ENRIQUE BADOSA

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En memoria

Castalia

Epitafio de un  poeta renegado

Astrelia

EN MEMORIA
¿Qué caminos te tienen escondido?
Un roce te apartó de nuestro lado,
y dejaste de andar por un cansado
viento de puertas rotas al olvido.
Hacia un buscarte a ti tan sólo has ido.
Te inicias en tu muerte. Te has llamado
fuera de este lugar acostumbrado.
Te alejas de vivir. Te has conseguido.
Qué pronto te apartaba el pensamiento
de nuestra soledad tan acallada.
Pero queda el silencio que te nombra.
Ya recorres, veraz, extraño, lento,
tu plenitud sabida y encontrada,
donde vive en tu luz tu misma sombra.

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 CASTALIA (1979)

 

La fuente de Castalia. Mediodía.


Ni oráculos ni tiempos venideros.


El sol profundizaba precipicios


por entre el crepitar de las cigarras.


Había en el espacio una plomada roja.


Exhausto de entusiasmo y de solemnidades,


me senté junto al árbol


que acompaña a la fuente.


Aquel sabor del agua lo recuerdo.


Cerca, como surgido de no sé...,


el súbito guardián del hontanar.


Se tocaba con gorra de marino,


como buen capitán de manantiales


seguro de su mando sobre tanta belleza.


Su rostro era una arruga cubriendo una mirada.


Abrió el hatillo parco, y extendió poco a poco


las aceitunas negras, de hueso puntiagudo,


y el trozo de qué pan y de qué trigo.


Para la sed, el agua.


Me miró natural, y con la mano


me condujo los ojos a sus frugalidades.


No dijo nada más.


Nunca el griego fue lengua tan hermosa,

 

(De Mapa de Grecia)

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EPITAFIO DE UN POETA RENEGADO
E
n arrebato de autocomplacencia,
después de tanto premio bien ganado
y de cubrir su cráneo devastado
con los laureles de la Gaya Ciencia,
comete la patética insolencia
de declarar, muy alto y descarado,
que ateo de la Musa se ha tornado
y que la inspiración sólo es paciencia.
Que ya no esperará la voz suntuosa
de la supuesta diva caprichosa,
y será magistral siempre que quiera.
La Musa, no remisa, sí vejada,
le arranca la peluca laureada,
e "ipso facto" su cráneo es calavera.

 

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                                                            ASTRELIA
    RECALÉ en el último muelle de la isla, acantilada. El sol, ya en el ocaso. Nadie. No se veía a nadie. Puertas y ventanas, cerradas y silenciosas. La calle principal conducía, en suave cuesta arriba, del puerto a la plaza, mucho más extensa de lo que se podía suponer, como de gran ciudad. En el centro de la inesperada extensión, un altísimo mástil de bandera.
    Todo continuaba en silencio solitario. El aire, macizo en calma a pesar de la navegación de la isla. Y el sol ya a punto de desaparecer en el horizonte. Casi a la vez comenzaron a abrirse puertas y ventanas. La gente salía como si fuera la hora de levantarse. ¿Habían confundido alba y ocaso? No se veían lámparas de alumbrado público.
    Hombres y mujeres parecían disponerse al cotidiano quehacer, mientras la oscuridad crepuscular se hacía más y más intensa. En las casas no había ninguna luz encendida. Empecé a oír un rumor de pasos solemnes y procesionales.
    Desde el muelle, multitud de encapuchados arrastraba con dificultad un gran cofre de madera transparente. Se detuvieron al pie del mástil, rodeado de la aglomeración de los lugareños. El hierofante dio una orden, y los tapados sacaron y desplegaron una enorme bandera. En medio de casi total oscuridad y con liturgia siempre silenciosa, la izaron.
    Muy alto, en un cielo en tiniebla de estrellas, se percibió un gualdrapazo. El flamear de la bandera, extendida por un viento que salía de sus mismos colores, expandió una luz cálida, acogedora y plácida que disponía a todo trabajo y esclarecía la mente y el corazón.
    Astrónomos, astrólogos y viejos pescadores se reunieron en buena compaña para estudiar en esa luz los más recónditos espacios siderales, y los cuerpos celestes que les dan nombre. Yo me acerqué por si me llegaba alguna palabra reveladora de todo en cuanto en tierra firme me circunda, me hace ser o me impide ser quien quisiera. Los apuntes que tomo, quedan escritos en lengua todavía ignorada por mí. Pero están escritos.

 

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