Jaime Gil de Biedma

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Contra Jaime Gil de Biedma

No volveré a ser joven

Noches del mes de junio

Un viento freco, joven...

No puede darme Amor...

No es amor ciego...

Pandémica y celeste

 

CONTRA  JAIME GIL DE BIEDMA

¿De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,

dejar atrás un sótano más negro

que mi reputación _y ya es decir_,

poner visillos blancos

y tomar criada,

renunciar a la vida de bohemio,

si vienes luego tú, pelmazo,

embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,

zángano de colmena,  inútil cacaseno,

con tus manos lavadas,

a comer en mi plato y ensuciar la casa?

Te acompañan las barras de los bares

últimos de la noche, los chulos, las floristas,

y los ascensores de luz amarilla

cuando llegas, borracho,

y te paras a verte en el espejo

la cara destruida,

con ojos todavía violentos

que no quieres cerrar. Y si te increpo

te ríes, me recuerdas al pasado

y dices que envejezco.

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NO VOLVERÉ A SER JOVEN

Que la vida iba en serio

uno lo empieza a comprender más tarde

_como todos los jóvenes, yo vine

a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería y marcharme entre aplausos

_envejecer, morir, eran tan solo

las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo

y la verdad desagradable asoma:

envejecer, morir,

es el único argumento de la obra.

(Las personas del verbo)

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NOCHES DEL MES DE JUNIO
                                                                                                 A Luis Cernuda
Alguna vez recuerdo
ciertas noches de junio de aquel año,
casi borrosas, de mi adolescencia
(era en mil novecientos me parece
cuarenta y nueve)
porque en ese mes
sentía siempre una inquietud, una angustia pequeña
lo mismo que el calor que empezaba,
nada más
que la especial sonoridad del aire
y una disposición vagamente afectiva.
Eran las noches incurables
y la calentura.
Las altas horas de estudiante solo
y el libro intempestivo
junto al balcón abierto de par en par (la calle
recién regada desaparecía
abajo, entre el follaje iluminado)
sin un alma que llevar a la boca.
Cuántas veces me acuerdo
de vosotras, lejanas
noches del mes de junio, cuántas veces
me saltaron las lágrimas, las lágrimas
por ser más que un hombre, cuánto quise
morir
o soñé con venderme al diablo,
que nunca me escuchó.
Pero también
la vida nos sujeta porque precisamente
no es como la esperábamos.

 

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Un viento fresco joven, liberado

apenas, se dilata por la huerta.

El seto, entre sus verde despejado,

templa la luz, indócil se despierta.

Suelta de nubes. Por el encrespado

azul pájaros cruzan en alerta

fugaz. Cantan las hojas. En el prado

la sombra de las ramas ya es incierta.

Va a comenzar. Ahora es cada mata

un manojo de savias incesantes

que los silvestres aires busca y bebe.

¡Pronto, corred! El cielo se desata.

Y un rumor va creciendo por instantes,

húmedo, a lilas golpeadas: llueve.

 

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No puede darme Amor mayor tormento,

ni la fortuna hacer mayor mudanza;

no hay alma con tan poca confianza,

ni corazón en penas tan contento.

Hácelo, Amor, que esfuerza el flaco aliento,

porque baste a sufrir mi malandanza,

y no deja morir con la esperanza

la vida, la afición, ni el sufrimiento.

¡Ay, vano corazón! ¡Ay, ojos tristes!

¿Por qué en tan largo tiempo y tanta pena

nunca se acabó el llanto ni la vida?

¡Ay, lástimas! ¿No os basta lo que hicistes,

Amor? ¿Por qué no aflojas mi cadena,

si en tanta libertad dejaste a Alcida?

 

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No es Amor ciego, mas yo lo soy que guío

mi voluntad camino del tormento;

no es niño Amor, mas yo que en un momento

espero y tengo miedo, lloro y río.

Nombrar llamas de Amor es desvarío,

su fuego es el ardiente y vivo intento,

sus alas son mi altivo pensamiento

y la esperanza vana en que me fío.

