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Germán Bleiberg

Encuentro en ti la luz estremecida...

Tus ojos tienen el recóndito desmayo...

Sólo aquel tembloroso tiempo amado...

El amor y el paisaje

Encuentro en ti la luz estremecida

y un honesto temblor, siempre soñado,

vibrando en juventud, limpio y alado,

un bienestar de soledad henchida,

y estos ojos de hierba humedecida

que cumplen su mirada, armonizado

el viento y el celeste azul logrado,

como un jardín bajo la brisa herida.

Yo te he buscado, amante, en el tranquilo

encendimiento firme de tu frente,

como triste abandono de azucena,

y te encuentro, presente, en el sigilo

de mi ágil corazón, tan dulcemente

ungido por tu voz loca y serena.

 

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Tus ojos tienen el recóndito desmayo
del nocturno horizonte,
que nunca hiere el alba.
Pero también irradian alegrías
cuando recuerdas o presientes,
y entonces resplandece tu mirada
como el íntimo vuelo de una alondra en abril.

Y cuando ahora recorremos el camino
donde nuestro amor halló su origen,
las piedras de calles angostas,
los monumentos altivos,
las ruinas cansadas,
la silenciosa lluvia,
el hijo de una amiga soñando
su histórica ciudad de provincia,
espejan en su canción agitada
la letanía feroz del tiempo,
y cada vez más me iluminan
tus ojos de nocturno horizonte,
cuando la vida acucia con sus cielos
y renunciamos al pan cotidiano
a cambio de unas tazas gozosas
de policromada arcilla,
tazas que el agua convertirá en recuerdo.

Y entonces comprendo qué es la claridad
del horizonte fiel de tus ojos,
el horizonte oscuro de un amor
que me asedia cada amanecer con una sonrisa,
inmune al tránsito de la tristeza,
de la harapienta tristeza del mundo.

 

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Sólo aquel tembloroso viento amado,

tan dulcemente estrecho entre mis venas,

viene con tu paisaje y con serenas

voces de tu fervor puro y llorado.

Estoy solo, ya solo y entregado

a este dolor humilde en que me ordenas,

y espero, oculto en soledades plenas,

llegar a ti, febril y enajenado.

Hoy son tus ojos esta luz sin horas

que yo buscaba como bien pequeño.

¡Víspera del espacio presentido

las lentas llamas, manantial de auroras!

Y tu sangre tendrá un sabor de sueño

entre las mariposas florecido.

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El amor y el paisaje
Un hálito de rocío en mis venas,
una mariposa que sangra,
tu voz hecha cristal quebrándose en el río de la noche,
y yo, llama menor de la muerte, soñando.
El otoño desliza antiguas alas de galgo
por las calles de la ciudad perdida,
los niños estremecen su cántico entre hierbas tristes,
mi voz se sumerge en el paisaje escondido,
mientras un dócil viento
martiriza mis ojos con súbitas ausencias.

¿Dónde ciñen ahora tus manos acostumbradas al asombro del tilo
mi carne desamparada?
Una ligera sombra corrige nuestro llanto,
y la víspera del naufragio es bendecida
por el mar y por las rocas
y por el gozo de ser en tu hermosura un lirio sin fondo.

Las flores de nuestro jardín nocturno
no son sino memoria y lejanía,
y bajo la luna silvestre, el olvido tiembla
como un álamo sin raíces.        
Han arraigado en nuestra piel las primeras luces del alba,
y el mar con su oleaje salobre abraza nuestro anhelo,
y todo en nosotros vibra y canta y se abandona al grito.

¿Qué promesa de parque temblaba en tus ojos?
El amor es hoy la medida del tiempo
en las llagas que nacen de la soledad.
Sobre mi pecho, los siglos se consumen en su fuego,
y busco el asilo límpido de los nuevos árboles frutales,
busco la ventana abriéndose al mar embravecido,
donde todo es horizonte y paisaje y amor,
donde se yergue, en fin, esta trémula semilla exacta de la vida,
que se propaga de primavera en primavera.
Y tú, niña, llamándome con la misma voz que brota de mi sangre,
espérame, tú, la más dulce:
también yo he llamado a las puertas sombrías de la noche,
y sólo acuden el tiempo y el destino.
Toda mi alma, amor, sabe esperarte,
en esta penumbra marchitada,
mientras en mis ojos reside un ambiente de barco cercado por las  olas,
y recuerdo el dolor convertido en experiencia.
¿Dónde se confunde la brisa con la paz delgada del padre muerto?
Quiero llegar a tus tranquilas puestas de sol,
alta melancolía impaciente,
quiero abrazarte en la raíz de toda mi vida,
quiero recordarte en la firme anunciación de mí mismo,
dulcemente morena bajo la melodía del cielo azul,
tú, lejana,
sin más principio que tu propia transparencia.

 

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