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Coral Bracho

En la humedad cifrada

Tus lindes: grietas que me desvelan

La penumbra del cuarto

Sobre el amor

EN LA HUMEDAD CIFRADA

 

Oigo tu cuerpo con la avidez abrevada y tranquila

de quien se impregna (de quien

emerge,

de quien se extiende saturado,

recorrido

de esperma) en la humedad

cifrada (suave oráculo espeso; templo)

en los limos, embalses tibios, deltas,

de su origen; bebo

(tus raíces abiertas y penetrables; en tus costas

lascivas -cieno bullente- landas)

los designios musgosos, tus savias densas

(parva de lianas ebrias) Huelo

en tus bordes profundos, expectantes, las brasas,

en tus selvas untuosas,

las vertientes. Oigo (tu semen táctil) los veneros, las larvas;

(ábside fértil) Toco

en tus ciénagas vivas, en tus lamas: los rastros en tu fragua

envolvente: los indicios

(Abro

a tus muslos ungidos, rezumantes; escanciados de luz) Oigo

en tus légamos agrios, a tu orilla: los palpos, los augurios

-siglas inmersas; blastos-. En tus atrios:

las huellas vítreas, las libaciones (glebas fecundas),

los hervideros.

 

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TUS LINDES: GRIETAS QUE ME DESVELAN

We must have died alone,

a long long time ago.

D.B.

 

Has pulsado

has templado mi carne

en tu diafanidad, mis sentidos (hombre de contornos

levísimos, de ojos suaves y limpios);

en la vasta desnudez que derrama,

que desgaja y ofrece;

 

(Como una esbelta ventana al mar; como el roce delicado,

insistente,

de tu voz.)

Las aguas: sendas que te reflejan (celaje inmerso),

tu afluencia, tus lindes:

grietas que me develan.

 

—Porque un barniz, una palabra espesa, vivos y muertos,

una acritud fungosa, de cordajes,

de limo, de carroña frutal, una baba lechosa nos recorre,

nos pliega; ¿alguien;

alguien hablaba aquí?

 

Renazco, como un albino, a ese sol:

distancia doloroso a lo neutro que me mira, que miro.

 

Ven, acércate; ven a mirar sus manos, gotas recientes en este fango;

ven a rodearme.

(Sabor nocturno, fulgor de tierras erguidas, de pasajes

sedosos, arborescentes, semiocultos

el mar:

sobre esta playa, entre rumores dispersos y vítreos.) Has deslumbrado,

reblandecido

 

¿En quién revienta esta luz?

 

—Has forjado, delineado mi cuerpo a tus emanaciones,

a sus trazos escuetos. Has colmado

de raíces, de espacios;

has ahondado, desollado, vuelto vulnerables (porque tus yemas tensan

y desprenden,

porque tu luz arranca —gubia suavísima— con su lengua,

su roce,

mis membranas —en tus aguas; ceiba luminosa de espesuras

abiertas,

de parajes fluctuantes, excedidos; tu relente) mis miembros.

 +Oye; siente en ese fallo luctuoso, en ese intento segado,

delicuescente

¿A quién unge, a quién refracta, a quién desdobla? en su

miasma

 

Miro con ojos sin pigmento ese ruido ceroso

que me es ajeno.

 

(En mi cuerpo tu piel yergue una selva dúctil que fecunda

sus bordes;

una pregunta, viña que se interna, que envuelve los pasillos

rastreados.

—De sus ramas, de sus cimas: la afluencia incontenible.

Un cristal que penetra, resinoso, candente, en las vastas

pupilas ocres

del deseo, las transparenta; un lenguaje minucioso.)

Me has preñado, has urdido entre mi piel;

¿y quién se desplaza aquí?

¿quién desliza por sus dedos?

Bajo esa noche: ¿quién musita entre las tumbas, las zanjas?

Su flama, siempre multiplicada, siempre henchida y secreta,

tus lindes;

Has ahondado, has vertido, me has abierto hasta exhumar;

¿Y quién,

quién lo amortaja aquí? ¿Quién lo estrecha, quién lo besa?

¿Quién lo habita?

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LA PENUMBRA DEL CUARTO

Entra el lenguaje.

 

Los dos se acercan a los mismos objetos. Los tocan

del mismo modo. Los apilan igual. Dejan e ignoran

las mismas cosas.

 

Cuando se enfrentan, saben que son el límite

uno del otro.

 

Son creador y criatura.

Son imagen,

modelo,

uno del otro.

 

Los dos comparten la penumbra del cuarto.

Ahí perciben poco: lo utilizable

y lo que el otro permite ver. Ambos se evaden

y se ocultan.

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SOBRE EL AMOR

 

Encendido en los boscajes del tiempo, el amor

es deleitada sustancia. Abre

con hociquillo de marmota, senderos y senderos

inextricables. Es el camino de vuelta

de los muertos, el lugar luminoso donde suelen

resplandecer. Como zafiros bajo la arena

hacen su playa, hacen sus olas íntimas, su floración

de pedernal, blanca y hundiéndose

y volcando su espuma. Así nos dicen al oído: del viento

de la calma del agua, y del sol

que toca, con dedos ígneos y delicados

la frescura vital. Así nos dicen

con su candor de caracolas; así van devanándonos

con su luz, que es piedra, y que es principio con el agua, y es mar

de hondos follajes

inexpugnables, a los que sólo así, de noche,

nos es dado ver y encender.

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