Dolors Alberola

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Oda de despedida temporal a Manuel Francisco Reina

Mujer peinándose 1940

Memoria de Quevedo

Oda de despedida temporal a Manuel Francisco Reina

 «Tus nobles piernas, bajo los volantes que cazan,
tormentan los deseos oscuros y los excitan,
como dos brujas que hacen
girar un filtro negro en un vaso profundo.»

Charles Baudelaire

El gato era el señor en la rueda del osmio.
Era el viento que hacía jadear a la pluma.
Era la inspiración y el eco de la música.
Era el tiempo de ver geometrías al vuelo.
El gato era el arcángel.
Era la piel del dios que se acercaba
a controlar la casa de los sueños.
El gato era el alfanje, era la furia sola,
era la nota ágil que irrumpió en la sonata.
Como un manto de aceite discurría,
tal un cristal ardiendo su mirada,
un pentagrama árido de uñas
clavaba en el silencio y era un duende.
Era Satán y el fuego. Era la nada
que ahondaba el sofá en donde el muerto
descansaba, por siglos, su agonía.
La casa, así, ocupada, se elevaba
enfrente de la iglesia, como un palio.
El pábilo de luz que le cedía
la luz a aquel infierno de las sombras
era el alma del cirio, la más pura
sustancia en el requiebro de las alas.
El poeta maldito, ataviado con frac,
oscura golondrina que dormía
en un rincón de Dios, amplio tejado.

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Mujer peinándose 1940

Los pechos se le mueven

al ritmo de las manos.

Esa mujer que roza la tierra con sus glúteos

y, confiada, deja su flor, húmedamente,

contra una superficie adormecida,

trenza su pelo. Es piedra encenagada,

es monstruo deleitoso, es el pincel

cuando llega la hora del amor

y se convierte en hembra.

Dos ojos constelados en una vía láctea

te miran de repente.

Sabes que han de llegar tus labios hasta ellos

y succionar con fuerza hasta hacerla reír,

llorar,

reír,

gemir,

llorar

_su vientre te lo pide con su constitución redonda,

sus costillas, escalonado altar de sus turgencias_.

Se peina grácilmente, se despeina.

Gira a un lado su boca y una lengua

agita para ti.

Te comería _dice, entornando sus labios y dejando

que un polen de saliva muestre avispas,

haga volar deseos de color,

caiga, exactamente, hasta el lugar

que pretende decirte_.

Te comería. Calla.

Sus pechos siguen siendo

un baile a dos vertientes.

De sus turgentes nalgas brota un grito.

Su vulva se estremece,

se entreabre, baila

para dejar la huella en un silencio

que sólo romperán las alas del amor

cuando crucen el cielo de sus aguas.

Se peina dulcemente, se despeina.

Gime,

calla,

señala,

descompone,

te mira,

te enloquece,

moja, habla,

mientras trenza su trenza y se destrenza

su pie por este lado, sus dos piernas

con un cisma de fuego. Tantos labios

vagando por tu piel como avispas picantes.

Se peina contra ti las cordilleras,

las cumbres,

los bajantes...,

cicatrices que habrán de manar sangre,

cuando tú la poseas.

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Memoria de Quevedo

 Ahora que, renacida, miro todo
y espero de tu cuerpo la esperanza
_la mano que se abisma en la labranza
de renacer del agua tanto lodo_.
Y ahora que el labio, en luz, yo desenlodo
y en furor y revierto la templanza
aferrada a tu sino, que es mi lanza
_ese morir en muerte que acomodo
a ser río y puñal, camino, fuente,
mercurio, sal, misterio renacido,
infinitud en ti, panal que, recrecido,
sea caudal oscuro, no invidente
sino de luz herido y aplacado:
de agua, polvo eterno enamorado_.

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