Diego de Hojeda

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Dame, Señor, que cuando el alba bella...

Yo pequé, mi Señor, y tú padeces...

A las batallas presidió severo...

También el diligente mensajero...

Dame, Señor, que cuando el alba bella

el cielo azul de blancas nubes orne,

tu cruz yo abrace, y me deleite en ella,

y con su ilustre púrpura me adorne;

y cuando la más linda y clara estrella

a dar su nueva luz al aire torne,

mi alma halle el árbol de la vida,

y a ti, su fruto saludable, asida.

 

Y cuando el sol por la sublime cumbre

en medio esté de su veloz carrera,

La santa luz, con su divina lumbre

más ardiente que el sol, mi pecho hiera;

y al tiempo que la noche más se encumbre

con negras plumas en la cuarta esfera,

yo a los pies de tu cruz, devoto y sabio

tus llagas bese con humilde labio.

 

 Cuando el sueño a los ojos importante

los cierre, allí tu cruz se me presente,

y cuando a la vigilia me levante,

ella tu dulce cruz me represente:

cuando me vista, vista el rutilante

ornato de cruz resplandeciente,

y moje, cuando coma, en tu costado

el primero y el último bocado.

 

Cuando estudie en el arte soberana

de tu cruz, la lección humilde aprenda;

y en ese pecho, que dulzura mana,

tu amor sabroso y tierno comprehenda;

y toda gloria me parezca vana,

si no es la que en tu cruz ame y aprenda;

y el más rico tesoro, gran pobreza,

y el deleite mayor suma vileza.

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Yo pequé, mi Señor, y tú padeces;

yo los delitos hice y tú los pagas;

si yo los cometí, tú ¿qué mereces,

que así te ofenden con sangrientas llagas?

Mas voluntario, tú, mi Dios, te ofreces;

tú del amor del hombre te embriagas;

y así, porque le sirva de disculpa,

quieres llevar la pena de su culpa.

 

Pues en los miembros del Señor, desnudos

y ceñidos de gruesos cardenales,

se descargan de nuevo golpes crudos,

y heridas de nuevo desiguales:

multiplícanse látigos agudos

y de puntas armados naturales,

que rasgan y penetran vivamente

la carne hasta el hueso transparente.

 

Hierve la sangre y corre apresurada,

baña el cuerpo de Dios y tiñe el suelo,

y la tierra con ella consagrada

competir osa con el mismo cielo;

parte líquida está, parte cuajada,

y toda causa horror y da consuelo;

horror, viendo que sale desta suerte,

consuelo, porque Dios por mí la vierte.

 

Añádense heridas a heridas,

y llagas sobre llagas se renuevan,

y las espaldas, con rigor molidas

más golpes sufren, más tormentos prueban;

las fuerzas de los fieros desmedidas

más se desmandan cuanto más se ceban;

y ni sangre de Dios les satisface,

ni ver a Dios callar miedo les hace.

 

Alzan los duros brazos incansables,

y el fuerte azote por el aire esgrimen,

y osados, más y más inexorables,

braman con furia, con braveza gimen:

rompen a Dios los miembros inculpables,

y en sus carnes los látigos imprimen,

y su sangre derraman, sangre dina

de ilustre honor y adoración divina.

 

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A las batallas presidió severo,

y del marcial estruendo tomó el nombre,

y engañando, espantó furioso al hombre.

De Behemot la piel impenetrable

llevaba por horrísona armadura,

y el mástil de un bajel incontrastable

era su lanza, de eminente altura.

Y del ara de Delfos memorable

llegó Apolo con roja vestidura,

y entre fuego que rayos parecía,

como sol del infierno, así lucía.

Carro fingió de sierpes enroscadas

de ahumado alquitrán y llama oscura,

cuyos silbos las gentes engañadas

juzgaron por suavísima dulzura.

¡Oh fábulas de locos inventadas!

¡Bendito el que encerró vuestra locura

en las hondas tinieblas del abismo,

y la verdad fundó del Cristianismo!

Otro que al melancólico Saturno,

mintiendo ancianidad, representaba,

llegó al palacio de su rey nocturno,

con ceño enojadizo y frente brava:

este, huyendo el resplandor diurno,

del alegre comercio se apartaba

rabioso, apasionado, vengativo,

triste demonio, espíritu nocivo.

Y el que adorado en la radiante estrella,

segunda luna del hermoso cielo,

como diosa de amor lasciva y bella,

dejó de Chipre el ancho y verde suelo;

este inspira el favor y la querella,

el gozo y la tristeza y el recelo,

el bien y el mal desos amantes viles

en que no se engañaron los gentiles.

Y el que imitó y fingió envidiosamente

de la deidad eterna el limpio culto,

y quiso adoración de casta gente,

teniendo el vicio en la virtud oculto,

cual diosa de las vírgenes clemente,

de Diana tomó el triforme bulto,

y entró rayando, entre nublados gruesos

de negra luz, relámpagos espesos.

 

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También el diligente mensajero

que falso padre fue de la elocuencia,

alado en pies, estuvo allí ligero,

pretendiendo mostrar su antigua ciencia:

espíritu en los sueños lisonjero,

gran pintor de fantástica apariencia,

y fingidor de nuevas mentiroso,

que el sosiego cortaban más sabroso.

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