No tiene Amor cadenas, ni saetas

para aprehender y herir libres y sanos,

que en él no hay más poder que el que le damos.

Porque es Amor mentira de poetas,

sueño de locos, ídolo de vanos:

¡mirad que negro dios el que adoramos!

 

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PANDÉMICA Y CELESTE 

quam magnus numerus Libyssae arenae

……………………………………………….

aut quam sidera multa, cum tacet nox,

furtiuos hominum uident amores.

 Catulo, VII

 Imagínate ahora que tú y yo

muy tarde ya en la noche

hablemos hombre a hombre, finalmente.

Imagínatelo,

en una de esas noches memorables

de rara comunión, con la botella

medio vacía, los ceniceros sucios,

y después de agotado el tema de la vida.

Que te voy a enseñar un corazón,

un corazón infiel,

desnudo de cintura para abajo,

hipócrita lector —mon semblable, —mon frére!

  Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo

quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos

a ser posible jóvenes:

yo persigo también el dulce amor,

el tierno amor para dormir al lado

y que alegre mi cama al despertarse,

cercano como un pájaro.

¡Si yo no puedo desnudarme nunca,

si jamás he podido entrar en unos brazos

sin sentir —aunque sea nada más que un momento—

igual deslumbramiento que a los veinte años!

 Para saber de amor, para aprenderle,

haber estado solo es necesario.

Y    es necesario en cuatrocientas noches

—con cuatrocientos cuerpos diferentes—

haber hecho el amor. Que sus misterios,

como dijo el poeta, son del alma,

pero un cuerpo es el libro en que se leen.

  por eso me alegro de haberme revolcado

sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,

mientras buscaba ese tendón del hombro.

Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones...

Aquella carretera de montaña

y los bien empleados abrazos furtivos

y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,

pegados a la tapia, cegados por las luces.

O aquel atardecer cerca del río

desnudos y riéndonos, de yedra coronados.

O aquel portal en Roma —en vía del Babuino.

Y  recuerdos de caras y ciudades

apenas conocidas, de cuerpos entrevistos,

de escaleras sin luz, de camarotes,

de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,

y de infinitas casetas de baños,

de fosos de un castillo.

Recuerdos de vosotras, sobre todo,

oh noches en hoteles de una noche,

definitivas noches en pensiones sórdidas,

en cuartos recién fríos,

noches que devolvéis a vuestros huéspedes

un olvidado sabor a sí mismos!

La historia en cuerpo y alma, como una imagen rota

de la languer goütée a ce mal d'étre deux.

Sin despreciar

—alegres como fiesta entre semana—

las experiencias de la promiscuidad.

Aunque sepa que nada me valdrían

trabajos de amor disperso

si no existiese el verdadero amor.

Mi amor,

           íntegra imagen de mi vida, sol de las noches mismas que le robo.

 Su juventud, la mía,

—música de mi fondo—

sonríe aún en la imprecisa gracia

de cada cuerpo joven,

en cada encuentro anónimo,

iluminándolo. Dándole un alma.

Y no hay muslos hermosos

que no me hagan pensar en sus hermosos muslos

cuando nos conocimos, antes de ir a la cama.

Ni pasión de una noche de dormida

que pueda compararla

con la pasión que da el conocimiento,

los años de experiencia

de nuestro amor.

            Porque en amor también

es importante el tiempo,

y dulce, de algún modo,

verificar con mano melancólica

su perceptible paso por un cuerpo

—mientras que basta un gesto familiar

en los labios,

o la ligera palpitación de un miembro,

para hacerme sentir la maravilla

de aquella gracia antigua,

fugaz como un reflejo.

 Sobre su piel borrosa,

cuando pasen más años y al final estemos,

quiero aplastar los labios invocando

la imagen de su cuerpo

y de todos los cuerpos que una vez amé

aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.

Para pedir la fuerza de poder vivir

sin belleza, sin fuerza y sin deseo,

mientras seguimos juntos

hasta morir en paz, los dos,

como dicen que mueren los que han amado.

 

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