Eduardo Lizalde

índice

Simmons, adiós

Juego inventa el juego

La bella implora amor

El tigre

Bellísima

 

SIMMONS, ADIÓS

 Hoy, lecho simmons,

hoy, potro de tortura para ella,

me despido de ti, duermo en tus senos

y caliento tus muslos de algodón

como las playas de una isla

a punto de perderse.

 Entro en el mar. Olvido inmensas noches

en que la carne anduvo sola entre las sábanas, sin apenas saberlo.

 Hoy cama, oh simmons,

toco tus caderas de resorte,

beso tus pies amados,

nado en tu vello de bestia jiña

como sobre rebaños de corderos,

y acaricio el hueco de una espalda

que huyó las mantas,

se enfrió con su luciérnaga en mi pecho

y desplumó sus alas en mi piel de lagarto.

ir al índice

EL JUEGO INVENTA EL JUEGO

 ¿No será mal negocio este que somos

de besos y de piernas y de pieles?

A diario hacemos cuentas y balances,

a diario negociamos

con nuestros cuerpos y con nuestras almas.

Inútilmente, a ciegas, sordos.

Inútilmente. Inútil.

Los dos robamos.

Ambos somos venales.

Nos vigilamos, nos enternecemos.

Yo acaricio el talón de esta mujer,

muy suavemente

—con la yema de la yema de los dedos—

buscando el punto débil,

él talón del talón,

el atajo más corto

el inhollado centro de su vida.

Inútilmente. Inútil.

 Y ella me toca a mí y me mira

completo, con sus manos omnímodas.

Busca un hueco en él torso, una fisura

para hundir el brazo

tras tesoros supuestos.

Inútilmente. Inútil.

Tal vez, acaso, a lo mejor, quizá, en él fondo,

dicho de algún modo, en cierta forma, entonces,

no lo sé, es posible:

no nos hemos tocado,

ni nos conocemos,

ni hemos estado aquí,

ni importa a nadie lo que nos suceda;

y no somos humanos ni hemos sentido adentro cosa alguna

—murallones calizos y abstrusos de la costa

que se miran sin ojos y sin verse—,

ni somos nadie ni existimos ni nada.

ir al índice

LA BELLA IMPLORA AMOR

 Tengo que agradecerte, Señor

—de tal manera todopoderoso

que has logrado construir

el más horrendo de los mundos—,

tengo que agradecerte

que me hayas hecho a mí tan bella

en especial.

Que hayas construido para mí tales tersuras,

tal rostro rutilante

y tales ojos estelares.

Que hayas dado a mis piernas

semejantes grandiosas redondeces,

y este vuelo delgado a mis caderas,

y esta dulzura al talle,

y estos mármoles túrgidos al pecho.

Pero tengo que odiarte por esta perfección.

Tengo que odiarte

por esa pericia torpe de tu excelso cuidado:

      me has construido a tu imagen inhumana,

      perfecta y repelente para los imperfectos

      y me has dado

     la cruel inteligencia para percibirlo.

Pero Dios,

por encima de todo,

sangro de furia por los ojos

al odiarte

cuando veo de qué modo primitivo

te cebaste al construirme

en mis perfectas carnes inocentes,

pues no me diste sólo muñecas de cristal,

manos preciosas —rosa repetida—

o cuello de paloma sin paloma

y cabellera de aureolada girándula

y mente iluminada por la luz

de la locura favorable:

   hiciste de mi cuerpo un instrumento de tortura

   lo convertiste en concentrado beso,

   en carnicera sustancia de codicia,

   en cepo delicioso,

   en lanzadera que no teje el regreso,

   en temerosa bestia perseguida,

   en llave sólo para cerrar por dentro.

 ¿Cómo decirte claro lo que has hecho, Dios,

con este cuerpo?

¿Cómo hacer que al decidirlas,

al hablar de este cuerpo y de sus joyas

se amen a sí mismas las palabras

y que se vuelvan locas y que estallen

y se rompan de amor

por este cuerpo

que ni siquiera anuncian al sonar?

¿Por qué no haberme creado, limpiamente,

de vidrio o terracota?

 Cuánto mejor yo fuera si tú mismo

no hubieras sido lúbrico al formarme

—eterno y sucio esposo—

y al fundir mi bronce en tus divinas palmas

no me hubieras deseado

en tan salvaje estilo.

Mejor hubiera sido,

de una buena vez,

haberme dejado en piedra,

en cosa.

ir al índice

EL TIGRE

Hay un tigre en la casa
que desgarra por dentro al que lo mira.
Y sólo tiene zarpas para el que lo espía,
y sólo puede herir por dentro,
y es enorme:
más largo y más pesado
que otros gatos gordos
y carniceros pestíferos
de su especie,
y pierde la cabeza con facilidad,
huele la sangre aun a través del vidrio,
percibe el miedo desde la cocina
y a pesar de las puertas más robustas.
Suele crecer de noche:
coloca su cabeza de tiranosaurio
en una cama
y el hocico le cuelga
más allá de las colchas.
Su lomo, entonces, se aprieta en el pasillo,
de muro a muro,
y sólo alcanzo el baño a rastras, contra el techo,
como a través de un túnel
de lodo y miel.
No miro nunca la colmena solar,
los renegridos panales del crimen
de sus ojos,
los crisoles de saliva emponzoñada
de sus fauces.
Ni siquiera lo huelo,
para que no me mate.
Pero sé claramente
que hay un inmenso tigre encerrado
en todo esto

ir al índice

BELLÍSIMA

                                                                          Y si uno de esos ángeles
                                                                                                            me estrechara de pronto sobre su corazón,
                                                                                                     yo sucumbiría ahogado por su existencia  más poderosa
.
                                                                                                                         Rilke, de nuevo

Óigame usted, bellísima,
no soporto su amor.
Míreme, observe de qué modo
su amor daña y destruye.
Si fuera usted un poco menos bella,
si tuviera un defecto en algún sitio,
un dedo mutilado y evidente,
alguna cosa ríspida en la voz,
una pequeña cicatriz junto a esos labios
de fruta en movimiento,
una peca en el alma,
una mala pincelada imperceptible
en la sonrisa...
yo podría tolerarla.
Pero su cruel belleza es implacable,
bellísima;
no hay una fronda de reposo
para su hiriente luz
de estrella en permanente fuga
y desespera comprender
que aun la mutilación la haría más bella,
como a ciertas estatuas.

ir al índice

 

IR AL ÍNDICE GENERAL