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Ethel Krauze

Amoreto II

Amoreto III

Amoreto V

Amoreto XL

XXXIX

AMORETO II
 
Me llevarás, amor, al alarido
de la yedra que canta en la ventana,
al donaire del silbo y de la grana
me llevarás, amor, que te lo pido.
 
Recorrerás el verso guarnecido
de cadencias y aromas, caravana,
aprenderás la voz de la campana
que apacienta en su vértice el sonido.
 
Y encontrarás el ápice del fuego
que recorre en su ruta la cigarra,
volverás a la orilla del sosiego
 
cuando vibre en tu lecho sin amarra
y mi vena se yerga con el juego
apacible que surge de tu parra.
 

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AMORETO III
 
Me llevarás al sitio de tu lumbre
donde nace la cresta de la espuma
y la sed inaudible de la bruma
que persigue la cuesta de tu cumbre.
 
Encenderás mi paso en la techumbre
de la fronda pacífica que esfuma
los colores antiguos y la suma
de ríos sin solaz ni certidumbre.
 
Y me verás ansiosa y descubierta
como prenda que escoge su montura
en el viento dorado de tu puerta.
 
Hallarás mi camino con soltura
recorriendo los puentes y la huerta
que te llevan sin fin hacia mi hondura.
 

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AMORETO V
Quiero ver en tus ojos el destello,
la inquietud de mi fibra, el rocío
en tus manos asidas a mi río,
el recodo en que habita lo más bello.
 
Quiero ser en la sangre de tu sello
hoja nueva en el vaso antes vacío,
ser, amor, tu sabor en el estío,
la delicia en el pulso de tu cuello.
 
Quiero andar tu sudor y tu saliva,
atreverme a probar el agua viva
que en tu beso refleja la dulzura
 
del estanque aromado y su tersura;
agua rauda y ardiente que cautiva
brillo de agua que colma mi hendidura.
 

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AMORETO XL
Qué sombra puede más que tu memoria,
qué distancia te marca, amor, la duda
de mi entrega sin límite que exuda
sólo formas recíprocas de gloria.
 
Sólo formo la luz de nuestra historia
con la marca asombrada que desnuda
la indudable y gloriosa sed aguda
del amor entregado sin escoria.
 
Un racimo de luz, amor, espero
encontrar en tus manos y en tu cerco
para arder sin medida entre tu pecho.
 
Qué cercado calor de cuerpo entero
qué inmensa flor cuando a tu luz me acerco
qué indeleble esperanza en nuestro lecho.

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XXXIX
Supe entonces del mar su nota aguda,
que la flama subida de su escala
no era más que el sonido de su ala
cuando tú me montabas sin mi ayuda.
 
Supe pronto escalar la voz desnuda
que tu ánimo insomne desiguala
con sonoras noticias de su gala
cuando sube tu cuerpo y me reanuda.
 
Supe el cuerpo y el nudo de tu sueño,
la montaña flamígera que tiñe
los alados momentos que te dicen
 
«soy entera de ti, eres mi dueño»;
que el registro corpóreo que no ciñe
sea el reflejo de luz donde eternicen.
 

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