Francisco Ferrer Lerín

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Wodwo

Invertebrata

A un alma precordial asesinada

viernes 1 de julio de 2011

La torre

WODWO

Hay un tipo de cuerpo

más pequeño que la garza

y de forma más sincera

que huele como a almizcle.

No pone por vicio,

tampoco se acopla

y en las regiones etéreas,

donde le arden las plumas,

es un rumor muy común

_complexión intransigente_

su clara tendencia al pasto.

Las llamarían plomadas.

Otra bestia sólida,

que cunde en los sueños,

rozada a intervalos

y algo aumentada

provoca los fuegos.

Nunca habita en ruinas

no posee salsa

y sólo Aristóteles

sabe del oficio

de sus orificios.

Son las vacas negras

o ley comejenes.

¿Quién digiere el hierro,

la silla,

el mucílago?

Sólo se recuerda

el lugar del nido

y la forma enfriada

que olvida en sus viajes.

Amarrado el hombre

al riñón violento

dicen que apacigua

el dolor de aire

y el búfalo intenso.

¡Qué especie exterior!

¡Qué humedad rabiosa!

Equilibrio lábil,

el cerdo infrecuente,

evoca el abismo.

 

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INVERTEBRATA
No hay pasión mayor para los que amamos el desierto
que contemplar las nupcias de la abeja enana.
Otros, entre los que se cuentan capellanes, enfermeros
y sectores poco eficientes de lo más angosto del Protectorado
prefieren la cópula anodina de la mosca grillo y, los aún más directos,
la higiene concienzuda de la filoxera clavo o la degeneración venérea,
en sus partes blandas, del pseudoescorpión templado.
Al llegar a Erbala, un tenebrio dorsal acebrado fulmina de cruel picadura
al negroide chófer de mi todo terreno, perdido
y sin rumbo, caigo al profundo barranco llamado La Esclava donde
un mudo tropel de sanguijuelas grises
_Barbronia weberi_
acaba con mi flujo sanguíneo
y con la ventura de seguir extasiado
ante el variado plantel de especies entómicas
del kavir nigerian0.

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A UN ALMA PRECORDIAL, ASESINADA

 

Japonesa

son tantas las cautelas y la previsión

de los hijos que

la escuela de poetas pobres y la lavandería

mecánica

adolecen estos días de crudo invierno

de los más indispensable enseres: aperos,

gasas, alcanfor en rama

y monumentales jaliscos.

¡Qué sumisión

a las normas establecidas! Guayaberas,

moriscos, hasta un terno fosco capihundido que el maestro

de ayuno

importó de las islas. Amo

en especial

aquellas tardes

de lectura, besos

de carmín a carmín, pintalabios, lápiz

de labios que, en nuestra lengua (tendida al fondo,

pacata)

son varias las acepciones

y las imágenes (hombreras

de plenilunio,

bombera,

pájaro carpintero,

dama de cobalto

en la cuna,

silenciada).

 

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viernes 1 de julio de 2011

Cautivado, sorprendido y absorto

     Sí, cautivado durante la primera parte de la velada por la belleza de sus senos que mostraba intermitentemente cuando el vestido caía hacia adelante hasta que le daba un tirón a la parte trasera. Fascinación que se mantuvo, así de modo entrecortado, a lo largo de las dos horas de la cena; ella situada exactamente frente a mí y aceptando que yo le mirara esa parte cada vez con menos disimulo, envalentonado por la cadencia de los periodos a medida que resultaban más descompensados, a favor, en el tiempo, de los de bajada delantera del vestido.
    
Sí, sorprendido en la segunda parte de la velada, cuando se levantó de la mesita del pub y, con total desparpajo, al tiempo que nos decía voy yo a la barra qué queréis, giraba sobre su eje longitudinal y mostraba, me mostraba en especial a mí que estaba otra vez enfrente, y ahora a muy pocos centímetros, un espectacular culo, grande, esférico, turgente, que daba la sensación de ir a reventar los vaqueros que, por otra parte, no imaginaba de qué talla serían y, este cálculo, deformación profesional de mi trabajo de toda la vida (ahora estoy jubilado), ocupó de tal modo mi mente que no fui capaz de atender otros detalles posteriores como que sus piernas rozaran las mías, que nuestra manos chocaran sobre la mesa al coger los vasos de gintónic o, al salir nosotros los primeros, mi mujer y su marido entretenidos en quién pagaba la cuenta, cuando intentó desabrochar mi pantalón y al tener los dedos ateridos por el violento frío de la noche optó por restregar contra la portañuela sus senos y su cabeza.

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LA TORRE

     El ascenso a la torre de piedra produce placer y existen instrucciones para un viaje correcto por el interior de la misma. Hablo de la única superviviente del castillo de Jervis a la que ciertos compiladores, raza de seres absortos, definen como un pastel de calabaza habitado por aves que nunca se posaron en mástiles y quizá tampoco en lugares propicios para el carenado. No sólo la viuda Sicórax sino también los hermanos Mugendo emprendieron esa madrugada, negra como cueva de herrería, la prospección minuciosa de la estepa inmediata. Franciscanas marinas, formas que aún no han sido descritas, embarcaban en el puerto de la vecina isla Floreana rumbo a la costa para visitar, junto a monjas enanas en formación de combate, la combusta ruina. También dos caballeros donosos de la orden de El Vil Reproche, coronados por el Pájaro Penitente, se unieron a la comitiva, que ya llega al basamento de sillería de catorce lados, y parece penetrar presurosa por la puerta Masatierra.

     Macilenta soledad. El tictac del escarabajo leñoso devora la andrajosa viga y el desafortunado Stuart (uno de los caballeros donosos) muere aplastado por el entibo desprendido. Su hermano Carlos, que también estuvo a punto de dejarse los huesos, toma el mando y encamina la tropa escaleras arriba. Nadie coronó antes esta fortaleza. Ni enemigos sañudos. Ni quien quiso medrar en indignas singladuras. Ni los que clavaban la daga entre costillas españolas. Ni un camarada experto en lugares estrambóticos. Nadie. Así brindan con licor y una a una enanas y franciscanas son lanzadas al vacío por los Mugendo y Sicórax mientras Carlos, sobre un tártaro de escoria, sueña con los afectos de una damisela morena. Luego, el grupo ya reducido, desciende por la rampa helicoidal que rodea exteriormente el edificio a la vez que entona la balada del barbero charlatán e inicia el recuento, en la lejanía, de las abolladuras de los cascos de los buques. Gente portadora de la virtud genuina _facción de la Guardia de Corps_, sabían que eran esperados. Claude Jolyot de Crébillon, llamado Crébillon hijo, alcanzando la fama por la escritura de cuentos licenciosos, redacta ahora, al pie de la atalaya, la relación exacta de aquel desastre marítimo; el abordaje y destrucción, a cargo de Manada Canina, del navío de regreso. Coda: tercer aporte proteínico en importancia, por defenestración y batalla pirática, en este año de 1777.

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