Dionisio
de 
Solís

 

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A un cortesano

¡En media hora un soneto!...

Pobre importuno

A UN CORTESANO

Dicen que eres mudable, don Pepito,

 que fuiste de Manolo cortesano,

 soneteruelo del francés tirano

 y de sus odres perennal mosquito;

  que mudando de altar, de culto y rito

 fuiste, tras esto, muratista insano

 y, para postres, del Nerón hispano

 semanalmente adorador contrito.

  Pero no dicen bien; el pueblo miente,

 ni menos hay razón por que afrentando

 te esté, y traidor y apóstata te llame.

Antes en eso mismo que insolente

te echa Madrid en cara, estás mostrando

cuán firme has sido siempre en ser infame.

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¡En media hora un soneto! ¿A qué cristiano  

 a tan bárbaro afán se le condena?  

 ¿Y es Filis quien lo quiere? ¿A qué otra pena  

 me sentenciara un Fálaris tirano?  

  Pues qué, ¿no hay más? O ¿están tan a la mano 

 los consonantes como en esta amena  

 margen del Turia la menuda arena  

 en que tu blanco pie se imprime ufano?  

  No, cara Filis; mándame otra cosa,  

 ora de riesgo sea, ora de afrenta; 

 que a cuanto de mis órdenes concedo.  

 Pero ¿un soneto, y qué, por ser tú hermosa,  

 en ello, al fin, mi necedad consienta?  

 No, Filis, no; perdóname: ¡no puedo!  

 

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POBRE IMPORTUNO

 ¿Por qué aspira sin fruto, Arnardi bella,  

 a lo que darme tu piedad resiste?  

 ¿por qué mi amor en alcanzar insiste  

 lo que me impide merecer mi estrella?  

  ¿No fuera bien buscar a mi querella, 

 en el asilo de mi tumba triste,  

 el anhelado fin, pues que consiste  

 mi única dicha y mi consuelo en ella?  

 ¡Necio, que pronto de esperar cansado,  

 se abate tu pasión, antes osada,

 y con el miedo la fortuna mide!  

 ¿Qué amador fue constante y no fue amado?  

 ¿O qué mujer, del hombre importunada,  

 no la concede al fin lo que le pide?

 

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