Francisco de Rioja

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Lánguida flor de Venus...

Prende sutil metal...

A la rosa

Marchite, ¡oh nunca...

No esperes, no

Lánguida flor de Venus, que escondida

yaces, y en triste sombra y tenebrosa

ver te impiden la faz al sol hermosa

hojas y espinas de que estás ceñida;

 Y ellas, el puro lustre y la vistosa

púrpura en que apuntar te vi teñida

te arrebatan, y a par la dulce vida,

del verdor que descubre ardiente rosa:

 Igual es, mustia flor, tu mal al mío;

que si nieve tu frente descolora

por no sentir el vivo rayo ardiente,

A mí en profunda oscuridad y frío

hielo también de muerte me colora

la ausencia de mi luz resplandeciente.

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Prende sutil metal entre la seda

que el pelo envuelve y ciñe ilustremente,

el rico lazo que de excelsa frente

sobre el puro alabastro en punta queda;

 o prende la vistosa pompa y rueda

del traslúcido velo refulgente

debajo el cuello tierno y floreciente,

en quien o ni el pesar ni el tiempo pueda;

 que en mí será tu aguda punta ociosa,

y de nuevo herir o dar favores

no puede otra virtud en ti escondida,

 mientras hay viva nieve y blanda rosa,

y en desmayados ojos resplandores

árbitros de la muerte y de la vida.

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  A LA ROSA

 Pura, encendida rosa,

émula de la llama

que sale con el día,

 ¿cómo naces tan llena de alegría,

sí sabes que la edad que te da el cielo

es apenas un breve y fugaz vuelo,

y ni valdrán las puntas de tu rama,

ni púrpura hermosa,

a detener un punto

la ejecución del hado presurosa?

 El mismo cerco alado

que estoy viendo riente,

ya temo amortiguado

presto despojo de la llama ardiente.

 Para las hojas de tu crespo seno

te dió Amor de sus alas blandas plumas

y oro de su cabello dió a tu frente.

 ¡Oh fiel imagen suya peregrina!

 Bañóte en su color sangre divina

de la deidad que dieron las espumas.

 ¿Y esto, purpúrea flor, esto no pudo

hacer menos víolento el rayo agudo?

 Róbate en una hora,

róbate licencioso su ardímiento

el color y el aliento;

tiendes aun no las alas abrasadas

y ya vuelan al suelo desmayadas;

tan cerca, tan unida

está al morir tu vida,

que dudo si en sus lágrimas la Aurora,

mustia, tu nacimiento o muerte llora.

 

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Marchite, ¡oh nunca!, frío y cano yelo
de tus labios la dulce y blanda rosa,
do las Gracias, do Amor siempre reposa,
ni otro sitio invidiando ni otro cielo.
Dellos nunca a herir levanta el vuelo,
ni hacha cuida o flecha rigurosa,
que una blanda palabra gracïosa
arma y enciende en el purpúreo velo.
Destos, pues, rojos, blandos y süaves
labios do se arma Amor, y que encendieron
mi pecho en llama y rosa dulcemente,
¡nunca, oh tiempo!, permitas que los graves
yelos de edad la púrpura ardiente
amortigüen,  llama en que m'ardieron.

 

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No esperes, no, perpetua en tu alba frente,
oh Aglaya, lisa tez, ni que tu boca,
que al más helado a blando amor provoca,
bañe siempre la rosa dulcemente.
¿Ves el sol que nació resplandeciente,
cuál con luz desvanece tibia y poca,
y tú sorda a mis ruegos como roca
estás, en quien se rompe alta corriente?
Goza la nieve y rosa que los años
te ofrecen; mira, Aglaya, que los días
llevan tras sí la flor y la belleza;
que cuando de la edad sientas los daños,
has de invidiar el lustre que tenías
y has de llorar en vano tu dureza.

 

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