cuando la una purgaba por bajo o hacía orina, que la otra no lo hacía, y que también acaescía hacer lo uno y lo otro en un tiempo ambas criaturas, e a veces se anticipaba la una de la otra, Por manera que muy claramente se conoscía ser dos personas e haber allí dos ánimas e diversos sentidos, aunque no las abrieran; pero después se verificó más, seyendo abiertas. E así, la una con nombre de Joana, e la otra de Melchiora, pasaron desta vida a la gloria celestial, donde plega a Nuestro Señor que las veamos. Yo las vi, como he dicho, vivas, e las vi abrir después de muertas. E paréceme que es muy mayor notable o admiración e caso menos veces visto ni oído que el que se tocó de suso que escribe el Antonio de Florencia, y lo uno y lo otro para dar gracias a Nuestro Señor e notificarse a los presentes y porvenir.

Capítulo XX

De la hierba que los indios de Nicaragua llaman yaat, e en la gobernación de Venezuela se dice hado, y en el Perú la llaman coca, e en otras partes la nombran por otros nombres diversos, porque son las lenguas diferentes.

     Acostumbran los indios de Nicaragua e de otras partes donde usan esta hierba yaat, cuando salen a pelear o cuando van camino, traer al cuello unos calabacinos pequeños u otra cosa vacua en que traen está hierba, seca, curada e quebrada, hecha cuasi polvo; e pónense en la boca una poca della, tanto como un bocado, e no la mascan ni tragan; e si quieren comer o beber, sácanla de la boca e ponénla a par de sí, sobre alguna cosa que esté limpia, e entonces paresce lo que parescen las espinacas cocidas. Cuando han comido e vuelven a caminar, tornan a la boca la misma hierba; porque, demás de ser gente mezquina e sucia, es cosa ésta que la estiman entre sí, e es buen rescate para la trocar o vender por otras cosas, donde no la alcanzan ni la hay. E traída así en la boca, la mudan de cuando en cuando de un carrillo a otro.

    El efeto della es que, discen los indios, que esta hierba les quita la sed y el cansancio. Y juntamente con ella usan cierta cal hecha de veneras e caracoles de la costa de la mar, que asimismo traen en calabacitas; e con un palillo lo revuelven e meten en la boca, de cuando en cuando, para el efeto ya dicho. E aunque totalmente no les quite la sed ni el cansancio, dicen ellos que se quita, o mucha parte della, e que les quita el dolor de la cabeza e de las piernas. E están tan acostumbrados en este uso, que por la mayor parte, todos los hombres de guerra, e los monteros e caminantes, e los que usan andar al campo, no andan sin aquesta hierba.

     En la provincia de Venezuela e otras partes la siembran e cultivan e curan con mucha diligencia e cuidado en sus huertos, e cogen la simiente della, e después cogen las hojas e en manojos las secan e guardan. E echa unos tallos o vástagos tan altos como tres o cuatro palmos, o poco más, así como los bledos o malvas; pero esos astiles o vástagos, cogida la hoja, que es el fructo, échanlos por ahí; e dicen que si la comiesen o tragasen, que los mataría: antes ella sirve a tener húmeda e fresca la boca e la lengua, e sin flegma; pero cuando la dejan, se enjuagan bien la boca e lo echan, porque no les quede cosa alguna della. Sé, de vista, que comúnmente esos indios, a vueltas de sus provechos o virtudes desta hierba e de aquella cal, aunque sean mancebos los que la usan, tienen malas dentaduras, de sucias e negras, e podridas muchos dellos.

Capítulo XXXIII

De las mujeres que en las indias viven en repúblicas e son señoras sobre sí, a imitación de las Amazonas; e pónense aquí dos depósitos hasta que en la segunda parte de la General Historia lleguemos a los proprios lugares e provincias donde tales mujeres habitan, e allí se diga más copiosamente lo que en esto hay que escrebir.

    Plinos e Escolopytho fueron desterrados de su patria; los cuales, llevando consigo gran moltitud de mancebos, se pasaron a Capadocia, a par del río Termodonte, e tomaron los campos Temiscirios, e allí acostumbraron a robar a los vecinos; mas, después, los pueblos los mataron. Las mujeres, viéndose desterradas e viudas, tomaron armas, e primero defendiendo su tierra e haciendo guerra, osaron, por maravilloso ejemplo de todos los tiempos, hacer su república sin maridos; desechando los vecinos, por no se casar, porque no sería llamado matrimonio, sino servitud, e así se regían, despreciándose de tener marido. E a tal que no paresciese que la una tenía ventaja a la otra, mataron a aquellos que habían quedado en casa, e hicieron venganza de los muertos maridos con la muerte de los vivos. Después, por fuerza habida la paz, a tal que no faltase su generación, comenzaron a lujuriar con los vecinos, e si nascían algunos hijos varones, matábanlos, e las hembras ejercitaban en sus costumbres, no teniéndolas en ocio ni en el arte de la lana ocupadas, sino en armas e en caballos e caza; e cuando eran pequeñas, quemábanles la teta derecha, a tal que no les diese estorbo al tirar con el arco, por lo cual las llamaron amazonas. Estas hobieron dos reinas, Marpesia e Lampedo, etc. Este fué el origen de las que amazonas se llamaron (segund más largamente lo escribe Justino en la Abreviación de Trogo Pompeyo), e llegó su estado a ser muy grande.

