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				La amante                                                                                                                                                                              
				¡El mar ahogado en la arena...!Federico García Lorca
 
 Ebria de carne azul, hidra absoluta,
 que te muerdes la cola refulgente
 en un tumulto análogo al silencio.
 Paul Valéry
 Un 
				lento derramarse, un cielo en fuga,
 un crepúsculo muerto sobre el agua.
 Una raíz de sal que te sumerge
 en la hondura más negra de su grito.
 El 
				agua viene y lame cada orilla
 con su lengua de cántico y caricia
 y amortigua la luz su llaga inmóvil
 para no herir la entraña de la tarde.
 Sobre 
				cada colina deja un soplo
  detenido el arado de los besos.
 Las 
				manos se persiguen, se acorralan,
 huyen por los rincones, vuelan, gritan
 o van a agonizar en tus cabellos.
 Tú 
				miras y vacías tu mirada
 en el recodo oscuro más remoto.
 Y las llenas de nuevo con aromas
 de un país que recorres entre sueños.
 Miras 
				y vas sembrando de tus ojos
 un territorio fértil y sangriento
 donde el rostro más frágil y furtivo
 se hace piedra y derrota en cada ausencia.
 Tú 
				miras y te inventas lo que miras.
 Miras el sol y enciendes en la tarde
 un universo de luces moradas
 que derraman su vino en las pupilas.
 Tú 
				miras y en el fondo de la noche
 nace la luz del alba sucesiva.
 Vuelve 
				otra vez, espejo del pasado.
 Ábreme en las entrañas otra llaga
 más permanente y mucho más deseable
 que la herida que llora lo que pierdo.
 Pues 
				si el reproche afila con su lengua
 la navaja fatal de los agravios,
 tú matas con la sola certidumbre
 de no volver a ver el rostro amado.
 Recorres 
				un sendero y se disuelve
 la ternura en tus manos como arena
 deshecha en las entrañas del arroyo.
 Y 
				en al quietud endulzas esta boca,
 hecha de espada y hiel, arena y odio,
 para lamer el tallo del deseo.
 Entonces 
				amo el tacto de tus dedos,
 que no engaña jamás como las voces.
 Pueden 
				mentirme todas tus palabras.
 Mentir tu desazón y tu distancia;
 mentir también el vértigo cerrado
 de la pasión que encierra mis temores.
 Pero 
				tus manos, no. Tus manos tiemblan.
 Como si fueran pétalos del agua
 acariciados por la brisa fría
 y estremecidos por su raudo beso.
 Ellas 
				me aman más en su mutismo
 que tú con las palabras exaltadas.
 Tus manos, las raíces extendidas
 de diez morenos dedos de mi carne,
 hablan mejor en su silencio a gritos.
 Dicen, 
				suspiran, nombran, llaman, cantan.
 Arrullan o se agitan, iracundas,
 dan nombre al mundo y al nombrarlo crean
 la realidad feroz de su quimera.
 Tú 
				te marchas. Te vas, pero se quedan
 tus manos en mi ser, me reconocen
 como dulce extensión de las caricias.
 Soy 
				suya. Me poseen, me recorren,
 me saben parte de su piel. Me besan.
 Yo 
				me sumerjo en ellas y me siento
 hundida en una carne transparente
 más densa que la mar, más perdurable
 que la roca tenaz de las distancias.
 Me 
				alimenta la sed esa agua en fuga
 que entre tus dedos tejes y derramas.
 Ebria 
				estoy, más sedienta. Tú lo sabes,
 tú que inauguras esta sed a gritos
 con que en silencio bebo de tu cuerpo.
 Dame 
				más sed, dame más sed. Abreva
 con tu silencio mi ansiedad abierta.
 Tengo 
				la piel cuarteada sin el agua
 que nace de las fuentes de tus dedos.
 Sumerge 
				el manantial, cava ese pozo,
 siembra en mí con tu gesto sed y agua,
 riega la era, al fin. Dame tus labios.
 Las palabras, jamás. Dame los besos.
 Déjame que te beba a borbotones.
 Mañana 
				sé que ha de venir el día
 y con él el desierto sin memoria.
 Mañana 
				me darás, en el silencio,
 potestad de medir el infortunio
 con la falta infinita de tus manos.
 Mañana...
 pero hoy, siémbrame toda
 de ansiedades, deseos, luces, sombras,
 de miradas furtivas, ecos, risas,
 de cuartos defendidos contra el mundo
 y abiertos a los mares interiores
 de una ternura oscura, indescifrable.
 Ahora 
				ven, y ahógame en tu boca.
 Déjame agonizar bajo la dicha.
 Bajo tu lluvia tiende mi vacío
 y sumerge en mis ojos tu mirada.
 Ciega 
				estoy si me asomo al universo
 sin la luz que me otorgan tus pupilas.
 Viviré 
				en las orillas de tus besos
 exilada en la noche sin fronteras.
 Siempre al borde de ti. Siempre a la orilla,
 siempre al margen, apenas en la playa,
 mojando con la punta de mis dedos
 la sed que de tu espuma me atormenta.
 Sedienta 
				de tus vértigos a gritos,
 de remolino mutuo que se bebe
 juntos la sed, el agua, la marea
 de la ebriedad...
 Dos cuerpos enlazados
 bebiéndose la vida a borbotones,
 saciando el agua, abriendo la frontera
 donde pueda la sed seguir viviendo.
 Más 
				allá de la luz, yo te deseo
 cada vez más desnudo, más tú mismo.
