Clara Silva

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Quien tira la primera piedra

El vestido negro

Monte vide eu

Cuando estás en mi cuerpo desangrando

Quién tira la primera piedra
El Nuevo Testamento
se derrumba
cuando lo lees
cómodamente instalada en la cama.
Una plegaria sorda
a la imprecación que corre
por las calles.
Estás sola y culpable
de esos muertos que vigilan la tierra.
Estás muerta y salvada
en la ciudad que construye su historia
entre el clamor
y la oscuridad de sus gritos.
Es imposible navegar entre dos aguas
y ser su propia sombra.
Pero ¿quién tira la primera piedra
y pone en juicio al hombre
atormentado
entre sus cruces?

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El vestido negro

Se inclina al borde del tiempo
y ve su cara
su otra cara espectral
navegando en la noche
cerrada a la culpa misteriosa.
En sus ojos cansados
más allá del hueco de la tierra
el pájaro inmóvil de la muerte
en la fascinación del cielo.
Y sus manos caen del olvido
amontonando palabras inertes.
Quiere saber cuál es la que se acaba
confrontar sus medidas
si es la enemiga que habla por su boca
o la otra sin culpa
que sus padres pusieron en el suelo
mirando el vacío de las cosas
Como su anillo no tiene herederos
pone una señal para encontrarse
detrás del vestido negro
donde tal vez haya una puerta para el alma
y el serafín aparte la condena.
Pero la viña
–como dijo el Profeta–
sólo tiene un racimo entre las piedras.
 

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MONTE VIDE EU

Es ésta mi ciudad,
éste su río
como mar abierto.
Más que habitar la vivo.
Integro sus espumas,
su carne,
su pampero,
su desatado amor en mi cintura.

Estoy viva en su tiempo
hasta los tuétanos metida.
Tiempo de estar
y de no estar,
sin tiempo.
Y de entrar en el polvo
que sus calles precipitan.

La pierdo en la esperanza,
la encuentro en el olvido.
Me llama,
me rechaza
entre gritos, papeles, transistores,
su suplemento de tensión y alambre.
Su gesto de clamor,
huecograbado.

Va delante mí,
yo voy delante.
En una encuesta de sucesos ciegos,
voy detrás de su sombra,
que es la mía,
en torno al muro
de un jardín de sombras.
Crece en gris,
en antenas,
en vacíos.
La construye el cemento,
la destruye el cemento.
Sobre el aroma antiguo de sus quintas,
sobre sus solitarios miradores.
El arrabal la llora
en un tango,
y sale al aire
con una cara nueva cada día
su cabellera de sonidos
nueva.

Es su hora,
mi hora,
la de ahora y la de antes.
Su lucha por el pan
y por el vino,
y su destino
que no alcanzo.

Es ésta mi ciudad,
ésta mi vida,
beso la boca que parió su nombre.
Su “Monte vide eu”,
grito lejano
desde un mástil fantasma,
marinero.

 

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Cuando estás en mi cuerpo desangrado,

acechando el descuido de mi muerte,

¿cómo me asomo a mi alma para verte

si ignoro si me doy o me has tomado?

En hermosuras crezco a tu cuidado

y tanto que mi boca ya no advierte

si es por tu amor que vivo de esta suerte,

si es por mi sed que muero a tu costado.

Te recojo en mi sangre derramada

y me ciñes de olvido hasta olvidarlo

como una muerta en insaciada vida.

Bajo la herida de tan dulce espada

lo mismo da saberlo que ignorarlo

si te sirves de mí o soy servida.

 

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