    Otra cosa me maravilla más que lo que es dicho, porque esas amazonas conservaban e aumentaban su república con haber ayuntamiento con hombres en ciertos tiempos; pero, república de hombres sin haber ayuntamiento con mujeres, e vivir castamente, e turar e ser siempre mayor su pueblo, esto es de mucha más admiración; y sabido el caso es muy posible, segund Plinio lo escribe, el cual dice, hablando del lago Apháltide, desta manera: "En la ribera del Poniente está la gente de los esenios, los cuales huyeron en todo de los malos. Es gente en todo el mundo maravillosa; viven sin mujeres e sin alguna libídine, sin pecunia. No vienen a menos, porque de tiempo en tiempo van a vivir con aquestos aquellos que, cansados por la adversa fortuna, siguen las costumbres de aquéllos; por lo cual ha muchos siglos que tura aquella gente, entre la cual ninguno nasce. ¡Tanto les es fértil a ellos el tedio o enojo de la vida de los otros!" Todo es del auctor alegado.

     Al propósito de lo que está dicho en ambas particularidades, diré, cuanto a los depósitos que ofrescí de suso, dos notables memorias de mujeres. Y es la primera, que, andando el gobernador Jerónimo Dortal en la Tierra Firme, hallaron él e los españoles, en muchas partes, pueblos donde las mujeres son reinas o cacicas e señoras absolutas, e mandan e gobiernan, e no sus maridos, aunque los tengan; y en especial una, llamada Orocomay, que la obedescen más de treinta leguas en torno de su pueblo, e fué muy amiga de los cristianos. E no se servía sino de mujeres, y en su pueblo e conversación no vivían hombres, salvo los que ella mandaba llamar para mandarles alguna cosa o enviarlos a la guerra, como más largamente se dirá en el libro XXIV, capítulo X.

    Cuando el capitán Nuño de Guzmán e su gente conquistaban la Nueva Galicia, tovieron nueva de una población de mujeres, e luego nuestros españoles las comenzaron a llamar amazonas. Anticipóse un capitán, llamado Cristóbal de Oñate, a suplicar al capitán Nuño de Guzmán, su general, que le hiciese merced de aquella empresa e pacificación de aquellas amazonas; e el general se lo concedió, e fué con su capitanía en busca dellas, e en un pueblo en el camino fué muy mal herido e otros españoles descalabrados de ciertos indios que les salieron al encuentro, a causa de lo cual, este capitán y los que con él iban no pasaron adelante. E llegado allí él general, pidióle la empresa el maestre de campo, llamado el capitán Gonzalo López, para ir al pueblo de las mujeres, e otorgóselo. E quiso después el mismo general ver estas mujeres, e llegados allá sin resistencia, entraron, con su grado, en el pueblo do viven, llamado de Ciguatán (llámanle así porque en aquella lengua desa provincia quiere decir Ciguatán pueblo de mujeres), e a los españoles diéronles muy bien de comer e todo lo nescesario de lo que tenían. Aquella república es de mill casas e muy bien ordenada; e súpose, dellas mismas, que los mancebos de la comarca vienen a su cibdad cuatro meses del año a dormir con ellas, e aquel tiempo se casan con ellos de prestado e no por más tiempo, sin ocuparse en más de las servir e contentar en lo que ellas les mandan que hagan de día en el pueblo o en el campo; e las noches, dánles sus proprias personas e camas; en el cual tiempo cultivan e siembran la tierra de maizales y legumbres, e lo cogen e lo ponen en las casas donde han seído hospedados. E complido el tiempo que es dicho, ellos todos se van e vuelven a sus tierras donde son naturales. Y si quedan esas mujeres preñadas, después que han parido envían los hijos a sus padres, para que los críen o hagan dellos lo que quisieren; e si paren hijas, retiénenlas consigo, e criánlas para aumentación de su república. Tienen turquesas e esmeraldas en cantidad e muy buenas. Pero el proprio nombre no es Ciguatán de aquella cibdad, como de suso se dijo, sino Ciguatlam, que quiere decir pueblo de mujeres. De las otras sus particularidades se dirá más por extenso en el libro XXXIV, capítulo VIII.

