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Félix Grande

Casida de la alta madrugada

 

Si tú me abandonaras

 

Una postal de nieve

 

Para envejecer juntos

 

Viértase nuestra edad...

 

Amada

 

El infierno

Casida de la alta madrugada

Cuando te acuerdes de mi cuerpo

y no puedas dormir

y te levantes medio desnuda

y camines a tientas por tus habitaciones

borracha de estupor y de rabia

en algún lugar de la Tierra

yo andaré insomne por algún pasillo

careciendo de ti toda la noche

oyéndote ulular muy lejos y escribiendo

estos versos degenerados

 

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Si tú me abandonaras

Si tú me abandonaras te quedarías sin causa

como una fruta verde que se arrancó al manzano,

de noche soñarías que te mira mi mano

y de día, sin mi mano, serías sólo una pausa;

si yo te abandonara me quedaría sin sueño

como un mar que de pronto se quedó sin orillas,

me extendería buscándolas, con olas amarillas,

enormes, y no obstante yo sería muy pequeño;

porque tu obra soy yo, envejecer conmigo,

ser para mis rincones el único testigo,

ayudarme a vivir y a morir, compañera;

porque mi obra eres tú, arcilla pensativa:

mirarte día y noche, mirarte mientras viva;

en ti está mi mirada más vieja y verdadera.

 

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Una postal de nieve

Cuando me tienda en la vejez

como en un mal cerrado sepulcro

maldeciré tu nombre

Sólo porque esta noche

enajenado y absorto en tu cuerpo

he deseado que fueras eterna

y no sabía si pegarte o llorar.

 

PARA ENVEJECER JUNTOS

Para envejecer juntos nos cogemos las manos,

yo miro tu sonrisa, tú miras mi tristeza;

irán saliendo arrugas en mi alma y tu cabeza

y canas sobre nuestros espíritus humanos;

idéntica vigilia caerá en nuestras historias:

ver al tiempo ir cerrando una a una las ventanas,

me sonreirás lo mismo que todas las mañanas

y será como un ramo de flores mortuorias;

tú eres ese recuerdo que he de tener un día,

yo soy esa nostalgia que poblará tu frente

cuando ya sea un anciano, amada, anciana mía;

pienso en ese futuro tranquilo y arrugado

como en dos viejos libros qua ya no lee la gente,

con tanto como habrán, en silencio, aguardado.

 

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Viértase nuestra edad por grandes caños

suavísimos de amor y desconsuelo

y entre sonidos de piadoso chelo

las canas gimen y se van los años.

Mirando los quebrantos y los daños

que el tiempo hace en mi pelo y en tu pelo

me enamoro de nuevo y me conduelo

de unos celos fantásticos y extraños.

Celoso de mí mismo yo quisiera

parecerme a aquel chico, a aquella fiera

de quien te enamoraste aquel invierno.

Tan pendiente de ti, tan tuyo estaba

que ahora es el de verdad el que se acaba

y aquel inexistente ya es eterno.

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AMADA

Amada, sólo un tema me queda hoy en el vida:

tú eres mi tema, tú eres mi asunto solitario;

en mi espalda te llevo igual que un dromedario

en el desierto lleva su gran agua escondida;

igual que el dromedario cruza los arenales

una vez y otra vez sin salir del desierto,

con su estéril nostalgia de valle, hasta que es muerto

sobre los arenales, sobre los arenales;

igual que el dromedario yo soporto las cargas

con mi paso cansino de soledad, las llevo

sobre mí por arenas persistentes y largas;

y, como el dromedario, avaricioso, traje

mi cántaro de agua, y te bebo y te bebo

sin otro dios que tú mientras dura el viaje.

 

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EL INFIERNO

El bien irreparable que me hizo tu belleza

y la felicidad que se llevó tu piel

son como dos avispas que tengo en la cabeza

poniendo azufre donde conservaba tu miel.

¡Cambió tanto la cena! Botijas de tristeza

en vez de vasos de alba tiene hoy este mantel.

Y aquel fervor, espero esta noche a que cueza

para servirme un plato de lo que quede: hiel.

Rara la mesa está. La miro con asombro.

Como y bebo extrañeza y horror y absurdo y pena.

Se acabó todo aquel milagro alimenticio.

Tras un postre espantoso me levanto y te nombro

que es el último trago de dolor de esta cena.

Y voy solo a la cama como quien va al suplicio.

 

 

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