 Despojado de antiguos atavíos,
 de cadenas pesadas como nombres,
 de grilletes de epítetos terribles,
 de absurdos conformismos, de secretas
 pasiones que sepultan su recuerdo,
 que se cambian de nombre o que disfrazan
 su rostro bajo símbolos oscuros.
 Así 
				quiero mirarte, que me veas:
 Desnudo de verdad, de veras mío.
 Aunque sea un minuto, un día sólo,
 un instante sin tiempo ni distancias,
 cuando pueda alcanzar al fin tu boca
 y alzarme a la estatura de tu beso.
 Entonces 
				no podrá la muerte entera
 vulnerar con su barba y su gusano
 la pura luz de este milagro intacto.
 Y 
				voy a verte, entonces, como ahora,
 inédita belleza, labio puro,
 desafiando al destino desdichado
 con la fe en la ternura inquebrantable.
 Por 
				ti comprendo ahora mi existencia.
 Tiene sentido haber buscado en vano
 por años, trenes, pájaros, distancias
 el relámpago oscuro del deseo
 brillando en tus pupilas como un astro.
 Cada 
				recodo halló su rostro vivo
 para cobrar sentido entre tus manos:
 Suave 
				concavidad, copa inefable
 que llenas con tu vino y que rebosa
 cuando me das la plenitud.
 Dormida
 torre de sangre alzada en mi homenaje
 y que en su suave miel se desparrama
 endulzando los labios que la besan.
 Subterránea 
				raíz de los relámpagos.
 Tu labor inefable no descansa.
 Déjame que te beba con los ojos
 cuando manos y boca no me alcancen
 para abarcar tu cielo y tu hermosura.
 Pero 
				no seas nunca más esquivo,
 ni entregues a mi boca vino amargo,
 ni sea tu pan hecho de ausencia y hambre.
 ¿Qué 
				puedo hacer con este mar indócil
 que agita sus oleajes en mi pecho?
 ¿Cómo se emplea una marea inútil
 de besos que no encuentran otra boca?
 ¿Adonde 
				voy con la ternura sola
 que se pudre en mis manos sin objeto?
 ¿Qué destino le espera a los abrazos
 cuando sólo la noche nos estrecha?
 ¿Qué 
				hacer con el amor cuando nos deja
 con una vaga sombra entre los dedos?
 ¿quién puede comprender la melodía
 si el amante está sordo o está lejos?
 No 
				confíes jamás en el olvido,
 ni entregues esta historia a mi memoria.
 Nadie es más cruel que una mujer herida.
 Como 
				una maldición, la ausencia pone
 vinagre y hiel en todo lo que toca.
 Hay un rumor de sal en la sonrisa
 y un río soterrado en el silencio.
 La 
				soledad es un país saqueado
 por la duda, el despecho y la amargura.
 Una se siente en guerra con la vida,
 exilada del reino de la dicha,
 extranjera entre todos los humanos.
 El 
				polvo crece, entonces, y sepulta
 la piel de las mejores ilusiones
 y la ceniza clava, silenciosa,
 su puñal en el vientre de los fuegos.
 Nada 
				resiste. El río que se empoza
 ve pudrirse sus aguas en el lodo,
 y un mar congela su furioso oleaje
 derrotado por gélidos desdenes.
 Ahora 
				voy a hablar en el silencio
 de abismos que conozco, que visito
 cuando me das de ti sólo la ausencia.
 Soy 
				entonces tu luna, tu satélite,
 extraviada de pronto en el espacio
 sin un planeta en torno al cual girar.
 Y 
				agonizo en el aire como un trino
 abandonado por su flauta de alas,
 o como un ave en agua sumergida
 o como el agua sumergida en fuego.
 Absurda, 
				absurda, absurda y si sentido.
 Boca muda, caricia sin el tacto.
 Labio ciego a la voz, palabra inútil.
 Oído clausurado a toda música,
 nombre lanzado al fondo del vacío.
 Devuélveme 
				la voz, dame la risa.
 Quiero 
				volver a ser libre y sin miedo.
 Quiero habitar un mundo a mi medida
 y no el galpón oscuro de los otros.
 Devuélveme 
				mi casa, mi aposento.
 Quiero ser yo de nuevo, libre, a solas.
 Habitar en mi cuerpo sin intrusos,
 posesionarme de mi propio mundo.
 Ya 
				no girar en órbitas de otros.
 Estar sola y saber que nadie escoge
 por mí la ruta inédita del viaje.
 Ser 
				libre para errar, para salvarme,
 para creer, para abjurar, consciente
 de que yo soy mi opción más importante.
 Quiero 
				ser más que un beso de tus labios.
 Más que el bregar sin pausa de tus olas.
 Más que el vórtice quieto donde acaban
 de resumirse todas tus pasiones.
 Quiero 
				ser más que estela de cometa.
 Más que sombra de luz, dorado anillo
 con que, necia, he intentado contenerte.
 Quiero 
				ser signo solo y absoluto.
 Tener al fin significado propio
 y no necesitar tu compañía
 para nombrar mi mundo, mi universo.
 Quiero 
				ser más que espuma, más que adorno.
 Más que la luna para ti, planeta.
 Cansada estoy de ser para los otros.,
 a costa de no ser para mí misma.
 Amada, 
				no. No quiero que me tomes,
 que me bañes de espuma y de palabras,
 que me entregues el nombre, las cadenas,
 la razón de vivir, el eco, el mundo,
 el oficio de ser ama de llaves
 en la casa que siempre me es ajena.
 No 
				vas a usufructuar mi piel, mi sangre,
 ni el aliento, ni el goce del deseo.
 No vas a ser ya mi propietario.
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