    Yo me quise después, en España, informar del mismo Nuño de Guzmán, cerca desto destas mujeres, porque es buen caballero y se le debe dar crédito; e me dijo que es burla, e que no son amazonas, aunque algunas cosas se decían déstas sobre sí; e que él pasó adelante e tornó por allí, e las halló casadas, e que lo tienen por vanidad. Digo yo que ya podría ser que, pues las halló casadas, fuese en el tiempo desos sus allegamientos; pero dejemos eso; e pasemos adelante.

    Pues yo he complido con los depósitos que he dicho, quiero decir cerca de lo que se dijo de la gente de los esenios, de quien Plinio escribió lo ques dicho. Y porque no os maravilléis, letor, deso, os traeré a la memoria otras generaciones de gentes que vos y yo y otros muchos habemos visto semejantes, que se aumentan e viven muchos tiempos ha, sin compañía de mujeres. Y aun, asimismo, os acordaré de otras congregaciones que viven e perseveran y nunca faltan, de mujeres que viven sin compañía de hombres, para lo cual digo así.

    Demás de lo que Sanct Isidoro dice en sus Ethimologías, ya sabemos que el convento se toma por el lugar donde muchos concurren; y así entiendo yo que muchos conventos e lugares hay que todos son de hombres religiosos y viven sanctamente sin compañía de mujeres, y muchas mujeres y conventos dellas que están sin hombres, y se sostienen largos tiempos ha, como lo testifican los benitos e bernardos e cartujos y las otras santas órdenes de religiosos por sí e religiosas por sí. Y así debieran de ser esa o esas comunidades de los esenios, los cuales pone el auctor que es dicho en parte de la Judea; y judíos castos debieran de ser; pero no de la sanctidad ni bondad de las comunidades o conventos de religiosas o religiosos cristianos que, como aquéllos, huyendo de los malos e pecadores mundanos, se apartan e encierran a servir a Dios, e viven ellos sin mujeres y ellas sin varones, e castamente y en toda honestidad. E no vienen a menos, porque, de tiempo en tiempo, van a vivir en tal compañía aquellos que se cansan de la adversa fortuna, e quieren servir a Dios e dejar el mundo, e hacen profesión con los que antes tomaron el hábito de la religión; por lo cual ha muchos siglos e tiempos que permanece tal gente, sin que entre ellos ni ellas nazcan otras criaturas; porque les es de mucha fertilidad y excelencia el apartamiento de las costumbres de la gente seglar. Y cuando, por industria e solicitud del diablo, alguna incontinencia e feo pecado se comete por algún profeso, ni le falta arrepentimiento ni penitencia al propósito de su delito y para remedio de su ánima. Pasemos a los otros depósitos,

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LIBRO XII

Capítulo IX

De los animales terrestres que se trujeron de España a esta isla Española, de los cuales acá no había alguno de ellos.

 E

n esta isla Española ni en parte alguna destas partes no había caballos, e de España se trujeron los primeros e primeras yeguas, e hay tantos, que ninguna nescesidad hay de los buscar ni traer de otra parte; antes en esta isla se han fecho e hay tantos hatos de yeguas, e se han multiplicado en tanta manera, que desde aquesta isla los han llevado a las otras islas que están pobladas de cristianos, donde los hay asimismo en mucho número e abundancia; e a la Tierra Firme, e a la Nueva España, e a la Nueva Castilla se han llevado desde aquesta isla, e de la casta de los de aquí, se han fecho en todas las otras partes de las Indias donde los hay. E ha llegado a valer un potro o yegua domada, en esta isla, tres e cuatro o cinco castellanos, o pesos de oro, e menos.

      De las vacas digo lo mismo, en cuanto a ser ya innumerables, pues que es notorio que en esta isla hay muy grandes hatos e vacadas e vale una res un peso de oro, e muchos las han muerto e alanceado, perdiendo la carne de muchas dellas, para vender los cueros y enviarlos a España; e cada año van muchas naos cargadas destas corambres. E hay hombres en esta cibdad y en la isla, de a dos, e tres, e cuatro, e cinco, e seis, e siete, e ocho, e nueve e diez mill cabezas deste ganado, e muchas más, en cantidad. Público es que la viuda, mujer que fué de Diego Solano, tiene diez e ocho o veinte mill cabezas deste ganado; y el obispo de Venezuela, deán desta Sancta Iglesia de Sancto Domingo, tiene veinte e cinco mill cabezas, o más, como lo dije en el libro III, cap. XI. Y deste número abajo, hay señores de mucha cantidad deste ganado vacuno. Ovejas se trujeron e carneros, de que se ha fecho e hay asaz ganado deste género.

