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			1967
 Aquella habitación (grande, con decorado
 viejo 
			en la que de noche oía los rumores
 del 
			incipiente ruido de una ilusión moderna
 y un 
			silencio en el cuerpo, lleno como el principio
 de la 
			juventud)
 
 tiene para mí el atractivo
 de 
			pensarla dejando en la penumbra,
 para 
			siempre, un mundo antiguo y familiar.
 
 Esperando que el sueño me tomara, una noche
 observé entre otras cosas un cuadro iluminado
 por 
			la luz mortecina venida de la calle.
  Las 
			escena presentada la recuerdo encendida
 con 
			luz del sol.
 
 En ella dos jóvenes se ven:
 reposando cada uno a un lado de un espacio
 dorado y silencioso, en el que parecía
 desplazarse un aura hacia un centro imperceptible.
 
 En 
			tanto que en la calle una azul sensación,
 previa a la madrugada, envolvía con emoción el mundo;
 aparecía por primera, única vez
 con 
			sus mejores galas la hermosa poesía,
 
 atuendo modernista; hecho para durar,
 por 
			el progreso de un instante vano,
 una 
			vida entera, crisol de un milagro que dejaba
 
 del 
			brillo de la escena del cuadro
 tan 
			sólo el resplandor, antes que se nublara
 
 y 
			desde un sol superior
 descendiera sobre el 
			cuadro el amor.
 
 
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