Francisco de Terrazas

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¡Ay basas de marfil...

Dejad las hebras de oro...

Rayendo están dos cabras de un nudoso...

   

 ¡Ay basas de marfil, vivo edificio

obrado del artífice del cielo,

columnas de alabastro que en el suelo

nos dais del bien supremo claro indicio!

    ¡Hermosos capiteles y artificio

del arco que aun de mí me pone celo!

¡Altar donde el tirano dios mozuelo

hiciera de sí mismo sacrificio!

    ¡Ay puerta de la gloria de Cupido,

y guarda de la flor más estimada

de cuantas en el mundo son ni han sido!,

   sepamos hasta cuándo estáis cerrada,

y el cristalino cielo es defendido

a quien jamás gustó fruta vedada.

 

 

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   Dejad las hebras de oro ensortijado

que el ánima me tienen enlazada,

y volved a la nieve no pisada

lo blanco de esas rosas matizado.

    Dejad las perlas y el coral preciado

de que esa boca está tan adornada;

y al cielo, de quien sois tan envidiada,

volved los soles que le habéis robado.

    La gracia y discreción que muestra ha sido

del gran saber del celestial maestro,

volvédselo a la angélica natura;

    y todo aquesto así restituido,

veréis que lo que os queda es propio vuestro:

ser áspera, crüel, ingrata y dura.

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Rayendo están dos cabras de un nudoso
y duro ramo seco en la mimbrera,
pues ya les fue en la verde primavera
dulce, suave, tierno y muy sabroso.

Hallan extraño el gusto y amargoso,
no hallan ramo bueno en la ribera,
que –_como su sazón pasada era_
pasó también su gusto deleitoso.

Y tras de este sabor que echaban menos,
de un ramo en otro ramo van mordiendo
y quedan sin comer de porfiadas.

¡Memorias de mis dulces tiempos buenos,
así vay tras vosotras discurriendo
sin ver sino venturas acabadas!

 

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