      De los puercos ha habido grandes hatos en esta isla, e después que se dieron los pobladores a la granjería de los azúcares, por ser dañosos los puercos para las haciendas del campo, muchos se dejaron de tales ganados; pero todavía hay muchos, e los campos están llenos de salvajina, así de vacas e puercos monteses, como de muchos perros salvajes que se han ido al monte e son peores que lobos, e más daño hacen. E asimismo, muchos gatos de los domésticos, que se trujeron de Castilla para las casas de morada, se han ido al campo e son innumerables los que hay bravos o cimarrones, que quiere decir, en la lengua desta isla, fugitivos.

      Hay asimismo muchos asnos, en esta isla, de la casta de los que se trujeron de España, e mulas e machos que se han criado e se hacen muy bien acá; pero porque de todas estas cosas se ha dicho en particular, e yo no soy amigo de referir una cosa muchas veces, baste lo que está dicho destos siete géneros de animales que acá se trujeron de Castilla; porque las mulas e los machos acá se acrescentaron de la mixtión de los asnos e yeguas. Y como en otra parte de la historia dije, torno a decir o acordar al letor, que vale el arrelde de la vaca en esta cibdad a dos maravedíes; la cual arrelde es de peso sesenta e cuatro onzas. E mátanse, cada día que es de comer carne, en esta cibdad de Sancto Domingo de la isla Española.

      Hánse traído conejos blancos e prietos a esta cibdad, e algunos hay en las casas de algunos vecinos particulares; pero no es granjería útil, por lo que se ha visto de su aumentación en las islas de Canaria, e naturalmente son dañosos en los heredamientos. E si ocurrimos a lo que está escripto, ya se halla haberse en España deshabitado una cibdad por el escarbar e moltitud de los conejos, segund escribe Plinio.

      Cabras se han traído de España y de las islas de Canaria y de las de Cabo Verde, e algunos hatos hay deste ganado, e las que mejor acá prueban, son las pequeñas de Guinea e de Cabo Verde e aquellas islas; pero deste ganado no hay mucho en estas islas. Pero de los otros géneros que dije de suso, así como yeguas e caballos, vacas, e ovejas e puercos, llenas están esta isla e la de Sanct Joan, e Cuba, e Jamaica e mucha parte o poblaciones de españoles. Tienen de todos, los unos e los otros, en la Tierra Firme, e en especial en la Nueva España, en mucha cantidad de los unos e de los otros, y cada día se aumentan do quiera que los cristianos pueblan.

Capítulo X

     De los animales que en la Tierra Firme llaman los españoles tigres, e los indios los nombran en diversa manera, segund la lengua de aquellas provincias donde los hay.

      En el proemio o introducción deste libro XII dije que después que hobiese dicho de los animales que, los españoles hallaron en esta isla, y de los que se trujeron a ella desde España, e hobiese dicho otras cosas, diría de los animales de quien no se habló en la primera impresión que tuvo esta primera parte de la General Historia de Indias, y que se hallan o hay en ella. Y para cumplirlo así, escribiré primero aquellos animales de que yo di noticia particular en aquel breve tractado que a la Cesárea Majestad dirigí y escrebí en Toledo el año de mill e quinientos e veinte y seis; y tras aquéllos, diré de los que más hobieren después venido a mi memoria o vista hasta el tiempo presente.

      Y será el primero del tigre, ques un animal que, segund los antiguos escribieron, es el más velocísimo de los animales terrestres. Isidoro en sus Ethimologias dice: "El tigre se nombró así por su veloce huída, y el río Tigris se nombró así por su velocidad, y los persas e medos así nombran a la saeta. Y a aquella bestia, destinta de varias manchas, e en su virtud e velocidad admirable, le dan el nombre del río Tigris, porque es el más rapidísimo e corriente de todos los ríos". Este río Tigris, segund Justino, nasce en Armenia con poca agua, etc.. Plinio dice que la pantera e el tigre, por la variedad de las colores e diversas manchas son cuasi diferentes de todos los otros animales, porque las otras fieras han una sola color, segund su especie.

Los primeros españoles que en la Tierra Firme, en la provincia de Cemaco e en el Darién, vieron aquellos animales que en aquella tierra los indios llaman ochi, llamáronles ellos tigre. Los cuales son tales, como aquel que en la cibdad de Toledo, el año susodicho, dieron al Emperador nuestro señor, enviado de la Nueva España. Tiene la hechura de la cabeza como león u onza; pero más gruesa, e ella y todo el cuerpo e brazos e piernas pintado de manchas negras, unas a par de otras, perfiladas de color bermeja, que hacen una hermosa labor o concierto de pintura: en el lomo y a par dél, mayores aquellas manchas, e vanse disminuyendo hacia el vientre y los brazos y cabeza. Este que alli se trujo era pequeño e nuevo, e a mi parescer podría ser de tres años o menos; pero haylos muy mayores en Tierra Firme. Yo le he visto más alto que tres palmos y de más de cinco de luengo, e son muy doblados e recios de brazos e piernas, e muy armados de dientes e colmillos e uñas, e en tanta manera fieros, que a mi parescer, ningund león real de los muy grandes, es tan fiero ni tan fuerte. Pero creo bien que los leones son mas denodados y de más esfuerzo.

