Elena Soto

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Eufemismo

Métrica de la sumisión...

Arcano II

He recogido el polvo de tus pasos

Amor, sé que me adentro...

Eufemism0

Es tan terrible decir que te he olvidado

que digo que tengo algodón en la memoria,

para que creas al menos que tu recuerdo me es grato.

Pero nada hay que me lleve a evocarte,

ni el dolor, ni la dicha,
nada.
Rectifico,
me mueve el afán por encontrar un pretexto,
el afán por escribir sobre la palabra eufemismo.
Terrible paradoja
tener que recordarte
para decir amable
que sólo eres algodón en mi memoria
.

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Métrica de la sumisión (a la sombra de la barba del patriarca)
La barba del patriarca se extiende hasta donde llegan tus cabellos,
no la ves,
porque es invisible a los ojos de las hembras,
ni las perras, ni las zorras ni tú mujer la veis.
La barba de patriarca da más sombra a tu sombra,
pero no te cobija en los días ardientes del verano,
y en la estación fría no deja que la luz derrita la escarcha de la noche.
La barba del patriarca te estrangula la voz,
te tatúa en la espalda la cruz o el sello de Salomón
¿Nunca te explicaron los sabios por qué no puedes ser sabia?
Sólo te dicen que la sumisión es grata a los ojos del Padre,
y que el conocimiento envenena la sangre,
que ni hijos ni dulces son buenos cuando una mujer descubre los enigmas,
pues su estirpe procede de la astuta serpiente.
La barba del patriarca se extiende y da ritmo a tus ciclos,
ni las burras, ni las camellas ni tú mujer la veis.
Desterrada en tu cuerpo, blanqueadas tus dudas con la cal de los fariseos,
sólo sabes que parirás pronto y mal,
o tarde y a destiempo,
mientras el sol sigue su curso.

Conoces el desprecio, sabes que nunca serás ungida,
mira fijamente los ojos del cordero
y verás en ellos la sal a punto de ser agua,
la hoguera o el ara.
antaño cortejaste con la bestia,
y debes entregar a las barbas del patriarca la cabeza,
arrancar del corazón conocimiento y rebeldía,
parir vástagos, vestirlos con sudario
y abandonarlos en las puertas del reino de los cielos,
en las puertas del paraíso del profeta,
en las puertas de la tierra prometida,
en las puertas...
porque tú nunca cruzarás el umbral,
dicen que la sabiduría es invisible a los ojos de las hembras,
y ni la serpiente, ni la zorra ni tú mujer la veis.
 

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Arcano II

 

I

La Papisa sedente en el recinto del templo

 

Si consideras aún la virtud mágica del nombre,

y el poder de la palabra que yace hastiado

en el mundo de los dioses.

Te ruego ¡Oh Isis! me arrebates

aquí mismo el nombre y los sentidos.

Arroja del regazo el libro del Arcano,

y con tus manos ya libres sujétame el cabello,

hasta tres veces sumérgeme en el grano,

húndeme el cuerpo hasta el fondo

en la fertilidad fluente de los silos.

Tú que les mostraste el secreto del trigo

condúceme hasta tu otro yo

hasta esa parte siniestra y misteriosa

que ocultas tras tu velo.

Desgarra entre los pliegues tu hierática mirada

para que sea posible la osadía

que yace entre mis brazos.

¡Oh Isis! Hechicera del templo y de las mieses

ayúdame a hollarte con espada de plata.

Yo te prometo la primera gavilla

aquella que se corta con la mano

todavía temblorosa.

Te prometo la guedeja de pelo

que me cubre la nuca.

Pero ¡Oh Isis! no me abandones en las rocas

donde el sonido del viento es tan sólo un gemido.

II

De cómo inlunada vago hasta el recinto del templo

 

Hermética cual fatum

el agua de las charcas refleja como el cuarzo.

Los perros de la noche aúllan tras las tapias.

La luna zorra astuta me tiende encrucijadas,

me liba con sus rayos recodos del sendero.

A lo lejos ruinas de las torres corroen mis entrañas.

El ansia, Isis, se oculta en cañas del camino,

en cavernas de mi cuerpo desiertas

de tus miembros.

Quizás tras tus ruinas ya se abran las rosas

y la lúrida luna se escorie en las murallas.

III

Donde Isis me enseña la medida del trance

 

Anoche me visito la Diosa Negra

y os juro que no la esperaba.

Sus cabellos erizaron los míos por un momento.

Sentí de pronto el temible placer de la lujuria.

Su mutación fue lenta

el ébano de sus brazos me aproximó

lentamente hacia sus labios

y el calor de sus labios me acercó

voluptuosamente hacia sus pechos

la turgencia de sus pechos me arrebató

fieramente hacia sus ingles

y el ardor telúrico de sus ingles me llevó

lentamente hasta los tejos.

Fue entonces cuando me hallé perdida en el abismo.

La Diosa Negra me provocó de nuevo

aún después de la agonía,

gemía con aullidos de loba solitaria

buscando la Osa Mayor entre mis dientes.

Movía la lengua sobre el lodo

palpando en la tierra indicios de retorno

porque ella quería tan sólo

que yo conociera el arrebato.

IV

Donde Isis regresa al recinto del templo

 

Yace ya mi cabeza entre sus muslos

y su mano yerta reposa entre las rocas.

Abismo,

no hay abismo posible tras su manto

Isis me descubrió la medida del trance

el movimiento exacto que lleva el cuerpo a la catársis.

Me enseño la modulación única del aullido

que quiebra

la disposición especial

de las cuerdas vocales para el canto.

Hastiada de cabellos,

Isis me trenzó cual vilorta de avena

y el limo de su voz rodeó mi cintura.

Isis me esperó hasta el día siguiente

en el umbral del templo

me calzó tiernamente las sandalias

Y ocultó mi rostro tras su velo

para que en la visión del valle

no me asaltara la nostalgia.

Ahora Isis es tan sólo el arcano segundo

la papisa sedente

en el recinto del templo.

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y lo he puesto en un cesto de mimbre sobre el agua,

lo he esparcido en el viento,

lo he arrojado en la hoguera,

para que mis pasos y tus pasos se encuentren tras la lluvia,

y llames a mi puerta,

y busques el fuego de mi casa

cuando azote tu rostro el crudo viento del norte.

 

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y que nunca debiste quitarte las aristas.

Curvaste el alma,

te hiciste bahía,

ofrendaste la arena de tus playas.

Y el mar es cruel,

disuelve lo que toca,

golpea, brama,

devolviendo a la tierra lo que no le pertenece,

pero también es profundo y se adentra.

fundiendo a quien como tu no opone resistencia.

Amor nunca debiste quitarte las aristas.

 

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