     Estos ochis o tigres, o mejor diciendo, panteras (porque les falta la ligereza del tigre que se alegó de suso, y éstos no tienen coyunturas en las piernas postreras e van a saltos), hay muchos dellos en la Tierra Firme, e comen a muchos indios, e son muy dañosos. Mas, como he dicho, yo no los habría por tigres, viendo lo que se escribe de la ligereza del tigre e lo que se ve de la torpeza de aquestos ochis, que tigres llamamos en estas Indias. Verdad es que, segund las maravillas del mundo y los extremos que las criaturas más en unas partes que en otras tienen, segund las, diversidades de las provincias y constelaciones donde se crían, ya vemos que las plantas que son nocivas en unas partes, son sanas e provechosas en otras, como la yuca, que en estas islas mata e en la Tierra Firme es buena fructa. Y por esto dice Sanct Gregorio que las hierbas que sustentan a unos animales, matan a otros.

      También se ve que las aves que en una provincia son de buen sabor, en otros partes no curan dellas ni las comen. Los hombres en una parte son negros, e en otras provincias son blancos, e los unos é los otros son hombres. Y aun estos ochis o tigres que son cuales he dicho e tan hermosos en la piel, en la Tierra Firme, en la provincia de Cueva e otras, digo que de los mismos hay en Nicaragua, e también los hay negros, en especial cerca de la laguna de Cozabolea famosa, e cerca de Saltaba e por allí. Y no es de maravillar de lo que Plinio dice, que los leones solamente en Siria son negros. Ya podría ser que los tigres asimismo fuesen en a parte ligeros, como escriben, y que en la Tierra Firme, de donde aquí se habla, fuesen torpes y pesados. Animosos son los hombres y de mucho atrevimiento en algunos reinos, e tímidos e cobardes naturalmente en otros. Todas estas cosas e otras muchas que se podrían decir a este propósito, son fáciles de probar e muy dignas de creer de todos aquellos que han leído o han andado por el mundo, a quien la propria vista habrá enseñado la experiencia de lo que es dicho.

     A estos tigres u ochis los matan fácilmente los ballesteros, desta manera. Así como el ballestero sabe donde anda algund tigre déstos, vale a buscar con su ballesta e con un can pequeño, ventor o sabueso (e no con perro de presa, porque al perro que con él se afierra, le mata luego, que es animal muy arreado, de grandísima fuerza). El cual ventor, así como da dél e lo halla, anda alrededor ladrándole e pellizcándole, e huyendo, y tanto le molesta, que le hace huir e encaramar en el primer árbol que por allí está, porque el tigre, de importunado del ventor, se sube a lo alto e se está allí; e el perro al pie del árbol, ladrándole, y él regañando, mostrando los dientes, tírale el ballestero desde a doce o quince pasos con un rallón y dale por los pechos, y vuelve las espaldas huyendo, y el tigre queda con su trabajo y herida, mordiendo la tierra e los árboles, E desde a dos o tres horas, o el otro día siguiente torna allí, e con el perro luego le halla donde está muerto e lo desuella o trae al pueblo, porque el cuero es muy gentil e la carne no es mala y el unto es muy provechoso para muchas cosas; porque, demás de ser bueno para arder en el candil, es sano para guisar de comer, como buena manteca, e para aplacar cualquiera hinchazón e postema.

     El año de mill e quinientos e veinte e dos años los regidores que éramos de la cibdad de Sancta María del Darién hecimos en nuestro cabildo una ordenanza, en la cual prometimos cuatro o cinco pesos de oro al que matase un tigre déstos, y por este premio se mataron muchos dellos en breve tiempo, de la manera que está dicho, e con cepos asimismo.

     Para mi opinión, dicho he lo que siento de ser o no ser tigres estos ochis; mas sea cualquiera de los que se notan en el número de la piel maculada, o por ventura otro nuevo animal que asimismo la tiene y no está en la cuenta de los que están escriptos, porque de muchos animales que hay en la Tierra Firme, y entre ellos aquestos que yo aquí porné (o los más dellos), ningund escriptor delos antiguos hace memoria dellos, como quier que están en provincias que ignoraban, e que la cosmografía del Tolomeo ni de otros auctores no se lo acordaba ni lo dijo, hasta que el Almirante don Cristóbal Colom nos la enseñó. Cosa por cierto más digna e sin comparación capacísima de memoria e grande, que no fué dar Hércoles entrada al mar Mediterráneo en el Océano, pues los griegos, hasta él, nunca le supieron, e de aquí viene aquella fábula que dice que los montes Calpe e Abila (que son los que en el estrecho de Gibraltar, el uno en España y el otro en Africa, están enfrente uno de otro) eran juntos, y que Hércoles los abrió e dió por allí entrada al mar Océano, e puso sus columnas en Cádiz e Sevilla, las cuales César méritamente trae por devisa con aquella su letra de Plus Ultra. Palabras en verdad a solo tan universal Emperador, e no a otro príncipe alguno convinientes, pues en partes tan apartadas de donde Hércoles llegó (e donde después ningund otro príncipe ha llegado), las ha puesto su Cesárea Majestad. Y pues Hércoles tan poco navegó como de Grecia hasta Cádiz hay, y por eso los poetas o historiales dicen que dió la puerta al Océano, sin dubda la memoria de Colom de más alto premio es, y muy sin comparación el mérito y ventaja que a Hércoles tiene. Volvamos a nuestra materia.

     No dejaré de traer aquí a memoria del letor lo que se siguió de aquel ochi o tigre que vino a César, para acordar a los hombres que no aprendan oficios bestiales o de conversación de bestias fieras e indómitas. Al tiempo queste animal llegó a Toledo, pocos días antes o después, se murió un león pardo que César tenía, con que cazaba. Y esta caza, aunque es rara y de príncipes, no es cosa nueva, ni tan provechosa ni aplacible, como de auctoridad e significar una grandeza que es más a propósito de un cazador e de sus salarios que de otro ninguno. Y como se murió aquel león, quedó vaco el oficio, y el leonero, por no perder su ración e quitación, suplicó a César que le hiciese merced de aquella guarda e administración del tigre, ofresciéndose de le doctrinar e amansar e enseñar a cazar tan domésticamente o más que lo hacía con el león pardo; y Su Majestad se lo concedió, y este cazador lo llevó a su posada, en una huerta fuera de Toledo, porque las reglas que había de enseñar a aquella bestia eran bestiales e para fuera de la cibdad. Mas en la verdad, él se pudiera ocupar en otra cosa más útil y de menos peligro a su persona, porque aquel tigre era nuevo e cada día había de ser más recio e fiero o doblársele la malicia. Con todo, por su buena industria, este cazador o maestro deste nueva caza de tigres, le había ya sacado de la jaola e le tenía muy doméstico, atado con muy delgada cuerda, e tan familiar, que yo me espanté de que así lo vi. E por salir de dubda el capitán Panfilo de Narvaéz e yo e otros hombres que estábamos en aquella sazón en la corte sobre negocios de Indias, fuimos a ver esta mansedumbre del tigre. Y como aquel que le doctrinaba, entendió que habíamos visto estos animales en estas Indias, quísose informar de nosotros de la genealogía o plática destas bestias, y cúpome a mí la mano de responderle: y yo le dije que entre cuantos españoles a estas partes habían pasado, que eran muchos millares de hombres, no sabía que alguno dellos hobiese contraído tanta amicicia con ninguno destos ochis o tigres, como él tenía con aquél, y que por eso era él de más mérito en tenerle tan pacífico e benívolo; pero que le rogaba que no fiase dél, que era mala bestia, e que diese gracias a Dios que le había librado del pardo que se había muerto, e diese esotro tigre al diablo, y que no durmiese con él, de una puerta adentro, de noche ni de día, ni dejase de estar en vela, porque sin dubda me parescía que ya le había muerto, o que a bien librar, le había de poner en trabajo, e que yo no alcanzaba otra cosa de la condición destos tigres. Estonces él, riyéndose e no paresciéndole que yo merescía gracias por tal consejo, llegósé al tigre, e trayéndole la mano por el lomo, decía : "Este e mi fillolo, e un anzolo e lo ferró far miracule; ano¡ voglio andar in la India e portar cinque o sei de quisti piu picolini e voglio que César havía una caczia de Imperator, e voglio que mi dia uno stato." Quiere decir esto qué el cazador dijo en su lengua lombardesca: "Este animal es mi hijo e es un ángel, e yo le haré hacer miraglos; antes quiero ir a las Indias e traer cinco o seis déstos más pequeñitos, e quiero que César tenga una caza de Emperador, e quiero que me dé un estado."

     Pues como yo y los que allí estábamos, vimos su contentamiento, los unos le loaban su buen deseo y los otros callaban; y yo, como vi que desvariaba, hóbele compasión, e dije: "Dios lo haga como vos lo deseáis; pero todavía os acuerdo que no fíes desta bestia, porque vos pensáis quél agradece lo que le enseñáis, y eso él no lo puede aprender sin dieta; y él piensa que os engaña a vos en sofrir la hambre, para que cuando mucho le aqueje e no le déis de comer, confiado vos de su amistad, os lleguéis a rasearle como agora lo hacéis, y él os haga pedazos. Creedme, dije yo, e cortadle las uñas, e aun sacádselas de raíz, e aun todos los dientes y colmillos; e no creáis que se las dió Dios para que vos le déis a comer a horas diputadas, porque nunca alguno de su linaje comió en tinelo ni llamado con campana a la tabla, ni tuvo otra regla sino devorar, e crueldad a natura, e queréislo vos hacer observante. Yo os prometo que si vivimos un año, que o vos o el tigre habés de ser muertos; y perdonadme, que en verdad que os he lástima." Mis palabras no le supieron bien e dijo quél me rengraciaba, pero quél sabía muy bien aquel oficio. Como yo no tenía nescesidad de le aprender, nos fuimos riendo de su desatino.

     Y en la verdad, yo quedé confiado que aquella amístad había de durar poco, porque aun cuando el cazador le rascaba, el tigre no sé qué se decía rezado o murmuraba entre dientes. Finalmente, que no pasaron ocho días después, cuando entre ellos hobo no sé qué desacuerdo sobre sus liciones, y el tigre le hobiera de matar al maestro, e le tractó de manera que si no fuera socorrido, le matara. Desde a poco tiempo, el tigre se murió, o su maestro le ayudó a morir, lo cual creo yo más. Y en la verdad, tales animales no son para entre gentes, segund son feroces e indómitos a natura. Y no tengo por menos bestiales que a los mismos tigres quien piensa hacerlos mansos.

     Y pues destos animales se ha tractado, diré un caso que en el Nombre de Dios acaesció con un tigre déstos, que sin dubda es cosa notable. Andaba por allí un tigre, y entraba de noche en el pueblo e mataba gallinas e perros e otros animales, e aun indios mansos, e hacía mucho daño; e armáronle con una alzaprima e de manera qué cayó en el lazo, e quedó colgado por un brazo extendido alto, e apenas llegaba con los pies al suelo. E como fué preso, dió un bramido, al cual acudió toda la gente, e ya estaban en vela; e con una ballesta recia, desde a ocho o diez pasos, un buen ballestero dióle con un rallón e metiósele hasta las plumas; e como se sintió herido, dió otro bramido e un tirón que hobiera de derribar una viga de do pendía la soga que le tenía: e diéronse prisa a tornar a armar la ballesta, e tiráronle tres o cuatro lanzones, e ni ellos ni la saeta no le pudo pasar aun el cuero: que así como le dieron unas dos saetadas, se caían las saetas e los lanzones en tierra. E de tal manera se armó el tigre, que si el primero tiro no (que aquel le tomó desapercibido), ningund otro le entró ni le hizo daño; pero por aquél se desangró e se le acabó la vida. Esto fué año de mill e quinientos e veinte y cinco, y todo aquel pueblo lo vió e es notorio. Y esto baste cuanto a los tigres de Tierra Firme, que los indios llaman ochis en la lengua de Cueva, y en la de Nicaragua se dice teguan tal animal, e así, en diferentes provincias, diferenciadamente los nombran.

      En muchas partes se han visto después e hay estos animales, desta e de la otra parte de la línia del Equinocio, donde los españoles han andado, así como en el Nuevo Reino de Granada o señorío del príncipe Bogotá, e también en las costas del famoso río de la Plata, alias de Paranaguazú 

 

Capítulo XXIV

Del animal que en Castilla del Oro llaman perico-ligero los españoles, y en otras partes se llama la pereza.

    Perico-ligero llaman en la Tierra Firme a un animal el más torpe que se puede ver en el mundo, e tan pesadísimo y tan espacioso en su movimiento, que para andar el espacio que tomarán cincuenta pasos, ha menester un día entero. Los primeros cristianos que pasaron a la Tierra Firme, cuando ganaron el Darién, en la provincia de Cueva, como vieron a este animal, acordándose que en España suelen llamar al negro, Joan Blanco, porque se entienda al revés, le pusieron el nombre muy apartado de su ser, pues seyendo espaciosísimo, le llamaron ligero, y en la provincia de Venezuela le llaman la pereza.

     Este es un animal de los extraños, y que es mucho de ver por la desconformidad que tiene con todos los otros animales. Será tan luengo como dos palmos, cuando ha crescido todo lo que ha de crescer, y muy poco más desta mesura será, si algo fuere mayor. Menores mucho se hallan, porque serán nuevos. Tienen de ancho, medido a la redonda, cuasi tres palmos. Tiene cuatro pies y delgados, y en cada mano e pie, cuatro uñas largas, como de ave, e juntas; pero ni las uñas ni las manos no son de manera que se pueda sostener sobre ellas, y desta causa, y por la delgadez de los brazos e piernas e pesadumbre del cuerpo, trae la barriga cuasi arrastrando por tierra. El cuello dél es alto e derecho e todo igual, como una mano de almirez que sea de una igualdad hasta el cabo, o como un cuello de calabaza seguido, sin hacer en la cabeza proporción o diferencia alguna fuera del pescuezo. E al cabo de aquel cuello tiene una cara cuasi redonda, semejante a la de la lechuza, y el pelo proprio. Hace un perfil de sí mismo como rostro en circuito, poco más prolongado que ancho, y los ojos son pequeños y redondos, e la nariz como de un monico, e la boca muy chiquita; e mueve aquél su pescuezo a una parte e a otra, si mueve el cuerpo, porque la cabeza e el cuello todo es una cosa, e no se puede mover sino junto, e paresce atontado.

     E su intención, o lo que paresce quél procura e apetesce, es asirse de árbol o de cosa por donde se pueda subir en alto; e así, las más veces que los hallan a estos animales, los toman en los árboles, por los cuales trepando muy espaciosamente, se andan colgando e asiendo con aquellas luengas uñas (que a este propósito son, más que para andar por tierra). El pelo es entre pardo e blanco cuasi (como el pelo del tejón), e no tiene cola. Su voz es muy diferente de todas las de los otros animales del mundo, y de noche solamente suena, y toda la noche, en continuado canto, de rato en rato, o con medida de pausas, cantando seis puntos uno más alto que otro, siempre bajando, así que el más alto punto es el primero, e de aquél baja, disminuyendo la voz o menos sonando, como quien dijese la... sol... fa... mi... re... ut..., así este animal dice ha... ha... ha... ha... ha... ha... Y tanto cuanto tarda en cantar estos seis puntos, otro tanto espacio o pausa calla, e torna a cantar en el mismo tono e medida otra vez, e a callar, e por esta orden pasa la noche toda en esta su música.

     Sin dubda me paresce que, así como dije en el capítulo precedente de los encubertados, que semejantes animales pudieran ser el origen o aviso para hacer las cubiertas a los caballos, así, oyendo aqueste animal el primero inventor de la música, pudiera mejor fundarse para le dar principio, que por cosa del mundo e más al propósito. A Tubal Caim, hijo de Lamech, atribuye Josefo la invención de la música, e otros dicen que los pueblos de Arcadia, con cañas largas y delgadas, fueron los primeros que hallaron el canto. Laercio dice que lo halló Pitágoras, filósofo. Pero este animal perico-ligero, antes le llamara yo perico-músico, pues que nos enseña por sus seis puntos la... sol... fa... mi... re... ut...; y aunque la pronunciación todas seis veces sea ha... ha... ha... ha... ha... ha..., el tono es diferente, e justamente un punto más bajo cada una de sus voces. Y como he dicho, esta su música ejercita de noche y nunca de día; y así por esto como porque es de poca vista e le ofende la claridad, me paresce animal noturno e amigo de escuridad o tinieblas (Lám. 5.ª, fig. 3.ª).

     Algunas veces que toman este animal e lo traen a casa, se anda por ahí de su espacio, e por amenaza o golpe o aguijón no se mueve con más presteza de lo que sin fatigarle él acostumbra moverse. E si topa algún árbol, luego se va a él e se sube á la cumbre más alta de las ramas, e se está en el árbol ocho y diez y veinte días, e no se puede saber ni entender lo que come.

     Yo le he tenido en mi casa, e lo que supe comprehender de aqueste animal, es que se debe mantener del aire; e desta opinión mía hallé muchos, porque nunca se le vido comer cosa alguna, sino volver continuamente la boca hacia la parte quel viento viene, más a menudo que a otra parte alguna; por lo cual se conosce quel aire le es muy grato. Y a esta mi opinión procedió que uno destos animales que yo tenía se soltó un día, con una cuerda que tenía a un pie, e se subió en un árbol, dentro en casa, e dióse tales vueltas con el cabo de la cuerda a las ramas del árbol, quél no pudo dejar de estar quedo allí más de veinte e cinco o treinta días, sin comer cosa alguna ni beber gota de agua (ni tiene boca para comer segund es chica). E yo le hice dejar estar allí, por ver esta sospecha en qué paraba, e a cabo de treinta días o más, le hice bajar de allí, e estaba no más flaco ni nescesitado que cuando al árbol subió. Ni bajado de allí, tuvo ansia por comer, ni antes ni después se vido que comiese cosa alguna. No muerde ni puede, por ser tan chica la boca, ni es ponzoñoso, ni he visto hasta agora animal tan feo ni que parezca ser tan inútil que aqueste.

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